domingo, septiembre 30, 2007

Manuel de Prada, El blog de Anasagasti

lunes 1 de octubre de 2007
El blog de Anasagasti
JUAN MANUEL DE PRADA
DESDE que despotricara sin ambages contra la Casa Real, suelo visitar el blog del senador Iñaki Anasagasti para evitar que el eco de sus exabruptos me llegue filtrado por la prensa. Anticiparé que nunca he profesado una «animadversión previa» al político nacionalista: creo que su ejecutoria política incluye acciones loables -así, por ejemplo, sus denuncias del régimen venezolano-, junto a otras dignas de denuesto. Pero en su denigración de la Familia Real española introduce rasgos tergiversadores impropios de un representante de la voluntad popular. En una entrada reciente de su blog, Anasagasti acusa al Rey de dimisionario por no haber intervenido para evitar la participación de las tropas españolas en la guerra de Irak. Anasagasti cita aquí el artículo 63.3 de la Constitución, que atribuye al Rey, «previa autorización de las Cortes», la competencia de «declarar la guerra y hacer la paz». Habría, en primer lugar, que especificar que la decisión parlamentaria por la que se autorizaba la participación de tropas españolas en aquel conflicto bélico -participación que, por cierto, nunca incluyó misiones de ataque- no fue, en modo alguno, una «declaración de guerra». Pero es que, además, Anasagasti altera en su blog la redacción del precepto constitucional citado, sustituyendo «autorización» por «deliberación»: con ello tal vez trate de restar solemnidad a la decisión adoptada por mayoría en las Cortes; o tal vez trate de magnificar la competencia del Rey, a quien según su torticera interpretación del precepto constitucional correspondería la «efectiva autorización» de una declaración de guerra, tras escuchar el resultado de las «deliberaciones» de los parlamentarios. Anasagasti miente a sabiendas: la participación de tropas españolas en Irak -que a muchos españoles nos pareció tan equivocada como al senador nacionalista- no fue una «declaración de guerra»; y, desde luego, no es competencia del monarca contrariar o invalidar las resoluciones adoptadas en sede parlamentaria. Paradójicamente, aquí el señor Anasagasti se alinea con quienes demandan al Rey actitudes absolutistas que colisionan con el normal funcionamiento de una monarquía parlamentaria.
No es la única mentira gruesa que el señor Anasagasti desliza en esta reciente entrada de su blog. En otro lugar solicita que la familia del Rey, «que no está contemplada en la Constitución, pase al ámbito de lo privado»; esta petición se formula, además, a la vez que se reclama que sus «gastos sean controlados». Pero lo cierto es que la Constitución, aunque no les atribuye funciones constitucionales -que corresponden en exclusiva al Rey-, sí contempla a los miembros de su familia, cuyo sostenimiento se sufraga mediante una cantidad que el Rey recibe de los Presupuestos del Estado (art. 65). ¿Cabe imaginar un gasto más controlado que aquél que ha sido aprobado por las Cortes? Anasagasti vuelve a mentir a sabiendas; actitud que se me antoja indigna de un representante de la voluntad popular.
Igualmente insidiosas resultan otras afirmaciones del señor Anasagasti. Así, por ejemplo, sostiene (no corrijo sus estropicios sintácticos) que el Rey debería «evitar que a su alrededor se sigan con los usos y costumbres, poco menos, que de la monarquía de Alfonso XIII en cuanto a esas absurdas reverencias tan ridículas como serviles, que colisionan contra el concepto de igualdad y de democracia». Anasagasti, amén de proclamarse plusmarquista del anacoluto, incurre en esa grotesca caracterización de la democracia como casa de tócame Roque en la cual sobran las solemnidades protocolarias, los tratamientos honoríficos y las meras muestras de respeto. Pero tales reverencias, que al señor Anasagasti pueden parecerle ridículas o serviles, en modo alguno colisionan con «el concepto de igualdad y de democracia», como tampoco colisiona que un joven le brinde su asiento en el autobús a un anciano, que un discípulo llame de usted al maestro que admira o que un católico se incline para besar el anillo de su obispo. Quizá el propio señor Anasagasti cultive algunos de los gestos mencionados, mas no por ello se nos ocurriría tacharlo de antidemócrata. Creo, en cambio, que ciertas intemperancias facilonas lo caracterizan de burdo demagogo y pescador en río revuelto.
www.juanmanueldeprada.com

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