Política de etiquetas
FERNANDO FERNÁNDEZ
Viernes, 03-10-08
ESPAÑA tiene la tasa de paro más alta de Europa. Acumula del orden de cien mil parados más cada mes (95.367 en septiembre, para que nadie me llame exagerado). Aumentan los desempleados en todos los sectores y sobre todo entre aquellos que no tenían empleo anterior, es decir, crecen las dificultades de los jóvenes para entrar en el mundo laboral. Ni en sus mejores momentos, después de quince años de crecimiento, este país ha sido capaz de bajar la tasa de paro del 8 por ciento. Estados Unidos, en plena crisis financiera y descalabro económico, apenas llega al 6 por ciento del desempleo. Con estos datos uno pensaría que se podría abrir un debate serio sobre las características de nuestra economía y nuestro mercado de trabajo que explican este comportamiento diferencial tan negativo. Pero si queda algún ingenuo que pierda toda esperanza.
El Gobierno ha decidido matar el debate o, mejor aún, condenar a galeras, al infierno del ultraliberalismo a los que lo intenten. El PP promueve el despido libre y los socialistas aumentamos lo derechos sociales. Es la nueva doctrina oficial que ministros y asimilados han aprendido de memoria, con la misma devoción con la que estudiaron en su día el catecismo y con la que esperan que sus hijos devoren los manuales de Educación por la Ciudadanía. Y mientras tanto, el paro seguirá creciendo a un ritmo mensual parecido hasta echar por tierra todas las previsiones del Presupuesto.
No crean que siempre tiene que ser así. Hay países donde los políticos miran los hechos y buscan respuestas, donde se preocupan de la gestión y no de la propaganda. Incluso países de larga tradición socialista; son precisamente los países nórdicos los que más han avanzado en acomodar su modelo social a las realidades de un nuevo mundo en el que Europa ya es sólo un jugador marginal. Fue Tony Blair, del que Zapatero sólo recuerda la foto de las Azores pero que hizo historia en el laborismo británico, el que sorprendió al Parlamento Europeo con su afirmación de que es necesario replantearse el contrato social europeo, que parece más preocupado de asegurar a todo trabajador la subvención de su desempleo que de garantizarle su derecho a un puesto de trabajo. Hubo incluso un tiempo lejano en el que los socialistas españoles se preocupaban de estas cosas y querían entender cómo funcionaba el mercado de trabajo y cómo podía reducirse el desempleo. Fue cuando Felipe González dijo aquello de que lo importante es que los gatos cacen ratones, no que sean de izquierdas o que los tengamos en casa por cuotas. Empecé a ocuparme de estas cosas de la economía en aquellos tiempos en que Almunia era ministro del ramo y tuve la fortuna de participar siquiera como aprendiz en un gran esfuerzo social, político y académico por entender la naturaleza diferencial de nuestra sociedad que nos impedía crear empleo en cantidad suficiente. Fruto de ese esfuerzo son tres voluminosos libros, Estudios de Economía del Trabajo en España, publicados primorosamente por el Centro de Publicaciones del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social dirigido por Luis Sastrón. Que alguien los vuela a leer por favor. Descubrirá que ya estaban entonces todos los debates planteados y todas las alternativas estudiadas. De ahí nació un proceso de liberalización del mercado de trabajo español que con mayor o menor intensidad, más o menos consenso social y cambiante acierto político explica gran parte del éxito económico de este país. Un proceso que exige hoy plantearse la reducción del coste del despido, de los más altos de Europa, y de las cuotas a la Seguridad Social, un absurdo impuesto a la creación de empleo. Una exigencia que no desaparecerá por mucho que nos empeñemos en pintarla de reaccionaria o fascista.
En aquellos tiempos de la Transición, el presidente Zapatero no había nacido políticamente ni los socialistas habían descubierto a los neocons y a los ultraliberales para sustituir al Lucifer de sus lecturas infantiles. Todos estábamos curados de franquismo y segundorepublicanismo. En aquella época, los medios de comunicación se creían obligados a orientar a la opinión pública desde una determinada familia ideológica amplia, pero no se consideraban al servicio de un personaje político concreto. Eran tiempos en que se discutía de ideas, de políticas, de sustancia, no de adjetivos ni etiquetas. O al menos así me gusta recordarlo.
http://www.abc.es/20081003/opinion-firmas/politica-etiquetas-20081003.html
jueves, octubre 02, 2008
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