jueves, septiembre 06, 2007

Hermann Tertsch, Comicios para calibrar peligros

jueves 6 de septiembre de 2007
Comicios para calibrar peligros

POR HERMANN TERTSCH
Es algo lamentable que tengamos que prestar una especial atención a unas elecciones legislativas como las que se celebran mañana en Marruecos porque no cumplen los mínimos requisitos para hacer respetable la competencia política ni sus resultados. Pero es inevitable que lo hagamos porque al menos nos pueden sugerir —o ayudar a aventurar— de qué direcciones nos pueden llegar más amenazas desde la desesperante realidad del vecino que es ya casi por definición el más problemático que hemos de tener en el futuro. El hecho de que nuestro presidente y el insólito ejercicio de estulticia política de su Gobierno nos estén granjeando hostilidades donde no las había y causando un inmenso daño a los intereses españoles en el Magreb no modifica este axioma de nuestra política exterior que no es de ahora.
Los marroquíes están convocados a unas urnas a las que muy probablemente acudan muy pocos debido a la muy lógica convicción imperante de que en un país en el que hay que hacer cola para muchas cosas resulta ocioso por no decir necio hacerlo por algo inútil. Para quienes la superación de los más simples retos de la vida cotidiana resulta casi una gesta casi equivale a un insulto convocarlos a una pantomima de la que emergerá un parlamento que apenas sirve como caja de resonancia de los apetitos del Rey y su corte que es ese difuso Majzen, el poder corrupto y arrogante del entorno real. Con sus 33 partidos legales, unos más corruptos y cautivos que otros, las posibilidades de expresión están en la sobria subordinación a la realidad existente con el voto al clientelismo puro y duro enmarcado en la ensalada de letras de nacionalistas y socialistas perfectamente intercambiables entre sí o el voto al islamismo legal del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), que confía en multiplicar su exigua mayoría en el Parlamento, que estaba en 42 escaños de los 325 escaños de una Cámara que sirve de poco más que de caja de resonancias para las campañas del entorno real.
Compra de votos
Así las cosas, ya parece claro que si el régimen no se deja llevar por la absoluta obscenidad en la manipulación y la compra de unos votos que se cotizan en torno a los 1.500 dirhams (14 euros), el PJD será la fuerza más votada, aunque dado el fraccionamiento de la Cámara esto puede suponer poco. Para la lucha real por el poder y el futuro de Marruecos estas elecciones son una nota a pie de página de la que se podrá deducir poco más que el ritmo del crecimiento de la desafección hacia la dictadura y su farsa de sistema multipartidista.
El entusiasmo a este lado del Estrecho por las reformas allende el mismo, que ha expresado en los últimos años ante todo nuestra diplomacia, sólo se nutría de consideraciones políticas internas españolas y era poco más que otra mentira en la obsesión del Gobierno socialista por desacreditar a los antecesores, incluso en una «realpolitik» con Rabat con posibilidades reales de haber rebajado las tendencias del Reino alauí a chantajear a España o situarla ante hechos consumados.
Si así hubiera sido probablemente el despotismo de Mohammed VI se hubiera visto debilitado y quizás obligado a mayores concesiones en reformas políticas internas reales hacia la democracia. Sin embargo, la condescendencia del Gobierno de Madrid hacia la satrapía marroquí —como hacia tantas otras— ha restado incentivos para cambios reales desde el poder absoluto del Monarca. Esto no ha aumentado el apoyo al régimen, pero debilitado las opciones democráticas a favor de la «otra alternativa» que es la islámica, aunque sea la tolerada. El papel del Rey como máxima autoridad religiosa ha evitado en Marruecos hasta ahora que los movimientos islamistas hayan presentado una opción de asalto total contra el Estado. Y el éxito habido en condiciones duras para el islamismo como ha sido el éxito del Partido por la Justicia y el Bienestar en Turquía ha favorecido la corriente para una expresión moderada del islamismo. Pero ni su éxito ni su fracaso suponen mayor esperanza para fomentar una voluntad de reformas que en Marruecos han de venir de dónde viene todo el poder, del Monarca absolutista.

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