viernes 3 de octubre de 2008
Apuntaciones en torno del matrimonio, la separación, el divorcio, la nulidad...
Antonio Castro Villacañas
F ÉLIX ARBOLÍ, como siempre tiene el ojo avizor sobre cuánto nos rodea, es decir, sobre la actualidad social y política, nos regaló el pasado sábado 27 uno de sus artículos, siempre más que estimables tanto por su redacción como por su intención, esta vez titulado "El elitismo en la nulidad eclesiástica" movido por la falsa noticia de que la Infanta Elena había decidido solicitar en el Tribunal de la Rota la nulidad de su matrimonio con don Álvaro de Marichalar. Dos inteligentes comentarios, uno de Ismael Medina y otro firmado por el seudónimo "Jaimón y yo", consiguieron disipar en nuestro Foro parte de los recelos y la indignación de Arbolí por el posible preferente trato a la solicitud de esa nulidad. Cuatro veces he intentado yo participar en ese foro con la esperanza de añadir algo nuevo en torno a uno de los fenómenos sociales -la ruptura de matrimonios- más importantes de nuestra época. Las cuatro veces -dos el sábado, otras dos el domingo- ha sido rechazado el texto escrito para dicho foro, mucho me temo que no por su contenido ni por quien lo firma sino por mi inaptitud técnica en el campo de la electrónica, el internet y sus demás satélites o planetas. Esta es la razón de que hoy dedique mis habituales apuntaciones a complementar lo que antes y mejor que yo han escrito ya las tres plumas --Arbolí, Jaimón e Ismael- citadas.
Mi aportación consiste en recordar que el matrimonio es ante todo y sobre todo "algo" que afecta esencialmente solo a dos personas: un Adán y una Eva. Y que el matrimonio nace, se mantiene y se extingue en torno a la mutua voluntad de compartir sus vidas. Eva y Adán "se casan" en cuanto deciden "vivir juntos" el resto de sus días, y "se descasan" tan pronto como por cualquier motivo legítimo o ilegítimo cualquiera de ellos quiere recuperar su independencia. Usando el lenguaje popular de nuestros días, en cuanto se dan cuenta de que su inicial "ligue", por esencia fugitivo y superficial, ha dejado se ser "la ligazón" profunda y duradera que causó y produjo "el amor" una vez superada la primitiva forma de ser un sencillo "amorío"...
El matrimonio, recuerdo, afecta esencialmente tan solo a dos personas, la mujer y el hombre "casados", es decir, que comparten "casa" (aunque sea tan solo un cuarto), "residencia" (no un espacio transitorio, llámese habitación de hotel, pieza de burdel o lugar de cita) y "vida", conjunto de situaciones rutinarias e imprevistas, felices y dolorosas, positivas o no, que conforman las veinticuatro horas de cada día. Pero afecta algo también a mucha otra gente. Por ejemplo, antes del "casamiento", a los "casamenteros", tipo humano que bien merece su propio análisis; a los amigos profundos o íntimos de la Eva y el Adán de turno; por supuesto, a sus respectivos padres y familiares; y hasta a sus vecinos de vivienda y/o trabajo... Por eso antes del matrimonio, salvo casos excepcionales, se da y produce "el noviazgo", situación y tiempo que tiene variados aspectos diferentes y complementarios, de los cuales resalto ahora estos dos: uno, lo que tiene de progresivo avance en el conocimiento recíproco, material y espiritual, de los novios; y otro, lo que también tiene de progresiva presentación social del proyecto de convivencia de la pareja, primero a los amigos, luego -cuando ya es algo serio- a las familias- etc. Parece evidente que después de la boda son los hijos, si existen, quienes en todos los aspectos son -fuera de los esposos- las personas más afectadas por la existencia del matrimonio, su ruptura y su desaparición.
Estas repercusiones "sociales" de algo tan íntimo y personal como es el que un hombre y una mujer compartan noches y días bajo un mismo techo, es lo que explica y justifica la intervención del Estado y de la Iglesia -de cualquier tipo de Estado y de cualquier forma de Iglesia- en el enlace y desenlace de las parejas humanas a lo largo de la historia. Desde que por intervención divina dejamos de ser animales y empezamos a ser personas hasta nuestros días, en todas partes y con diversidad de formalidades y ritos el Poder Político y el Poder Espiritual han intervenido en las bodas. No para casar o descasar a nadie, pues repito que eso es algo tan esencial e íntimo que sólo pueden hacerlo los contrayentes, sino para ser "testigos" y "registradores" del deseo y la voluntad de cuantas Evas y Adanes expresaron con palabras y hechos su decisión de sobrepasar y superar un inicial "ligue" amoroso mediante su transformación en una "coyuntura" vital consistente en algo tan maravilloso como es el "hacer un amor", su amor, su irrepetible, indescriptible, íntimo, privado, modo de ser una sola persona sin dejar por ello de ser dos esencialmente distintas y auténticas. Porque la diferencia entre un "plan" -cualquiera que sea su duración e intensidad- y un "matrimonio" reside en que la pareja de amantes vive aquél para "hacer el amor" en un plano única y exclusivamente sexual, mientras que los bien casados se apoyan en él para construir un bloque de afectos y relaciones superadores de la inevitable decadencia del inicial deseo, de modo que siguen "haciendo su amor" aunque se les haya pasado el tiempo de hacerlo en su base puramente física. Ya nos advirtió Unamuno que el amor de los esposos se transforma poco a poco en dejar de sentir el deseo de poseer carnalmente al cónyugue en cuanto se le ve o se le toca, para convertirse en el sentimiento de advertir en tu propia carne los dolores y sufrimientos de la que ya no deseas poseer puesto que no la sientes como ajena.
"Hacer el amor" es un acto fruto de un instinto animal tan fugaz como placentero. "Hacer un amor" es tarea prolongada y humana basada en el común ejercicio del sexo y en la inteligente aportación de ternura y afecto antes y después de que el sexo pueda ejercitarse. Hay quien dice que cada orgasmo es una instantánea de la felicidad eterna... Me aventuro a decir que el amor conyugal es una muestra, una prueba, de buena parte de la convivencia que nos espera mas allá de la muerte.
Es curioso que las separaciones, los divorcios, las nulidades, se hayan "puesto de moda" en los últimos tiempos hasta valorarse -en ciertos medios y ambientes- más que la permanencia de la mutua entrega... Se pueden contar con los dedos de una mano las noticias referentes a la celebración de "bodas de oro" matrimoniales, a pesar de que gracias a Dios los humanos vivimos ahora mucho más tiempo que nuestros antepasados. Quizás por eso mismo, porque la muerte física tarda hoy mucho más que antes en separar a los cónyuges, las rupturas del vínculo se produzcan en cuanto aparecen los primeros síntomas de la muerte del sexo...
Arbolí ha abierto la puerta a mil comentarios posibles sobre el amor y la muerte. ¿Qué edad tendrían Adán y Eva cuando Dios los puso frente a frente para que ellos se juntaran, "se ayuntaran", hasta que la muerte viniera a separarles? ¿A qué edad murieron? Romeo y Julieta, símbolos de amor y de pareja, eran quinceañeros cuando la muerte llegaba en torno a los cuarenta.
La regenta y madame Bobary, ejemplo de separadas y adúlteras, andaban entre treinta y cuarenta cuando la gente se moría a partir de los cincuenta. La vida dura hoy en las sociedades avanzadas una media de 80 años, y avanzará hasta los 90 y algo más antes de que llegue el siglo XXII... Si no se enseña a la gente a "hacer su amor", ¿será factible que el vínculo matrimonial dure mayoritariamente hasta que lo rompa la muerte?
Termino. La Iglesia y el Estado no casan ni descasan. Son simples notarios y registradores de la voluntad de adanes y evas. Eva y Adán pueden con relativa facilidad engañarles al principio o al final de su amor. Sólo Adán y Eva son responsables de cómo empezaron a hacerlo y de cómo lo fueron deshaciendo.
Se me ocurren algunas cosas más, pero no quiero ser pesado. Me parece que por ahora ya he escrito bastante.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4849
jueves, octubre 02, 2008
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1 comentario:
Castro Villacañas y Medina Cruz, grandes periodistas
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