lunes, marzo 05, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Pocos y costeros

martes 6 de marzo de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Pocos y costeros
La radiografía poblacional del país que ayer veíamos en estas páginas nuestras abona dos tesis de dos autores situados en campos políticos diferentes. Una de ellas es de índole administrativa, y la otra atañe a la normativa electoral. Ambas han sido desdeñadas, a pesar de estar inspiradas por un indiscutible sentido común.
Es el alcalde de Lalín el que lleva tiempo clamando en el desierto por la agrupación de municipios. No faltan respuestas llenas de simpatía hacia esta versión de la concentración parcelaria, pero nadie se atreve a dar un paso al frente, tal vez porque estamos ante el típico asunto que convertiría en mártir al pionero, aunque después, post mortem, todo el mundo lo alabe.
En el fondo todo el mundo sabe que los minifundios en Galicia sólo se superan por decreto, lo cual vale tanto para los de tipo agrario, los financieros o los municipales. Hablando de los financieros, todavía está fresco el recuerdo de la fusión de las cajas sureñas, cuyo éxito no se debe a la mano invisible pregonada por Adam Smith, sino a la visible influencia de la Xunta.
Estaban claras las sinergias de la operación, las ventajas que iba a reportar, la importancia de que el país contara con otra caja de dimensiones internacionales, y aún así, las resistencias fueron enormes. Aplicando el cuento a la idea de Crespo, nadie parece discutir que exista una Santa Compaña de concellos fantasmales, nominales y ficticios que viven de la caridad administrativa, y cuyos alcaldes invierten la mayor parte de sus desvelos en apostarse a las puertas de la Diputación para dar lástima.
Por mucho que eso sea verdad, tiene más fuerza la idea que vincula el municipio con la tierra, y no con las personas. De acuerdo con esta visión, los vecinos serían prescindibles. Pero no hace falta llegar al extremo de imaginarse consistorios sin nadie dentro; basta con prestar atención al padrón y comprobar que en Galicia ya hay uno de sólo doscientas trece almas, y a la baja.
Es curioso que esa prioridad de la tierra sobre la gente fundamente el rechazo a otra propuesta que vino de la mano del conselleiro de Presidencia. Gritos de anatema y rasgamientos de vestiduras siguieron a la presentación en sociedad de una reforma electoral que adecuaba los escaños a la demografía, una vez comprobado que la demografía no se ajustaba a los escaños.
La resistencia estaría justificada si aquí hubiese habido un Stalin o un Pol Pot que hubieran decretado forzosos nomadismos desde el interior de Galicia hacia la franja costera. No hay tal cosa. El paso de una economía agraria con mano de obra intensiva, a otra industrial y de servicios, hace inevitable que el país sufra los mismos desplazamientos de población que ya se produjeron antes, libremente, en otros sitios.
Aferrarse entonces a un sistema electoral que se llama proporcional, pero que es desproporcionado, sólo sería admisible si contar con más diputados atrajera más vecinos, lo cual está por probar. Si agrupar municipios agónicos parece una exigencia de la eficacia administrativa, adecuar los escaños a la población es un requisito democrático. Aún así, tanto la iniciativa de Crespo como la de Méndez se rechazan, y por el mismo motivo: primar ferrado sobre habitante.
De todas maneras, esa radiografía poblacional es concluyente. Puede gustar o no que los gallegos se hayan reacomodado así, pero ni siquiera aquellos a los que les desagrada saben decirnos cómo evitarlo. Que admitan al menos que ni el traje administrativo, ni el electoral, es el adecuado.

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