jueves 24 de eenro de 2008
¿Puede o no ocuparse la Iglesia de Moral?
Ignacio San Miguel
E N la última confrontación de la Iglesia con el Gobierno, se han vertido sobre aquélla acusaciones que resultan escasamente sostenibles. En ocasiones han llegado a resultar risibles por su improcedencia. Y esto ha sido motivado por el afán del gobierno socialista de echar leña al fuego por causas que pueden ser varias.
Las acusaciones más anómalas, empujadas por la enorme concentración última en Madrid a favor de la familia cristiana, han sido que la Iglesia se he mezclado en política, en contra del Gobierno y a favor del partido de la oposición; añadiendo que si quiere intervenir en política que se registre como partido político, etc. Y esta acusación no es nueva. Se viene reiterando desde hace tiempo. Pero resulta escasamente comprensible suponer que los socialistas no sepan que la Iglesia se ha ocupado de la moral familiar desde sus orígenes. ¿Por qué debería ahora dejar de hacerlo?
Aunque a nivel parroquial, la apostasía silenciosa alcanza una vasta extensión, con lo que la doctrina tradicional católica resulta escamoteada y el clero no causa problemas a nadie, era lógico suponer que la alta jerarquía habría de ocuparse de temas tales como el aborto, el homosexualismo, etc. El decidir que esto es intervenir en política, nos lleva, por contra, a pensar si no será el Estado quien se ocupa indebidamente de cuestiones morales. En efecto ¿es que la Administración puede lógicamente decidir que una unión entre parejas del mismo sexo debe considerarse tan matrimonio como el tradicional entre hombre y mujer? ¿Una votación en el Congreso puede dirimir la cuestión? ¿Otra votación en el Congreso puede decidir sobre la vida o la muerte de seres humanos, abriendo la puerta al aborto masivo legalizado? ¿Y porque el parlamento haya dado su aprobación por un puñado de votos, ya nada hay que decir sobre la cuestión, y se ha convertido en un tema político y no puede ser objeto de controversia en otra instancia que no sea política? Podría aducirse en sentido contrario muy bien que la política se ha entrometido en temas que corresponden de pleno a la moral.
Sin embargo, es fácil comprender que aspectos morales que afectan a comportamientos sociales deben ser reglamentados jurídicamente. Y que los partidos políticos tengan, entonces, algo que decir al respecto, convenida su función legislativa a través de sus diputados. Pero lo que resulta absurdo es deducir que, una vez producida esa participación, una institución religiosa como es la Iglesia quede ipso facto fuera de juego; cuando, por tratarse de asuntos esencialmente morales, le afectan frontalmente.
Esto, que es fácilmente comprensible para una mente sencilla, no ha querido ser admitido por el gobierno ni por su partido, y han menudeado las declaraciones estridentes, lanzando acusaciones grotescas a la Iglesia de intromisión en el campo político. Puesto que es difícilmente admisible la ignorancia sobre la función de la Iglesia, todo apunta a algo deliberadamente provocativo, con vistas a radicalizar el ambiente. Parecen tener razón quienes piensan que, en vísperas de elecciones, se ha pretendido remover el tradicional radicalismo anticlerical presente en capas importantes de la población española. Resulta la explicación más lógica. Sin embargo, y debido al déficit de sutileza de esta operación, hay quien cree que pueda producirse un efecto bumerán. En efecto, al pueblo no le gusta que le tomen el pelo, y si percibe que se está abusando ostensiblemente de una institución como la Iglesia, que reacciona con mucha moderación, con el exclusivo objeto de dar carnaza a la fiera, es decir, al mismo pueblo (o a parte considerable de él)… puede ocurrir que éste reaccione de manera no prevista ni deseada.
La Iglesia lleva muchos años de decadencia, habiéndose reducido su influencia social grandemente. Si por algo se distingue desde hace tiempo es por su silencio ante abusos morales que bien exigirían que alzara la voz más de lo que lo hace. Su temor a un arrinconamiento total le ha llevado a huir de todo enfrentamiento con la sociedad laica obligándose a callar, callar siempre. Esta actitud humilde no le ha servido de nada. Se ha cumplido la ley de la vida. Cuando ha llegado el momento, ha recibido una rociada de críticas superior a la que hubiera recibido de haber mantenido siempre una actitud firme. No se entiende de otra forma la actitud de un José Blanco aconsejando a los obispos y al Papa que leyeran la Biblia. Estas chabacanerías grotescas sólo se explican si se parte de un menosprecio previo. Y este menosprecio ha sido fomentado y alentado por la actitud de humildad conciliadora citada. Nunca se dirá bastante que en tiempos de confrontación las posturas conciliadoras denotan cobardía y no otra cosa, y así son tomadas por el adversario. Porque una cosa es enfrentarse con la Iglesia, y, otra, hacerlo con chanzas despreciativas que denotan una infravaloración.
Acusarla de entrometerse en política es, si bien se mira, otra chanza, si tal cosa se hace por motivo de una concentración convocada en defensa de los valores familiares. En efecto, llegados a este punto, y si nos colocamos en el punto de vista del gobierno, habría que dirimir la cuestión de si la Iglesia tiene derecho o no a ocuparse de cuestiones morales. Porque podría darse el caso irrisorio, por ejemplo, de que si la Iglesia manifestase su habitual rechazo de la masturbación, entraría en colisión con la nueva asignatura “Educación para la ciudadanía”, lo que podría considerarse una nueva muestra de política antigubernamental.
Es tal el deseo avasallador de los gobernantes actuales de influir y controlar las conciencias de los ciudadanos, que lógicamente han de colisionar con las orientaciones religiosas tradicionales. Pretender, entonces, que es la Iglesia la que se interfiere en las decisiones políticas es más bien invertir los términos del problema. Pues es la Administración la que, promoviendo un modelo de sociedad nuevo, entra en colisión con la moral religiosa y hasta con la ley natural. Más correcto sería por parte de los gobernantes considerar respetuosamente la enorme multitud de los asistentes a la concentración que achacarla de forma descarada y patosa a maniobras políticas.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4401
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