martes 29 de enero de 2008
Riesgos del PP en embriaguez
VALENTÍ PUIG
FUE casi como de repente que el Partido Popular comenzó a creerse que efectivamente podría ganar en marzo. Algunas piezas del mecano se recompusieron en las manos de Mariano Rajoy. Eso es la política, veleidosa, tornadiza, traicionera. Ha sido parecido a aquellos pases magnéticos que se exhibían en las tertulias ilustradas como precursores de la hipnosis. Levántate y anda. Pasó el juicio del 11-M, desfilaron las manifestaciones varias, quedó claro que Zapatero había negociado con ETA, el tándem Gallardón-Aguirre está en el banquillo y ya se divisa que el modelo territorial no será el eje de la campaña electoral. Por un enésimo efecto de las hipotecas-basura norteamericanas, la economía ocupa de nuevo el centro del escenario. Pizarro anda de oficial de máquinas y Rajoy está en la cámara de estrategias con las cartas de navegación, incluso jubiloso, como si notificar las veces que Zapatero le lió en el pasado le vaya a mantener vacunado en el futuro.
En determinados estadios de la ilusión antes del parto, los síntomas son confundibles con una leve embriaguez, como les ocurre a los recién enamorados inmediatamente después del flechazo. En política, la embriaguez es desaconsejable, por transitoria que sea. Desde luego, el estado dionisíaco es incluso reprobable, pero no parece propensión del prudente Rajoy. También es cierto que genera un efecto positivo y de movilización expansiva pedirle el voto al elector dándole la sensación de que votará caballo ganador. Eso galvaniza el voto fiel y atrae votos volanderos y, en este caso, incide con probabilidad en los caladeros del centro. El riesgo está en la eventualidad de las expresiones y gestos incontrolados -excesivos- que son propios de la más ligera embriaguez política. Para ganar hay que creérselo, pero con templanza.
El grado de desentendimiento de Zapatero respecto a la economía es elevadísimo y flagrante. En eso no engaña: él no había dado un paso adelante en la acción política para ocuparse de las hipotecas. Jordi Sevilla le ofreció algunas sesiones didácticas, pero a Zapatero le urgía más hurgar en la memoria histórica, fundar una Alianza de Civilizaciones. En cuatro años, prácticamente nada de lo que ha dicho sobre materia económica tuvo la relevancia que se espera de un presidente de Gobierno. Quiso delegar todo eso en Miguel Sebastián, pero el mundo empresarial se lo desaconsejó. La opción Pedro Solbes era la menos mala: era la opción de la confianza, no la confianza de Zapatero, sino la de los mercados y de Bruselas. Pero cualquier Robín de los Bosques con cartera ministerial pudo inquietar a Solbes con gastos sociales sin control, con políticas sin respaldo presupuestario, con aventurismo de colegiales de la política.
Ahora el mundo va por otro lado. El temor a una recesión norteamericana impacta la economía global. En todas partes, la política vuelve a la economía. Rozamos en España los dos millones de parados. Los temores y pérdidas de los pequeños inversionistas españoles han sido tratados con la mayor torpeza por parte del gobierno socialista. En este momento es muy difícil calcular la repercusión electoral de ese error. Implica, además, la idea de que el PSOE sólo gobierna para los suyos, de nuevo para los descamisados y no para quienes generan movilidad social y riqueza gracias a su capacidad de ahorro. Cientos de miles de trabajadores autónomos atienden a las cotizaciones de Bolsa.
Según el Banco de España, la inversión media por familia es de 6.000 euros: en 2005, el 11,4 por ciento de las familias españolas tenía acciones cotizadas en Bolsa. Ahí depositaron sus ahorros. Otros tantos tienen la economía doméstica radicalmente pendiente de una hipoteca. Todos acostumbran a votar. Van entrando las huestes del PP en el gran caballo virtual de la economía para así apoderarse de la ciudad de Troya. En estos casos, lo más indicado es compensar el brío con la ecuanimidad, la tentación de la embriaguez con la noción de interés público, el afán de poder con la virtud de saber competir. Para quien quiera llegar a La Moncloa lo mejor es ir ligero de equipaje, sobrio y realista. No es el peor de los bagajes cuando hasta el último día existe el riesgo de perder.
vpuig@abc.es
http://www.abc.es/20080129/opinion-firmas/riesgos-embriaguez_200801290351.html
martes, enero 29, 2008
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