martes, octubre 21, 2008

Oscar Rivas, Sindicatos, los lacayos del poder

martes 21 de octubre de 2008
Oscar Rivas | Sindicatos, los lacayos del poder

Publicado por Redacción13 Octubre 2008

Los sindicatos no están por la labor de dificultarle las cosas al Gobierno. Y mucho menos, claro, de montarle movilizaciones. Prefieren ponérselo fácil. Asumen que el otoño será caliente para los españoles, pero no que por ello haya de serlo también para Zapatero. ¿Acaso el gobierno va a tener la culpa de todo lo que suceda en España? Nada. “Hay que estar unidos”, Fidalgo dixit. Para eso están los amigos, le faltó añadir al secretario general de CCOO. Todo un detalle de camaradería partidista; todo un alarde de comprensión, que, a buen seguro, no sería tal si en lugar de gobernar el PSOE fuera el PP quien ocupara La Moncloa ¿Se imaginan lo que sucedería de darse tal hipótesis en un contexto como el actual?

En ese caso, que nadie lo dude, no habría lugar para la camaradería, como tampoco lo habría para la lealtad, por muy gobierno que fuera. Y, desde luego, a nadie se le ocurriría hablar de unión. Habida cuenta de que la derecha, no es considerado un adversario por la izquierda; que, hoy como ayer, como hace ochenta años, es y será siempre el enemigo a batir, pactar con ella equivaldría para un sindicalista, poco menos que a hacerlo con el diablo. Significaría deshonrar uno de los principios fundamentales del credo estalinista: el que aconseja aniquilarla. No, no nos equivoquemos. El buen camarada aborrece a la derecha, al menos con la misma intensidad con la que ésta persigue su aceptación.

Si en lugar de Zapatero, el presidente lo fuera hoy un Rajoy cualquiera, la consigna sería salir a la calle; calentarle el otoño al gobierno; movilizarse hasta provocar el desequilibrio, hasta conseguir el caos. No tardarían en quitarle el bozal a los viejos doberman, esos piquetes cuyo principal fin es el de “informar” a los ciudadanos, ya sea con la fuerza de la razón, o con la del palo, que -todo sea dicho- es la que mejor se le da. Baste ver la persecución fascista con la que, día sí, día también, presionan al gobierno de Esperanza Aguirre, para barruntar lo que hubiera ocurrido en España de haber ganado el PP.
Es evidente que el exceso de sectarismo impide a nuestros sindicatos abrazar el más discreto sentido patriótico. Con todo, no es ésta su mayor inconveniencia. La verdadera paradoja reside en que ni siquiera son capaces de defender los derechos e intereses de ese trabajador al que dicen representar. Si al menos dependieran de sus afiliados, se lo pensarían; pero ni siquiera. Lo cierto es que poco le importa a Méndez y a Hidalgo que los niveles de afiliación rocen lo grotesco. Nada de eso les incumbe. Lo relevante, para ellos, es que las partidas presupuestarias –que es de lo que viven- les permitan seguir llenando las alforjas.

En cuanto a los derechos del trabajador ¿cómo habrían de defenderlos? Nada más alejado del obrero que un sindical; mientras que aquél vive de su esfuerzo; éste ha hecho del ocio su oficio. Además, ¿cuánto hace que el sindicalista abandonó la clase trabajadora -que dejó de trabajar incluso- para erigirse en esa casta intocable en que se ha convertido hoy? Ni el más viejo del lugar podría recordarlo.

Vaya usted a cualquier empresa e intente hablar con el delegado sindical. Superada la primera dificultad de encontrarle en su puesto de trabajo, verá que su figura no es solo tan temida como la del mal empresario; es que goza incluso de más poder que éste

Amamantada al calor del pesebre y adulada, de manera interesada, por un poder que, cuando es de izquierdas, la sabe suya, la casta sindical vive tan embriagada de privilegios, que poco o nada puede interesarle la verdadera realidad del trabajador.

Habría que remontarse muchas décadas en el tiempo para recordar una situación de precariedad equiparable a la que vive hoy el trabajador. Y no es esto lo peor. Lo chocante de verdad es que esta precariedad encuentra su paralelismo en la fortaleza de los sindicatos. Cuanto más sólido es el estatus del sindicalista, más débil resulta el del trabajador.

Hoy España genera dos mil parados al día, y suma y sigue. La clase media se empobrece a pasos agigantados, y los pobres de solemnidad amenazan con ser multitud. ¿Y qué hacen, mientras, los sindicatos? Lo de siempre. Mirar para otro lado. Adular al poder y vivir del cuento. Pudieron elegir entre defender al débil o servir al poderoso y lo hicieron. De vocación vasalla, este es el verdadero rostro del sindicalismo de clase. Los lacayos del poder. Manda huevos.

http://www.minutodigital.com/articulos/2008/10/13/oscar-rivas-sindicatos-los-lacayos-del-poder/

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