lunes 1 de octubre de 2007
Mediar con la dictadura militar de Birmania José Javaloyes
Poco cabe esperar de la misión en Birmania de Ibrahim Bambari, enviado del secretario general de la ONU, consistente en buscar puntos de encuentro entre la Junta militar que rige los destinos del país desde 1962 y la oposición democrática, cuyo rostro unipersonal visible tras de las masas populares que lidian a cuerpo limpio con las tropas de la represión es Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz y descendiente de uno de los generales fundadores del régimen. La misión asumida y el encargo recibido por el diplomático africano tiene poco menos que las características y las enteras e insuperables dificultades conceptuales de la cuadratura del círculo.
Pero no sólo eso. Se trata de una prodigiosa pirueta de voluntarismo por parte del secretario general de la ONU, tras del fracaso —por veto de China endosado por Rusia— de la resolución del Consejo de Seguridad que pretendía imponer sanciones más severas a la tiranía colectiva que tiene a Birmania bajo la bota. Tal voluntarismo no es privativo de la Secretaría General de la ONU, pues alcanza directamente a la propia Administración norteamericana, con sus ruegos a Pekín para que interceda ante las autoridades de Rangún.
¿Valdrá para algo verdaderamente importante la ONU mientras subsista el derecho de veto dentro de unas condiciones de ejercicio como las que todavía rigen desde 1945, año de la Carta de San Francisco, otorgada por las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial? ¿Acaso no se han producido cambios suficientes en las relaciones internacionales de poder como para que no se revise esa Constitución internacional, mediante la que se estableció la Organización de las Naciones Unidas, en el mismo solar ideológico —wilsoniano— donde se encontraba la Sociedad de Naciones?
No son ociosas consideraciones así cuando el dantesco espectáculo birmano, de represión brutal, miseria colectiva y corrupción sistémica que incluye desde las drogas a la explotación de los hidrocarburos, aparece apalancado por intereses de tan amplísimo espectro como los de la propia China y la India —poderosos vecinos de Birmania—, además de los intereses de la misma Rusia, con su longa manus en el sureste asiático, como en los tiempos de la Guerra de Indochina y de la Guerra de Vietnam, aunque entonces estaban presentados los intereses rusos bajo la indumentaria del sistema soviético.
La trabazón de ese conjunto de cuestiones previas, de posiciones internacionales derivadas de lo que allí obtiene cada cual, hace poco viable cualquier presión exterior y en contrario sobre los generales birmanos. Lo cual lleva a la previsión de que los necesarios cambios pueden tener dependencia sustancial de las relaciones internas de poder en el régimen birmano; es decir, de que se mantenga como hasta ahora, o que no se mantenga, el consenso que se estableció con la represión a la bayoneta de la victoria de los demócratas en las elecciones de 1990.
Los movimientos de tropas en Birmania más allá de las labores represivas que tienen asignadas pudieran estar traduciendo, como advierten observadores, los rumoreados desacuerdos en la cúpula del generalato. Por ahí parece más probable el cambio que por la senda que le han encargado transitar a Ibrahim Gambari. Un régimen de fuerza establecido sobre una oposición débil y desarmada sólo cederá si sobreviene una crisis de identidad dentro de ese mismo régimen.
jose@javaloyes.net
domingo, septiembre 30, 2007
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