viernes, marzo 09, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Alcaldes constructivos

CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Alcaldes constructivos
En la promiscuidad constructora de ciertos alcaldes hemos pasado por varias fases. En la primera, tiempo ha, se consideraba un pecado nefando, y en consecuencia los pecadores se escondían avergonzados. En ese periodo virginal, los partidos solían ser estrictos, actuando de inmediato contra el infractor, en parte por convicción y en parte por miedo a una sociedad que no toleraba semejantes mezcolanzas.
Superada esa etapa, se llega a otra en la que prolifera el testaferro. El regidor tiene a personas de confianza, ligadas a él mediante entramados societarios. Poca gente conoce ese mundo sumergido donde se conecta ladrillo y bastón de mando, y cuando algún indicio sale a la superficie, no faltan ciudadanos que lo consideran un plus asumible si el alcalde lo hace bien.
Gestión y ética se bifurcan, y así llegamos al momento actual. Los alcaldes promotores, o los promotores alcaldes, ni se esconden, ni recurren a empresas sumergidas; admiten abiertamente el pluriempleo cuando alguien los señala con el dedo. No falta día en que no salga uno más del armario. Ninguno parece avergonzado o arrepentido.
Por el momento, se trata de regidores locales que tienen promotoras o constructoras, pero no sería de extrañar que empezasen a aparecer constructores que en secreto ocupan alcaldías. Tal vez esta evolución del problema que estamos describiendo no haya llegado a su punto culminante, que sería la modificación del régimen local para establecer que no se puede presidir un Ayuntamiento sin ser un promotor como Dios manda, con intereses en el municipio.
Superado el puritanismo de los primeros años de la democracia, parece exagerado seguir manteniendo que los alcaldes dedicados al negocio del ladrillo sean poco íntegros. Más bien es la suya una prueba de amor a su tierra, a la que no sólo entregan su capacidad política, sino también su destreza como impulsores de operaciones inmobiliarias. Construyen el futuro, por decirlo con un eslogan muy socorrido.
Alguien medio convencido por esta idea objetará que en todo caso no parece ético que un alcalde como el de Arteixo se conceda licencias a sí mismo. Hay que disentir de esta quisquillosa apostilla. Que el señor Pose se pida la licencia es una muestra de que estamos ante un empresario legal; que el alcalde Pose se la otorgue, y sin pedir nada a cambio, no deja lugar a dudas sobre su objetividad. Así lo entiende la dirección de su partido, que no ve impedimento en que siga manejando ladrillo y bastón.
De aquel periodo inicial se ha perdido la vergüenza de los implicados, el rigor de los partidos y a lo peor, también, el espíritu crítico de la sociedad. Esa connivencia se extiende por diversos territorios e ideologías, y curiosamente ciertas direcciones partidarias entienden que soportar a un Pose es menos oneroso que darle a elegir entre sus dos ocupaciones. Dicho de otra forma: creen los aparatos que la defensa de la ética deja de ser electoralmente rentable.
¿Tienen razón? Veamos. El ciudadano sigue pensando que eso es inadmisible, pero está cansado de que cosas así sucedan sin que pase nada. A fuerza de conocer casos impunes y amparados por los partidos, acaba aceptando que es lo normal, y establece dos categorías. En una pone a los regidores que han sido señalados, o que han confesado su pluriempleo, y en la otra a los que todavía lo mantienen oculto. De lo cual se deduce que la idea de obligar a los constructores a ser alcaldes, o viceversa, no es descabellada, sino muy constructiva.

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