martes, enero 15, 2008

Alvaro Delgado Gal, Choque de teologias

martes 15 de enero de 2008
Choque de teologías
LA manifestación convocada por el Arzobispado de Madrid en defensa de la familia ha desencadenado dos procesos asimétricos. El Gobierno y el Partido Socialista consideraron oportuno imputar la iniciativa a un PP emboscado, y se levantó un revuelo que nos tuvo entretenidos durante un rato pero del que no quedará apenas memoria así que pasen unas semanas. El segundo desarrollo es mucho más interesante. Hemos presenciado el choque de dos teologías, la expresa y palmaria de la Iglesia, y la implícita de la izquierda. Por «implícita», debe entenderse aquí «invisible», y no sólo «invisible» sino, además, «reprimida», en la acepción freudiana del término. La izquierda viene padeciendo una Verdrängung, una coerción interna, que le oculta las raíces de su propio pensamiento. Como es usual en los episodios represivos, la idea expulsada de la conciencia pervive en estratos más profundos y puja por dar señales de sí a través de conductas y manifestaciones cuyo significado confunde al observador casual e intriga al analista. Anticipo también que los obispos sufrieron un despiste notable, al que me referiré más tarde. Pero conviene discutir el asunto por sus pasos contados.
Sin asomo de duda, los prelados se echaron a la calle en nombre de la lex naturalis. La doctrina de la Iglesia nos habla de un orden cósmico que la razón puede aprehender y cuya autoridad ha de predominar sobre los decretos del soberano. Los vientos conservadores que soplan desde Roma han acentuado esta visión, históricamente muy asentada. Ahora bien, todavía la han acentuado más algunas acciones legislativas concretas, verbigracia, la referida al matrimonio entre homosexuales. El punto realmente contencioso no es si se debe o no tolerar la homosexualidad. Esto es importante, aunque no es lo más importante. Lo grave, desde la perspectiva católica ortodoxa, es que se hayan puesto en pie de igualdad un artificio institucional -la consagración de uniones entre personas de un mismo sexo-, y un hecho, el matrimonio, que la sociedad sanciona pero cuyo fin, la procreación, es anterior a las decisiones y arbitrios del magistrado. La postura de la jerarquía, por tanto, es clara, y en absoluto nueva. Cabría añadir que es clara, precisamente en la medida en que no es nueva.
El Partido Socialista contraatacó con un documento -Las cosas en su sitio- del que entresaco la afirmación siguiente: «...es la sociedad la que tiene, a través de sus representantes, la potestad de ordenar los principios de libertad y convivencia para todos los ciudadanos». Permítanme que haga una apostilla a esta aseveración, y luego, apoyándome en ella, una segunda apostilla. La fórmula usada en el documento abunda en la tesis talismán del presidente: la de que el objetivo principal del Gobierno es la multiplicación de los derechos. La tesis, no obstante, es incompleta, o mejor, equívoca. ¿Por qué? Porque no está claro en qué consiste ese objetivo. Podría ser el de reconocer derechos que han asistido a los hombres desde siempre, pero que, en algunos casos, sólo se pueden garantizar de modo efectivo dentro de un contexto político -en esta línea se sitúa la lectura que Thomas Paine realiza de la Déclaration des Droits de l´homme et du citoyen de 1789-; o pudiera ser que se nos estuviese hablando de la creación de derechos, es decir, de títulos o franquías radicalmente inexistentes hasta su alumbramiento mediante un acto de la voluntad democrática. La primera interpretación coloca a los prelados en una posición cómoda respecto del Gobierno. La razón es simple: los prelados estarían en grado de alegar que determinados derechos, verbigracia, el de los homosexuales a contraer matrimonio, son una fantasía, puro flatus vocis, y resultan, en consecuencia, irreconocibles por definición. La interpretación alternativa, sin embargo, complica las cosas. Si los derechos son susceptibles de ser creados, será fácil que la crítica a tal o cual derecho específico se perciba, no como una impugnación del derecho en sí, sino de la legitimidad del soberano democrático para engendrarlo.
En mi opinión, el Partido Socialista ha emplazado la polémica en los términos que se corresponden con la segunda interpretación. Lo revela su insistencia en hablar de una irrupción de la Iglesia en terrenos que deberían ser monopolio del legislativo. Y lo sugiere el lenguaje empleado. La voz «ordenar» -«la sociedad, a través de sus representantes, tiene la potestad de ordenar los principios de la libertad», etc...- significa, sí, «poner en orden». Pero se refiere, igualmente, a «imponer». Lo más probable es que los autores del texto emanado de Ferraz hayan tenido presentes las dos acepciones, o las hayan revuelto sin advertir que son distintas. Nos encontraríamos en definitiva con que el pueblo, a través de mandatarios elegidos con arreglo a procedimientos democráticos, está facultado para erigir derechos de nueva planta. Y que esta potestad no debe ser contestada apelando a la autoridad de factores extrínsecos. Comprendiendo entre los tales, no sólo agentes humanos -el Papa, monseñor Rouco-, sino el propio Derecho Natural.
¿Entonces? Pues hemos rebotado en una teología rival de la tomista: la teología hobbesiana. Para Hobbes, es el soberano, es decir, Leviatán, quien debe definir lo que es un derecho o no lo es, o lo que es bueno o es malo. Resulta crucial apreciar dos extremos. El primero, es que no importa qué forma constitucional revista Leviatán. Leviatán puede ser el rey absoluto, pero también una aristocracia o una asamblea democrática. El segundo, es que el hobbesianismo integra la transliteración directa, al plano político, de las teologías voluntaristas que desde antiguo se han opuesto a la tomista. Según los teólogos de cuño voluntarista, sólo tiene sentido hablar del bien o del mal moral, cuando se presupone una ley que prohíbe ciertas cosas y ordena otras. La ley, a su vez, presupone una fuente o instancia superior, que en este caso es Dios. Al cabo, serán moralmente buenas las cosas que Dios quiere -y decreta- que sean buenas. Leviatán es a sus súbditos lo que Dios a sus criaturas. Y la democracia es también a los ciudadanos lo que Dios a sus criaturas, si se atiene uno a una lectura extrema, aunque de ninguna manera outrée, de cierto pensamiento socialista. Cerremos el círculo. Hobbes preconiza que la Iglesia quede sujeta a la autoridad secular. Y el PSOE, ídem de ídem. Los liberales, dicho sea de paso, no admitirían que la Iglesia, atribuyéndose el papel de intérprete de la lex naturalis, dispusiera qué entra o no entra en los derechos. La diferencia, es que los liberales tampoco reconocen esa potestad a una asamblea legislativa. Por eso son liberales, y no hobbesianos.
Vayamos al curioso acto fallido de uno de los prelados durante la manifestación del 30 de diciembre. El autor del desliz fue García-Gasco, quien dijo que las iniciativas del Gobierno podrían conducir a la disolución de la democracia. García-Gasco olvidó que él había acudido en defensa de un presunto orden natural y no de la democracia, la cual no está menos expuesta a entrar en conflicto violento con dicho orden, que una dictadura fascista o comunista. Tanto García-Gasco, como Zapatero, deberían leer a Hobbes. Comprenderían mejor lo que piensan. Y al tiempo, lo que sienten.
ÁLVARO DELGADO-GAL
http://www.abc.es/20080115/opinion-la-tercera/choque-teologias_200801150247.html

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