martes, marzo 06, 2007

Felix Arbolí, Mi memoria historica

miercoles 7 de marzo de 2007
MI MEMORIA HISTÓRICA
Félix Arbolí

H OY quiero rendir emocionado homenaje a un ser excepcional, que ha sido una constante influencia en mi vida desde los primeros años de mi existencia. El día ocho, jueves, se cumplirán setenta años de su muerte. Una circunstancia que ni el paso del tiempo, ni los distintos rumbos que ha tomado la vida han sido capaces de borrar de mi mente y dejar de lacerar mi corazón. La historia comienza así… Como todos los días, antes de incorporarse a su despacho como Secretario del Ayuntamiento chiclanero, don Juan entra en la cercana iglesia de San Telmo para oír misa y comulgar. Estamos en pleno dominio del Frente Popular, pocos meses antes de la contienda. Nuestro protagonista pertenece a una de las familias más acomodadas de la sociedad chiclanera, aunque en su vida cotidiana no haga ostentación alguna de su privilegiada situación y sea un patrón justo y solícito con sus empleados y trabajadores en campos y bodega. Por esta causa, aunque en aquellos revueltos tiempos suponga una temeridad su pública demostración de fe, nadie le recrimina ni amenaza por su valiente e inusual manera de proclamar sus acendradas creencias religiosas. Sus trabajadores no entran en el templo, lo esperan en la puerta para recibir sus instrucciones sobre la labor que han de realizar ese día. No comparten su ideología opuesta a la política gubernamental imperante, pero saben que ha sido siempre una persona honesta y generosa y le respetan. No olvidan que en todo momento ha sido más que un patrón, casi un padre con todos ellos y sus avatares familiares. Admiran y respetan al hombre aunque muestran su indiferencia hacia el clero y no pasan a la iglesia. La amenaza de un inminente alzamiento militar contra el gobierno del Frente Popular, tan pródigo en barbaridades, asesinatos, profanaciones religiosas y toda serie de posibles e impensantes desmanes es cada vez más comentado, deseado y temido, según las convicciones políticas de unos y otros. (Atrocidades y sadismos que no se han sacado a relucir en el “ingenioso invento” de “La memoria histórica”, cuyo autor debe tener dificultades en el ojo de la izquierda). Los frentepopulistas gaditanos protestan a su alcalde, don Javier de la Cruz, por mantener a un “carca” en la secretaría del municipio y piden su cese. El edil no se inmuta, todo lo contrario alaba su eficacia y honestidad personal y profesional. --Si todos los “carcas” fueran como don Juan, no habría odio entre los españoles y la amenaza de una guerra no se produciría. La capital sufre una auténtica pesadilla. Hay detenciones y asesinatos con redoblado empeño por parte de un pueblo ansioso de venganza y encolerizado al sentirse amenazado por un comentado golpe militar. Para intentar frenarlo, aumentan sus juicios populares y ejecuciones a cualquier persona que pueda considerarse sospechosa. Nadie se encuentra a salvo ya que unos y otros ven al vecino, amigo o ese conocido que aparece de improviso y se incorpora al vecindario, taberna o casino, como un “chivato” de algún partido, central sindical o el mismo gobierno. Los que no pertenecen a la elite del poder se sienten espiados, acorralados y propicios a su arbitraria detención y las posteriores y funestas consecuencias. Don Juan se entera por una cuñada de los terribles sucesos que asuelan a la Tacita de Plata. Siente en lo profundo de su fe cristiana y en la magnitud sin límites de su sensibilidad el peligroso periodo que se avecina, pero lo disimula ante sus hijos para evitarles el miedo y la angustia dada su corta edad. Las noticias en la prensa del día siguiente hablan de iglesias asaltadas y quemadas, sacerdotes y religiosos detenidos y asesinados ante el mismo templo y la mofa descarada y soez de unos desalmados entregados a lances taurinos utilizando como capotes los valiosos y artísticos ornamentos religiosos. Las imágenes que han sido profanadas, tiroteadas y befadas arden en una hoguera junto a las demás pertenencias eclesiásticas en medio del entusiasmo y griterío de la plebe que se agolpa divertida ante esas sacrílegas e improvisadas fallas. Don Juan se pregunta atormentado “¿Por qué las iglesias y conventos?. Él no comprende, dada su religiosidad, que el pueblo se ensañe con la iglesia. Pero los milicianos la consideran como odiada y antigua aliada de los señoritos y patrones con los que el clero ha mantenido un insultante compadreo, ajena a los problemas del largamente explotado trabajador. El 17 de julio de 1936, estalla la rumoreada sublevación militar. Se comenta que no todos los militares forman parte de esta conspiración, aunque si algunos de los más significativos. Las noticias llegan desde Marruecos, donde las fuerzas militares destacadas en el entonces Protectorado, se han alzado contra el gobierno al mando del general Franco, Capitán General de Canarias. El general López Pinto, gobernador militar de Cádiz, proclama el estado de guerra y el general Varela liberado de la prisión donde se hallaba por orden de Azaña, aunque sin cargos que lo justificara, se pone al mando del alzamiento en la ciudad. El desembarco de las tropas procedentes del otro lado del Estrecho, mayormente regulares y moros, a los que se unen los militares, falangistas y numerosos voluntarios de la ciudad, consiguen la conquista total de la capital y pueblos de la provincia tras duros, aunque no muy largos enfrentamientos. A pesar de los muchos años transcurridos, continúan impresos con enorme precisión en “mi memoria histórica” esos difíciles momentos. Recuerdo, a pesar de mi corta edad o precisamente por ella, ya que hay ocasiones y sucesos que quedan indelebles en la mente de un niño, los episodios de detenciones callejeras y domiciliarias donde las víctimas, al igual que habían hecho ellas durante el dominio frentepopulista emprendían un desconocido viaje sin retorno. Tampoco los duros ensañamientos cuando los nuevos dueños de la situación y la política lograban “cazar” a un destacado enemigo que no había tenido la oportunidad de escapar. Sin olvidar los juicios sumarísimos, cuyas sentencias se conocían a priori, en los que se ordenaban las ejecuciones de los que habían sido denunciados por aquellos que habían sufrido algún drama familiar, persecución o represalia en la época anterior y hasta los que veían una oportunidad de venganzas personales, ajenas totalmente a la política. Hubo de todo tras la entrada de las tropas africanas en la Península. Era como vulgarmente se dice “dar la vuelta a la tortilla”. Los perseguidos y ocultos de ayer buscaban con ahínco a sus presas y anteriores verdugos para interpretar con ellos su mismo papel. Los moros satisfacían sus ansias de sexo y riquezas, violando y saqueando todo lo que encontraban a su paso. Eran los más odiados y temidos por la población perseguida. Hubo crueldad por ambas partes, como ocurre en toda guerra y más aún cuando se trata de una “civil”, aunque ignoro la razón de llamar de esta manera al enfrentamiento de bandos uniformados y sometidos a una disciplina militar, más o menos conseguida y con pocos rasgos de civismo entre sus participantes. Me resulta incomprensible que perdure el rencor entre los supervivientes y descendientes de ese enfrentamiento, alentado incluso con ese macabro invento de la “memoria histórica”, cuando el conflicto se debería encontrar clasificado como un lamentable episodio de nuestro pasado. Más aún, sabiendo que hubo familiares opuestos políticamente y hasta enfrentados y luchando entre ellos. La familia de don Juan no fue una excepción. Un primo hermano de su mujer, Manuel Muñoz Martínez, fue diputado radical socialista por Cádiz en las legislativas de 1931 y 1933 y por Izquierda Republicana en 1936 y llegó a ostentar el cargo de Director General de Seguridad cuando Azaña, de su mismo partido, ocupaba la presidencia de la República. Llegó al grado 33 de la Masonería y hasta designado, pero no elegido, para el de Gran Maestre Nacional. Junto a Carrillo, se le atribuye el lamentable suceso de Paracuellos del Jarama y su intervención para ordenar la ejecución de Ramiro de Maeztu y Ramiro Ledesma Ramos, el fundador de las J.O.N.S. y aliado político de José Antonio y su Falange Española, junto a otros treinta detenidos de la cárcel de Ventas y ejecutados en el cementerio de Aravaca. Incluso en la detención y ejecución del célebre autor don Pedro Muñoz Seca, que hizo galas de su humor e ironía en los últimos momentos de su preciada vida. Responsabilidades que he sacado de la lectura de varios libros especializados en este periodo de nuestra Historia y que yo, un criorrillo entonces, no tengo fundamentos para opinar, afirmar o desmentir por mi cuenta. Aunque si puedo confirmar su alto cargo junto a Azaña en esta azarosa época y su pertenencia destacada a la Masonería. Por esta causa, su anciana madre y toda su familia residente en Chiclana, ajenas a las veleidades políticas del reseñado, sufrieron dura y humillante prisión junto a las más peligrosas y marginadas reclusas, entre las que dominaban milicianas radicales y degeneradas prostitutas, para ofrecer mayor escarnio y tortura a la inocente familia condenada. Sorprendente que estas mujeres consideradas insensibles y peligrosas la trataran con enorme consideración y celosa solicitud, dando una lección de sensibilidad a los falangistas que las habían detenido y custodiaban. Mientras su tío se hallaba en el vértice del poder, un sobrino carnal llamado Manuel por él, era aclamado y enterrado en Chiclana con todos los honores oficiales y públicos, ondear de banderas y acompañamiento de banda de música, al haber sido el primer caído de la Falange chiclanera en el frente. Ironías de la vida, cuando sus padres, tías y abuela, estaban encarceladas por sus compañeros de partido. Dominada la ciudad por el bando nacional, fue izada de nuevo la Bandera rojo y gualda en el balcón principal del Ayuntamiento, escoltada por la roja y negra con el yugo y las cinco flechas de la Falange y la blanca con la Cruz aspada en rojo de los Requetés. Los retratos y leyendas sobre Franco y su cruzada, dominaban las fachadas y locales comerciales. A don Juan le diagnostican un cáncer de pulmón y le garantizan un máximo de seis meses de vida. Nada dice a sus hijos, para evitarle el sufrimiento. A solas con su atribulada mujer se dispone a enfrentarse con ese trágico y próximo futuro. Tiene que dejar su puesto en el Ayuntamiento y pasar los meses de vida que le quedan encerrado en su domicilio y postrado en una butaca, cuando le permiten levantarse de la cama. Lo que no han sido capaces de lograr las diversas vicisitudes políticas de la Monarquía, la República, el Frente Popular y el nuevo Régimen, lo consigue esta inesperada y terrible enfermedad. Le visitan a menudo amigos, conocidos y hasta trabajadores que le respetan y aprecian. Un amigo de la familia le indica que debe poner sus bienes libres y bien protegidos, para no perjudicar a su mujer e hijos. Al parecer, existe cierto asunto en un banco de Cádiz, en sociedad con un hermano que se halla en zona roja y por ello no se pudo finiquitar ni solucionar correctamente. Para un abogado como él resultaría un trámite de fácil realización. Sin embargo, no acepta el consejo, ya que el propietario y director de la entidad es un gran amigo y hombre de palabra y le ha garantizado que esperará al regreso de su hermano para solucionar el asunto. --He de presentarme muy pronto ante Dios y quiero hacerlo libre de chanchullos y falsedades, con la conciencia tranquila, que ha sido mi meta toda la vida y no quiero fallar a última hora. Además, tengo la promesa formal de ese amigo y sé que no hará daño a mi familia. Esperará al regreso de mi hermano. De nada sirvieron los intentos y advertencias del amigo, conocedor de la hipocresía y cinismo del banquero. Murió con la serenidad y el conformismo que sólo pueden albergar los que van limpios de mezquindades y serenos de remordimientos, porque su vida había sido un claro y magnífico ejemplo de bondad, tranquilidad de conciencia y fe ciega en el Más Allá, gracias a la profunda sinceridad de sus creencias. Días antes, llevan a sus hijos pequeños a casa de unos vecinos. Su muerte y entierro constituye una impresionante manifestación de duelo popular y oficial en todo el pueblo y los que llegan desde otros lugares y de la misma capital. Entre éstos se encuentra el famoso banquero que antes de testimoniar el pésame a la viuda, se acerca al registro y toma nota de las propiedades familiares. Días más tarde, si previo aviso ni ofrecer una posible solución a la familia, procede judicialmente y ocasiona el embargo de todas las pertenencias incluida la casa donde viven, sin haber podido atenuar la huella del difunto y ocultar sus numerosos recuerdos. Una dolorida mujer y sus cinco pequeños, el mayor de trece años, quedan en el más absoluto y traicionero desamparo ya que las propiedades se devalúan en las tasaciones judiciales mientras los gastos se multiplican exageradamente. Cuando los hijos regresan al hogar y advierten el sillón del padre vacío, preguntan por él. Una de las criadas les dice que se ha ido al cielo. Los dos pequeños corren rápidos hacia el balcón y miran fijamente las nubes que ese día, 8 de marzo de 1937, aparecen dispersas rompiendo el monótono azul que domina las alturas. Contemplando detenidamente una de ellas, que el pequeño señala con su dedito como si reconociera en ella algo especial, exclama convencido… --¡Si, mira, allí en esa nube va mi papá!. A lo mejor era verdad y una de las estrellas que esa noche iluminaban el firmamento brilló con más intensidad al recibir el influjo de ese ser tan excepcional. Dada su corta edad no lloró mucho. No podía imaginarse la tragedia tan enorme que se iniciaba en su vida en todos los aspectos. Sólo gritaba llamándolo con la ilusionada y vana esperanza de que ese ataúd blanco, vaporoso y volante le devolviera a su padre. Don Juan era mi padre y el iluso pequeñajo de cuatro años era yo. Con él perdimos también una vida cómoda y privilegiada social y económicamente, pero ganamos el ejemplo inolvidable que nos legó ese ser tan especial que hoy, a los setenta años de su muerte, me sigue causando uno de los mayores orgullos. La herencia más valiosa que pudo dejarnos. Perdonen este testimonio y homenaje personal pero me sentía en deuda con este ser que Dios me asignó para que yo naciera a la vida y se que allá donde se encuentre continuará intercediendo y protegiendo a los que tan pronto nos vimos obligados a su ausencia definitiva.

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