jueves 31 de enero de 2008
4 MESES, 3 SEMANAS, 2 DÍAS
Una película antiabortista... ¿o no?
Por Juan Orellana
El cineasta rumano Cristian Mungiu ganó la Palma de Oro en el último Festival de Cannes con una película sobre el aborto tan radical como necesaria: 4 meses, 3 semanas, 2 días. Era la primera vez en 60 años que triunfaba una película rumana.
Que ganara ese premio, así como el Gran Premio Fipresci en el certamen donostiarra, es la prueba de que el film es susceptible de dos interpretaciones, aunque sólo una, la antiabortista, es la más coherente con los elementos del film. La otra sería la que ataca los abortos ilegales para defender la plena despenalización.
El argumento es muy sencillo: Otilia y Gabita comparten habitación en una residencia de estudiantes universitarias en una pequeña ciudad de Rumanía durante los últimos días del comunismo de Ceaucescu en los ochenta. Gabita se ha quedado embarazada y quiere abortar. Como el aborto es ilegal, se pone en contacto con una red clandestina que realiza abortos caseros en habitaciones de hotel. Otilia decide ayudarle en lo que será para ambas la experiencia más traumática e inhumana que hubieran podido imaginar.
4 meses, 3 semanas, 2 días forma parte de un proyecto titulado Relatos de la edad de oro, una historia subjetiva del comunismo en Rumanía contada mediante episodios urbanos cotidianos. El objetivo del proyecto es hablar de aquel periodo sin hacer referencias directas al comunismo, contando diferentes historias que enfoquen opciones personales en una era de infortunio en la que la gente tuvo que aprender a sobrevivir a menudo inhumanamente.
En 1966 se estableció en Rumanía una ley que prohibía el aborto. La tasa de natalidad creció y la media de niños por aula escolar pasó de 28 a 36. Según ha afirmado el director del film, cuando llegó el final de la era comunista, se cree que más de 500.000 mujeres habían muerto a causa de los abortos clandestinos. En aquel contexto político los abortistas pensaban que la interrupción del embarazo era un acto de rebelión y resistencia contra el régimen. Pero curiosamente, cuando cayó el muro y se legalizó el aborto, hubo casi un millón de abortos durante el primer año, más que en cualquier país de Europa. Actualmente hay más de 300.000 abortos al año. El problema no era político ni legal: era cultural.
Pero volviendo al film ¿trata el asunto desde una perspectiva legal o moral? Esta es la clave. Si analizamos las actitudes de la protagonista, Otilia, parece claro que la perspectiva es moral. Cuando a ella la vemos vomitar de espanto en algún momento de la película, no es porque le dé miedo cometer un acto ilegal, un delito, sino por la repugnancia humana que le provoca lo que está viendo y haciendo. La película no muestra el aborto como algo que contraviene unas normas, aunque sean morales, sino como algo que va directamente contra uno mismo, contra su vida, su bien, su naturaleza, sus deseos profundos. Se plantea como una violencia contra el propio corazón y contra la propia razón y conciencia. Por ello es inmoral.
Los personajes entran por un camino de infelicidad sórdida que no se cura por el hecho de que el aborto haya finalizado con éxito. El plano sostenido del feto envuelto en una toalla, lejos de caer en el sensacionalismo de ciertas campañas contra el aborto, muestra sencillamente a un diminuto ser humano, con su rostro y sus miembros. Viene a decir: esto es lo que se mata, sea a través de una acción legal o ilegal.
La película no juzga ni se ensaña con la mujer y su amiga. Al contrario, producen en el espectador mucha compasión. Son dos mujeres infelices, frágiles, que se vuelven más infelices aún. La cámara es así un testigo "neutral", que acompaña a nuestras protagonistas sin grandes énfasis, para que el espectador saque libremente sus propias conclusiones. Eso es lo que debe ser el cine, según Rossellini. De hecho, la opción del director de ofrecer ese final tan abierto y tan inconcluso evita ofrecer una moraleja final: quiere dar primacía a los hechos.
Hay que advertir que, aunque el film está espléndidamente realizado e interpretado (excelentes Anamaria Marinca y Laura Vasiliu), a la altura del mejor cine europeo actual, se trata de una cinta nada complaciente, que no va a regalar la vista y el oído del espectador, sino que le va a vapulear hasta conmoverle.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234244
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