La crisis entra ya en la despensa
VALENTÍ PUIG
Jueves, 02-10-08
ZAPATERO bordó la cenefa relativista al decir que es un tema opinable si hay crisis o no hay crisis. Según el relativismo nada es verdad porque todas las verdades valen lo mismo. Poco más tarde, España ha registrado el paro más alto en la Unión Europea -un 11,3 por ciento-, las ventas de coches bajan un 32 por ciento y el euríbor está en máximos históricos: en el promedio de hipotecas, el coste es de 58 euros más al mes. La crisis ya está en la despensa. Quedan reservas de optimismo antropológico en el zapaterismo, pero la presencia racionalizadora de Pedro Solbes pierde fuelle. Andamos a tientas y a ciegas, sin abordar la verdad intricada de lo que está ocurriendo en la economía. Es sensación de desalojo. Paradójicamente, cunde la desazón económica pero pasan casi desapercibidos unos presupuestos generales que son como los telones de fondo que se ponían al paso de Catalina de Rusia para que no viera la precariedad de sus súbditos.
Al final, como es habitual, quien va a pagar los platos rotos es la clase media. Cuando acabe la crisis, la sociedad española no será la misma que ahora. El paro generado por la crisis de 1993 fue un golpe que la familia española supo absorber y eso la transformó de modo significativo. Ciertamente, el impacto de la crisis actual, a dos pasos de la recesión mundial y con contracción cierta en la eurozona, todavía es incalculable, pero indudablemente algo va ser distinto en aquella parte de la sociedad española -entre 20 y algo más de 40 años, pongamos- que ha vivido décadas de dulce capacidad adquisitiva, de dos o tres coches por familia, de vacaciones exóticas, «masters» de especialización y una cierta garantía de tener un trabajo. Los modos y ecos de la insatisfacción pueden tener muy diversa expresión y consecuencia política. El temor de las autoridades a un incremento de inseguridad ciudadana algo tendrá que ver, en parte, con la inmigración, un rasgo de la España de inicios de siglo. En caso de borrasca, no nos preguntamos hacia dónde va nuestro tiempo. Un paro masivo puede descabezar ilusiones y proyectos. No serán cambios agradables. Vendría la añoranza de lo que fue temporada como de gastos pagados.
Aunque sólo sea a modo de analogía, es ilustrativo lo que se llama el «momento Minsky», de raigambre keynesiana. Según esta teoría, la combinación de mercados financieros con un período de crecimiento de baja inflación y tipos de interés también bajos hace inevitable la crisis porque gobiernos, bancos, clientes y consumidores se permiten un exceso de complacencia. En realidad, se trata de saber gestionar el riesgo en aquellos momentos en que una fase prolongada de prosperidad puede acabar mal porque la especulación ha recurrido a dosis desorbitadas de dinero prestado. Es el colapso del crédito y la liquidez, dicen los analistas económicos. Es algo que quizá tengamos que aprender ahora, aunque sea un poco tarde. Desde luego, no se aprende dando la culpa a George W. Bush ni a Wall Street. Miles de profesionales autónomos -por ejemplo- están esperando otra explicación, quieren que alguien les pormenorice la verdad. Quién sabe si al final instituiremos agencias de calificación para certificar cuáles son los baremos de verdad con que los líderes políticos explican la crisis y proponen salidas.
En épocas de crecimiento como la reciente, uno no acostumbra a pensar en pasado mañana. En plena crisis, la memoria no alcanza hasta más allá de ayer. Puesto que los ciclos electorales y los ciclos económicos no siempre coinciden, tanto el castigo por el apuro generado como la recompensa por la solución activada son de efecto discrecional. Nadie sabe lo que nos espera la final del túnel. Tras la llamada «exuberancia irracional» aparece una inquietud inclasificable, políticamente ambivalente, socialmente indefinida. El irrealismo presupuestario del Gobierno socialista coincide con la táctica tan a corto plazo de desplazar el origen de la crisis hacia los vicios del capitalismo. Pero no hay sustituto posible, salvo el nuevo socialismo de Chávez y los modelos autocráticos, para la experimentada combinación de economía de mercado y Estado de Derecho. Lo que hace falta es vitaminar la confianza en los mercados y meter en la cárcel a algunos sujetos de Wall Street.
vpuig@abc.es
http://www.abc.es/20081002/opinion-firmas/crisis-entra-despensa-20081002.html
miércoles, octubre 01, 2008
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