domingo, septiembre 30, 2007

Julio Gil, ¿Existe la derecha republicana?

domingo 30 de septiembre de 2007
¿Existe la derecha republicana?
POR JULIO GIL PECHARROMÁN
Republicanismo y Derecha parecen conceptos antitéticos en la España contemporánea. Aquí, el tópico vincula la República a opciones de izquierda, progresistas o revolucionarias, según la óptica con que se las aborde. Y la Monarquía aparece doctrinariamente apoyada por sectores vinculados a la defensa del orden social, la religión, la propiedad privada, la libre empresa, etc. Monarquía y República trascienden así su condición de meras formas de encarnación de la Jefatura del Estado para adquirir valores morales, como sistemas opuestos en la organización toda de la vida nacional. Algo de esto se ventilaba en las crisis de 1868, 1931y 1936. Y algo de ello parece volver a fluir por los cauces del ruido mediático, convocando a los españoles a un debate que tiene mucho de referente histórico.
¿Ha existido una derecha republicana en España? No abundan los ejemplos. Pero los hay. El más claro, por supuesto, aquel que se tituló expresamente Derecha Liberal Republicana, la del ex ministro de la Corona Niceto Alcalá-Zamora, la de Miguel Maura, hijo del líder conservador y conservador confeso él mismo. Es bien sabido el papel que jugaron en el derribo de la Monarquía. También, lo rápidamente que se frustraron sus expectativas de poner en pie una gran derecha republicana y democrática, que mantuviera el pulso parlamentario a la izquierda. Y hubo otros grupos que apostaron por la República «de derechas», que hubiera debido cuajar en 1934. Está, desde luego, el proceloso asunto de si el Partido Radical de Lerroux era «derecha» en ese momento. Lo eran, desde luego, los liberal-demócratas de Melquíades Álvarez, tras un breve viaje de ida y vuelta hacia la Monarquía. También los conservadores del Partido Agrario, republicanos de última hora y defensores a ultranza del orden rural amenazado. Y podrían haberlo sido, si es que no lo fueron, los posibilistas de la CEDA -Luis Lucia, Giménez Fernández- que gobernaron una República que no los aceptaba, en nombre de una derecha que terminó repudiándoles.
Hubo, pues, republicanos que viajaron de la izquierda a la derecha. O, quizás, que se quedaron quietos mientras las que mutaban eran la izquierda y la derecha. Y hubo monárquicos que se hicieron republicanos. Pero ellos sí que no querían moverse. Consideraban que la que se había movido era la Corona, rompiendo las reglas del juego. Creían que Alfonso XIII había violado su juramento de defender la Constitución al apoyar la dictadura de Primo de Rivera y que con ello había perdido la legitimidad de origen. Salvo escasas excepciones, en los neorrepublicanos de 1930, como en los de 1934, no había una auténtica «conversión» a las esencias doctrinales del credo republicano. Había en ellos la convicción, moral pero también pragmática, de que la República era la última oportunidad para la defensa de un orden liberal parlamentario que posibilitara procesos de modernización asumidos y desarrollados por una derecha democrática. Terminaron desengañándose.
Pero cuando muchos de ellos iniciaron un penoso retorno individual hacia las posiciones de partida, fue para descubrir que aquella Monarquía que en su momento rechazaran, no tenía ahora futuro y que, guerra civil mediante, la dictadura de Franco era un mal menor. Es posible que, de haber cuajado, la Monarquía del 18 de Julio, la que debía suceder al Generalísimo, hubiese retornado al campo republicano un sector de la derecha democrática. Pero la Transición despejó sus dudas sobre el compromiso de la Corona con la restauración de las libertades y alejó los miedos de la España conservadora a la ruptura revolucionaria que entonces encarnaban los proyectos republicanos. Y no parece probable que, mientras la Monarquía asuma el papel que le marca la Constitución, surjan en la derecha voces que pidan la República como el más puro de los principios democráticos.

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