lunes 1 de octubre de 2007
Occidente e Irán
Dudas antes de la batalla
El solo hecho de que, a pesar de las amenazas de norteamericanos y europeos, Irán acceda al armamento nuclear tendrá unas consecuencias tan graves sobre la política internacional de nuestros días que sería insensato permitirlo.
GEES
Una serie de acontecimientos han puesto de nuevo sobre la mesa la cuestión iraní en términos que han llevado a muchos periodistas a considerar que el inicio de las hostilidades podría estar más próximo de lo que se venía considerando hasta la fecha. Las declaraciones de las máximas autoridades del gobierno francés, exigiendo nuevas sanciones económicas y avisando de los riesgos de guerra, destacaron tanto por el relativo giro de su posición como, sobre todo, por hacer franca referencia a la posibilidad del uso de la fuerza. El paso del presidente Ahmadineyad por Nueva York ha puesto de manifiesto hasta qué punto el ala izquierda del Partido Demócrata se encuentra con una fuerte resistencia a la mera política de diálogo y contención. La senadora Clinton, segura de su liderazgo, ha vuelto a asumir posiciones enérgicas en el tratamiento de esta crisis, sin descartar el uso de la fuerza.
Sin embargo, y a pesar de que las cascadas de centrifugadoras no dejan de crecer, no se perciben señales claras de que el presidente Bush esté considerando un ataque inmediato. Por el contrario, la situación de Irak parece absorberle casi completamente y actúa como si hubiera asumido que la resolución de la crisis de Irán corresponderá a su sucesor.
Las declaraciones del almirante Fallon, comandante del Mando Central –primer responsable de las operaciones en Iraq, Afganistán y, en su caso, Irán– sobre el desagrado con el que seguía las continuas referencias a una inminente crisis militar con Irán son difícilmente imaginables si tuviera instrucciones precisas del presidente Bush para actuar. Bien al contrario, parecen reflejar la angustia de un mando regional que no dispone de hombres suficientes para lograr los objetivos fijados para Irak y Afganistán y que teme, con fundamento, que un ataque a Irán pudiese agravar la situación en esos dos países, además de abrir otras crisis como Líbano y Pakistán.
Es evidente que estos mismos considerandos están presentes en la Casa Blanca. En Washington son conscientes de que ya no disponen de una posición de fuerza y que tienen que ir poco a poco, paso a paso, para lograr derrotar al yihadismo. La opción diplomática está abierta con la pretensión de imponer sanciones lo suficientemente dolorosas como para forzar un cambio en la dirección política iraní, con el telón de fondo de la inevitable sucesión del ayatola Jamenei.
Al almirante Fallon se ha sumado recientemente otra destacada figura de la milicia norteamericana, el general Abizaid, antiguo comandante del Mando Central y una voz respetada en asuntos de Oriente Medio. Abizaid ha afirmado que, siendo una catástrofe el acceso de Irán al club nuclear, la situación podría reconducirse sin necesidad de hacer uso de la fuerza, sólo por medio de la disuasión nuclear. De nuevo nos encontramos implícitos los mismos considerandos que en las palabras del almirante Fallon –capacidad militar limitada y miedo a la respuesta iraní sobre la estabilidad de la región– junto con nuevos elementos.
En primer lugar, Abizaid cree que el régimen de Teherán es lo suficientemente realista como para evitar un ataque que implicaría a la postre la destrucción de Irán. Esto, se mire como se mire, es un acto de fe. No es propio de dirigentes, sean políticos, militares o empresariales, recurrir a la fe sino a la razón. Y no hay ninguna razón para afirmar que Ahmadineyad no vaya a cumplir su palabra lanzando un ataque contra Israel para erradicar a este país del mapa. Este tipo de afirmaciones recuerdan demasiado a Neville Chamberlain como para no preocuparse.
En segundo lugar, Abizaid sabe perfectamente que el programa nuclear iraní quebrará el régimen de no proliferación y desatará nuevos programas nucleares. Esto, que es un problema, para algunos estrategas puede ser una solución. Una vez reconocido el fin del régimen, cosa que muchos dan por descontado, se trata de saber navegar en las nuevas aguas. Si Irán asusta a sus vecinos se abre a los norteamericanos una extraordinaria ventana de oportunidad: comprometerse a darles cobertura de seguridad, como hicieron con los europeos durante la Guerra Fría. Una cobertura que reforzaría su influencia regional.
Sin embargo, el solo hecho de que, a pesar de las amenazas de norteamericanos y europeos, Irán acceda al armamento nuclear tendrá unas consecuencias tan graves sobre la política internacional de nuestros días que sería insensato permitirlo. Ni se puede confiar en la fe ni en sofisticadas maniobras diplomáticas, más aún en una región donde los gobiernos a proteger son los que con su fanatismo, incompetencia y corrupción alimentan el auge del islamismo. Renunciar a destruir las principales instalaciones del programa nuclear iraní y a mantener el régimen de no proliferación sería demasiado costoso para las próximas generaciones.
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.
domingo, septiembre 30, 2007
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