miércoles, octubre 22, 2008

Jose Luis Peñalva, La adultera

'La adúltera'

23.10.2008

JOSÉ LUIS PEÑALVA

E l conócete a ti mismo es para Borges un viaje al interior. Tampoco estoy muy seguro, como él, de si nuestro universo es un cosmos o un caos. Viendo la campaña americana, modestamente, me inclino por el caos. Una nube de personajillos insidiosos poniendo la zancadilla a la ilusión. Eso es lo que me jode. Y la contraofensiva telefónica de McCain, llamando a Obama terrorista por su asociación con individuos umbríos, me parece tan infame como si le llamara negro e intentara aventar su voto por el color. Bueno, en realidad, eso me parecería más sincero y honorable, más propio, cómo decirles, de un veterano de Vietnam acostumbrado a tenerlas tiesas con la dificultad.
Richardson ha dicho que McCain es un hombre perpetuamente cabreado. Lo que me parece la peor condición de un candidato y, desde luego, no creo que le ayude a ganar. Cuando la gente está confinada en el gueto de la desesperanza a lo que aspira es a alguien que le redima de la tristeza, aunque sólo sea con juegos de magia. Y nunca al cenizo. Parafraseando a Powell, que ha vuelto a la religión verdadera, la de la propia conciencia: el papel del líder del siglo XXI es enseñar optimismo. Punto malo para el candidato republicano. En cuanto a la pureza, yo no sé por qué siempre me asustó como concepto: pureza de la raza, el pensamiento o la sangre. Quien cree en ello se aleja de la misericordia de la que hablaba Camus en 'La Peste', otra crisis muy superior a la económica, la crisis humana: veía que los hombres son más bien buenos que malos. «El vicio más desesperado es el de la ignorancia que cree saberlo todo y se autoriza entonces a matar, porque el alma del que mata es ciega y no hay verdadera bondad ni verdadero amor sino toda la clarividencia posible». 'La adúltera' de Manuel Vincent y su muerte por lapidación es otro buen ejemplo. Con la piedra en la mano todos comenzaron a explorar su conciencia, y los hombres descubrían en su interior sus deseos libidinosos. Todos dejaron caer la piedra al suelo menos uno, exento de culpa. Así, cuando la mujer levantó el rostro sólo quedaba aquel hombre casto con el brazo armado. «Mientras las cabras pedían clemencia, el hombre lapidó a la adúltera, llevado por la crueldad que nace de la propia pureza. Así se convirtió en asesino».

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20081023/mundo/adultera-20081023.html

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