Gilismo de anchoa
IGNACIO CAMACHO
Martes, 21-10-08
ESE hombrecillo tan simpático que va por ahí con una lata de anchoas de Santoña, presumiendo de hablar campechano y defender su terruño con un populismo de campanario de aldea, es el arquetipo de un modelo político que ha hecho fortuna en España a base de convertir el sistema electoral en un mercado negro. Los revillas proliferan en autonomías y municipios con sus partiditos regionales de mira estrecha, expertos en subastar su puñado de votos mediante pactos de conveniencia con los que, a imagen y semejanza de los nacionalismos de pata negra, exprimen el presupuesto y desarrollan rentables estructuras clientelares. Su estrategia se basa en la animadversión que se profesan las dos grandes fuerzas del bipartidismo, capaces de entregarles el poder de las taifas territoriales con tal de que no lo alcance el principal adversario. Les da igual pactar con la derecha que con la izquierda; siempre se las arreglan para convertir el centro en un gozne que gira engrasado con el lubricante de las poltronas, los cargos, las cajas de ahorro o el lápiz de recalificar.
En Cantabria, en Canarias, quizá pronto en Navarra, y desde luego en un montón de ciudades y pueblos con amplias expectativas de desarrollo urbanístico, esta gente ha convertido la política en una máquina registradora. Tontos no son, desde luego; se han fijado en el modelo fenicio que los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos han implantado en el escenario nacional desde que comenzó la democracia y lo han trasplantado a su pequeña escala, pero quedándose con la parte más sustanciosa del botín a cambio de no molestar a los socios en batallas mayores. Sus líderes postulan un desenfado castizo y populista, una variante del gilismo sin guayabera, y con su jovial profesión de fe aldeana apelan al instinto telúrico de un votante a menudo consternado por el abandono de los intereses de su tierra. En muchos lugares de España, los ciudadanos contemplan con sentimiento de agravio cómo los soberanistas se llevan al Gobierno de turno del ronzal para que les arrime inversiones y sinecuras con los que apaciguar su matraca, y de esa cierta envidia surge una clientela desengañada dispuesta a apostar por estos localismos de chequera, que con unos cuantos miles de votos se construyen corralitos de influencia al amparo de la generosa distribución de recursos que facilita el sistema autonómico.
Con el tirón mediático de su desinhibida jovialidad, que Zapatero jalea con complicidad cesárea, Revilla está componiendo un paradigma en el que se reflejan muchos revillitas dispuestos a orientarse por el resplandor de las prebendas. Les favorece la ley electoral y les impulsa el ejemplo chantajista de los nacionalismos identitarios. Hoy con unos, mañana con los otros, viven de la política como negocio y esconden en sus cajas de anchoas, espárragos o mojo picón un doble fondo en el que guardan la llave de sus pequeños feudos virreinales. Al fin y al cabo, se justifican, ellos rebañan el plato del poder sin poner en cuestión el concepto de España
http://www.abc.es/20081021/opinion-firmas/gilismo-anchoa-20081021.html
lunes, octubre 20, 2008
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