lunes 28 de enero de 2008
CIENCIA
¿Acabarán pidiéndonos transgénicos?
Por Jorge Alcalde
Por mucho que les pese a los activistas de Greenpeace, las lechugas, los tomates y los corderos lechales están plagaítos de genes, y resulta que la ciencia es capaz de conocerlos, modificarlos, mejorarlos o silenciarlos con el fin de hacer progresar la agricultura y la ganadería.
El consenso científico en torno a la inocuidad y bondad de los alimentos mejorados genéticamente (conocidos como "transgénicos") es mucho mayor del que dicen que hay sobre el calentamiento global. Aun así, los políticos europeos (tan propensos a utilizar el papel de fumar para agarrar cosas que no son tabaco) siguen bogando en un mar de dudas y no se deciden a levantar las restricciones que pesan sobre estos organismos, que se vienen utilizando con profusión en EEUU desde hace décadas.
Ahora bien, puede que la ciencia empuje a los ecoalarmistas a un deseable pero no esperable ejercicio de coherencia intelectual. Al menos, si son ciertas las reflexiones que la semana pasada se vertían sobre la comunidad científica en un artículo publicado por la revista New Scientist.
Según datos de las propias organizaciones ecologistas, la agricultura tal y como la entendemos en el mundo occidental contribuye al calentamiento de la atmósfera más que los coches, los trenes, los barcos y los aviones juntos. La culpa la tiene el nitrógeno, un gas que se emite en grandes cantidades en los cultivos que recurren a fertilizantes nitrogenados. En concreto, estos compuestos agrícolas generan oxido nitroso, un gas de efecto invernadero muy notable.
La solución para este problema no pasa, como piden los verdes, por reducir la producción agrícola, gravar los productos contaminantes y volver a las cavernas de la agricultura ajena a la asistencia química. Sorprendentemente, la alternativa podría venir del uso masivo de semillas modificadas genéticamente.
La primera generación de cultivos transgénicos permitió la producción de maíces resistentes a las plagas de insectos, así como de tomates más tolerantes a los herbicidas. Una segunda generación traería a nuestros campos vegetales capaces de aguantar sequías prolongadas, de crecer en terrenos yermos sin necesidad de fertilizantes o de superar los rigores de un cambio repentino de las condiciones meteorológicas.
Estos productos podrían, por un lado, permitir a los agricultores mantener sus niveles de producción incluso en el peor de los escenarios previstos por los ecoalarmistas del cambio climático: si de verdad nos esperan tiempos de sequías, riadas y calores sofocantes, los sistemas actuales de cultivo están condenados al sufrimiento. Por otro lado, reducirían considerablemente las emisiones de óxido nitroso a la atmósfera, lo que a su vez provocaría una reducción del efecto invernadero.
Esta semana, la Comisión Europea ha hecho públicos sus planes estratégicos en materia de energía para la próxima década. Se pretende rebajar en un 20% las emisiones de CO2, y que las renovables representen el 20% de la generación de energía. Suena muy ecológicamente correcto (otra cosa es que sea viable). Para cerrar el círculo, ahí va mi cuarto a espadas: que los transgénicos representen el 20% de los cultivos cerealísticos en el territorio comunitario. No es una propuesta tan verde, pero seguro que sería eficaz.
La clave, según nos dice Meter Alhous en New Scientist, reside en convencer a los ecologistas de que la agricultura genética puede ser verde. Para ello, nada mejor que demostrar que se puede dar solución a los problemas medioambientales de manera económicamente (muy) eficaz. Pero quizá la clave fetén pase por evitar que los ecologistas sigan teniendo tanta importancia a la hora de tomar este tipo de decisiones políticas, económicas y científicas.
JORGE ALCALDE dirige y presenta en LDTV el programa VIVE LA CIENCIA.
http://findesemana.libertaddigital.com/articulo.php/1276234234
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario