viernes, septiembre 28, 2007

Fernando Castro, Un poco de por favor

viernes 28 de septiembre de 2007
Un poco de por favor
POR FERNANDO CASTRO FLÓREZ
Es triste esta situación del arte sometido a la tensión histérica del escándalo. Ya pasó con el guacamayo de Kounellis que puso al borde del soponcio a gente hipersensibilizada. Con Cattelan la cosa fue a mayores porque un tipo se pegó la costalada padre al intentar desmontar una escultura, bastante cutre por cierto, que consistía en unos niños ahorcados. De sobra sabemos que los tres temas que impulsan el dispositivo censor son la religión, la pornografía y la infancia.
En el arte contemporáneo, como en la literatura o en cualquier práctica cultural, son frecuentes las tomaduras de pelo y las imposturas; se pasa, sin solución de continuidad, de la cursilada vergonzante a un pretendido radicalismo que cuando no está trasnochado, es la perogrullada pura. Hace tiempo que la estrategia del escándalo fue neutralizada y la trasgresión, como le gustaba decir a Octavio Paz, se tornó tradición. Tras la raciones de crueldad planetaria en los telediarios y los reality show a todas horas, se ha cumplido el diagnóstico de La naranja mecánica: no nos «curaremos» de nuestra pulsión criminal por la sobreexposición al dolor del mundo; antes al contrario, quedaremos en un estado catatónico.
De forma periódica reaparece la sombra de la censura frente al arte actual. Es significativo que en la polvareda de comentarios -en eso que, sin ninguna precisión, llamamos «polémica»- no se manejen otra cosa que topicazos. Unos defienden la libertad del artista como algo absoluto; los otros se rasgan las vestiduras porque se han profanado sus creencias. A veces se da importancia y publicidad a obras que solamente buscaban esa «repercusión». Ni tiene sentido propagar la epidemia de la tontería, por muy estetizada que sea, ni me parece razonable recurrir a una suerte de «judicialización» de las obras de arte.
La fotografìa de Nam Goldin que es el detonador actual de la polvareda es, en mi modesta opinión, candorosa. Esas niñas jugando me hacen recordar la felicidad del tiempo de la infancia cuando no estábamos aún atenazados por el pudor. Mezclar aquí la gracia inmensa y la libertad de esos cuerpos con la «pedofilia» es perverso. Acaso sea un mirada pútrida la que encuentra ahí algo censurable. ¿Cómo podemos escandalizarnos con esa imagen, por otra parte cotidiana y altamente poética, cuando somos los contemporáneos del caso Madelaine McCann? Tendríamos, si queremos ser rigoristas, que empezar por prohibir todos los programas del corazón, seguir con muchas tertulias radiofónicas y así, hasta el infinito y el más allá. Un poco de por favor, antes de excomulgar a quienes no están dispuestos a entrar en la liturgia de la mentalidad «escandalizada».

No hay comentarios: