domingo, octubre 19, 2008

Tomas Cuesta, Rajoy y el Titanic

Rajoy y el Titanic

TOMÁS CUESTA

Lunes, 20-10-08
LA noche en que el Titanic se abismó en el sepulcro del océano, el teniente Lightoller fue el único miembro de la tripulación que consiguió sobrevivir a la tragedia. Tras salvar el pellejo, sin embargo, le tocaba salvar su dignidad y achicar los rumores sobre su comportamiento. Según las ordenanzas, su obligación era encontrarse en el fondo del mar y echándose una risas con los peces: «Dónde están las llaves, matarile-rile-rile. Dónde están las llaves, matarile-rile-ron». Pero el caso es que se encontraba en tierra, entero y verdadero, aunque amarrado al palo mayor de la sospecha. O bien era un cobarde de la peor especie, o bien era culpable de haber desperdiciado una ocasión que ni pintada de morir heroicamente. Porque los «gentlemen», al cabo, la diñan cuando deben y cuando así lo exige la etiqueta. No como el populacho que se muere a deshoras y cuando no le queda otro remedio. De todas formas, para darse de bruces contra un muro de hielo y alcanzar a contárselo a los nietos se necesita haber nacido con estrella. En cambio, para salir indemne de la galerna con peluca de la Justicia inglesa hay que echarle bemoles y no incurrir en titubeos. El teniente Lightoller (interrogado por el juez sobre las circunstancias en las que se escaqueó del buque y hurtó el bulto al infierno) desarmó al tribunal con un alarde de franqueza: «Yo no abandoné mi barco, señoría. Mi barco me abandonó a mí». Pleito resuelto.
María San Gil -que este fin de semana ha recibido un homenaje por parte del sector díscolo de sus antiguos compañeros- podría formular un testimonio idéntico a cuenta del Titanic de la calle Génova. Ella permaneció a bordo del navío mientras la tempestad del odio barría las cubiertas. Soportó los embates de la ruindad moral y la mezquina indiferencia. Mantuvo firme el rumbo aunque lloviera plomo y no hubiera otro cielo que un ocaso perpetuo. Arrumbó en un baúl los sufrimientos propios (tuvo que ser en un baúl, pues sin baúl no hay marinero) para ofrecer albergue a la desdicha ajena. Y se negó a arriar el pabellón de la sonrisa por mucho que arreciara la tormenta. Las sonrisas son lúcidas o necias, honestas o embusteras. La de María San Gil tiene la fuerza remansada de quien viene de lejos. Del que sabe que el valor es refractario a las baladronadas y a los aspavientos. De aquel que ya ha aprendido que el coraje se acaba sublimando en la paciencia.
El teniente Lightoller no huyó de su nave, pero su nave le dijo adiós muy buenas. María San Gil no desertó de su partido. Su partido desertó de su ideario y la empujó a hacer el petate y a marcharse del puente. En el PP (igual que en el Titanic: lagarto, lagarto y más lagarto, por lagartones que no sea) los oficiales tienen un compromiso inexcusable con su nutrida -y sufrida- dotación y con el conjunto de los pasajeros. Responden ante los militantes sin galones y ante la masa esperanzada de votantes a pelo de que les llevarán al puerto convenido, no al atracadero que al capitán se le apetezca. Han firmado un contrato en el que en un principio (principios y valores, reza la cantinela) no debería haber letra pequeña. Sin embargo, mientras los iceberg abruman el Atlántico y el barómetro desciende a la bodega, la orquesta ataca un vals y los bailones intercambian chaquetas y parejas. No hay nadie dispuesto a ensuciarse las manos echándole carbón a las calderas. Nadie que meta presión al «bateau ivre» que zarandean a su antojo los elementos del Gobierno.
A Mariano Rajoy, naturalmente, se la traen al pairo los versos de Rimbaud y el barquichuelo ebrio. La poesía es un tic del aznarismo y, además, no monta en bicicleta. Olvidémonos, pues, del estallido de los rayos, de las trombas funestas, del crepitar de las resacas, de la voracidad de las corrientes. Él está al mando de un paquebote insumergible que puede gobernar con un par de grumetes y un oficial (el de derrota) que asegura que don Mariano es Nelson. ¿Y los Lightoller? ¿Y las María San Gil? Ahí se quedan.

http://www.abc.es/20081020/opinion-firmas/rajoy-titanic-20081020.html

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