domingo, septiembre 30, 2007

Pablo Sebastian, A proposito de la Republica

lunes 1 de octubre de 2007
A propósito de la República Pablo Sebastián

Aprovechando que sectores radicales del nacionalismo, con la vista gorda o la complicidad de los gobiernos de Cataluña y del País Vasco y la sonrisa complaciente de Zapatero, se dedican a quemar fotos del Rey y jalear la República, desde el Partido Popular se ha lanzado una ofensiva contra todo lo que significa o acerca al ideal republicano, presentándolo como ejemplo flagrante de inestabilidad y caos, cuando no ligándolo a la Guerra Civil que pretende desenterrar, de manera irresponsable, Zapatero, en medio de este desconcierto general por el que atraviesa la vida política española, ante la ausencia de liderazgo (en el PSOE y en el PP) y de un proyecto político capaz de encauzar el obligado paso de la transición a la democracia.
No existe un republicano que se precie de serlo al que se pueda identificar con los agitadores antimonárquicos que queman fotos del Rey o la bandera de España, bajo la protección de los dirigentes nacionalistas y con el visto bueno de Zapatero, que ha jugado a este caótico disparate desde que llegó al palacio de la Moncloa. Porque si España fuera una República, un personaje como Zapatero nunca habría llegado a la jefatura del poder ejecutivo, ni a cosa parecida. Y los nacionalistas no tendrían el poder y la influencia que hoy tienen en el Estado, ni estaría en vigor el Estatuto vasco mientras están bajo amenaza los políticos de la oposición o bajo chantaje los empresarios, tal y como ocurre ahora. Ni el idioma español sería perseguido en Cataluña o en el País Vasco. Ni los jueces y fiscales serían nombrados por los partidos de la izquierda y la derecha. Ni existiría semejante Ley Electoral que prima a los nacionalistas en menoscabo del interés nacional y la solidaridad entre las regiones y los pueblos de España.
El ideal de la República coincide con el ideal de la democracia y las cotas más altas de libertad, que son precisamente los pilares que niegan los hoy más que sectarios partidos nacionalistas, con los que han gobernado el PSOE y el PP, pagando en dinero y en entregas a plazos de soberanía sus apoyos parlamentarios y aceptando —como lo hicieron Aznar y González—, por ejemplo, la persecución del idioma español en Cataluña y País Vasco y el acoso a los ciudadanos no nacionalistas, como sigue ocurriendo ahora con Zapatero. O acatando, como han hecho PSOE y PP, la injerencia de la Iglesia católica en la política y la educación, confundiendo el respeto a la libertad religiosa y a la tradición.
¿Qué tiene todo eso que ver con el ideal republicano? Todo lo que ocurre en este país, en la indiscutible nación española, tiene que ver sobre todo con el agotamiento del régimen partitocrático de la transición que, o pasa de una vez hacia la democracia o se irá pudriendo y causando destrozos como los que vemos un día sí y otro no, a manos de unos profesionales más que mediocres de la política, soportados y amparados por una gigantesca cama redonda de intereses económicos y financieros, entremezclados con el poder político y los medios de comunicación.
Otra cosa es que la cerilla que encendió la mecha que quema las fotos del Rey —el ridículo secuestro de la revista El Jueves, cuyo inductor aún no se conoce—, y que la bronca entre los nacionalistas y Zapatero por un lado o con el PP por otro, acaben por provocar un revuelo nacional en torno a la opción republicana, como alternativa al régimen monárquico que nació de los pactos de la transición, y en cuyo despegue se evitó, por miedo al poder militar del posfranquismo, la consulta o el referéndum sobre la forma del Estado, y en su lugar se aprobó por aclamación una Constitución pactista entre postfranquistas y demócratas y redactada en secreto.
Aquí, lo que está en el origen del presente desvarío español no es el debate entre monarquía o república, sino entre democracia o partitocracia, y se corre el riesgo de que se pase al escalón superior del debate republicano, como pretenden hacerlo los nacionalistas con ayuda de ciertos sectores de la izquierda (como IU), sin que previamente se hayan definido los límites del juego democrático, que en la España actual brilla por su ausencia y que, por ello, la demasiado larga transición sin transformación democrática nos ha enseñado ya sus riesgos y defectos a lo largo de estos años. Los que sin lugar a dudas favorecen un régimen político como el vigente español, en el que la no representatividad política de los españoles (por causa de un mala ley electoral) y la acumulación de los poderes del Estado han puesto sobre la piel de toro de España no pocos desafíos. Desde el golpe de Estado del 23F hasta la corrupción, el crimen de Estado, las guerras ilegales como la de Iraq, el desprecio a la nación, el caos territorial y ahora a la monarquía.
Pero nada de esto tiene que ver, ni es responsabilidad, con el ideal de la República, sino que parte del régimen monárquico de la transición, donde desde su inicio se dio a los nacionalistas —además de inventar el caótico Estado de las 17 Autonomías que niega, de por sí, al Estado vaciándolo de competencias— un protagonismo desmesurado que nadie se atreve hoy a reconducir en beneficio de la nación española, de la democracia y de la libertad.

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