Silencio
03.10.2008
FERNANDO LUIS RUIZ PIÑEIRO| MAGISTRADO
JESÚS FERREROL a experiencia diaria nos indica que el ruido es uno de nuestros más fieles y asiduos compañeros. Ya desde que uno abre los ojos por la mañana se hace acompañar de un programa de radio, del llanto de un hijo, de la vorágine -no silenciosa- de poner en marcha el hogar, la propia casa. Una serie de actos repetitivos que forman la costumbre diaria de cada jornada. Luego viene la ruidosa calle, la visita al café o bar donde se toma un mágico elixir que nos pone a tono. El ruido de la oficina, colegio, centro comercial y un sinfín de lugares que ocupan los quehaceres de cada cual y que suelen terminar a última hora de la tarde o de la noche. Entonces viene la relajación de una cierta tranquilidad que suele ocuparse con la televisión, Internet o la radio, hasta que llega el momento de acostarse y reponer fuerzas para el inicio de una nueva jornada parecida a la anterior.
El ruido, efectivamente, convive con nosotros o, mejor dicho, nuestra forma de vida es ruidosa. La sociedad actual genera un nivel de decibelios que nuestros oídos se han acostumbrado a soportar. Pero no es tanto el nivel de decibelios lo que debe preocuparnos, en lo que ahora nos interesa, sino la actitud tan extendida de dejarnos llevar por la 'vorágine' de todos los días. Parece que la vida tiene unos carriles por los que la persona circula a diario, sin variaciones aparentes. Todo está encorsetado, programado. Incluso programamos las vacaciones, como una forma de salir de la monotonía, de lo repetitivo de todo el curso, sin darnos cuenta que las propias vacaciones, muchas veces, también están milimétricamente programadas. Siempre ruido, movimiento, actividad, estrés...
Pero no es del ruido, ni de la vorágine, de lo que quiero plasmar mi parecer, sino de su contrario: del silencio. Decía Chesterton que «el hombre pierde su humanidad cuando pierde la capacidad de aislarse, de quedarse solo». Hace muchos años tuve ocasión de leer un párrafo de un libro, cuyo título y autor no retengo en la memoria. En dicho texto se venía a decir que, desde que nacemos, el ruido (también el activismo) es parte de nosotros y el silencio que teníamos en el seno materno lo perdemos. El texto terminaba afirmando con rotundidad que debíamos buscar el silencio, 'atrapar' el silencio, pues sólo en él es donde podíamos encontrar nuestra verdadera esencia. En realidad se está diciendo lo mismo. La capacidad de aislarse o quedarse solo a que se refiere Chesterton no es distinta a la capacidad de 'atrapar' el silencio. Me parece una reflexión muy interesante.
Llevados por una dinámica cada vez más estresante, lo cierto es que la persona, cada persona, ríe, llora, discute, se alegra y tantas otras cosas que 'surgen' de la vida misma, de forma casi automática, no demasiado reflexiva. A veces, da la sensación de que la persona se convierte en un 'apagafuegos' en función de las circunstancias concretas de cada jornada. Parece que los acontecimientos se suceden sin que tengamos capacidad para detenerlos, siquiera momentáneamente, y dirigirlos por nosotros mismos. Parece que los acontecimientos son los que guían nuestro devenir, sin posibilidad de intervención por nuestra parte. Es como si estuviéramos metidos en una rueda que no para de girar, como si hubiéramos nacido ya dentro de la rueda y no tuviéramos posibilidad de pararla.
De alguna forma se genera el hábito de la huida, la evasión, de no querer escuchar a los demás y, lo que también es grave, no querer 'escucharse a sí mismo'. Lo vemos a diario: las personas no tienen opinión propia, se dejan llevar como un rebaño, se creen todo lo que dice un periódico, televisión o radio, sin la más mínima actitud reflexiva.
erleau-Ponty habla del «transcurso veloz de las imágenes en nuestra civilización» y cómo este transcurso veloz nos introduce en una dinámica de desear ver las imágenes, pero derivándonos hacia la inacción y la pasividad. Anhelamos ver las imágenes, «incluso nuestra propia imagen, pero no el ser y mucho menos nuestro verdadero ser». Para Lyotard, «el silencio es un gran espacio en la vida profunda del hombre, un espacio sagrado, creador, pulsante».
Sólo cuando nos detenemos en nuestro ruidoso quehacer diario y nos paramos a reflexionar sobre nosotros mismos es cuando somos capaces de descubrir quiénes somos. La persona necesita, aunque sólo sea esporádicamente, el silencio. Los hombres que no pueden escuchar su silencio carecen de música interior que les vivifique, en terminología de Sloterdijk, pues se pierde la relación de «uno consigo mismo», si no se escucha el silencio no existe pensamiento como diálogo interior. Escucharse a sí mismo es «el fundamento de toda intimidad y por tanto lo determinante de todo espacio propiamente humano».
El silencio viene a ser esa actitud personal de aislarse de lo que nos rodea, parar el activismo cotidiano, reflexionar sobre 'lo que nos ocurre'. Es en el silencio provocado de propósito, el silencio que buscamos como necesidad, donde podemos descubrir aquello que forma parte de nosotros y no tiene materialidad, no es espacio ni tiempo, y define de forma más plena nuestro propio existir, nuestro propio ser. En el silencio podemos abrirnos a espacios infinitos, en expresión que rememora a Pascal.
Cuando nos 'aislamos' comenzamos a adquirir la conciencia de nuestra propia realidad, no la del Hombre en general, sino la individual de cada uno. Hay que detenerse a reflexionar sobre uno mismo. Hay que salir del conjunto, de la masa. Si la Humanidad es una «paradójica pluralidad de seres únicos», cada ser único debe darse a sí mismo su propia respuesta.
La persona que se 'aísla' es capaz de descubrir que no sólo tiene cuerpo, es cuerpo, pues la expresión 'yo soy mi cuerpo' se queda en un plano reducido, muy pobre, de la realidad. Aislarse es descubrir que la persona sólo es más persona en la medida que adquiere conciencia de su propia realidad abierta. Si escuchamos nuestro diálogo interior nos plantearemos, casi de forma inevitable, los grandes interrogantes de nuestra existencia. Interrogantes que nos piden, de forma imperiosa, una respuesta, nuestra respuesta personal, íntima, la de cada uno de nosotros.
Atrapemos el silencio. Reflexionemos. Pensemos cómo ha sido nuestra vida hasta este momento y cómo debe ser en el futuro. Paremos, momentáneamente, la rueda y hagámonos nuestras propias preguntas, las personales de cada uno, pues acabaremos encontrando nuestras propias respuestas, también personales.
Y, casi sin darte cuenta, llegarás al umbral de espacios infinitos. Tocarás lo que no es espacio ni tiempo, lo que no tiene materialidad pero está dentro de nosotros. Y, de pronto, te darás cuenta de que lo que hasta ahora te preocupaba tiene una importancia muy relativa, que sólo es una parte, muy pequeña e incluso intrascendente, de un trayecto cuya meta empezará a plantearte los verdaderos interrogantes de tu existencia.
Atrapa tu silencio y encontrarás tu verdadera esencia.
http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20081003/opinion/silencio-20081003.html
jueves, octubre 02, 2008
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