domingo 30 de septiembre de 2007
Los nacionalismos en el reino de todo vale
POR GERMÁN YANKE
Que no, que no les da por la República, que el asunto es más grosero, menos democrático, fruto de las manías y del odio y no de la reflexión sobre propuestas políticas. Los nacionalismos se abonan últimamente a la injuria contra el Rey, al menosprecio y a la inquina porque el Rey no sólo encabeza, sino que representa la España que ellos no quieren, la nación democrática. Desde el etnicismo más burdo, que es el de los nacionalismos «periféricos», contra el Estado de ciudadanos vale, sin orden ni sentido, toda la diarrea mental acostumbrada. Aquí se puede insultar al Rey, allí quemar su fotografía y en otro lugar pedir que el Monarca deje de ser el jefe de las Fuerzas Armadas... La cuestión no es la República, sino el reino en el que, para sostener la barbarie, todo vale.
Estamos en el reino de todo vale porque el Gobierno ha despreciado los procedimientos razonables y el sentido común en la búsqueda fanática de una «España plural», nunca definida con seriedad. Porque construye su liderazgo político por agregación: cedo en esto ante unos, admito aquello ante otros, se trata de que me apoyen en el Congreso, en Cataluña o Galicia, en el «proceso» y, una vez dinamitado, en la esperanza futura de un «final dialogado» del terrorismo. Lo que llaman la búsqueda de «que todo el mundo esté a gusto» es, metiendo el elefante en la cacharrería, la necesidad de que se siga pedaleando, aunque no se sepa hacia dónde, para no caer de la bicicleta.
Los bolos de Anasagasti
Seguramente por ello se insiste en que no pasa nada y se hacen alusiones un tanto infantiles a la «libertad de expresión». Pero no se trata de encarcelar a todos los cernícalos del etnicismo que, por odio a lo que España significa como democracia de ciudadanos, insultan al Rey, sino de analizar cómo la grosería, como arma de negociación, se ha hecho presente en nuestros días. Si se insulta, es un insulto. Si se arremete contra el Rey, es un hecho que revela la falta de respeto de algunos a las instituciones del Estado. Si la única reacción es decir que son manifestaciones de la «libertad de expresión», es que no se repara ni en la grosería ni en el valor de las instituciones. Cuando el PP critica al Gobierno, éste no responde diciendo que se trata de la «libertad de expresión». La política y la vida cotidiana tienen vectores y espacios que no son los del Código Penal.
El Rey es atacado ahora, como la bandera y otros símbolos, para tratar de deteriorar la España constitucional. En el caso del nacionalismo vasco es evidente que nace como reacción al sistema constitucional, a sus libertades y al concepto de ciudadanía. Si la Corona pudiese ser, como los nacionalistas han pretendido en tiempos pasados, la cumbre institucional de un esperpento de foralidades mal entendidas y privilegios, sería bienvenido. Si el Rey es un rey constitucional y representa una España moderna y democrática, no tanto. Entonces Anasagasti, para ponerse en valor en el particular caos del PNV, inicia una cadena de bolos televisivos como una folklórica desesperada. Todo vale. En Cataluña, otrora tan progresistas, el nacionalismo gobernante con el estatuto que repudiaron refugia sus contradicciones en el victimismo. Y sus fracasos precisan un chivo expiatorio que, cómo no, es España. Si el Rey la simboliza, a por el Rey. Es difícil encontrar un partido más estrafalario que Ezquerra Republicana. A un lado, su patológica deslealtad, incluso con el Gobierno del que forma parte, su independentismo se amasa en los Presupuestos del Estado, en los que tienen no poca mano. Y su «republicanismo», que uno espera que sea catalán, se funda en los privilegios. Así que, ante tanta vaciedad, se queman retratos del Rey y un diputado se autoinculpa, dándoselas de muy machote.
La paradoja es que en la España actual no hay republicanos serios en el escenario. Los que haya, están en su currículo y en tablas más elegantes y educadas. Ha aparecido, de la mano de los nacionalismos, esa suerte de antimonárquicos por antiespañoles. Corrijo: la paradoja es que en la España actual los protagonistas de esa grosera parafernalia, los adalides del insulto al Rey, tienen todos un antidemocrático germen etnicista. Más paradoja: si uno mira a la derecha, los voceros contra el Rey también se alojan en el todo vale y en la pulsión antidemocrática. Quizá el Rey pueda estar preocupado por el ruido. Por el tipo de enemigos, puede estar, desde luego, satisfecho. El Gobierno no tanto, que tiene a muchos de ellos como socios y amigos.
domingo, septiembre 30, 2007
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