domingo, septiembre 30, 2007

Ignacio Camacho, Vacio de poder

domingo 30 de septiembre de 2007
Vacío de poder

POR IGNACIO CAMACHO
NADA es casual, ni el azar es una ley capaz de dominar por sí sola los dictados de la política. Las cosas ocurren porque sobrevienen las circunstancias que las hacen posibles, porque se crean las condiciones favorables, porque alguien abre espacios para que otros los ocupen. Toda esta crisis institucional, esta falla agrietada en la estructura del Estado, esta quiebra amenazante que cuestiona de golpe el hecho nacional y su orden histórico no ha surgido de una malhadada acumulación de albures, sino que es consecuencia de una cadena de hechos y de omisiones que ha abierto el escenario de la ruptura mediante un manifiesto abandono de responsabilidades y un pavoroso vacío de poder.
La campaña de injurias contra la Corona y de agresiones a la efigie del monarca constitucional, la crecida radical del nacionalismo catalán, el hervor republicano de una cierta izquierda o el desafío secesionista de Ibarretxe no son sino consecuencias de una deriva de desvaríos en que el Gobierno de Zapatero ha incurrido desde su misma toma de posesión, un temerario juego de aventurerismo político que de repente aboca, ante el evidente agotamiento de su escasa consistencia, en una crisis estructural de primer orden. El cuestionamiento frívolo del concepto de la nación, el coqueteo confederalista, la alianza con los soberanistas más desapegados, el diálogo suicida con los asesinos, la ausencia de un proyecto nacional, el tacticismo como método y la quiebra del consenso mayoritario han provocado una situación de debilidad del Estado que ha sido inmediatamente percibido por los adversarios del modelo constitucional como el momento idóneo para lanzar un demarraje. Agotada la legislatura entre un marasmo de bandazos, indecisiones, rectificaciones y tumbos, Zapatero se enfrenta a un desafío para el que carece de autoridad moral, envergadura política y ambición histórica.
El órdago nacionalista se produce ante la certidumbre de un trance crítico en la solidez del Estado, licuado como plan colectivo entre un grave quebranto de su cohesión interna, la que proporcionaba el consenso de los grandes partidos nacionales. Por esa fisura se cuela el reto soberanista, aprovechando la existencia de un clima de desleimiento de los principios que le hacían frente en condiciones de relativa firmeza. Ante un Gobierno sin respaldos básicos, ante una sociedad dividida y perpleja, ante un liderazgo diluido y en medio de una descarnada batalla de poder entre una izquierda desguarnecida y una derecha angustiada, los nacionalistas han encontrado el momento objetivo de apretar el acelerador del sueño de la independencia frente a una España más invertebrada que nunca en los últimos treinta años. Y han dado la razón a quienes sostenían, con cierta prematura alharaca alarmista, que el destino del país caminaba por un alambre sobre el vacío. Lo peor es que el presidente funámbulo es ahora un equilibrista sin control que, mientras los ciudadanos contienen el aliento ante la zozobra de un proyecto de convivencia, apenas piensa en otra cosa que el modo de no romperse su propia crisma.

No hay comentarios: