jueves 24 de enero de 2008
HULA GIRLS
Una joya capriana venida de Japón
Por Juan Orellana
El cineasta japonés Lee Sang-il, con una corta carrera a sus espaldas como director y guionista, triunfó hace dos años con Hula girls (Hula gâru), un interesante film que llega a España con casi dos años de retraso. La película ganó cuatro premios de la Academia del Cine de Japón, concretamente a la mejor película, mejor director, mejor guión y mejor actriz de reparto.
La película recrea unos acontecimientos reales ocurridos en la aldea minera nipona de Iwaki en 1965, cuando la Joban Coal Mining Company, una de las grandes empresas mineras del Imperio, fue obligada a reducir drásticamente su plantilla por la reconversión industrial. Para intentar paliar el desastre humano de despidos masivos, la compañía emprendió el proyecto de construir una especie de parque temático hawaiano en Iwaki. La atracción principal del parque temático debía ser la danza hula, y para ello se contrató a una profesora de Tokio para enseñar el baile a las hijas de los mineros. Pero no todos en el pueblo veían con buenos ojos esa iniciativa tan "atrevida" y en apariencia tan frívola. Actualmente, el Parque Hawaiano Joban se conoce como Spa Resort Hawaiians.
El film, que recuerda mucho a aquel británico de Tocando el viento (Mark Herman, 1997) por la problemática que plantea y su tratamiento, quiere hacer una crítica al inmovilismo y a la interpretación reductiva e ideológica de las tradiciones. El miedo a hacer algo distinto de lo que se ha hecho siempre es el obstáculo principal al que deben hacer frente las improvisadas bailarinas que protagonizan el film. En este caso es el protagonismo social de la mujer lo que provoca reacciones de rechazo. Pero no pensemos que se trata del típico argumento feminista lastrado por propuestas ideológicas. Su tono inclasificable, que combina el humor naif con el surrealismo y el drama social más crudo, habla del corazón humano en general, más que de dialécticas de género.
Los personajes son limpios, auténticos, y sólo buscan el bien y la felicidad, aunque sea torpemente. La joven Sanae (Eri Tokunaga) y su amiga Kimiko (Yu Aoi) protagonizan la trama más hermosa del film, que exalta la amistad y el amor por el destino del otro. La sofisticada Madoka Hirayama (Yasuko Matsuyuki), la profesora de baile, hace el camino inverso a los demás: viene del Tokio moderno, cínica y alcohólica, y en Iwaki descubre el valor de la educación, y descubriéndolo su vida se recompone. Otros personajes secundarios como Chiyo (Sumiko Fuji), la madre de Kimiko, así como su hermano mayor Yojiro (Etsushi Toyokawa) encarnan la posibilidad de cambio del corazón humano, un cambio que viene siempre después de haberse dejado sorprender por la realidad, más testaruda que las propias ideas.
Formalmente el film es un collage de estilos y géneros, y podemos encontrarnos tanto situaciones puramente surrealistas, casi sacadas de una comedia disparatada (la irrupción de la cuarta alumna, gigante y algo retrasada), como escenas del realismo social más duro (la paliza que recibe Sanae de manos de su padre borracho). Esta opción tan arriesgada funciona muy bien como caleidoscopio de contrastes culturales y como mirada poliédrica sobre la condición humana. Desde el punto de vista técnico, es muy convincente el trabajo de fotografía que contrasta el claroscuro de la mina con el colorido saturado de la danza hawayana. Este logro se debe a Hideo Yamamoto, un notorio iluminador que en Occidente es conocido por sus trabajos con Takeshi Kitano. También es excelente la ambientación y recreación de aquellos sucesos de la mano de Yohei Taneda, cuyo trabajo de diseñador destacó en las dos entregas de Kill Bill de Quentin Tarantino.
Una joyita entrañable y divertida, muy positiva y capriana en fondo y forma, que entronca con el mejor cine social europeo de sabor neorrealista.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234211
jueves, enero 24, 2008
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