domingo 30 de septiembre de 2007
Que quiero vivir
POR ANNA CABALLÉ
Martes, 18 de septiembre. Empiezan las clases en la Universidad de Barcelona. En la puerta de acceso a Filología hay una chica con el rictus amargo de los buzonadores. Reparte publicidad gratuita de un centro de estética: «Oferta de otoño: Pechos a la carta». Deposita el folleto en las manos de las jóvenes que van entrando en su primer día de clase. Coincido con otra profesora en el ascensor, las dos estamos indignadas. ¿Quién habrá redactado ese texto? ¿Será una mujer? ¿No sentirá al menos un punto de vergüenza?
Y me pregunto qué dirían de la presión social a la que se ven sometidas las adolescentes de hoy aquellas mujeres que lucharon por la emancipación femenina en el primer tercio del siglo XX. ¿Qué diría Clara Campoamor, por ejemplo? Las condiciones de vida, y por tanto de pensamiento y de acción, de una mujer, en las primeras décadas del siglo XX, no eran las mismas que las de un hombre, nunca lo habían sido. A una mujer seguía sin estarle permitida la libertad sexual, ni la ambición profesional. Apenas le estaba consentido el acceso a la Universidad, no tenía derecho al voto ni podía tener ninguna relevancia política y, por supuesto, su formación intelectual no podía ser más que autodidacta.
Era un ser al que todos trataban como a un menor de edad permanente, sin serlo. Era un ser al que se le exigía una conducta moral distinta de la exigida a un hombre, una moral basada en la sumisión y la dependencia económica. Pero eso cambió, afortunadamente, gracias al empuje de tantas mujeres que con su palabra y su ejemplo demostraron que la libertad era posible. Concha Méndez, por ejemplo, aprovechó su mayoría de edad (prevista entonces a los 30 años para las mujeres) para emanciparse de su familia, en 1928. Emanciparse de verdad: no sólo poder salir a la calle durante el día sin la vigilancia de una institutriz o un familiar, como era costumbre, para hacer unas compras o acudir a un té danzante (fundamento de la vida social) sino para irse de casa, viajar, aprender inglés, trabajar, visitar museos y acudir a conferencias. Para escribir poesía; para ser, en fin, ella misma: «Por los mares quiero ir/ corriendo entre Sur y Norte, / que quiero vivir, vivir, / sin leyes ni pasaporte» («Navegar»).
Quiero vivir sin leyes, dice. ¿Y qué entiende por vivir sin leyes Concha Méndez? Diría que algo tan constitutivo del ser humano como poseer un sentimiento de la propia existencia. El sentimiento de existir, que a todos nos es tan necesario, puede ser el efecto de lo que entendemos por realización personal, es decir, el contacto, no mediatizado por impedimentos, con el mundo, como coexistencia con los otros: ya sea en forma de reconocimiento, cooperación, enfrentamiento o comunión. En definitiva, como autonomía del ser en pie de igualdad con los otros. Eso buscaron las mujeres de la llamada «Edad de Plata», ignoradas por la historiografía literaria tradicional y justamente homenajeadas en la Residencia de Estudiantes. Carmen de Burgos, Concha Espina, Ernestina de Champourcín, María Zambrano, Rosa Chacel, Consuelo Berges, María Lejárraga, Elena Fortín, Maruja Mallo... Cada una a su modo anduvo un camino que acabó siendo común, porque todas querían valerse por sí mismas evitando recurrir para ello a la coquetería o a la compasión. Fueron mujeres modernas y ... qué poco respaldo masculino encontraron.
de la mujer es la historia del amor por el hombre, y sólo así me consuelo de lo que ahora prefeA veces pienso que la historia riría no ver: mujeres con mucho pecho y muy poca cabeza.
domingo, septiembre 30, 2007
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