domingo, septiembre 30, 2007

Sadomaso presidencial

lunes 1 de octubre de 2007
Sadomaso presidencial
Las relaciones de nuestros dirigentes con el amigo americano parecen inmunes a la racionalidad. Mucho se ha hablado de la conversión texana de Aznar. Pero tampoco deja de llamar la atención la irresistible atracción masoquista que parece sentir Zapatero hacia George Bush. El último fulgurante menosprecio no ha sido un acto sin precedentes. Ni una, ni dos, ni tres... todas las veces que nuestro presidente intentó cruzar cinco palabras con él recibió la misma respuesta. Esa ansiedad con que busca una y otra vez el desaire, ese continuo corre-corre tras quien le huye, ese incomprensible afán con el que se dispone a padecer de nuevo un desdén anunciado sólo se explican por algún oscuro impulso de sadomaso en sus relaciones con el esquivo hiperpotente.
No se entiende. Nunca le va a caer simpático, por más que se empeñe en hacer el pino en su presencia. Pero nuestro presidente nos representa a todos los españoles. Y esa reiteración masoquista es también una vejación a la dignidad nacional. Al margen de maleducados desplantes, como el de Zapatero con la bandera estadounidense, España ha pagado un altísimo precio en su solidaridad con EE.UU. en Afganistán, que no es exactamente un centro neurálgico para los intereses estratégicos de nuestro país.
Tal vez esa irracional persecución de la fotografía con el presidente norteamericano haya que buscarla en la histórica visceralidad de nuestras relaciones con Estados Unidos. Una potencia creativa, llena de energía y dinamismo, un gran país, pero al fin y al cabo habitado y gobernado por hombres. No se entienden ni la aversión que provoca en unos ni la supersticiosa adoración a la fuerza que le rinden otros. Aunque lo que menos se entiende es el paso de la aversión a la superstición experimentado por un flagelante Zapatero. Igual es más sencillo encuadrar las relaciones en función de los intereses compartidos de dos aliados.
Es verdad que cuando la guerra de Cuba nos hicieron una faena. También que son una gran potencia. Pero ni el odio corrige el pasado, ni la superstición garantiza la defensa del interés nacional.

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