lunes 1 de octubre de 2007
Consenso o emergencia
IGNACIO
CAMACHO
LA dialéctica decisiva de la política española en los últimos treinta años ha sido el pulso entre los nacionalismos y un Estado articulado políticamente en torno al consenso de los dos grandes partidos con capacidad de gobierno. Mal que bien, esa tensión se pudo sobrellevar mientras hubo margen constitucional para la negociación de competencias, estirando el modelo autonómico hacia un marco cuasifederal, pero al agotarse esa vía se ha llegado a un momento de crisis de fragmentación cuyo siguiente paso sólo puede consistir en un tirón de las riendas o un salto hacia el vacío del confederalismo. El problema añadido consiste en que la etapa zapaterista ha quebrado los consensos nacionales básicos, de manera que ahora no estamos ante dos bloques sino ante tres: los soberanistas, ansiosos de un salto cualitativo; los constitucionalistas, representados por el PP, y un ambiguo proyecto encarnado por el presidente Zapatero que se sitúa formal o retóricamente con la Constitución mientras busca espacios intermedios de entendimiento con los fragmentaristas, con la mirada puesta en el aislamiento del centro-derecha.
Ese camino hacia el que apunta el Gobierno sólo conduce a una crisis más profunda, que se hará patente cuando los secesionistas se sitúen en un punto de tensión insostenible cuya inflexión puede ser el referéndum-parodia de Ibarretxe. Si ese momento llega sin que se reconstruyan los acuerdos fundamentales, la situación amenazará con volverse ciertamente crítica, al borde de la emergencia, porque si algo tiene demostrado Zapatero es que no sabe sobreponerse a los escenarios de máxima gravedad. Y los nacionalistas le tienen tomada la medida; nada les beneficia más que el alejamiento entre el PP y el PSOE en materia del concepto del Estado.
Hoy por hoy, la única hipótesis viable para hacer frente a un reto soberanista de gran escala es la vuelta al entendimiento de un modelo nacional común respaldado por el ochenta por ciento de los ciudadanos españoles y capaz de respuestas a la altura de las circunstancias. Desgraciadamente, se trata de una hipótesis utópica en el actual estado de cosas y relaciones, que sólo puede recomponerse a partir de un cambio sustancial en el equilibrio de poder. Sea quien sea el ganador de las elecciones de marzo, su primera prioridad debería ser el restablecimiento de ese consenso aprovechando la previsible liquidación política del dirigente perdedor, pero es bastante más plausible que eso pueda ocurrir sin Zapatero que sin Rajoy, porque si el presidente renueva se sentirá tentado a proseguir en su deriva aventurerista. Por el contrario, si vence Rajoy acaso le sea más fácil tender puentes a un PSOE en renovación de liderazgo, escarmentado por la experiencia, que buscar con los nacionalistas alianzas circunstanciales que sólo podrían, en el mejor de los casos, dilatar el problema de fondo. Lo que está claro es que la respuesta al gran órdago soberanista no se va a poder cimentar en mayorías precarias, ni siquiera absolutas: hace falta un pacto transversal que devuelva la cohesión a un Estado bajo amenaza.
domingo, septiembre 30, 2007
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