jueves 23 de octubre de 2008
Garzón quiere ser ‘superjuez’
José Meléndez
L OS “jueces estrella” son una subespecie dentro del siempre difícil y complicado entramado de la judicatura y amenaza con erosionar el importante carácter que tiene un juez, como administrador de la Justicia, de velar por las leyes que amparan los derechos y obligaciones de una sociedad que sin el obligado cumplimiento de ellas estaría enferma y a merced de los desaprensivos sin escrúpulos. Comenzaron con la actuación del juez Manglano en el proceso contra los políticos populares Naseiro y Palop, a finales del siglo pasado y la enorme resonancia mediática que obtuvo ese juez provinciano y oscuro, indujo a otros a seguir su ejemplo, buscando la constante aparición en los titulares de prensa. Y el que mejor ha transitado por ese camino es Baltasar Garzón.
Para su próximo diccionario, la Real Academia Española de la Lengua no necesita meterse en prolijas descripciones de lo que significan los vocablos “ególatra”, “orgulloso” y “ambicioso”. Le basta con poner Baltasar Garzón y todos entenderán lo que quieren decir. Garzón ha hecho de su afán de protagonismo una rara virtud que le lleva a acometer las mas impensables empresas jurídicas y Dios debería tener cuidado porque se puede encontrar con que, en el momento oportuno, el juez Garzón se declare competente para presidir el Tribunal que habrá de juzgarnos a todos en el día del Juicio Final.
La trayectoria profesional de Baltasar Garzón es un tanto sinuosa. Después de haber sido jaleado en el primer sumario en que intervino contra los narcotraficantes gallegos, resultó que muchos de estos –su capo incluido- tuvieron que ser absueltos porque en el sumario instruído había errores y no se habían sustanciado las pruebas presentadas, fallo que se subsanó posteriormente y ahora los delincuentes están en la cárcel. Sus ambiciones políticas han parecido en algún momento superiores a las profesionales y Felipe González se aprovechó de ellas y su popularidad para llevarlo en sus listas electorales como número dos por Madrid. Garzón aspiraba al ministerio de Justicia, pero González, mucho mas listo y astuto que Zapatero, no atendió sus deseos después de haberle sacado el provecho electoral que buscaba y Garzón volvió a la judicatura con el decidido doble propósito de buscar notoriedad y satisfacer sus afanes ideológicos. Y se metió en empresas tan descabelladas como el procesamiento de Augusto Pinochet, el de actores de la dominación militar en Argentina, sus intentos de procesar al ex Secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger como supuesto instaurador de las dictaduras militares de los años setenta en America Latina en lo que se llamó la “operación Cóndor” y sus intentos de procesar al italiano Silvio Berlusconi y ahora, como colofón de su cruzada, quiere procesar al general Franco y al franquismo. Pero ante este alarde de izquierdismo entreverado de vanidad, cabe preguntarse: si se considera vengador de los atentados contra la humanidad, ¿por qué no ha intentado otra “operación Cóndor” para procesar a Lenin como instigador y a Stalin como ejecutor del genocidio soviético, o al siniestro Pol Pot de los jemeres rojos en Camboya o a Fidel Castro por su constante quebrantamiento de los derechos civiles?.
Tanto él como Zapatero parecen estar tocados por el virus de la megalomanía y hermanados en el máximo objetivo que les es común: ganar la Guerra Civil en los despachos, setenta años después de haberla perdido, eximidos de la etiqueta de derrotados porque en esa contienda, por razón de edad, ellos estaban todavía en el limbo.
Aparte de lo irrealizable de su empeño, la forma de tratar de conseguirlo es perversa por dos razones principales: porque puede volver a abrir las heridas restañadas que produjo una guerra cruel y fraticida y porque usan para ello los muertos de solo un bando, el suyo, Ese ha sido el principal fracaso de la ley de Memoria Histórica de Zapatero, que languidece hasta el agotamiento de la que no pueden sacarla los esfuerzos baldíos de los cientos de asociaciones que han proliferado porque en este terreno las cosechas de la izquierda son abundantes. Pero esa ley, que ha causado una repulsa general entre los historiadores y las gentes que todavía no han perdido el sentido común y disfrutan de los beneficios de la Transición democrática, necesitaba una cobertura legal y Baltasar Garzón ha tratado de dársela con un auto que puede quedar como modelo de lo que es retorcer y deformar las líneas que ha de seguir el ordenamiento jurídico. El fracaso de la Memoria Histórica de Zapatero estriba en el carácter sectario de su aplicación, reivindicando los derechos de los fusilados y represaliados de un bando e ignorando a los del otro. Y Garzón, en su auto trata de arreglar el desaguisado reconociendo que, efectivamente, hubo fusilados y represaliados en la zona republicana, pero no los incluye porque “los vencedores ya se encargaron en su día de hacer justicia”. Esta es una de las enormes y rechazables contradicciones del auto de un juez que no ha podido disimular sus motivaciones ideológicas por encima de la rectitud jurídica. ¿Cómo puede hacer justicia un régimen al que él le niega toda autoridad legal y le acusa de genodicio?. ¿Quién ha hecho justicia a los fusilados –probablemente unos 6.000- que fueron llevados por el SIM de todos los lugares de la España republicana a Alcalá de Henares para ser ejecutados en los desmontes de Paracuellos?. El dedo histórico apunta a Santiago Carrillo como máximo responsable por su cargo de comisario de Seguridad, pero se dice que Adolfo Suárez tuvo que prometerle inmunidad a cambio del acatamiento del Partido Comunista a la Transición. ¿Quién ha hecho justicia a los militares que fueron fusilados en el destructor “España 3”y arrojados al mar –uno de ellos un tío mío- en aguas del puerto de Almería? ¿Qué ocurre con la fosa común descubierta hace varios meses en Alcalá de Henares, repleta de huesos de fusilados por los republicanos y de los que todavía no se ha hecho nada ni se ha procedido a las tareas de identificación?
La egolatría de Garzón es infinita y acaba de dar la última prueba de ella al convertir su auto en sumario para así ganar tiempo ante el recurso que contra el acaba de presentar el Fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza. Este fiscal sustenta su recusación en argumentos jurídicos muy sólidos, como de querer abrir una inquisición general de la Guerra Civil por supuestos delitos que ya han prescrito y están inmersos en una norma con rango de ley como es la Ley de Amnistía de 1.977, aprobada por las primeras Cortes democráticas de la Transición y que representó el final legal y consensuado de una terrible tragedia que nunca debió producirse. Además, el fiscal Zaragoza niega la competencia jurídica de Baltasar Garzón para instruir unos procesos que, en todo caso, deben ser incoados por los juzgados locales donde ocurrieron esos delitos. El recurso es razonado y exacto en la observancia de los límites que debe tener un órgano juridisccional, pero a Garzón no lo detiene nadie y los desenterramientos comenzarán en menos de tres semanas, con lo que el impacto mediático está asegurado.
Nos encontramos ante un juez que quiere convertirse en “superjuez”, pero que con rebuscados recursos jurídicos se ha quedado en un Juan Simón de la judicatura, pero al revés.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4874
miércoles, octubre 22, 2008
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