sabado 30 de junio de 2007
El hecho religioso
POR ÁNGELES IRISARRI
LA palabra «laico» se aplicaba a aquellas personas de la Iglesia que no habían recibido órdenes clericales, que no eran clérigos, es decir, religiosas de profesión, por decirlo pronto. En la actualidad, ha tomado un significado claramente anticatólico y antirreligioso y se habla del estado laico y de la enseñanza laica en ese sentido.
En España, la izquierda es la abanderada de estas cuestiones. Esa izquierda que se quedó sin principios doctrinales prácticos, pues que marxismo, leninismo, maoísmo, castrismo y otras especies, fracasaron estrepitosamente en tantos lugares del mundo, y dejaron un balance descorazonador allí donde ejercieron labores de gobierno. En razón de que sus teorías eran muy bellas, sobre todo en lo tocante a la justicia distributiva. Pero como en la práctica se contaba con ser aplicada al hombre perfecto y, por tanto, inexistente, resultó enseguida que no se distribuyó como debiera haberse distribuido, sino que unos pocos se apropiaron de todo lo que había a distribuir, y a los demás, es decir, al pueblo, lo dejaron que se alimentara con la teoría, que no es comestible. No deja de ser un sarcasmo cruel que unos pocos asumieran el poder omnímodo del Estado y se quedaran con cargo, coche, chofer y villa en el Mar Negro, a más de disfrutar de todos los placeres mundanos, mientras al pueblo le ofrecían, para que leyera y se culturizara, el pensamiento de Marx o el libro rojo de Mao, como alimento espiritual, a la espera de inaugurar el paraíso de la «Dictadura del Proletariado» cuando ellos lo consideraran oportuno. Eso que nunca llegó, aunque aquella situación en la que se repartía miseria, se mantuvo durante más de 70 años, merced a una dictadura y a la bobalicona complacencia de los llamados «intelectuales».
El gran problema de todas las ideologías es su puesta en práctica. Pretender que entren los gobiernos como elefantes en cacharrería y llevarse por delante las tradiciones, usos, costumbres y creencias, es, de entrada, prepotencia y, de salida, necedad. Es aplicar el terrible grito de Bakunin y Metchaiev: «Nuestra misión es destruir, no, construir».
El gran fallo del marxismo y sus adláteres fue, a mi entender, imponer por decreto el laicismo, y combatir las religiones y el hecho religioso, cuando cualquier cosa que se impone sin necesidad, en vez de sumar, resta. Como si fuera tarea fácil eliminar a Dios de la sociedad, y sustituirlo por una doctrina que priva al individuo del afán de trascendencia que tienen los seres superiores y que predica la inexistencia del alma, para dejarle desalmado. Y, en otro orden de cosas, haciendo al hombre parte de un engranaje productivo meramente utilitario, al servicio de la comunidad; sustrayéndole la iniciativa individual, arrebatándole la propiedad privada, restringiéndole la creatividad, «cosificándolo» en consecuencia, para sumirlo en la apatía y en el desencanto y, lo peor, negándole la libertad, el bien más preciado del género humano.
El estrepitoso fracaso del marxismo y sucedáneos, que mantuvo bajo puño de hierro a varias generaciones, debería servir de antídoto para erradicar determinadas actitudes de la izquierda en nuestro país y fuera de nuestras fronteras, el ejemplo debería ser suficiente, para no seguir insistiendo en el error. Porque persistir en él es caminar en una dirección que no tiene como meta, se diga lo que diga, alcanzar beneficios generales, sino particulares, más estéticos que éticos, más de fachada que de fondo, más folclóricos que sustanciales.
Así las cosas, que la izquierda española siga empeñada en sostener y postular teorías y actitudes obsoletas, manifiestamente derrotadas por haber resultado contra natura, sacándolas de la tumba cuando están ya muertas y enterradas y, cuando sus nefastas proposiciones han sido padecidas durante varias generaciones por millones de personas y sin que nunca sus dirigentes les preguntaran si estaban de acuerdo con las bondades del régimen, es como mantener latente una enfermedad. Máxime, cuando la mayoría de los jerifaltes, propagandistas, sayones y paniaguados de la izquierda, que son multitud, no han sufrido el miedo que dimanaba de aquellos sistemas totalitarios, y no saben lo que fueron, pues una cosa es estudiar o leer o que te cuenten lo de los campos de concentración de Siberia, y otra, muy otra, haber padecido cárceles y tormento en carne propia.
Es necio, además, porque una cosa es negar a Dios de palabra o hacerlo desaparecer de los libros de texto, y otra, muy otra, es eliminarlo del pensamiento del individuo, pues que acompaña a los creyentes y a los no creyentes, con dos dedos de frente, y no molesta, entre otras razones porque no ocupa lugar. Máxime, porque, gracias a Dios y al empeño de los españoles, vivimos en un país de libertades, con un sistema democrático, anhelado por muchos antes de su puesta en marcha y dispuesto a ser mantenido y perfeccionado por la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Y eso, que la libertad, aunque a menudo se imagine, pues ahí está la impotencia personal, la tragedia inesperada, la fortuna, la mala suerte, el accidente, etcétera, es uno de los mayores anhelos de la humanidad y, aunque limitada por lo antedicho y más, la tenemos y la disfrutamos como el bien que es. Por eso, el que quiera creer en Dios, que crea, el que quiera ser religioso, que lo sea, y el que no quiera que no lo sea, y eso, pues eso, pero que no se pretenda convertir a las iglesias en museos de arte sacro. Museos que, por otra parte, hablarían de Dios y de sus Santos...
Como todo en esta Europa nuestra, pues que el cristianismo, además, de religión ha sido y es cultura. Religión bimilenaria que, aunque venida de los Diez Mandamientos del judaísmo, terminó con lo del «ojo por ojo y diente por diente», y supuso un enorme avance en la difícil cuestión de la convivencia y terminó con las venganzas personales. Cultura milenaria que ha salvado y custodiado para las generaciones sucesivas monumentos insignes, libros en peligro de desaparición, cuyos saberes, y un montón de avatares históricos, nos han llevado a ser lo que somos.
El caso es que, siendo lo que somos, siendo lo que nos legaron nuestros antepasados y lo que hemos creado nosotros mismos, no nos ha ido mal. Por lo general, nos respetamos entre nosotros, podemos vivir en sociedad en armonía y sin apenas estridencias o voces disonantes en cuestiones de interés general. Sabemos dónde está el yo, el tú, el él. Aceptamos que haya leyes y normas que nos rijan y, a la par, celebramos que sean iguales para todos. Gustamos del orden y denostamos el desorden y hacemos votos por la paz universal, en general, claro, siempre dicho en general. Y, por si fuera poco, disfrutamos de un alto nivel de vida, inimaginable hace escasos años, merced a la buena coyuntura económica y a la riqueza producida por el trabajo bien hecho de los españoles.
El caso es que somos como somos por el sustrato que nos ha dejado la doctrina cristiana, que nos permite y ha permitido distinguir entre el bien y el mal, entre nuestro bien y nuestro mal. Lo que nos lleva a decir que después de dos mil años, mejor no hacer probatinas, mejor dejar la religión y el hecho religioso como está, pues la falta de religión, aunque hay ateos que saben llevar su ateísmo, es decir, sumoral, con absoluta dignidad, se empieza a demostrar que otra parte no la sabe llevar del mismo modo, según se está manifestando en el aumento de la violencia y el crimen.
ÁNGELES DE IRISARRI
Novelista
sábado, junio 30, 2007
La Educacion para la Ciudadania es totalitarismo puro y duro
La Educación para la Ciudadanía es totalitarismo puro y duro
Enrique de Diego
La Iglesia Católica se ha situado como el principal baluarte de la libertad personal en España. es justo reconocerlo. La Iglesia Católica ha advertido del riesgo totalitario.
30 de junio de 2007. A través de la Conferencia Episcopal, ha alertado del Estado como detentador de la moral relativista. Algo que antes que Zapatero y Mercedes Cabrera sólo se atrevieron a hacer Hitler, Mussolini, Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Mengisthu, Castro... Ni tan siquiera la asignatura de Educación a la Ciudadanía es equiparable a la Formación del Espíritu Nacional del franquismo, porque ésta hacía referencia a la imposición de doctrinas políticas.La Conferencia Episcopal señala con una claridad inusitada en los textos episcopales que "el objetivo de la nueva asignatura es la formación de la conciencia moral de los alumnos". Indica que "los centros católicos o inspirados en la doctrina católica se verán obligados a introducir en su programación una asignatura que no resulta coherente con su ideario puesto que, según el actual curriculo, no es conforme con la doctrina social de la Iglesia, tanto por su carácter de formación estatal obligatoria de las conciencias como por sus contenidos".El órgano colegiado del episcopado español indica que "se puede recurrir a todos los medios legítimos para defender la libertad de conciencia y de enseñanza, que es lo que está en juego. Ninguno de estos medios puede ser excluido en ninguno de los centros".El diagnóstico y el mensaje de la Conferencia Episcopal no afecta sólo a los católicos, ni a los centros que han surgido de la iniciativa privada de organizaciones religiosas, sino que debería ser atendido por todos cuantos tienen aprecio a la libertad. El Estado no puede ser quien defina la moral, y sólo el que el Gobierno actual haya llegado a tal osadía resulta escandaloso y dice mucho del deterioro moral de nuestros gobernantes. El Estado buscaría, mediante lo que se pretende presentar como una iniciativa inocua y políticamente correcta, establecer una red de dogmas en cuestiones opinables, poner a toda la enseñanza al servicio de un proyecto de ingeniería social en el que se difundiría lo que han de considerar bueno o malo, correcto o incorrecto, las generaciones futuras. El hecho de que el PSOE se adhiera a posiciones contrarias a la moral clásica, y a lo que siempre se ha tenido por bueno, es una cuestión incluso menor, ante la suma gravedad de que el Estado pretenda convertirse en una iglesia para dominar, al tiempo, cuerpos y almas. Aunque esa asignatura difundiera la mejor de las doctrinas, la más estrictamente relacionada con los diez mandamientos, el mal absoluto es originario. Esa no es función del Estado.Una de las personalidades más relevantes del panorama religioso español, monseñor Antonio Cañizares, primado de España, arzobispo de Toledo y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, ha explicado que los colegios que pretendan adaptar la asignatura de Educación para la Ciudadanía estarán "colaborando con el mal". No hay una Educación para la Ciudadanía buena, ni puede haberla. Esa asignatura es el mal absoluto.Monseñor Cañizares ha negado al Gobierno la capacidad, de la que pretende dotarse, para promover "la formación de la conciencia moral". Eso no es otra cosa que "imponerla obligatoriamente a todos los alumnos". Para monseñor Cañizares, con toda la razón, el Estado "está traspasando sus competencias". Ha recordado el derecho constitucional de los padres a la ´objeción de conciencia´.Estas declaraciones de monseñor Cañizares salen al paso de la postura tibia y acomodaticia de la Federación de Religiosos de la Enseñanza, que han puesto –y no es nuevo- las subvenciones por encima de los principios, la financiación por encima de la moral. La mayoría de los centros católicos de órdenes religiosas funcionan en régimen de concierto y temen represalias. El sistema de concierto es, en el fondo, una forma de nacionalización encubierta, que pasa factura.El secretario general de la Federación Española de Religiosos de la Enseñanza (FERE-CECA), Manuel de Castro, ha anunciado que impartirán la asignatura –como si se tratara de colaboracionistas con el totalitarismo- ya que "nadie nos puede pedir que no la demos. Eso sería rebelión cívica".Actitudes como éstas explican la crisis vocacional que padecen las órdenes religiosas católicas y son un pésimos ejemplo. Han de ser los padres los que practiquen esa urgente y necesaria rebelión cívica.
Enrique de Diego
La Iglesia Católica se ha situado como el principal baluarte de la libertad personal en España. es justo reconocerlo. La Iglesia Católica ha advertido del riesgo totalitario.
30 de junio de 2007. A través de la Conferencia Episcopal, ha alertado del Estado como detentador de la moral relativista. Algo que antes que Zapatero y Mercedes Cabrera sólo se atrevieron a hacer Hitler, Mussolini, Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, Mengisthu, Castro... Ni tan siquiera la asignatura de Educación a la Ciudadanía es equiparable a la Formación del Espíritu Nacional del franquismo, porque ésta hacía referencia a la imposición de doctrinas políticas.La Conferencia Episcopal señala con una claridad inusitada en los textos episcopales que "el objetivo de la nueva asignatura es la formación de la conciencia moral de los alumnos". Indica que "los centros católicos o inspirados en la doctrina católica se verán obligados a introducir en su programación una asignatura que no resulta coherente con su ideario puesto que, según el actual curriculo, no es conforme con la doctrina social de la Iglesia, tanto por su carácter de formación estatal obligatoria de las conciencias como por sus contenidos".El órgano colegiado del episcopado español indica que "se puede recurrir a todos los medios legítimos para defender la libertad de conciencia y de enseñanza, que es lo que está en juego. Ninguno de estos medios puede ser excluido en ninguno de los centros".El diagnóstico y el mensaje de la Conferencia Episcopal no afecta sólo a los católicos, ni a los centros que han surgido de la iniciativa privada de organizaciones religiosas, sino que debería ser atendido por todos cuantos tienen aprecio a la libertad. El Estado no puede ser quien defina la moral, y sólo el que el Gobierno actual haya llegado a tal osadía resulta escandaloso y dice mucho del deterioro moral de nuestros gobernantes. El Estado buscaría, mediante lo que se pretende presentar como una iniciativa inocua y políticamente correcta, establecer una red de dogmas en cuestiones opinables, poner a toda la enseñanza al servicio de un proyecto de ingeniería social en el que se difundiría lo que han de considerar bueno o malo, correcto o incorrecto, las generaciones futuras. El hecho de que el PSOE se adhiera a posiciones contrarias a la moral clásica, y a lo que siempre se ha tenido por bueno, es una cuestión incluso menor, ante la suma gravedad de que el Estado pretenda convertirse en una iglesia para dominar, al tiempo, cuerpos y almas. Aunque esa asignatura difundiera la mejor de las doctrinas, la más estrictamente relacionada con los diez mandamientos, el mal absoluto es originario. Esa no es función del Estado.Una de las personalidades más relevantes del panorama religioso español, monseñor Antonio Cañizares, primado de España, arzobispo de Toledo y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, ha explicado que los colegios que pretendan adaptar la asignatura de Educación para la Ciudadanía estarán "colaborando con el mal". No hay una Educación para la Ciudadanía buena, ni puede haberla. Esa asignatura es el mal absoluto.Monseñor Cañizares ha negado al Gobierno la capacidad, de la que pretende dotarse, para promover "la formación de la conciencia moral". Eso no es otra cosa que "imponerla obligatoriamente a todos los alumnos". Para monseñor Cañizares, con toda la razón, el Estado "está traspasando sus competencias". Ha recordado el derecho constitucional de los padres a la ´objeción de conciencia´.Estas declaraciones de monseñor Cañizares salen al paso de la postura tibia y acomodaticia de la Federación de Religiosos de la Enseñanza, que han puesto –y no es nuevo- las subvenciones por encima de los principios, la financiación por encima de la moral. La mayoría de los centros católicos de órdenes religiosas funcionan en régimen de concierto y temen represalias. El sistema de concierto es, en el fondo, una forma de nacionalización encubierta, que pasa factura.El secretario general de la Federación Española de Religiosos de la Enseñanza (FERE-CECA), Manuel de Castro, ha anunciado que impartirán la asignatura –como si se tratara de colaboracionistas con el totalitarismo- ya que "nadie nos puede pedir que no la demos. Eso sería rebelión cívica".Actitudes como éstas explican la crisis vocacional que padecen las órdenes religiosas católicas y son un pésimos ejemplo. Han de ser los padres los que practiquen esa urgente y necesaria rebelión cívica.
La absolucion policial enfrenta al SUP con el "locutor rabioso"
"CASO BONO"
La absolución policial enfrenta al SUP con el "locutor rabioso"
Elsemanaldigital.com
El Supremo zanja el "caso Bono" y da la razón a los policías
Tras conocerse el fallo del Tribunal Supremo, el SUP arremete contra la Confederación Española de Policía por "alienarse descaradamente" con ciertas "trincheras político-mediáticas".
29 de junio de 2007. En un comunicado, remitido este viernes a los medios, bajo el título "¡Que nos dejen en paz!", el Sindicato Unificado de Policía se muestra satisfecho por el fallo del Tribunal Supremo anulando la condena a tres policías decretada por la Audiencia Provincial de Madrid tras la detención de dos militantes del PP, Isidoro Barrios y Antonia de la Cruz, por una supuesta agresión al entonces ministro de Defensa, José Bono, durante una manifestación contra ETA convocada por la Asociación de Víctimas del terrorismo."Hoy se ha demostrado de qué forma ignominiosa se está utilizando a la policía con fines políticos", empieza la nota, que denuncia que en su día los tres policías fueran "vilipendiados de forma despreciable por cierto sector político, judicial, sindical (CEP) y mediático". El SUP ofrece a los tres agentes su propio gabinete jurídico para que interpongan "cuantos recursos sean necesarios" con el fin de "devolverles su orgullo, su dignidad y su honor profesional y personal". Y "más especialmente si de alguna forma se pueden ejercer contra el locutor rabioso de las mañanas", aseguran en alusión al periodista Federico Jiménez Losantos, director del programa "La mañana" de la COPE. Pero el sindicato policial también arremete contra la Confederación Española de Policía por "alinearse descaradamente con una de estas trincheras político-mediáticas que condenó sin paliativos a los compañeros a pesar de no haberse producido sentencia firme", continúa el SUP, para terminar reclamando al ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba –"que nada han hecho en defensa del honor de los policías absueltos", dice-, la "implementación de reglamentaciones especificas" para que no se produzcan estas situaciones.
La absolución policial enfrenta al SUP con el "locutor rabioso"
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El Supremo zanja el "caso Bono" y da la razón a los policías
Tras conocerse el fallo del Tribunal Supremo, el SUP arremete contra la Confederación Española de Policía por "alienarse descaradamente" con ciertas "trincheras político-mediáticas".
29 de junio de 2007. En un comunicado, remitido este viernes a los medios, bajo el título "¡Que nos dejen en paz!", el Sindicato Unificado de Policía se muestra satisfecho por el fallo del Tribunal Supremo anulando la condena a tres policías decretada por la Audiencia Provincial de Madrid tras la detención de dos militantes del PP, Isidoro Barrios y Antonia de la Cruz, por una supuesta agresión al entonces ministro de Defensa, José Bono, durante una manifestación contra ETA convocada por la Asociación de Víctimas del terrorismo."Hoy se ha demostrado de qué forma ignominiosa se está utilizando a la policía con fines políticos", empieza la nota, que denuncia que en su día los tres policías fueran "vilipendiados de forma despreciable por cierto sector político, judicial, sindical (CEP) y mediático". El SUP ofrece a los tres agentes su propio gabinete jurídico para que interpongan "cuantos recursos sean necesarios" con el fin de "devolverles su orgullo, su dignidad y su honor profesional y personal". Y "más especialmente si de alguna forma se pueden ejercer contra el locutor rabioso de las mañanas", aseguran en alusión al periodista Federico Jiménez Losantos, director del programa "La mañana" de la COPE. Pero el sindicato policial también arremete contra la Confederación Española de Policía por "alinearse descaradamente con una de estas trincheras político-mediáticas que condenó sin paliativos a los compañeros a pesar de no haberse producido sentencia firme", continúa el SUP, para terminar reclamando al ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba –"que nada han hecho en defensa del honor de los policías absueltos", dice-, la "implementación de reglamentaciones especificas" para que no se produzcan estas situaciones.
El Tribunal Supremo le vuelve a echar un capote al gobierno
El Tribunal Supremo le vuelve a echar un capote al Gobierno
Elsemanaldigital.com
30 de junio de 2007. Uno de los peores reproches que se le pueden formular al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en estos momentos finales de su mandato es la instrumentalización política a la que ha sometido a instituciones y órganos del Estado que por su naturaleza deberían estar alejados de la lucha partidista. Desde autoridades teóricamente independientes, como la Comisión Nacional del Mercado de Valores, hasta cuerpos funcionariales que tendrían que ser neutrales, como la Fiscalía o las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, pasando por la propia Justicia, pocos ámbitos de la organización estatal han escapado a la manipulación por el Ejecutivo con objetivos y finalidades estrictamente políticos.El caso de los policías que detuvieron a dos militantes del PP, Isidoro Barrios y Antonia de la Cruz, por una agresión al ex-ministro de Defensa José Bono que nunca existió - y ahí están los testimonios gráficos de la manifestación en la que habrían ocurrido los hechos para demostrarlo sin sombra alguna de duda - fue uno de los primeros ejemplos de esta utilización partidista de las instituciones. Pues bien, este caso hoy se agrava todavía más con una nueva vuelta de tuerca, la que supone la anulación por el Tribunal Supremo de la condena que la Audiencia Provincial de Madrid había impuesto a los policías.Podrá discutirse la aplicación de la figura de la detención ilegal en un supuesto como éste, en el que parece claro que no fueron los policías condenados los que tomaron la iniciativa de arrestar a los militantes del PP, sino alguna autoridad política de bastante mayor rango. Sin embargo, los delitos de coacciones y de falsedad documental son difícilmente contestables, como ha puesto de relieve desde el propio ámbito policial Ignacio López, secretario general de la mayoritaria Confederación Española de Policía (CEP), quien ha resaltado también que no fue la Fiscalía, sino las defensas de los imputados y la Abogacía del Estado quienes recurrieron esta parte de la condena.José Bono, con su acostumbrada incontinencia verbal, se ha apresurado a acusar poco menos que de prevaricación a los magistrados de la Audiencia Provincial de Madrid que dictaron la sentencia de instancia. Sin embargo, es triste tener que decir que la inesperada anulación completa de la misma por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo sólo se puede entender a la vista de su composición para el conocimiento del presente caso.Entre los cuatro magistrados que han votado la nueva sentencia, Juan Saavedra, Enrique Bacigalupo, Luciano Varela y Andrés Martínez Arrieta, resulta fácil reconocer los nombres de prominentes miembros de Jueces para la Democracia de probado activismo político. Cualquier intento serio de regeneración de la vida pública española pasa necesariamente por terminar con estas adscripciones ideológicas o partidistas de los miembros del Poder Judicial que tanto daño hacen a la Justicia.
Elsemanaldigital.com
30 de junio de 2007. Uno de los peores reproches que se le pueden formular al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en estos momentos finales de su mandato es la instrumentalización política a la que ha sometido a instituciones y órganos del Estado que por su naturaleza deberían estar alejados de la lucha partidista. Desde autoridades teóricamente independientes, como la Comisión Nacional del Mercado de Valores, hasta cuerpos funcionariales que tendrían que ser neutrales, como la Fiscalía o las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, pasando por la propia Justicia, pocos ámbitos de la organización estatal han escapado a la manipulación por el Ejecutivo con objetivos y finalidades estrictamente políticos.El caso de los policías que detuvieron a dos militantes del PP, Isidoro Barrios y Antonia de la Cruz, por una agresión al ex-ministro de Defensa José Bono que nunca existió - y ahí están los testimonios gráficos de la manifestación en la que habrían ocurrido los hechos para demostrarlo sin sombra alguna de duda - fue uno de los primeros ejemplos de esta utilización partidista de las instituciones. Pues bien, este caso hoy se agrava todavía más con una nueva vuelta de tuerca, la que supone la anulación por el Tribunal Supremo de la condena que la Audiencia Provincial de Madrid había impuesto a los policías.Podrá discutirse la aplicación de la figura de la detención ilegal en un supuesto como éste, en el que parece claro que no fueron los policías condenados los que tomaron la iniciativa de arrestar a los militantes del PP, sino alguna autoridad política de bastante mayor rango. Sin embargo, los delitos de coacciones y de falsedad documental son difícilmente contestables, como ha puesto de relieve desde el propio ámbito policial Ignacio López, secretario general de la mayoritaria Confederación Española de Policía (CEP), quien ha resaltado también que no fue la Fiscalía, sino las defensas de los imputados y la Abogacía del Estado quienes recurrieron esta parte de la condena.José Bono, con su acostumbrada incontinencia verbal, se ha apresurado a acusar poco menos que de prevaricación a los magistrados de la Audiencia Provincial de Madrid que dictaron la sentencia de instancia. Sin embargo, es triste tener que decir que la inesperada anulación completa de la misma por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo sólo se puede entender a la vista de su composición para el conocimiento del presente caso.Entre los cuatro magistrados que han votado la nueva sentencia, Juan Saavedra, Enrique Bacigalupo, Luciano Varela y Andrés Martínez Arrieta, resulta fácil reconocer los nombres de prominentes miembros de Jueces para la Democracia de probado activismo político. Cualquier intento serio de regeneración de la vida pública española pasa necesariamente por terminar con estas adscripciones ideológicas o partidistas de los miembros del Poder Judicial que tanto daño hacen a la Justicia.
Felix Arbolí, Noticias de actualidad
sabado 30 de junio de 2007
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Félix Arbolí
L A prensa de hoy, (día 29, cuando escribo este artículo) me ha dejado a un tiempo cabreado, atontado y con ganas de que Dios se harte de una vez de tantas necedades y reponga la masa gris a tantos malditos, insensatos y estafadores mentales que pululan en nuestro entorno. Sin pasar de su portada, a vuela pluma como dicen los “plumíferos del tabloide”, me he encontrado con una serie de noticias y titulares que parecen surgidas de la mente calenturienta de un oligofrénico. Y sólo he visto por encima, muy por encima, los títulos que informan y orientan al lector sobre lo que encontrarán en su interior. Un adelanto de los sucesos más destacados o extraños que ese día marcan la actualidad en un mundo que parece lanzado a una imparable decadencia y locura colectiva. La primera noticia que me sorprende y desconcierta es que al señor Capello, contra el que nada tengo personalmente, recibirá una indemnización de nueve millones de euros (multipliquen por 166,386 pesetas, si no sufren de vértigo), por largarlo del Real Madrid antes de finalizar su ya “sabroso” contrato o fichaje. Normal que la “pelotita” genere estos escandalosos “pelotazos”, mientras que los hinchas de estos ídolos de botas con tacos, no dejen de mimarlos, admirarlos y venerarlos como súper héroes, pagando altos precios por verlos correr o hacer el paripé de que corren en ese césped exclusivo de millonarios y elegidos. Esta noticia para el que suda la gota gorda por poder llegar a finales de mes con un sueldo miserable, resulta indignante y humillante. Tan insultante como los balances bancarios de Botín ante los accionistas de su “lámpara de Aladino”, donde se habla de beneficios en miles de millones con la misma naturalidad que puedo hacerlo yo cuando me compro una camisa. Aquí en estos casos, la Hacienda, el Estado y todos los que contribuyen y toleran este escándalo financiero deberían tomar las medidas oportunas y necesarias, por simple vergüenza y dignidad, para evitar estos bofetones en plena cara al pueblo que ya no sabe a que agujero apretarse el cinturón, porque se ha quedado sin espacio. Ahora queda la segunda parte, el nuevo fichaje y la consabida lluvia de millones para el nuevo “mister” que, a lo peor, repite cese e indemnización a final de temporada. Me dirán que es por voluntad del aficionado que costea con sus recibos de socio y el pago de las elevadas entradas estos abusivos fichajes en ese extraño y cada vez menos deportivo mundo. Pero si el pueblo tiene una afición y una válvula de escape, las autoridades competentes deberían velar para que pudieran disfrutarla sin tener que sufrir precariedades y abonar las entradas a costa de empeñar hasta el colchón, es un decir, a precio de oro, ya que se han disparado los gastos por obra y gracia de unos señores espabilados y cargados de millones que nunca se cansan de aumentar sus ingresos encareciendo todo lo que tocan y manejan. Buscando el negocio hasta en el simple esparcimiento que sirva de adormidera a los problemas del ciudadano. ¿Hasta donde vamos a llegar en el pago de estos “titanes” de la patada?. Todo, creo, ha de tener un límite. Otra noticia de portada, que tiene “usía” “Le he dado las puñaladas que hacían falta para matarla”. Continúa en el subtítulo: “Un albañil de Alicante asesina a su ex mujer y se queda fumando delante del cadáver”. Vamos, que aquí no ha pasado nada. Este bárbaro, hijo de este maremagnum que estamos viviendo, mata a la que fue su mujer, a un ser humano, con toda naturalidad y a continuación enciende un pitillo y aspira el humo con deleite y tranquilidad. Casi disfrutando de su obra y descansando de su posible esfuerzo realizado. Incluso saluda a los vecinos que se reúnen ante la puerta para verlo salir detenido, como si se tratara de un cruce habitual en las escaleras. Quince puñaladas acabaron con la vida de ese ser al que un día juró amar, cuidar y proteger hasta el final de sus vidas. La que compartió sus ideales juveniles, sus sueños de un futuro común unidos por el cariño y las noches y momentos de amor y de placer donde dos cuerpos se funden en uno. ¿Cómo se pueden olvidar tantas sensaciones comúnmente sentidas, tantos besos arrancados al corazón y tantas horas descubriendo recíprocamente lo mejor de sus sentimientos?. ¿Dios mío qué nos está pasando?. ¿Por qué nos hemos olvidado de Ti y renegamos de tu ejemplo?. No he querido ahondar en el interior de las páginas para no enrabietarme más y poder escribir con serenidad, sin perder la compostura, sin darle pábulo al rencor e indiferencia a la tragedia. Rodrigo Rato, el que fuera vicepresidente aznarista y mago de la economía española, deja su importantísimo cargo financiero en las altas esferas internacionales y regresa a España para ocuparse de su familia. ¿Es que acaso en Estados Unidos no se pueden atender como Dios manda a las familias?. ¿Hay escasez de centros universitarios y oportunidades de hallar buenos “chollos” profesionales?. Creo todo lo contrario, deja el país donde llega el que vale sin colores políticos que lo amparen, para zambullirse en este “paraíso” donde los aduladores, cínicos y trepas son los únicos que coronan las alturas. A él, francamente, no le hacen falta estas “habilidades”, ya que su valía profesional, honestidad personal y bien hacer político están suficientemente demostrados. No se, pero creo que en su sorprendente decisión, hay gato encerrado o finalidad oculta. Espero no equivocarme, ya que es el político que necesito para acercarme a votar, aunque antes deberá eliminar a tanta mediocridad dominante. Sería imperdonable que con la escasez de políticos eficaces y serios que sufrimos, no aprovechemos este filón de oro que se nos presenta como llovido del cielo. Aparte de éstas noticias, quedan pocas que me llamen la atención de forma especial. Hablan de nuevo sobre ese juicio que se va a ser tan famoso como el de Salomón, no por el asunto tratado y la sentencia dictada, sino por la cantidad de individuos que han pasado por esa improvisada y mastodóntica sala habilitada para el proceso y las contradictorias y absurdas declaraciones que en el mismo se producen. No se si mis nietos llegarán a conocer su final y resultado, porque tras esta próxima y primera sentencia vendrán las que se produzcan con las siguientes y consabidas apelaciones y recursos. Una especie de cuento de “la buena pipa”, que tanto nos cabreaba de pequeños porque no llegaba nunca su final. Al final, dentro de unos meses, todos en la calle, mirando a La Meca. Unas menciones a posibles escándalos financieros en el caso “Ibiza”, ( “el pan nuestro” de cada día); otras que hablan de investigación sobre irregularidades en un alto directivo de la CMMV, que al parecer ha sido archivado (de momento). La petición de España a Siria e Irán para la investigación de la muerte de nuestros seis chavales militares en El Líbano. No se que pretende investigar nuestro gobierno. ¿Ver la cara del asesino y contemplar como se pierde en las montañas y campamentos de los que matan creyendo seguir los designios de Alá?. Están obsesionados por esos fanáticos que le inducen al crimen incluso contra los suyos y sus mezquitas, porque les hacen creer que es la voluntad del Profeta, cuando nada se dice en el Corán y siempre se menciona a Mahoma como el justo y misericordioso, dos cualidades que no pueden suponer venganza y muerte. Paso de comentar más noticias de portada, porque ya está el ambiente suficientemente caldeado como para lanzarme páginas adentro. Si les soy franco, (ojo que está escrito con minúscula), de todo el diario lo primero que me llama la atención es la frase que figura en su cabecera. Siempre que cojo “El Mundo”, mi diario habitual, desde que abandoné el “ABC”, al dejar de pertenecer a los Luca de Tena, me voy directo a la frase que encabeza la publicación. Es para mi lo que tiene mayor interés. Lo más auténtico y aconsejable. Hay algunas, la mayoría, que esconden un profundo pensamiento y me inducen a hacer una reflexión sobre la misma y hasta el decidido propósito de seguir su acertada enseñanza. La de hoy dice “El hombre recorre el mundo buscando lo que necesita y vuelve a su casa a encontrarlo”. Su autor George Moore, uno de los fundadores, junto a Bertrand Russell, de la filosofía analítica. Creo que retrata con bastante precisión le absurda lucha y esforzados empeños que desarrollamos buscando ese sueño o quimera, sin darnos cuenta que lo hemos dejado en el interior de nuestras casas, en el seno de nuestras familias y amigos, en el conocimiento interno de nuestra propia estimación y valía. Buscamos desesperadamente darle un sentido a nuestra vida, encontrar la razón de nuestros esfuerzos y cuando nos damos cuenta, al llegar a esa etapa de nuestra existencia donde empezamos a apreciar lo que realmente debería tener valor y prioridad en nuestras apetencias y necesidades, nos encontramos que ya es demasiado tarde, porque no nos habíamos percatado de que ese sueño que tanto habíamos perseguido y por el que habíamos apostado tanto lo hemos tenido a nuestro alcance y no lo hemos sabido reconocer y apreciar. Pero el mundo de las frases es enormemente rico en sensaciones, propósitos y formulación de ideales. Un tema que siempre me ha interesado e impactado en muchas ocasiones, porque me gusta “disecarlas” mentalmente para tratar de descubrir y hacer buen uso de su aleccionadora moraleja o precisa verdad. En mi próximo artículo tocaré este tema, si Dios quiere, porque se trata de un fascinante apartado literario lleno de sorpresas y curiosidades, donde descubrimos la cultura y el pensamiento de su autor a veces con resultados sorprendentes que nos hacen cambiar el concepto que teníamos sobre su protagonista.
NOTICIAS DE ACTUALIDAD
Félix Arbolí
L A prensa de hoy, (día 29, cuando escribo este artículo) me ha dejado a un tiempo cabreado, atontado y con ganas de que Dios se harte de una vez de tantas necedades y reponga la masa gris a tantos malditos, insensatos y estafadores mentales que pululan en nuestro entorno. Sin pasar de su portada, a vuela pluma como dicen los “plumíferos del tabloide”, me he encontrado con una serie de noticias y titulares que parecen surgidas de la mente calenturienta de un oligofrénico. Y sólo he visto por encima, muy por encima, los títulos que informan y orientan al lector sobre lo que encontrarán en su interior. Un adelanto de los sucesos más destacados o extraños que ese día marcan la actualidad en un mundo que parece lanzado a una imparable decadencia y locura colectiva. La primera noticia que me sorprende y desconcierta es que al señor Capello, contra el que nada tengo personalmente, recibirá una indemnización de nueve millones de euros (multipliquen por 166,386 pesetas, si no sufren de vértigo), por largarlo del Real Madrid antes de finalizar su ya “sabroso” contrato o fichaje. Normal que la “pelotita” genere estos escandalosos “pelotazos”, mientras que los hinchas de estos ídolos de botas con tacos, no dejen de mimarlos, admirarlos y venerarlos como súper héroes, pagando altos precios por verlos correr o hacer el paripé de que corren en ese césped exclusivo de millonarios y elegidos. Esta noticia para el que suda la gota gorda por poder llegar a finales de mes con un sueldo miserable, resulta indignante y humillante. Tan insultante como los balances bancarios de Botín ante los accionistas de su “lámpara de Aladino”, donde se habla de beneficios en miles de millones con la misma naturalidad que puedo hacerlo yo cuando me compro una camisa. Aquí en estos casos, la Hacienda, el Estado y todos los que contribuyen y toleran este escándalo financiero deberían tomar las medidas oportunas y necesarias, por simple vergüenza y dignidad, para evitar estos bofetones en plena cara al pueblo que ya no sabe a que agujero apretarse el cinturón, porque se ha quedado sin espacio. Ahora queda la segunda parte, el nuevo fichaje y la consabida lluvia de millones para el nuevo “mister” que, a lo peor, repite cese e indemnización a final de temporada. Me dirán que es por voluntad del aficionado que costea con sus recibos de socio y el pago de las elevadas entradas estos abusivos fichajes en ese extraño y cada vez menos deportivo mundo. Pero si el pueblo tiene una afición y una válvula de escape, las autoridades competentes deberían velar para que pudieran disfrutarla sin tener que sufrir precariedades y abonar las entradas a costa de empeñar hasta el colchón, es un decir, a precio de oro, ya que se han disparado los gastos por obra y gracia de unos señores espabilados y cargados de millones que nunca se cansan de aumentar sus ingresos encareciendo todo lo que tocan y manejan. Buscando el negocio hasta en el simple esparcimiento que sirva de adormidera a los problemas del ciudadano. ¿Hasta donde vamos a llegar en el pago de estos “titanes” de la patada?. Todo, creo, ha de tener un límite. Otra noticia de portada, que tiene “usía” “Le he dado las puñaladas que hacían falta para matarla”. Continúa en el subtítulo: “Un albañil de Alicante asesina a su ex mujer y se queda fumando delante del cadáver”. Vamos, que aquí no ha pasado nada. Este bárbaro, hijo de este maremagnum que estamos viviendo, mata a la que fue su mujer, a un ser humano, con toda naturalidad y a continuación enciende un pitillo y aspira el humo con deleite y tranquilidad. Casi disfrutando de su obra y descansando de su posible esfuerzo realizado. Incluso saluda a los vecinos que se reúnen ante la puerta para verlo salir detenido, como si se tratara de un cruce habitual en las escaleras. Quince puñaladas acabaron con la vida de ese ser al que un día juró amar, cuidar y proteger hasta el final de sus vidas. La que compartió sus ideales juveniles, sus sueños de un futuro común unidos por el cariño y las noches y momentos de amor y de placer donde dos cuerpos se funden en uno. ¿Cómo se pueden olvidar tantas sensaciones comúnmente sentidas, tantos besos arrancados al corazón y tantas horas descubriendo recíprocamente lo mejor de sus sentimientos?. ¿Dios mío qué nos está pasando?. ¿Por qué nos hemos olvidado de Ti y renegamos de tu ejemplo?. No he querido ahondar en el interior de las páginas para no enrabietarme más y poder escribir con serenidad, sin perder la compostura, sin darle pábulo al rencor e indiferencia a la tragedia. Rodrigo Rato, el que fuera vicepresidente aznarista y mago de la economía española, deja su importantísimo cargo financiero en las altas esferas internacionales y regresa a España para ocuparse de su familia. ¿Es que acaso en Estados Unidos no se pueden atender como Dios manda a las familias?. ¿Hay escasez de centros universitarios y oportunidades de hallar buenos “chollos” profesionales?. Creo todo lo contrario, deja el país donde llega el que vale sin colores políticos que lo amparen, para zambullirse en este “paraíso” donde los aduladores, cínicos y trepas son los únicos que coronan las alturas. A él, francamente, no le hacen falta estas “habilidades”, ya que su valía profesional, honestidad personal y bien hacer político están suficientemente demostrados. No se, pero creo que en su sorprendente decisión, hay gato encerrado o finalidad oculta. Espero no equivocarme, ya que es el político que necesito para acercarme a votar, aunque antes deberá eliminar a tanta mediocridad dominante. Sería imperdonable que con la escasez de políticos eficaces y serios que sufrimos, no aprovechemos este filón de oro que se nos presenta como llovido del cielo. Aparte de éstas noticias, quedan pocas que me llamen la atención de forma especial. Hablan de nuevo sobre ese juicio que se va a ser tan famoso como el de Salomón, no por el asunto tratado y la sentencia dictada, sino por la cantidad de individuos que han pasado por esa improvisada y mastodóntica sala habilitada para el proceso y las contradictorias y absurdas declaraciones que en el mismo se producen. No se si mis nietos llegarán a conocer su final y resultado, porque tras esta próxima y primera sentencia vendrán las que se produzcan con las siguientes y consabidas apelaciones y recursos. Una especie de cuento de “la buena pipa”, que tanto nos cabreaba de pequeños porque no llegaba nunca su final. Al final, dentro de unos meses, todos en la calle, mirando a La Meca. Unas menciones a posibles escándalos financieros en el caso “Ibiza”, ( “el pan nuestro” de cada día); otras que hablan de investigación sobre irregularidades en un alto directivo de la CMMV, que al parecer ha sido archivado (de momento). La petición de España a Siria e Irán para la investigación de la muerte de nuestros seis chavales militares en El Líbano. No se que pretende investigar nuestro gobierno. ¿Ver la cara del asesino y contemplar como se pierde en las montañas y campamentos de los que matan creyendo seguir los designios de Alá?. Están obsesionados por esos fanáticos que le inducen al crimen incluso contra los suyos y sus mezquitas, porque les hacen creer que es la voluntad del Profeta, cuando nada se dice en el Corán y siempre se menciona a Mahoma como el justo y misericordioso, dos cualidades que no pueden suponer venganza y muerte. Paso de comentar más noticias de portada, porque ya está el ambiente suficientemente caldeado como para lanzarme páginas adentro. Si les soy franco, (ojo que está escrito con minúscula), de todo el diario lo primero que me llama la atención es la frase que figura en su cabecera. Siempre que cojo “El Mundo”, mi diario habitual, desde que abandoné el “ABC”, al dejar de pertenecer a los Luca de Tena, me voy directo a la frase que encabeza la publicación. Es para mi lo que tiene mayor interés. Lo más auténtico y aconsejable. Hay algunas, la mayoría, que esconden un profundo pensamiento y me inducen a hacer una reflexión sobre la misma y hasta el decidido propósito de seguir su acertada enseñanza. La de hoy dice “El hombre recorre el mundo buscando lo que necesita y vuelve a su casa a encontrarlo”. Su autor George Moore, uno de los fundadores, junto a Bertrand Russell, de la filosofía analítica. Creo que retrata con bastante precisión le absurda lucha y esforzados empeños que desarrollamos buscando ese sueño o quimera, sin darnos cuenta que lo hemos dejado en el interior de nuestras casas, en el seno de nuestras familias y amigos, en el conocimiento interno de nuestra propia estimación y valía. Buscamos desesperadamente darle un sentido a nuestra vida, encontrar la razón de nuestros esfuerzos y cuando nos damos cuenta, al llegar a esa etapa de nuestra existencia donde empezamos a apreciar lo que realmente debería tener valor y prioridad en nuestras apetencias y necesidades, nos encontramos que ya es demasiado tarde, porque no nos habíamos percatado de que ese sueño que tanto habíamos perseguido y por el que habíamos apostado tanto lo hemos tenido a nuestro alcance y no lo hemos sabido reconocer y apreciar. Pero el mundo de las frases es enormemente rico en sensaciones, propósitos y formulación de ideales. Un tema que siempre me ha interesado e impactado en muchas ocasiones, porque me gusta “disecarlas” mentalmente para tratar de descubrir y hacer buen uso de su aleccionadora moraleja o precisa verdad. En mi próximo artículo tocaré este tema, si Dios quiere, porque se trata de un fascinante apartado literario lleno de sorpresas y curiosidades, donde descubrimos la cultura y el pensamiento de su autor a veces con resultados sorprendentes que nos hacen cambiar el concepto que teníamos sobre su protagonista.
Garcia Brera, Llanto por seis soldados...y por España
sabado 30 de junio de 2007
Llanto por seis soldados…y por España
Miguel Ángel García Brera
L A muerte de seis soldados del Ejército español en el Líbano, donde, como siempre ha sido en la milicia, se buscaba ante todo gestionar la paz entre los que acababan de luchar en una guerra que, no obstante, sigue viva, aunque no siempre en los mismos escenarios, pero sí en defensa de las mismas ideologías e intereses enfrentados, ha sido una dolorosa noticia que toda buena persona ha debido sentir hondamente. En mi caso, de forma especial, pues dado mi especial cariño por Colombia, al hecho de la muerte de seis soldados de España, se une la tristeza de que tres de ellos, naturales de aquel país hispanoamericano, hayan sido asesinados al servicio de otra nación, de referente prometedor, a donde llegaron con la esperanza de superar las dificultades existentes en su patria y huyendo, tal vez, del terrorismo que allí campea y que en la misma fecha daba cuenta de trece o catorce personas, secuestradas por las FARC, que han sido liquidadas, tras sufrir varios meses de privación de libertad. Antes de seguir mi reflexión, como cristiano pido a Dios por el destino de nuestros muertos en Líbano, que no son héroes, porque serlo exige otras determinaciones que no es momento de recordar, pero sí constituyen un ejemplo de personas cabales dispuestas a cumplir difíciles servicios, arriesgando mucho y cubriendo huecos que una sociedad hedonista como la nuestra cada vez tiene mayores dificultades de llenar. A sus familiares y amigos, les acompaño en el dolor y les pido perdón como español, avergonzado de que nuestros gobernantes puedan ser tan irresponsables como para no dotar a la tropa de cuantos medios de previsión existen hoy en los mercados, y que, como expresión del generalizado egoísmo de los políticos, no faltan en sus coches oficiales. El enfrentamiento entre Rajoy y Rodríguez ha sido esta vez de antología. El primero tildando de vergüenza la desinformación y la no asunción de responsabilidades por parte del presidente del Gobierno, y el segundo, huyendo del debate con un simple exabrupto resumido en “De vergüenza es su burda demagogia”. Me ha recordado Rodríguez los tiempos convulsos de la Universidad, donde cada vez que abría un debate en mi aula, los alumnos de izquierdas se erigían en directores del mismo, bien intentando no dejar hablar a los integrados en otros grupos, o yéndose por la tangente cada vez que alguien conseguía meterles, a modo de gol, una frase que les dejaba descolocados por la contundencia de los hechos. Ni mi autoridad en clase, que era mucha, conseguía que, quien no fuera de izquierdas, expusiera con respeto de los otros sus opiniones, ni mucho menos que éstos fueran capaces de responder ni a una sola de las acusaciones que sus grupos políticos o sus ideologías pudieran recibir. Su táctica era la de no darse por enterados de lo que se les acusaba y seguir hablando de lo que les parecía oportuno, a veces en un perfecto diálogo de besugos. En aquellos años aprendí que es misión imposible intentar discutir una cuestión con un izquierdista, en términos de igualdad y asumiendo que ninguno de los contendientes tiene la verdad absoluta y es el debate el momento para aclarar lo discutible. Escuchar a Rodríguez Zapatero, a Pepe Blanco, a María Antonia Iglesias, a López Garrido, a Llamazares o a Carrillo, me lleva siempre a recordar a aquellos alumnos por los que sentí pena, incapaces de abandonar el guión partidista por muy en contra que estuviera de lo que imponían los hechos y el razonamiento adecuado. Ahora resulta que un presidente del Gobierno que, según se ha publicado, estaba advertido por el CNI, y hasta por un ministro libanés, del riesgo de ataque a nuestras tropas, y cuyo ministro de Defensa ya habló también, al comunicar al parlamento el envío de los militares, de esa posibilidad – según trajo muy bien a cuento en una filmación, Sánchez Dragó, en Tele Madrid -, aunque se haya permitido esa especia de chiste que consiste en aclarar que lo que quiso decir era riesgo de ataques suicidas, pero no de la clase del que se ha producido, un presidente del Gobierno que llega a los pésames bastantes horas después de que otros mandatarios extranjeros los hayan dado, se permite el lujo de llamar demagogo a un opositor que le recuerda que Líbano está en guerra y los muertos en guerra merecen algo más que una placa amarilla. Y eso lo dice un presidente que, en la oposición, gritó hasta el oremus porque otras tropas fueron enviadas a Irak por el anterior Gobierno, de donde él las sacó sin mayor motivo que el habido para enviar otras al Líbano, o porque un avión de transporte militar, contratado quizás con la misma cicatería de ahorrar en lo que no se debe, es decir en gastos de seguridad, se fue a tierra con su valiosa carga de bravos soldados de España. Triste España, por la que ya hay que empezar a llorar, esta España, donde el partido en el poder se ha adueñado del lenguaje y lo maneja, según le peta y conviene, sin el menor respeto a la verdad y endosando al oponente precisamente los vicios en que es el acusador quien incurre. Con el lenguaje manipulado, como tapadera, cada día progresa la actitud autoritaria, vestida con pieles de cordero o con modelos de Vogue. Frente a ello, habrá que estar muy en guardia, como lo están quienes empiezan a objetar la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿Habrá alguien que ponga en duda la necesidad de educar a los niños – y yo diría que también a muchos mayores, sobre todo dedicados a vivir de la política – en semejante aspecto? Pues bien ese es todo el argumento de quienes no quieren que los españoles seamos ciudadanos educados objetivamente para convivir en paz, respeto y buenas maneras, sino que nos convirtamos a la falsa religión de la izquierda llamada progresista, y aceptemos sus dogmas sobre la Iglesia, la territorialidad del Estado, el divorcio, el aborto, las fiestas, subvencionadas con nuestros impuestos, del orgullo gay, las decisiones sobre retirar tropas del lugar a donde las envío el anterior Gobierno y llevarlas a otro, la carga en profundidad que patrocina Bermejo para dejar en manos de fiscales, que por ley no son sino dependientes del Gobierno, la instrucción sumarial, con pérdida de la independencia que ahora ofrece el juez instructor, salvo en los, todavía, pocos casos en que está politizado, y la bonhomía de ZP y de su abuelo. Claro que hay que educarse para la convivencia, pero no psoedirigidos para aceptar a ojos cerrados los cambios radicales que, en nuestra Patria, pretende, y ya ha iniciado ZP, dejando atónito al propio Alfonso Guerra que, aunque pensaba que la pasada por la izquierda no permitiría que a España la reconociera ni su madre, no creo que imaginara que no la iban a reconocer los extranjeros, ni siquiera los propios españoles. Al menos cuando mandó, no lo intentó tan bruscamente ni con tal oposición al espíritu tradicional de esta nación.
Llanto por seis soldados…y por España
Miguel Ángel García Brera
L A muerte de seis soldados del Ejército español en el Líbano, donde, como siempre ha sido en la milicia, se buscaba ante todo gestionar la paz entre los que acababan de luchar en una guerra que, no obstante, sigue viva, aunque no siempre en los mismos escenarios, pero sí en defensa de las mismas ideologías e intereses enfrentados, ha sido una dolorosa noticia que toda buena persona ha debido sentir hondamente. En mi caso, de forma especial, pues dado mi especial cariño por Colombia, al hecho de la muerte de seis soldados de España, se une la tristeza de que tres de ellos, naturales de aquel país hispanoamericano, hayan sido asesinados al servicio de otra nación, de referente prometedor, a donde llegaron con la esperanza de superar las dificultades existentes en su patria y huyendo, tal vez, del terrorismo que allí campea y que en la misma fecha daba cuenta de trece o catorce personas, secuestradas por las FARC, que han sido liquidadas, tras sufrir varios meses de privación de libertad. Antes de seguir mi reflexión, como cristiano pido a Dios por el destino de nuestros muertos en Líbano, que no son héroes, porque serlo exige otras determinaciones que no es momento de recordar, pero sí constituyen un ejemplo de personas cabales dispuestas a cumplir difíciles servicios, arriesgando mucho y cubriendo huecos que una sociedad hedonista como la nuestra cada vez tiene mayores dificultades de llenar. A sus familiares y amigos, les acompaño en el dolor y les pido perdón como español, avergonzado de que nuestros gobernantes puedan ser tan irresponsables como para no dotar a la tropa de cuantos medios de previsión existen hoy en los mercados, y que, como expresión del generalizado egoísmo de los políticos, no faltan en sus coches oficiales. El enfrentamiento entre Rajoy y Rodríguez ha sido esta vez de antología. El primero tildando de vergüenza la desinformación y la no asunción de responsabilidades por parte del presidente del Gobierno, y el segundo, huyendo del debate con un simple exabrupto resumido en “De vergüenza es su burda demagogia”. Me ha recordado Rodríguez los tiempos convulsos de la Universidad, donde cada vez que abría un debate en mi aula, los alumnos de izquierdas se erigían en directores del mismo, bien intentando no dejar hablar a los integrados en otros grupos, o yéndose por la tangente cada vez que alguien conseguía meterles, a modo de gol, una frase que les dejaba descolocados por la contundencia de los hechos. Ni mi autoridad en clase, que era mucha, conseguía que, quien no fuera de izquierdas, expusiera con respeto de los otros sus opiniones, ni mucho menos que éstos fueran capaces de responder ni a una sola de las acusaciones que sus grupos políticos o sus ideologías pudieran recibir. Su táctica era la de no darse por enterados de lo que se les acusaba y seguir hablando de lo que les parecía oportuno, a veces en un perfecto diálogo de besugos. En aquellos años aprendí que es misión imposible intentar discutir una cuestión con un izquierdista, en términos de igualdad y asumiendo que ninguno de los contendientes tiene la verdad absoluta y es el debate el momento para aclarar lo discutible. Escuchar a Rodríguez Zapatero, a Pepe Blanco, a María Antonia Iglesias, a López Garrido, a Llamazares o a Carrillo, me lleva siempre a recordar a aquellos alumnos por los que sentí pena, incapaces de abandonar el guión partidista por muy en contra que estuviera de lo que imponían los hechos y el razonamiento adecuado. Ahora resulta que un presidente del Gobierno que, según se ha publicado, estaba advertido por el CNI, y hasta por un ministro libanés, del riesgo de ataque a nuestras tropas, y cuyo ministro de Defensa ya habló también, al comunicar al parlamento el envío de los militares, de esa posibilidad – según trajo muy bien a cuento en una filmación, Sánchez Dragó, en Tele Madrid -, aunque se haya permitido esa especia de chiste que consiste en aclarar que lo que quiso decir era riesgo de ataques suicidas, pero no de la clase del que se ha producido, un presidente del Gobierno que llega a los pésames bastantes horas después de que otros mandatarios extranjeros los hayan dado, se permite el lujo de llamar demagogo a un opositor que le recuerda que Líbano está en guerra y los muertos en guerra merecen algo más que una placa amarilla. Y eso lo dice un presidente que, en la oposición, gritó hasta el oremus porque otras tropas fueron enviadas a Irak por el anterior Gobierno, de donde él las sacó sin mayor motivo que el habido para enviar otras al Líbano, o porque un avión de transporte militar, contratado quizás con la misma cicatería de ahorrar en lo que no se debe, es decir en gastos de seguridad, se fue a tierra con su valiosa carga de bravos soldados de España. Triste España, por la que ya hay que empezar a llorar, esta España, donde el partido en el poder se ha adueñado del lenguaje y lo maneja, según le peta y conviene, sin el menor respeto a la verdad y endosando al oponente precisamente los vicios en que es el acusador quien incurre. Con el lenguaje manipulado, como tapadera, cada día progresa la actitud autoritaria, vestida con pieles de cordero o con modelos de Vogue. Frente a ello, habrá que estar muy en guardia, como lo están quienes empiezan a objetar la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿Habrá alguien que ponga en duda la necesidad de educar a los niños – y yo diría que también a muchos mayores, sobre todo dedicados a vivir de la política – en semejante aspecto? Pues bien ese es todo el argumento de quienes no quieren que los españoles seamos ciudadanos educados objetivamente para convivir en paz, respeto y buenas maneras, sino que nos convirtamos a la falsa religión de la izquierda llamada progresista, y aceptemos sus dogmas sobre la Iglesia, la territorialidad del Estado, el divorcio, el aborto, las fiestas, subvencionadas con nuestros impuestos, del orgullo gay, las decisiones sobre retirar tropas del lugar a donde las envío el anterior Gobierno y llevarlas a otro, la carga en profundidad que patrocina Bermejo para dejar en manos de fiscales, que por ley no son sino dependientes del Gobierno, la instrucción sumarial, con pérdida de la independencia que ahora ofrece el juez instructor, salvo en los, todavía, pocos casos en que está politizado, y la bonhomía de ZP y de su abuelo. Claro que hay que educarse para la convivencia, pero no psoedirigidos para aceptar a ojos cerrados los cambios radicales que, en nuestra Patria, pretende, y ya ha iniciado ZP, dejando atónito al propio Alfonso Guerra que, aunque pensaba que la pasada por la izquierda no permitiría que a España la reconociera ni su madre, no creo que imaginara que no la iban a reconocer los extranjeros, ni siquiera los propios españoles. Al menos cuando mandó, no lo intentó tan bruscamente ni con tal oposición al espíritu tradicional de esta nación.
Ismael Medina, Traicion a España
sabado 30 de junio de 2007
Traición a España
Ismael Medina
G UERRA y paz son como la pescadilla que se muerde la cola. La paz no puede entenderse sin el contrapunto de la guerra. Y viceversa. Lo percibió y plasmó nuestro Quevedo en muy transitados versos: "Sale de la guerra, paz;/ de la paz, abundancia;/ de la abundancia, ocio;/ del ocio, vicio;/ y del vicio, guerra". El hombre ha estado en guerra consigo mismo o con el otro desde su mismo origen. La paz no ha sido otra cosa en la historia humana que un periodo más o menos breve de descanso entre guerras, bien o mal aprovechado. Es la causa de que no haya perdido vigencia la vieja máxima latina de si quieres la paz, prepárate para la guerra. Lo absurdo, lo estúpido, lo suicida es ir a la guerra sin la voluntad y los medios necesarios para combatirla y ganarla. Se trata de una inexcusable memoria histórica que obliga sobre todo y en cada coyuntura a quienes están al frente de los designios de un pueblo. Me llamó la atención desde niño, y es una de las muchas lecciones debidas a mi padre, un gran maestro nacional, lo habitual en el mundo animal de los signos externos de poder y ornamentación de los machos y su paralelismo con los vistosos uniformes de los militares en todos los tiempos. También hoy, pese a imperativos de funcionalidad y adecuación a las nuevas tecnologías para el combate. Y aunque las feministas me cuelguen sambenitos, añado respecto a la aludida equivalencia que a la mujer atrajeron siempre los uniformados, especialmente en tiempos conflictivos, pues intuían tras de ellos una imagen de fortaleza y de valor. O si se quiere, de garantía real o presunta de perpetuación de la especie. Y en esa misma línea nada de insólito encierra la evidencia de que en periodos de abundancia, ocio y vicio a los que se refería el incisivo Quevedo, hoy vigentes, se cultive con énfasis la imagen del galán con apostura y musculatura varoniles. Un ocasional y chulesco sucedáneo, a la postre, de la condición militar, imagen hoy degradada y socialmente orillada. LA DEGRADACIÓN DE LAS FUERZAS ARMADAS COMENZÓ CON SUÁREZ SE ha registrado en todos los ciclos de crecimiento y decadencia de civilización, imperios y pueblos un punto de inflexión que marca la diferencia. Me refiero a la traslación desde la república de la armas y de las letras, para nosotros simbolizada por la estatua yacente del Doncel de Sigüenza, al huero pacifismo "progresista" que se expandió por el mundo occidental a partir de la movida hippie de las campas de Berkeley y en Europa se tradujo en el mayo francés del 68. En lo más desolador y sórdido de esa onda hace Rodríguez funambulismo de saltimbanqui ciego y sin olfato. Rodríguez y sus huestes son el subproducto terminal, conviene subrayarlo, de un nauseabundo proceso de desfondamiento de la moral castrense y del espíritu colectivo de defensa que emprendió el vicepresidente del gobierno y teniente general Gutiérrez Mellado, con el beneplácito de Adolfo Suárez y del monarca. Conviene recordarlo. La amnistía general que siguió a las elecciones generales de 1977 se nos presenta todavía hoy como el cierre de la cúpula de la democratización, bajo la cual fulguraría el ara de la reconciliación. No fue así en la realidad. Aún proviniendo del franquismo la democracia partitocrática y la mayoría de sus fautores, según expliqué en mi anterior crónica, pronto se le vieron las orejas de un visceral antifranquismo, recrecido hasta la exasperación con la llegada al poder de Rodríguez. Aquella amnistía fue apresurada por exigencias encubridoras que poco tenían que ver con lo pregonado. Y alcanzó a los terroristas etarras bajo la falsa presunción de que su objetivo criminal había sido la lucha contra el régimen de Franco. O por un exceso de amor a la libertad y a la democracia, que se dijo para justificarlo. Se ocultó lo que era de sobra conocido: que ETA, con el respaldo maniqueo del nacionalismo secesionista, había declarado la guerra al "Estado español" hasta la consecución de la independencia de Vascongadas y la anexión de Navarra. Y siguió matando a ritmo frenético pese a que los constitucionalistas dejaron abierto un pernicioso y excitante portillo que el nacionalismo secesionista y su brazo armado han aprovechado hasta hoy con creciente determinación. Continuó sin apenas respiro la guerra contra España. Una guerra irregular, si se quiere. Pero guerra. Incluso lo confirmaban la estructura y nomenclatura etarras: una rama militar, cuyas unidades operativas se denominaban comandos, y otra política, ambas bajo la dirección de una suerte de gobierno con poderes excepcionales. ETA consiguió que sus propias denominaciones bélicas fueran asumidas hasta hoy mismo por los políticos y los medios encandilados con la "joven democracia". Fue su primera victoria dialéctica, cuyas funestas consecuencias sufrimos ahora con muy superior gravedad gracias a la paranoia pacifista y desintegradora de Rodríguez. Las acciones de la guerra irregular combatida por ETA contra el "opresor Estado español", tanto las selectivas como las indiscriminadas (de lo uno y de lo otro ha habido también en las llamadas guerras convencionales), se dirigieron con preferencia en aquellos tiempos contra mandos, efectivos y centros militares (la Guardia Ciivil, conviene recalcarlo, es un Cuerpo Armado del Ejército de Tierra). Gutiérrez Mellado tomó dos insidiosas y cobardes decisiones: que los militares sólo vistieran el uniforme en el interior de los recintos castrenses y lo hicieran de paisano fuera de ellos; y que los funerales por los muertos a manos de ETA se celebraran de forma semiclandestina en escenarios cerrados y se hurtaran al homenaje que le debían la familia castrense y la sociedad. Se quebraron principios esenciales que siempre han sostenido a los ejércitos, entre ellos el orgullo de servir a la Patria hasta la muerte y mostrarlo en público. Fue aquél, sin duda, el primer e inicuo sarretazo a la moral castrense, cuyas negativas consecuencias acentuarían sucesivos gobiernos. Y es que también entonces, aunque encubierta, afloraba una revanchista y torticera "memoria histórica", propia de conversos y de turbios personajes con el estigma asumido de vencidos, que identificaba a los Ejércitos con el franquismo. No es ocasión de relatar el proceso que desde aquellos iniciales despropósitos nos ha conducido por sucesivas etapas degradatorias a la existencia de unas jibarizadas Fuerzas Armadas de recluta mercenaria, mal dotadas de medios acordes con las amenazas a que nos enfrentamos y cuyos mandos superiores se seleccionan desde el poder político más en razón de perfiles sumisos que de capacidad objetiva para la misión que les compete. Acerca de este desmantelamiento suicida de las Fuerzas Armadas en lo moral y lo material escribí "España indefensa" (Ediciones Dyrsa, 1986), libro del que recojo estas palabras finales: "Pero cuando un pueblo y sus más vitales instituciones admiten, sin un mínimo asomo de pasión restitutoria, que se proclame de mil maneras la muerte de España, hay motivos sobrados para temer lo peor". Y lo peor ha llegado, aunque no lo último. A UNA GUERRA SE VA PARA COMBATIRLA Y GANARLA CUANDO un gobierno desplaza unidades militares propias a una zona exterior de conflicto ha de ser consciente de que envía a sus soldados para combatir a un enemigo, sea uniformado o no. Y que si éstos asumen el riesgo de morir, los políticos que los desplazan han de apechar con la responsabilidad de las consecuencias que se deriven de un planteamiento erróneo de la misión encomendada y de dotarlos de medios inadecuados para algo más que su propia defensa. A la guerra no se va para juegos florales. Se va para combatirla con el propósito de vencerla y de ganar el derecho a imponer la paz. El general norteamericano Patton, uno de los generales míticos de la II Guerra Mundial junto al alemán Rommel, lo expresó con aleccionadora rudeza (Cito de memoria, pero en términos bastante exactos).: "Yo no mando a mis soldados a morir como cabrones. Los mando para que mueran como cabrones los soldados enemigos". Algo que Rodríguez desconoce, aquejado como está de un delirio pacifista que nos conduce al desastre en política interior y exterior. El pasado martes conecté con Telemadrid para presenciar el programa de debate de Saez de Buroaga. Un formato habitual en emisoras de televisión y radio en que comparecen casi los mismos participantes y desembocan en desabridos enfrentamientos entre los defensores a ultranza de los desaguisados gubernamentales y los alineados con las tesis de la oposición. Personajes, por lo general, formalmente vinculados a unos u otros partidos o de periodistas a ellos adscritos. Un permanente diálogo de sordos en que sobresale y suele imponerse el cinismo subordinado de los aferrados a la nómina de Alicio Rodríguez y el recurso último al improperio cuando carecen de una respuesta válida a cualquier argumento razonable. Empeño en que descuella María Antonia Iglesias, una suerte de irascible Pasionaria pasada por una prensa hidráulica. Fuera de sí, llegó a acusar de criminales, dirigiéndose a Alfonso Rojo, a quienes atribuyen al gobierno rodriguezco, no sin elementos de causa, la responsabilidad política de los recientes lutos en Líbano. De poco le valieron a Alfonso Rojo su vital experiencia como corresponsal de guerra en múltiples escenarios. Ni a Aristegui su envidiable conocimiento de la entretelas políticas de los conflictos, sobre todo en la hoguera de Oriente Medio, y de lo que se cocina en el seno de la ONU. La Iglesias y compaña se comportan como los muñecos de un torpe ventrílocuo, en este caso de Pepino Blanco. Pepito Bono, el pastelero de Toledo y navajero de Albacete, y que, como el tero, en un lugar canta y en otro pone el huevo, dio la clave de la política militar de Rodríguez cuando, a sus órdenes, era ministro de Defensa. Prefería morir a matar. Sería admisible como actitud personal. Pero no como imperativo lema militar en sustitución del tradicional "Todo por la Patria", médula del espíritu castrense de entrega y de servicio a España. Al contrario que Patton, el gobierno Rodríguez y sus acólitos, prefieren enviar a nuestros soldados a que mueran como cabrones en escenarios lejanos, bajo el paraguas manoqueo de la ONU, a que lo hagan a sus manos cualesquiera miembros de las múltiples unidades de combate del neoimperialismo islámico. ¿Misiones humanitarias? ¿Misiones de paz? Meras coberturas dialécticas para enmascarar una intervención militar al amparo del "derecho de injerencia", invento francés hecho suyo por las Naciones Unidas en numerosos acuerdos y declaraciones del Consejo de Seguridad. Una pantalla movible encaminada a justificar el derrocamiento de regímenes totalitarios, reales o presuntos, seleccionados a conveniencia para sustituirlos por aleatorios y subordinados sistemas democráticos de partidos. Así lo entendieron todos los gobiernos que han enviado unidades de sus Fuerzas Armadas a Iraq, a Afganistán, a Líbano y a otros tantos escenarios conflictivos de la Europa balcánica, Asia, Africa o el Caribe. Todos, menos el español actual. Han procurado esos gobierno dotar a sus fuerzas expedicionarias de los mejores medios defensivos y ofensivos a su disposición, conscientes de los riesgos y de las exigencias que entraña una guerra, sea convencional o no. Todos, insisto, menos el que nos desgobierna en España. Mientras esas otras naciones honran a sus muertos como caídos en combate, en España se les despide de manera miserable como muertos "en accidente". O "asesinados" ocasionalmente por una partida de bandidos, igual que si se tratara de policías abatidos por los atracadores a un banco. UNAS FUERZAS ARMADAS EN PRECARIO LOS 62 soldados que viajaban de retorno de Afganistán en el "Yack 42" murieron al estrellarse el avión, fuera por causa del mal tiempo, un falo técnico o un error del piloto. Nunca se aclaró del todo. Aunque murieran en accidente, no lo fueron "por accidente". Murieron en acto de servicio, de la misma manera que se considera accidente de trabajo al obrero que lo sufre camino del tajo o de vuelta a casa. Pero no era esa la cuestión capital sino el motivo por el cual se alquiló para su transporte el avión a una compañía privada, en vez de utilizar lo asignados al Ejército del Aire. No se trataba entonces, como tampoco ahora, de una carencia en sentido estricto. Se oculta que en torno al 70% del presupuesto de mantenimiento de la flota aérea militar lo absorbe, ahora con especial fruición, el de la flota de aeronaves y helicópteros utilizados a esgalla, incluso para caprichos personales, por el monarca, el presidente del gobierno, sus ministros y otros capitostes de inferior categoría. Las horas de entrenamiento del personal de vuelo son cicateras por necesidad. El "accidente" de los Caguar en Afganistán se debió a su vulnerabilidad, ya que se trataba de aeronaves diseñadas para observación marítima y carentes del blindaje y de las armas ofensivas propios de helicópteros de combate. Las insuficiencias de la Fuerza Aérea se extienden a la Marina y al Ejército de Tierra. El problema es de muy superior entidad al tan manoseado estos días de la ausencia de inhibidores de frecuencia en los BMR enviados a Líbano, en vez de los blindados "Pizarro" y "Leopard", asaz más acordes para la guerra contra el imperialismo islámico que se libra en Oriente Medio. Carecemos de unas Fuerzas Armadas en número y recursos acordes con las exigencias actuales de una razonable política de defensa. Fue un disparate, forzado por el antimilitarismo de los gobiernos anteriores, la tan aplaudida decisión del presidido por Aznar de crear unas Fuerzas Armadas profesionales de incorporación voluntaria, cuyo continentes no logra completarse pese al alto porcentaje de inmigrantes hispanoamericanos que lo integran. Una opción que solo pueden afrontar naciones ricas y cuyos gobiernos no regatean inversiones presupuestarias destinadas a Defensa. PARA GANAR LA PAZ HAY QUE GANAR ANTES LA GUERRA LA guerra que se libra en Irak, Afganistán y Líbano contra ejércitos irregulares abastecidos por Irán y Siria es una guerra de contención frente al expansionismo islámico. Un neoimperialismo que no oculta su objetivo de reconquistar Al Andalus, la entera Península Ibérica, en la que introduce un quinta columna en aumento. Y que también hoy la concibe como plataforma indispensable para penetrar en el corazón de Europa. Hierve el fundamentalismo islámico, armado y político, en todo el Norte de Africa. En nuestra vecindad, bajo vientre de Europa. No es aventurado suponer que un día se haga con el poder en Argelia y Marruecos. Y si no se corrige de manera radical la deriva de quiebra de las unidad nacional puesta en marcha por los constitucionalistas de 1978 y llevada por Rodríguez a sus más letales consecuencias, amén de la suicida jibarización de nuestras Fuerzas Armadas, nos encontraremos en situación parecida a la de la España visigótica de don Rodrigo frente a las hordas bereberes de Tariq. De ahí la importancia capital de aniquilar al enemigo en sus mismas surgientes mediorientales, incluido Iraq. Y si fuera preciso, mediante una guerra internacional de grandes proporciones para abatir los actuales regímenes tiránicos de Irán y Siria. Pepino Blanco, López Garrido y sus comparsas mediáticos vuelven una y otra vez sobre la culpa aznariana de la guerra de Irak y la fotografía de las Azores . Una obsesiva tapadera a falta de argumentos atendibles para justificar sus errores. Estos días, mientras la progresía española y europea la emprendía contra Bush, Blair y Aznar, era condenado a muerte en Iraq el lugarteniente de Sadam Husein apodado "el Químico", culpable de la aniquilación de miles de kurdos mediante la siembra de unos gases letales que también fueron empleados en la guerra con Irán. ¿Se quiere mayor prueba de la existencia de armas de destrucción masiva en manos del tirano iraquí? No fueron encontradas por las tropas aliadas tras la invasión en cumplimiento de la teoría democratizadora del "derecho de injerencia". Pero existieron y se utilizaron con anterioridad. No es descabellada la sospecha de que fueran escondidas en las colindantes Siria e Irán, ésta convertida hoy en potencia nuclear. Se calla asimismo que la aplicación a Iraq del democrático "derecho de injerencia" fue avalado por resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y que allí quedaron fuerzas de otras naciones cuyos máximos dirigentes no estuvieron en las Azores, cuando nuestras tropas abandonaron precipitada y vergonzosamente el territorio iraquí por orden perentoria de Rodríguez. No diferían aquellos dictámenes en su contenido de los posteriores a que se acogió ese mismo Rodríguez para enviar fuerzas expedicionarias españolas en "misión de paz" a las guerras de Afganistán y Líbano. Pero como su misión era "humanitaria", se ordenó a nuestros soldados de no respondieran con parigual o mayor dureza si eran atacados. A seguir con disciplina la doctrina Bono de morir y no matar. O dicho a la manera de Patton, de morir como cabrones a la sombra de la Alianza de Civilizaciones, mero remedo de la política de claudicación ante ETA. Y existen pruebas fehacientes de las conexiones entre ETA y el terrorismo islámico por mucho esfuerzo que se despliegue para ocultarlo. PREGUNTAS INQUIETANTES E INEXCUSABLES NO entraré en la disputa de si fueron galgos o podencos los inductores, organizadores y autores de la matanza del 11 de marzo de 2004, a la que Rodríguez y el P(SOE) deben su acceso al poder. Ni lo sabremos sea cual sea la sentencia del Tribunal de la Audiencia Nacional que juzga a los señalados como culpables próximos de los atentados. De ellos que puede decirse, recurriendo al tópico, que ni son todos los que están ni están todos los que son. Llama la atención, no obstante, que se haya conocido con presteza el uso de explosivo militar C-4 que ocasionó la muerte de seis de nuestros soldados en la reciente acción de guerra en Líbano y desconozcamos, transcurridos tres años, el tipo de explosivo de pareja potencia destructiva que se utilizó en los trenes de Atocha. No cabe otra explicación plausible, o sospecha, que existió desde el primer momento un llamativo interés en ocultarlo. Tentación nada insólita en quienes con la mentira y la manipulación han pervertido la política de Estado. También respecto de la retirada de Iraq y la contradictoria intervención en las guerras "pacificadoras" de Afganistán y Líbano. Territorio este último en que, a diferencia de Iraq, Francia conserva intereses y rescoldos de antigua potencia colonial que le incitan a su implicación. Rodríguez no introdujo en su campaña electoral la promesa de retirar nuestras tropas de Iraq y un rupestre antinorteamericanismo por que así conviniera al interés de España. Ni por desmelenada demagogia. Tampoco su cumplimiento nada más alzarse con el poder. Lo hizo a instancias de Chirac y al servicio de la política exterior del Estado francés en aquella coyuntura. Lo que mueve a dos interrogantes que algún día tendrán respuesta: ¿Qué prometieron Chirac y el Gran Oriente de Francia a Rodríguez luego de su ascenso a la secretaría general del P(SOE)? ¿Y qué gravosa deuda contrajo y les debió en adelante? Preguntas de parecida índole pueden hacerse respecto de los nacionalismos separatistas y las ramas política y militar de ETA. Y asimismo del descabellado respaldo a la penetración islamista en España. Es cierto el arraigo del federalismo revolucionario en el socialismo español. También que los separatismos vascongado y catalán, como se demostró durante nuestra guerra, son capaces de aliarse con el diablo para alcanzar sus objetivos secesionistas. Y que no desdeñan valerse del terrorismo, de la guerra encubierta, para presionar al gobierno de la Nación, sobre todo cuando perciben su debilidad. O que lo saben obligado por oscuros centros de poder a satisfacer sus exigencias. Todo ello es conocido. Pero el descaro, la superchería y la tozudez de Rodríguez en llevarlo adelante ni tan siquiera alcanza una explicación razonable en la cortedad de su inteligencia, en su inclinación a la tarangana o en su paranoica naturaleza. Acaso radique en su comprobada propensión a esconderse en momentos críticos. Una innata cobardía característica de los déspotas sin talento, siempre proclives a la claudicación ante los que pueden hacerles mayor daño. ETA-Batasuna tiene atrapado a Rodríguez. Pero no sólo por los compromisos adquiridos en el curso de las negociaciones emprendidas desde 2002, a espaldas del pacto antiterrorista con el PP y de la Ley de Partidos. Su perversa entidad era de dominio público desde antes que ETA-Batasuna comenzara a desgranarlos a través de "Gara". Algo de muy superior gravedad para Rodríguez se guarda ETA para chulearlo. Y también ERC que igualmente lo tiene cogido por los huevos, que diría Trillo. ¿Acaso debamos remontarnos a la tenida de Carod-Rovira con Ternera en las proximidades de Perpiñán, en la que, además de los acompañantes de confianza de ambos, participaron seis misteriosos personajes, mitad por mitad franceses y españoles? Barrunto, a tenor de lo sucedido después, que allí se fraguó una traición de gran alcance y de muy problemático remedio en las actuales circunstancias.
Traición a España
Ismael Medina
G UERRA y paz son como la pescadilla que se muerde la cola. La paz no puede entenderse sin el contrapunto de la guerra. Y viceversa. Lo percibió y plasmó nuestro Quevedo en muy transitados versos: "Sale de la guerra, paz;/ de la paz, abundancia;/ de la abundancia, ocio;/ del ocio, vicio;/ y del vicio, guerra". El hombre ha estado en guerra consigo mismo o con el otro desde su mismo origen. La paz no ha sido otra cosa en la historia humana que un periodo más o menos breve de descanso entre guerras, bien o mal aprovechado. Es la causa de que no haya perdido vigencia la vieja máxima latina de si quieres la paz, prepárate para la guerra. Lo absurdo, lo estúpido, lo suicida es ir a la guerra sin la voluntad y los medios necesarios para combatirla y ganarla. Se trata de una inexcusable memoria histórica que obliga sobre todo y en cada coyuntura a quienes están al frente de los designios de un pueblo. Me llamó la atención desde niño, y es una de las muchas lecciones debidas a mi padre, un gran maestro nacional, lo habitual en el mundo animal de los signos externos de poder y ornamentación de los machos y su paralelismo con los vistosos uniformes de los militares en todos los tiempos. También hoy, pese a imperativos de funcionalidad y adecuación a las nuevas tecnologías para el combate. Y aunque las feministas me cuelguen sambenitos, añado respecto a la aludida equivalencia que a la mujer atrajeron siempre los uniformados, especialmente en tiempos conflictivos, pues intuían tras de ellos una imagen de fortaleza y de valor. O si se quiere, de garantía real o presunta de perpetuación de la especie. Y en esa misma línea nada de insólito encierra la evidencia de que en periodos de abundancia, ocio y vicio a los que se refería el incisivo Quevedo, hoy vigentes, se cultive con énfasis la imagen del galán con apostura y musculatura varoniles. Un ocasional y chulesco sucedáneo, a la postre, de la condición militar, imagen hoy degradada y socialmente orillada. LA DEGRADACIÓN DE LAS FUERZAS ARMADAS COMENZÓ CON SUÁREZ SE ha registrado en todos los ciclos de crecimiento y decadencia de civilización, imperios y pueblos un punto de inflexión que marca la diferencia. Me refiero a la traslación desde la república de la armas y de las letras, para nosotros simbolizada por la estatua yacente del Doncel de Sigüenza, al huero pacifismo "progresista" que se expandió por el mundo occidental a partir de la movida hippie de las campas de Berkeley y en Europa se tradujo en el mayo francés del 68. En lo más desolador y sórdido de esa onda hace Rodríguez funambulismo de saltimbanqui ciego y sin olfato. Rodríguez y sus huestes son el subproducto terminal, conviene subrayarlo, de un nauseabundo proceso de desfondamiento de la moral castrense y del espíritu colectivo de defensa que emprendió el vicepresidente del gobierno y teniente general Gutiérrez Mellado, con el beneplácito de Adolfo Suárez y del monarca. Conviene recordarlo. La amnistía general que siguió a las elecciones generales de 1977 se nos presenta todavía hoy como el cierre de la cúpula de la democratización, bajo la cual fulguraría el ara de la reconciliación. No fue así en la realidad. Aún proviniendo del franquismo la democracia partitocrática y la mayoría de sus fautores, según expliqué en mi anterior crónica, pronto se le vieron las orejas de un visceral antifranquismo, recrecido hasta la exasperación con la llegada al poder de Rodríguez. Aquella amnistía fue apresurada por exigencias encubridoras que poco tenían que ver con lo pregonado. Y alcanzó a los terroristas etarras bajo la falsa presunción de que su objetivo criminal había sido la lucha contra el régimen de Franco. O por un exceso de amor a la libertad y a la democracia, que se dijo para justificarlo. Se ocultó lo que era de sobra conocido: que ETA, con el respaldo maniqueo del nacionalismo secesionista, había declarado la guerra al "Estado español" hasta la consecución de la independencia de Vascongadas y la anexión de Navarra. Y siguió matando a ritmo frenético pese a que los constitucionalistas dejaron abierto un pernicioso y excitante portillo que el nacionalismo secesionista y su brazo armado han aprovechado hasta hoy con creciente determinación. Continuó sin apenas respiro la guerra contra España. Una guerra irregular, si se quiere. Pero guerra. Incluso lo confirmaban la estructura y nomenclatura etarras: una rama militar, cuyas unidades operativas se denominaban comandos, y otra política, ambas bajo la dirección de una suerte de gobierno con poderes excepcionales. ETA consiguió que sus propias denominaciones bélicas fueran asumidas hasta hoy mismo por los políticos y los medios encandilados con la "joven democracia". Fue su primera victoria dialéctica, cuyas funestas consecuencias sufrimos ahora con muy superior gravedad gracias a la paranoia pacifista y desintegradora de Rodríguez. Las acciones de la guerra irregular combatida por ETA contra el "opresor Estado español", tanto las selectivas como las indiscriminadas (de lo uno y de lo otro ha habido también en las llamadas guerras convencionales), se dirigieron con preferencia en aquellos tiempos contra mandos, efectivos y centros militares (la Guardia Ciivil, conviene recalcarlo, es un Cuerpo Armado del Ejército de Tierra). Gutiérrez Mellado tomó dos insidiosas y cobardes decisiones: que los militares sólo vistieran el uniforme en el interior de los recintos castrenses y lo hicieran de paisano fuera de ellos; y que los funerales por los muertos a manos de ETA se celebraran de forma semiclandestina en escenarios cerrados y se hurtaran al homenaje que le debían la familia castrense y la sociedad. Se quebraron principios esenciales que siempre han sostenido a los ejércitos, entre ellos el orgullo de servir a la Patria hasta la muerte y mostrarlo en público. Fue aquél, sin duda, el primer e inicuo sarretazo a la moral castrense, cuyas negativas consecuencias acentuarían sucesivos gobiernos. Y es que también entonces, aunque encubierta, afloraba una revanchista y torticera "memoria histórica", propia de conversos y de turbios personajes con el estigma asumido de vencidos, que identificaba a los Ejércitos con el franquismo. No es ocasión de relatar el proceso que desde aquellos iniciales despropósitos nos ha conducido por sucesivas etapas degradatorias a la existencia de unas jibarizadas Fuerzas Armadas de recluta mercenaria, mal dotadas de medios acordes con las amenazas a que nos enfrentamos y cuyos mandos superiores se seleccionan desde el poder político más en razón de perfiles sumisos que de capacidad objetiva para la misión que les compete. Acerca de este desmantelamiento suicida de las Fuerzas Armadas en lo moral y lo material escribí "España indefensa" (Ediciones Dyrsa, 1986), libro del que recojo estas palabras finales: "Pero cuando un pueblo y sus más vitales instituciones admiten, sin un mínimo asomo de pasión restitutoria, que se proclame de mil maneras la muerte de España, hay motivos sobrados para temer lo peor". Y lo peor ha llegado, aunque no lo último. A UNA GUERRA SE VA PARA COMBATIRLA Y GANARLA CUANDO un gobierno desplaza unidades militares propias a una zona exterior de conflicto ha de ser consciente de que envía a sus soldados para combatir a un enemigo, sea uniformado o no. Y que si éstos asumen el riesgo de morir, los políticos que los desplazan han de apechar con la responsabilidad de las consecuencias que se deriven de un planteamiento erróneo de la misión encomendada y de dotarlos de medios inadecuados para algo más que su propia defensa. A la guerra no se va para juegos florales. Se va para combatirla con el propósito de vencerla y de ganar el derecho a imponer la paz. El general norteamericano Patton, uno de los generales míticos de la II Guerra Mundial junto al alemán Rommel, lo expresó con aleccionadora rudeza (Cito de memoria, pero en términos bastante exactos).: "Yo no mando a mis soldados a morir como cabrones. Los mando para que mueran como cabrones los soldados enemigos". Algo que Rodríguez desconoce, aquejado como está de un delirio pacifista que nos conduce al desastre en política interior y exterior. El pasado martes conecté con Telemadrid para presenciar el programa de debate de Saez de Buroaga. Un formato habitual en emisoras de televisión y radio en que comparecen casi los mismos participantes y desembocan en desabridos enfrentamientos entre los defensores a ultranza de los desaguisados gubernamentales y los alineados con las tesis de la oposición. Personajes, por lo general, formalmente vinculados a unos u otros partidos o de periodistas a ellos adscritos. Un permanente diálogo de sordos en que sobresale y suele imponerse el cinismo subordinado de los aferrados a la nómina de Alicio Rodríguez y el recurso último al improperio cuando carecen de una respuesta válida a cualquier argumento razonable. Empeño en que descuella María Antonia Iglesias, una suerte de irascible Pasionaria pasada por una prensa hidráulica. Fuera de sí, llegó a acusar de criminales, dirigiéndose a Alfonso Rojo, a quienes atribuyen al gobierno rodriguezco, no sin elementos de causa, la responsabilidad política de los recientes lutos en Líbano. De poco le valieron a Alfonso Rojo su vital experiencia como corresponsal de guerra en múltiples escenarios. Ni a Aristegui su envidiable conocimiento de la entretelas políticas de los conflictos, sobre todo en la hoguera de Oriente Medio, y de lo que se cocina en el seno de la ONU. La Iglesias y compaña se comportan como los muñecos de un torpe ventrílocuo, en este caso de Pepino Blanco. Pepito Bono, el pastelero de Toledo y navajero de Albacete, y que, como el tero, en un lugar canta y en otro pone el huevo, dio la clave de la política militar de Rodríguez cuando, a sus órdenes, era ministro de Defensa. Prefería morir a matar. Sería admisible como actitud personal. Pero no como imperativo lema militar en sustitución del tradicional "Todo por la Patria", médula del espíritu castrense de entrega y de servicio a España. Al contrario que Patton, el gobierno Rodríguez y sus acólitos, prefieren enviar a nuestros soldados a que mueran como cabrones en escenarios lejanos, bajo el paraguas manoqueo de la ONU, a que lo hagan a sus manos cualesquiera miembros de las múltiples unidades de combate del neoimperialismo islámico. ¿Misiones humanitarias? ¿Misiones de paz? Meras coberturas dialécticas para enmascarar una intervención militar al amparo del "derecho de injerencia", invento francés hecho suyo por las Naciones Unidas en numerosos acuerdos y declaraciones del Consejo de Seguridad. Una pantalla movible encaminada a justificar el derrocamiento de regímenes totalitarios, reales o presuntos, seleccionados a conveniencia para sustituirlos por aleatorios y subordinados sistemas democráticos de partidos. Así lo entendieron todos los gobiernos que han enviado unidades de sus Fuerzas Armadas a Iraq, a Afganistán, a Líbano y a otros tantos escenarios conflictivos de la Europa balcánica, Asia, Africa o el Caribe. Todos, menos el español actual. Han procurado esos gobierno dotar a sus fuerzas expedicionarias de los mejores medios defensivos y ofensivos a su disposición, conscientes de los riesgos y de las exigencias que entraña una guerra, sea convencional o no. Todos, insisto, menos el que nos desgobierna en España. Mientras esas otras naciones honran a sus muertos como caídos en combate, en España se les despide de manera miserable como muertos "en accidente". O "asesinados" ocasionalmente por una partida de bandidos, igual que si se tratara de policías abatidos por los atracadores a un banco. UNAS FUERZAS ARMADAS EN PRECARIO LOS 62 soldados que viajaban de retorno de Afganistán en el "Yack 42" murieron al estrellarse el avión, fuera por causa del mal tiempo, un falo técnico o un error del piloto. Nunca se aclaró del todo. Aunque murieran en accidente, no lo fueron "por accidente". Murieron en acto de servicio, de la misma manera que se considera accidente de trabajo al obrero que lo sufre camino del tajo o de vuelta a casa. Pero no era esa la cuestión capital sino el motivo por el cual se alquiló para su transporte el avión a una compañía privada, en vez de utilizar lo asignados al Ejército del Aire. No se trataba entonces, como tampoco ahora, de una carencia en sentido estricto. Se oculta que en torno al 70% del presupuesto de mantenimiento de la flota aérea militar lo absorbe, ahora con especial fruición, el de la flota de aeronaves y helicópteros utilizados a esgalla, incluso para caprichos personales, por el monarca, el presidente del gobierno, sus ministros y otros capitostes de inferior categoría. Las horas de entrenamiento del personal de vuelo son cicateras por necesidad. El "accidente" de los Caguar en Afganistán se debió a su vulnerabilidad, ya que se trataba de aeronaves diseñadas para observación marítima y carentes del blindaje y de las armas ofensivas propios de helicópteros de combate. Las insuficiencias de la Fuerza Aérea se extienden a la Marina y al Ejército de Tierra. El problema es de muy superior entidad al tan manoseado estos días de la ausencia de inhibidores de frecuencia en los BMR enviados a Líbano, en vez de los blindados "Pizarro" y "Leopard", asaz más acordes para la guerra contra el imperialismo islámico que se libra en Oriente Medio. Carecemos de unas Fuerzas Armadas en número y recursos acordes con las exigencias actuales de una razonable política de defensa. Fue un disparate, forzado por el antimilitarismo de los gobiernos anteriores, la tan aplaudida decisión del presidido por Aznar de crear unas Fuerzas Armadas profesionales de incorporación voluntaria, cuyo continentes no logra completarse pese al alto porcentaje de inmigrantes hispanoamericanos que lo integran. Una opción que solo pueden afrontar naciones ricas y cuyos gobiernos no regatean inversiones presupuestarias destinadas a Defensa. PARA GANAR LA PAZ HAY QUE GANAR ANTES LA GUERRA LA guerra que se libra en Irak, Afganistán y Líbano contra ejércitos irregulares abastecidos por Irán y Siria es una guerra de contención frente al expansionismo islámico. Un neoimperialismo que no oculta su objetivo de reconquistar Al Andalus, la entera Península Ibérica, en la que introduce un quinta columna en aumento. Y que también hoy la concibe como plataforma indispensable para penetrar en el corazón de Europa. Hierve el fundamentalismo islámico, armado y político, en todo el Norte de Africa. En nuestra vecindad, bajo vientre de Europa. No es aventurado suponer que un día se haga con el poder en Argelia y Marruecos. Y si no se corrige de manera radical la deriva de quiebra de las unidad nacional puesta en marcha por los constitucionalistas de 1978 y llevada por Rodríguez a sus más letales consecuencias, amén de la suicida jibarización de nuestras Fuerzas Armadas, nos encontraremos en situación parecida a la de la España visigótica de don Rodrigo frente a las hordas bereberes de Tariq. De ahí la importancia capital de aniquilar al enemigo en sus mismas surgientes mediorientales, incluido Iraq. Y si fuera preciso, mediante una guerra internacional de grandes proporciones para abatir los actuales regímenes tiránicos de Irán y Siria. Pepino Blanco, López Garrido y sus comparsas mediáticos vuelven una y otra vez sobre la culpa aznariana de la guerra de Irak y la fotografía de las Azores . Una obsesiva tapadera a falta de argumentos atendibles para justificar sus errores. Estos días, mientras la progresía española y europea la emprendía contra Bush, Blair y Aznar, era condenado a muerte en Iraq el lugarteniente de Sadam Husein apodado "el Químico", culpable de la aniquilación de miles de kurdos mediante la siembra de unos gases letales que también fueron empleados en la guerra con Irán. ¿Se quiere mayor prueba de la existencia de armas de destrucción masiva en manos del tirano iraquí? No fueron encontradas por las tropas aliadas tras la invasión en cumplimiento de la teoría democratizadora del "derecho de injerencia". Pero existieron y se utilizaron con anterioridad. No es descabellada la sospecha de que fueran escondidas en las colindantes Siria e Irán, ésta convertida hoy en potencia nuclear. Se calla asimismo que la aplicación a Iraq del democrático "derecho de injerencia" fue avalado por resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y que allí quedaron fuerzas de otras naciones cuyos máximos dirigentes no estuvieron en las Azores, cuando nuestras tropas abandonaron precipitada y vergonzosamente el territorio iraquí por orden perentoria de Rodríguez. No diferían aquellos dictámenes en su contenido de los posteriores a que se acogió ese mismo Rodríguez para enviar fuerzas expedicionarias españolas en "misión de paz" a las guerras de Afganistán y Líbano. Pero como su misión era "humanitaria", se ordenó a nuestros soldados de no respondieran con parigual o mayor dureza si eran atacados. A seguir con disciplina la doctrina Bono de morir y no matar. O dicho a la manera de Patton, de morir como cabrones a la sombra de la Alianza de Civilizaciones, mero remedo de la política de claudicación ante ETA. Y existen pruebas fehacientes de las conexiones entre ETA y el terrorismo islámico por mucho esfuerzo que se despliegue para ocultarlo. PREGUNTAS INQUIETANTES E INEXCUSABLES NO entraré en la disputa de si fueron galgos o podencos los inductores, organizadores y autores de la matanza del 11 de marzo de 2004, a la que Rodríguez y el P(SOE) deben su acceso al poder. Ni lo sabremos sea cual sea la sentencia del Tribunal de la Audiencia Nacional que juzga a los señalados como culpables próximos de los atentados. De ellos que puede decirse, recurriendo al tópico, que ni son todos los que están ni están todos los que son. Llama la atención, no obstante, que se haya conocido con presteza el uso de explosivo militar C-4 que ocasionó la muerte de seis de nuestros soldados en la reciente acción de guerra en Líbano y desconozcamos, transcurridos tres años, el tipo de explosivo de pareja potencia destructiva que se utilizó en los trenes de Atocha. No cabe otra explicación plausible, o sospecha, que existió desde el primer momento un llamativo interés en ocultarlo. Tentación nada insólita en quienes con la mentira y la manipulación han pervertido la política de Estado. También respecto de la retirada de Iraq y la contradictoria intervención en las guerras "pacificadoras" de Afganistán y Líbano. Territorio este último en que, a diferencia de Iraq, Francia conserva intereses y rescoldos de antigua potencia colonial que le incitan a su implicación. Rodríguez no introdujo en su campaña electoral la promesa de retirar nuestras tropas de Iraq y un rupestre antinorteamericanismo por que así conviniera al interés de España. Ni por desmelenada demagogia. Tampoco su cumplimiento nada más alzarse con el poder. Lo hizo a instancias de Chirac y al servicio de la política exterior del Estado francés en aquella coyuntura. Lo que mueve a dos interrogantes que algún día tendrán respuesta: ¿Qué prometieron Chirac y el Gran Oriente de Francia a Rodríguez luego de su ascenso a la secretaría general del P(SOE)? ¿Y qué gravosa deuda contrajo y les debió en adelante? Preguntas de parecida índole pueden hacerse respecto de los nacionalismos separatistas y las ramas política y militar de ETA. Y asimismo del descabellado respaldo a la penetración islamista en España. Es cierto el arraigo del federalismo revolucionario en el socialismo español. También que los separatismos vascongado y catalán, como se demostró durante nuestra guerra, son capaces de aliarse con el diablo para alcanzar sus objetivos secesionistas. Y que no desdeñan valerse del terrorismo, de la guerra encubierta, para presionar al gobierno de la Nación, sobre todo cuando perciben su debilidad. O que lo saben obligado por oscuros centros de poder a satisfacer sus exigencias. Todo ello es conocido. Pero el descaro, la superchería y la tozudez de Rodríguez en llevarlo adelante ni tan siquiera alcanza una explicación razonable en la cortedad de su inteligencia, en su inclinación a la tarangana o en su paranoica naturaleza. Acaso radique en su comprobada propensión a esconderse en momentos críticos. Una innata cobardía característica de los déspotas sin talento, siempre proclives a la claudicación ante los que pueden hacerles mayor daño. ETA-Batasuna tiene atrapado a Rodríguez. Pero no sólo por los compromisos adquiridos en el curso de las negociaciones emprendidas desde 2002, a espaldas del pacto antiterrorista con el PP y de la Ley de Partidos. Su perversa entidad era de dominio público desde antes que ETA-Batasuna comenzara a desgranarlos a través de "Gara". Algo de muy superior gravedad para Rodríguez se guarda ETA para chulearlo. Y también ERC que igualmente lo tiene cogido por los huevos, que diría Trillo. ¿Acaso debamos remontarnos a la tenida de Carod-Rovira con Ternera en las proximidades de Perpiñán, en la que, además de los acompañantes de confianza de ambos, participaron seis misteriosos personajes, mitad por mitad franceses y españoles? Barrunto, a tenor de lo sucedido después, que allí se fraguó una traición de gran alcance y de muy problemático remedio en las actuales circunstancias.
viernes, junio 29, 2007
F_P_A, No pueden evitarlo, pero impediran que se publique
CRÓNICA NEGRA
No pueden evitarlo, pero impedirán que se publique
Por Francisco Pérez Abellán
Se vía venir. Primero usaron unas estadísticas manipuladas que tratan de contrastar la violencia de género en España con la que se produce en otros países, como Finlandia. Luego vinieron con la conclusión de que, en muertes de mujeres, estamos por debajo de la media europea y otros despropósitos. Y hablan de que la prensa se "autorregule" y haya un "código ético" que trate de las noticias relacionadas con asesinatos.
¿Qué hay detrás de todo esto? Un intento de echar la persiana. Están asustados por las más de 40 mujeres muertas en lo que va de año y por la manifiesta ineficacia de una política errónea. No pueden evitarlo, pero ahora impedirán que se publique.
En el franquismo, El Caso sólo podía publicar un crimen de sangre a la semana. Si se producían tres, había que elegir: en aquella sociedad "tan segura" no se permitía más. Quizá sea ésta la "autorregulación" que se busca, el "código ético" que se echa de menos. Las sociedades libres no tienen miedo a las noticias; las intolerantes, sí.
Las noticias no tienen ética, sino datos. El Gobierno gasta mucho dinero en su lucha contra la llamada "violencia de género", delito que, por cierto, da señales de desconocer en profundidad, puesto que presume de contar con numerosos "expertos", cuando aquí no hay más expertos que los maltratadores. Si los utiliza para su faena de aliño, está metiendo de nuevo la pata.
Por lo demás, el enorme esfuerzo, que se disuelve en observatorios varios (con gastos no siempre justificados), legislaciones desequilibradas, campañas absurdas y una realidad tozuda que se niega a pasar por el aro, llega al punto del agotamiento, el momento en que hay que echar la culpa a los medios de comunicación, que, según los "expertos", publican detalles que producen un "efecto llamada". O sea, que la noticia de un asesinato provoca el impulso de otro, y así, se notan "ciertos agrupamientos": "Hay semanas que no pasa nada, y de pronto, dos o tres muertes seguidas".
No importa que no tengan nada que ver, o que los homicidas actúen por razones diferentes. Es irrelevante que la situación social lleve al punto de crispación. Lo definitivo es el "síndrome Copycat", o sea, los criminales que imitan a otros y repiten sus crímenes. Lo mejor para evitarlo, culmina la receta de los que tratan de ayudar al Gobierno en sus dislates, es que no se publique el modus operadi de los maltratadores. Ya algunos periodistas se han hecho el harakiri, publicando la pavada del efecto llamada, por mejor servir a los intereses del poder.
Dado que las conclusiones de los expertos pueden insertarse en las ideas totalitarias, aquellos no dan la cara y se limitan a cobrar sus atrevidos informes en el silencio de los despachos. Mientras, en la calle, las mujeres son estranguladas, como en Alcoy, golpeadas en la cabeza, como en Avilés, apuñaladas, como en Galapagar (Madrid), o destrozadas a martillazos, como en Oleiros (La Coruña). Los expertos no se detienen ante nada, y no necesitan razonar sus soluciones mágicas.
Lo primero es establecer que no hay para tanto y que en Finlandia, país del que ninguna otra cosa se destaca, se mata más y peor; lo segundo, decir que todavía nos falta para alcanzar la media europea; y lo tercero, proclamar que todos los males achacables a la prensa, porque lo que publica empuja a matar. Por eso no es urgente acabar con las condiciones sociales que procuran el caldo de cultivo en que prolifera el maltratador, sino evitar que se publique lo que pasa.
Algunos colectivos están muy contentos con la letra de una ley denunciada por anticonstitucional y que está mostrando una desastrosa aplicación. Las muertes de mujeres aumentan sin parar. Tal vez todavía no han caído en que lo necesario es que el maltratador no pueda habitar tranquilamente entre nosotros. Es decir, que sea señalado, acosado, extirpado del seno social. Hasta ahora, la ley no le inquieta ni le hace sufrir. Parecería que no va con él. Mientras, miles y miles de pequeños asuntos colapsan los juzgados, la norma se revela impotente para evitar los delitos más graves. Ninguno de ellos sería posible sin cierta complicidad social.
Lo que precisa la violencia de género es luz y taquígrafos, lo contrario que receta el Gobierno. Hasta el partido en el poder estaba de acuerdo con ello en el programa que presentó a las elecciones; ahora, ha cambiado radicalmente de postura. Los gobernantes deberían repasar sus promesas electorales para no ser enemigos de sus propias ideas, porque eso delata su oportunismo o tal vez el agotamiento de su capacidad.
Decíamos que lo que precisa la sociedad es una campaña total contra los maltratadores, en la que queden en evidencia. Que aquel que tenga una esposa o compañera sentimental con un ojo morado no pueda tomar café en el barrio ni pasear tranquilo. Que ni siquiera pueda salir a la escalera sin que sea objeto de desprecio y desaprobación. Eso sólo se consigue con una acción contraria al oscurantismo.
Hay que viajar en sentido contrario: lejos de "los fantasmas del Copycat", que están sólo en boca de "los asesores fantasmas", hay que hacer programas de radio y televisión, crear secciones en los diarios, dictar conferencias exhaustivas en colegios y comunidades de vecinos. Hay que cambiar la sociedad hasta que sea un territorio hostil al maltratador. Que no pueda llevar una vida normal, que no sea aceptado ni encubierto: si maltrata a su familia, que no pueda vivir en el barrio.
En este momento, la situación le favorece, la ley no le inquieta: se ampara en el silencio y la vista gorda. Sus familiares, y los de la víctima, no deben callar: que cuenten todos los detalles ante el micrófono más próximo. Y que se fastidie el delincuente y el Gobierno que no acierta.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
No pueden evitarlo, pero impedirán que se publique
Por Francisco Pérez Abellán
Se vía venir. Primero usaron unas estadísticas manipuladas que tratan de contrastar la violencia de género en España con la que se produce en otros países, como Finlandia. Luego vinieron con la conclusión de que, en muertes de mujeres, estamos por debajo de la media europea y otros despropósitos. Y hablan de que la prensa se "autorregule" y haya un "código ético" que trate de las noticias relacionadas con asesinatos.
¿Qué hay detrás de todo esto? Un intento de echar la persiana. Están asustados por las más de 40 mujeres muertas en lo que va de año y por la manifiesta ineficacia de una política errónea. No pueden evitarlo, pero ahora impedirán que se publique.
En el franquismo, El Caso sólo podía publicar un crimen de sangre a la semana. Si se producían tres, había que elegir: en aquella sociedad "tan segura" no se permitía más. Quizá sea ésta la "autorregulación" que se busca, el "código ético" que se echa de menos. Las sociedades libres no tienen miedo a las noticias; las intolerantes, sí.
Las noticias no tienen ética, sino datos. El Gobierno gasta mucho dinero en su lucha contra la llamada "violencia de género", delito que, por cierto, da señales de desconocer en profundidad, puesto que presume de contar con numerosos "expertos", cuando aquí no hay más expertos que los maltratadores. Si los utiliza para su faena de aliño, está metiendo de nuevo la pata.
Por lo demás, el enorme esfuerzo, que se disuelve en observatorios varios (con gastos no siempre justificados), legislaciones desequilibradas, campañas absurdas y una realidad tozuda que se niega a pasar por el aro, llega al punto del agotamiento, el momento en que hay que echar la culpa a los medios de comunicación, que, según los "expertos", publican detalles que producen un "efecto llamada". O sea, que la noticia de un asesinato provoca el impulso de otro, y así, se notan "ciertos agrupamientos": "Hay semanas que no pasa nada, y de pronto, dos o tres muertes seguidas".
No importa que no tengan nada que ver, o que los homicidas actúen por razones diferentes. Es irrelevante que la situación social lleve al punto de crispación. Lo definitivo es el "síndrome Copycat", o sea, los criminales que imitan a otros y repiten sus crímenes. Lo mejor para evitarlo, culmina la receta de los que tratan de ayudar al Gobierno en sus dislates, es que no se publique el modus operadi de los maltratadores. Ya algunos periodistas se han hecho el harakiri, publicando la pavada del efecto llamada, por mejor servir a los intereses del poder.
Dado que las conclusiones de los expertos pueden insertarse en las ideas totalitarias, aquellos no dan la cara y se limitan a cobrar sus atrevidos informes en el silencio de los despachos. Mientras, en la calle, las mujeres son estranguladas, como en Alcoy, golpeadas en la cabeza, como en Avilés, apuñaladas, como en Galapagar (Madrid), o destrozadas a martillazos, como en Oleiros (La Coruña). Los expertos no se detienen ante nada, y no necesitan razonar sus soluciones mágicas.
Lo primero es establecer que no hay para tanto y que en Finlandia, país del que ninguna otra cosa se destaca, se mata más y peor; lo segundo, decir que todavía nos falta para alcanzar la media europea; y lo tercero, proclamar que todos los males achacables a la prensa, porque lo que publica empuja a matar. Por eso no es urgente acabar con las condiciones sociales que procuran el caldo de cultivo en que prolifera el maltratador, sino evitar que se publique lo que pasa.
Algunos colectivos están muy contentos con la letra de una ley denunciada por anticonstitucional y que está mostrando una desastrosa aplicación. Las muertes de mujeres aumentan sin parar. Tal vez todavía no han caído en que lo necesario es que el maltratador no pueda habitar tranquilamente entre nosotros. Es decir, que sea señalado, acosado, extirpado del seno social. Hasta ahora, la ley no le inquieta ni le hace sufrir. Parecería que no va con él. Mientras, miles y miles de pequeños asuntos colapsan los juzgados, la norma se revela impotente para evitar los delitos más graves. Ninguno de ellos sería posible sin cierta complicidad social.
Lo que precisa la violencia de género es luz y taquígrafos, lo contrario que receta el Gobierno. Hasta el partido en el poder estaba de acuerdo con ello en el programa que presentó a las elecciones; ahora, ha cambiado radicalmente de postura. Los gobernantes deberían repasar sus promesas electorales para no ser enemigos de sus propias ideas, porque eso delata su oportunismo o tal vez el agotamiento de su capacidad.
Decíamos que lo que precisa la sociedad es una campaña total contra los maltratadores, en la que queden en evidencia. Que aquel que tenga una esposa o compañera sentimental con un ojo morado no pueda tomar café en el barrio ni pasear tranquilo. Que ni siquiera pueda salir a la escalera sin que sea objeto de desprecio y desaprobación. Eso sólo se consigue con una acción contraria al oscurantismo.
Hay que viajar en sentido contrario: lejos de "los fantasmas del Copycat", que están sólo en boca de "los asesores fantasmas", hay que hacer programas de radio y televisión, crear secciones en los diarios, dictar conferencias exhaustivas en colegios y comunidades de vecinos. Hay que cambiar la sociedad hasta que sea un territorio hostil al maltratador. Que no pueda llevar una vida normal, que no sea aceptado ni encubierto: si maltrata a su familia, que no pueda vivir en el barrio.
En este momento, la situación le favorece, la ley no le inquieta: se ampara en el silencio y la vista gorda. Sus familiares, y los de la víctima, no deben callar: que cuenten todos los detalles ante el micrófono más próximo. Y que se fastidie el delincuente y el Gobierno que no acierta.
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
Jorge Alcalde ¿Pero que diablos son los supercuerdas?
sabado 30 de junio de 2007
CIENCIA
¿Pero qué diablos son las supercuerdas?
Por Jorge Alcalde
Estos días se han reunido en Madrid algunos de los físicos teóricos más importantes del mundo para debatir sobre las últimas novedades en la teoría de las supercuerdas.
El acontecimiento, de gran importancia en el universo de la ciencia, ha tenido, sin embargo, muy poca repercusión en lo medios... y con razón. Resulta que, a pesar de su indudable atractivo, la teoría de las supercuerdas cuenta con un gigantesco déficit de popularidad. Es, para qué engañarnos, una de las ideas más complicadas, ininteligibles y abstractas que la ciencia ha parido.
Intentar acercar al gran público este compendio de teorías sobre la materia, su origen y su funcionamiento, es ardua tarea. Por eso la mayoría de los periódicos y revistas prefiere pasar de largo. La culpa no es, seguramente, de los medios, obligados a torear un asunto demasiado inaprensible; ni de los científicos, que seguro que se esfuerzan en hacerse entender por el común de los mortales. La culpa la tiene, sencillamente, la paradójica, difusa e incierta manera en que la naturaleza se manifiesta en ese mundo mágico de las partículas.
Los expertos consideran que la teoría de las supercuerdas, a la que se ha dedicado este congreso en Madrid (Strings 07), es la mejor alternativa para resolver un problema físico que atribula a los científicos desde principios del siglo XX, a saber: la mecánica de Newton, las leyes que Sir Isaac nos legó para explicar el comportamiento de los cuerpos en movimiento y que luego Einstein complementó con su física relativista, sirve para explicar el funcionamiento de las cosas más grandes (desde un remolino de motas de polvo hasta la circulación de planeta, estrellas y galaxias en el espacio y el tiempo), pero falla estrepitosamente en el mundo de lo más pequeño (en la esfera de las partículas elementales).
Por deformación escolar, nos imaginamos el interior de los átomos como una especie de minisistema solar formado por esferas diminutas que se unen en un núcleo (protones y neutrones) y otras más pequeñas y errantes que giran a su alrededor (electrones). Pero la física actual nos ha demostrado que el interior de la materia no es, ni mucho menos, así. En primer lugar, los neutrones, los electrones y los protones no son partículas elementales. Dentro de ellos hay aún otras divisiones de la materia con ladrillos más pequeños aún, como los quark.
Pero eso no es lo más grave. Mucho peor es la constatación hecha por la física cuántica de que el comportamiento de estas partículas no responde a las leyes de la física de lo más grande. Es imposible determinar matemáticamente la posición y la velocidad de una partícula: o calculamos dónde está o calculamos a qué velocidad se mueve. Esto es así porque el mundo cuántico es un territorio de incertidumbres: una partícula puede estar en la posición A e inmediatamente pasar a la posición B sin recorrer el camino intermedio (al menos aparentemente).
Es necesario resaltar lo de "aparentemente", porque de lo que hablan los físicos teóricos no es tanto de la realidad como de la capacidad que tenemos de medir dicha realidad. Sabemos que el Cosmos funciona como Newton y Einstein nos dijeron porque somos capaces de predecir mediante ecuaciones el modo en que se comportan las cosas. Aplicando las leyes de la mecánica, conociendo las fuerzas de gravedad, calculando distancias, masas, rozamientos..., podemos prever el lugar en que caerá una bala de cañón, la dirección que seguirá una bola de billar o el tiempo que tardará un tren en frenar. Con las mismas ecuaciones, podemos predecir cuándo pasará de nuevo el cometa Halley por una órbita visible desde la Tierra, calcular la masa de las galaxias y deducir qué pasaría si un asteroide impactara en nuestro planeta. Sin embargo, todas esas ecuaciones se vuelven inútiles a la hora de extraer certidumbres del mundo subatómico.
La física newtoniana y eisnteniana calcula y predice con exactitud asombrosa. La física cuántica (la que conoce de lo más pequeño) sólo puede aspirar a calcular probabilidades. Es una física probabilística. Los científicos llevan décadas buscando una ley que pueda unir las dos físicas en una sola y que sirva para explicar tanto lo que ocurre a escala cósmica como lo que sucede a escala atómica. La teoría de las supercuerdas podría ser el marco ideal para hallar esa ley. Lo que propone es un cambio radical en la concepción del mundo subatómico, similar al que supuso la inclusión de la cuarta dimensión, la temporal, en el modelo cósmico de Einstein.
¿Y si las partículas no fueran pequeñas esferitas que nos empeñamos que actúen como cualquier otra esferita, desde las canicas a los planetas? Los físicos de hoy plantean la posibilidad de que las partículas elementales sean, en realidad, lazos o cuerdas minúsculas que están sometidas a diferentes tipos de tensión. Del mismo modo que la cuerda de una guitarra vibra de manera distinta según lo tensa que se encuentre y, por ende, produce notas diferentes, las cuerdas fundamentales de la naturaleza física también pueden vibrar en diferentes frecuencias. Así, cada tipo de vibración produce una manifestación de una partícula diferente.
El Cosmos no estaría formado por pequeños ladrillos esféricos que se unen en estructuras cada vez más complejas hasta generar la arquitectura interior de una roca, un puñado de arena, un chorro de agua, un planeta o una supernova; más bien sería una legión de supercuerdas (por qué no llamarlas, mejor, minicuerdas) afinadas para tocar en una frecuencia perfecta que mantiene a la materia en orden (desde la más grande a la más pequeña). El problema es que, de momento, nadie es capaz de demostrar experimentalmente este modelo.
Del mismo modo que Einstein dedujo sus predicciones tirando de papel y lápiz, y hubieron de pasar décadas hasta que la observación cosmológica probara su certeza (de hecho, algunas ideas de Einstein aún esperan comprobación experimental), en el caso de las supercuerdas no existe experimento alguno que pueda decirnos si la teoría es cierta. Sabemos que, matemáticamente, tiene sentido, que las ecuaciones encajan... pero no podemos comprobarlo directamente. Y quizás nunca podamos: porque para poder "ver" a las supercuerdas en acción en un laboratorio haría falta someter la materia, en los aceleradores de partículas, a energías tan elevadas como las que tuvieron lugar durante el mismísimo Big Bang... Y eso no es posible. O quizás sí lo sea, dentro de unas cuantas generaciones. ¿Quién sabe?
CIENCIA
¿Pero qué diablos son las supercuerdas?
Por Jorge Alcalde
Estos días se han reunido en Madrid algunos de los físicos teóricos más importantes del mundo para debatir sobre las últimas novedades en la teoría de las supercuerdas.
El acontecimiento, de gran importancia en el universo de la ciencia, ha tenido, sin embargo, muy poca repercusión en lo medios... y con razón. Resulta que, a pesar de su indudable atractivo, la teoría de las supercuerdas cuenta con un gigantesco déficit de popularidad. Es, para qué engañarnos, una de las ideas más complicadas, ininteligibles y abstractas que la ciencia ha parido.
Intentar acercar al gran público este compendio de teorías sobre la materia, su origen y su funcionamiento, es ardua tarea. Por eso la mayoría de los periódicos y revistas prefiere pasar de largo. La culpa no es, seguramente, de los medios, obligados a torear un asunto demasiado inaprensible; ni de los científicos, que seguro que se esfuerzan en hacerse entender por el común de los mortales. La culpa la tiene, sencillamente, la paradójica, difusa e incierta manera en que la naturaleza se manifiesta en ese mundo mágico de las partículas.
Los expertos consideran que la teoría de las supercuerdas, a la que se ha dedicado este congreso en Madrid (Strings 07), es la mejor alternativa para resolver un problema físico que atribula a los científicos desde principios del siglo XX, a saber: la mecánica de Newton, las leyes que Sir Isaac nos legó para explicar el comportamiento de los cuerpos en movimiento y que luego Einstein complementó con su física relativista, sirve para explicar el funcionamiento de las cosas más grandes (desde un remolino de motas de polvo hasta la circulación de planeta, estrellas y galaxias en el espacio y el tiempo), pero falla estrepitosamente en el mundo de lo más pequeño (en la esfera de las partículas elementales).
Por deformación escolar, nos imaginamos el interior de los átomos como una especie de minisistema solar formado por esferas diminutas que se unen en un núcleo (protones y neutrones) y otras más pequeñas y errantes que giran a su alrededor (electrones). Pero la física actual nos ha demostrado que el interior de la materia no es, ni mucho menos, así. En primer lugar, los neutrones, los electrones y los protones no son partículas elementales. Dentro de ellos hay aún otras divisiones de la materia con ladrillos más pequeños aún, como los quark.
Pero eso no es lo más grave. Mucho peor es la constatación hecha por la física cuántica de que el comportamiento de estas partículas no responde a las leyes de la física de lo más grande. Es imposible determinar matemáticamente la posición y la velocidad de una partícula: o calculamos dónde está o calculamos a qué velocidad se mueve. Esto es así porque el mundo cuántico es un territorio de incertidumbres: una partícula puede estar en la posición A e inmediatamente pasar a la posición B sin recorrer el camino intermedio (al menos aparentemente).
Es necesario resaltar lo de "aparentemente", porque de lo que hablan los físicos teóricos no es tanto de la realidad como de la capacidad que tenemos de medir dicha realidad. Sabemos que el Cosmos funciona como Newton y Einstein nos dijeron porque somos capaces de predecir mediante ecuaciones el modo en que se comportan las cosas. Aplicando las leyes de la mecánica, conociendo las fuerzas de gravedad, calculando distancias, masas, rozamientos..., podemos prever el lugar en que caerá una bala de cañón, la dirección que seguirá una bola de billar o el tiempo que tardará un tren en frenar. Con las mismas ecuaciones, podemos predecir cuándo pasará de nuevo el cometa Halley por una órbita visible desde la Tierra, calcular la masa de las galaxias y deducir qué pasaría si un asteroide impactara en nuestro planeta. Sin embargo, todas esas ecuaciones se vuelven inútiles a la hora de extraer certidumbres del mundo subatómico.
La física newtoniana y eisnteniana calcula y predice con exactitud asombrosa. La física cuántica (la que conoce de lo más pequeño) sólo puede aspirar a calcular probabilidades. Es una física probabilística. Los científicos llevan décadas buscando una ley que pueda unir las dos físicas en una sola y que sirva para explicar tanto lo que ocurre a escala cósmica como lo que sucede a escala atómica. La teoría de las supercuerdas podría ser el marco ideal para hallar esa ley. Lo que propone es un cambio radical en la concepción del mundo subatómico, similar al que supuso la inclusión de la cuarta dimensión, la temporal, en el modelo cósmico de Einstein.
¿Y si las partículas no fueran pequeñas esferitas que nos empeñamos que actúen como cualquier otra esferita, desde las canicas a los planetas? Los físicos de hoy plantean la posibilidad de que las partículas elementales sean, en realidad, lazos o cuerdas minúsculas que están sometidas a diferentes tipos de tensión. Del mismo modo que la cuerda de una guitarra vibra de manera distinta según lo tensa que se encuentre y, por ende, produce notas diferentes, las cuerdas fundamentales de la naturaleza física también pueden vibrar en diferentes frecuencias. Así, cada tipo de vibración produce una manifestación de una partícula diferente.
El Cosmos no estaría formado por pequeños ladrillos esféricos que se unen en estructuras cada vez más complejas hasta generar la arquitectura interior de una roca, un puñado de arena, un chorro de agua, un planeta o una supernova; más bien sería una legión de supercuerdas (por qué no llamarlas, mejor, minicuerdas) afinadas para tocar en una frecuencia perfecta que mantiene a la materia en orden (desde la más grande a la más pequeña). El problema es que, de momento, nadie es capaz de demostrar experimentalmente este modelo.
Del mismo modo que Einstein dedujo sus predicciones tirando de papel y lápiz, y hubieron de pasar décadas hasta que la observación cosmológica probara su certeza (de hecho, algunas ideas de Einstein aún esperan comprobación experimental), en el caso de las supercuerdas no existe experimento alguno que pueda decirnos si la teoría es cierta. Sabemos que, matemáticamente, tiene sentido, que las ecuaciones encajan... pero no podemos comprobarlo directamente. Y quizás nunca podamos: porque para poder "ver" a las supercuerdas en acción en un laboratorio haría falta someter la materia, en los aceleradores de partículas, a energías tan elevadas como las que tuvieron lugar durante el mismísimo Big Bang... Y eso no es posible. O quizás sí lo sea, dentro de unas cuantas generaciones. ¿Quién sabe?
Santiago Navajas, Last Days. la pelicula-epitafio de Kurt Cobain
sabado 30 de junio de 2007
PANORÁMICAS
Last Days: la película-epitafio de Kurt Cobain
Por Santiago Navajas
Últimamente los directores de cine con pretensiones autorales (de David Lynch a Lars von Trier, pasando por Wong Kar Wai, Michael Moore o Pedro Almodóvar) manifiestan la embarazosa tendencia a emular a Paris Hilton como estrellas mediáticas. Otros (creo que finalmente se revelarán también como los más grandes) siguen siendo insobornablemente sencillos a pesar de los éxitos, y se expresan con claridad, sin aspavientos pueriles.
Entre los "otros" se cuentan los hermanos belgas Dardenne o el norteamericano Gus Van Sant, que comparten la mirada lúcida y limpia sobre el mundo que les rodea y han creado algunos de los docudramas más verdaderos de los últimos años, por ejemplo Rosetta y Elephant, ambos galardonados con la Palma de Oro de Cannes.
En Last Days se parte de unos hechos reales para trascenderlos. En este sentido, más que con una descripción minuciosa, o una explicación psicológica, de los últimos días del ídolo pop Kurt Cobain, nos encontramos con una estilización del dolor psicológico asociado a una depresión maníaco-depresiva o a una adicción terminal a las drogas. O a ambas, como experimentó de forma cercana Van Sant en algunos de sus amigos, el actor River Phoenix y el músico Elliot Smith.
¿Cómo expresar lo inexpresable?, ¿cómo mostrar lo que es radicalmente privado?, ¿cómo poner en imágenes "la noche oscura del alma"? La cita de San Juan de la Cruz viene a cuento porque si la temática es el existencialismo, el tratamiento formal deriva hacia la poesía mística audiovisual: largos planos, hondos silencios, absurdos diálogos. Una estética de la pureza que exige al espectador una atención máxima, porque las respuestas a los enigmas planteados se cuelan a través de pequeños detalles y la combinación entre lo que se ve y lo que se encuentra más allá del plano.
En las primeras secuencias observamos al sosias de Cobain, Blake (Michael Pitt), tomando un baño en una cascada en mitad de un bosque. Blake farfulla, su forma favorita de expresión, frases sin sentido. Medio zombi, medio ángel, en cualquier caso terrible. Sin tensión vital, Blake se arrastra como si estuviera hasta arriba de litio (precisamente la canción que prefiero de un artista que no admiro es Lithium, en la que hace un homenaje a la droga más usada contra los trastornos bipolares y la depresión). Termina la ablución, ¿el bautismo?, y enciende una hoguera en la que seca la ropa.
No será hasta la mañana siguiente cuando vuelva a un caserón en el que duermen otros jóvenes. Se prepara un desayuno, coge una escopeta, con la que se pasea por la casa apuntando a las cabeza de los bellos durmientes, abre la puerta a un comercial de las páginas amarillas que lo confunde con el anterior propietario, y mantiene una conversación con él que habría hecho las delicias de Beckett. Pero Blake no espera ni a Godot ni a su siguiente visita, el detective que cuenta una historia sobre un mago del siglo XIX cuyo truco consistía en parar balas con la boca. Hasta que finalmente falló. O quiso fallar.
Más tarde se prepara una comida, toca unos acordes con la guitarra, mira pasar el río y, finalmente, se pega un tiro en la cabeza.
Bueno, finalmente no, porque todavía quedará una coda sorprendente. Aún más por la originalidad de la puesta en escena, que no se entiende si no se tiene en cuenta la profunda religiosidad del pueblo norteamericano en general y de Gus Van Sant (comenzó siendo episcopaliano y ahora profesa el budismo) y de Kurt Cobain (parte de sus cenizas fueron esparcidas en un monasterio budista de Nueva York; y casi no hay que decir que su grupo se llamaba Nirvana) en particular.
Esta religiosidad latente, manifestada en la importancia asignada a la Naturaleza como testigo del desmoronamiento de Blake, se revela decisiva en uno de los pocos fenómenos sobrenaturales literales y legítimos que registra la historia del cine. Esta especie de milagro, ¿de resurrección?, ilumina de trascendencia el hermetismo de Van Sant.
Un ejemplo paradigmático de esta puesta en escena críptica, alejada de los usos masticados del cine convencional, con la que Van Sant rompe las reglas del melodrama tradicional: vemos a Blake en una habitación de la planta baja enfocado desde el jardín. En el típico biopic musical hollywoodiense (Gran bola de fuego, Ray, En la cuerda floja, Dreamgirls), el momento de la creatividad artística por parte del genio torturado e incomprendido se muestra con un acercamiento paulatino a su rostro, acompañado de música de violines, para provocar la empatía sentimental del comedor de palomitas ocasional. Por el contrario, en un ejercicio de pudor y rigor, Van Sant inicia un movimiento de cámara que la aleja del protagonista en el momento de la creación, respetando su intimidad.
Aunque la mayor parte de la crítica ha sido muy benévola con la mística de Van Sant, también se han escuchado voces que le han tachado de banal y pedante, de ser sólo una estúpida y narcisista provocación profundamente aburrida. Por ejemplo, Jonatham Rosenbaun, en el Chicago Reader, dice no soportar su manierismo impostado, la falta de contenido y la obscuridad vagamente new-age de un estilo que, como el propio director ha reconocido, sería una traslación del método de planificación interminable usado por el húngaro Bela Tarr en su Satantango pero sin la densidad conceptual del europeo. El estilo de Tarr ha influido tanto en Van Sant como en Jarmusch, los dos directores más europeizados de los EEUU. Por cierto, aunque quizás sólo sea una casualidad, en una de las anteriores películas de Jarmusch, Dead Man (Hombre muerto), el protagonista también se llama Blake, por el poeta William Blake, y sus títulos son fácilmente intercambiables.
Sin embargo, el propio Rosenbaum admite que la película funciona porque es capaz de incorporar un tipo de humor sofisticado, como el que se desprende del encuentro entre Blake y su mujer, la traslación a la pantalla de Courtney Love (según una leyenda urbana de baja estofa, fue la asesina de su marido):
– ¿Qué le dices a tu hija?
– Que la extraño, le hago sus voces favoritas.
– ¿Le dices que lamentas ser un cliché del rock?
– (Silencio).
Llegados a este punto, creo que está claro que deben abstenerse de Last Days todos aquellos que busquen una hagiografía de su cantante favorito (por cierto, no suena ni una de las pegadizas melodías de Nirvana), o los que no consideren la contemplación y el rezo como una de las bellas artes cinematográficas. Por el contrario, es imprescindible para los que crean, con Neil Young, que es mejor quemarse que apagarse poco a poco, o para los que coincidan con William Blake en que "si las puertas de la percepción fueran abiertas, el hombre percibiría todas las cosas tal como son, infinitas".
LAST DAYS (EEUU; 97 minutos). Dirección y guión: Gus Van Sant. Intérpretes: Michael Pitt, Asia Argento, Lukas Haas, Scott Green, Nicole Vicius, Harmony Korine, Ricky Jay, Thadeus A. Thomas y Andy Friberg. Fotografía: Harris Savides. Calificación: Intimista (8/10).
Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.
PANORÁMICAS
Last Days: la película-epitafio de Kurt Cobain
Por Santiago Navajas
Últimamente los directores de cine con pretensiones autorales (de David Lynch a Lars von Trier, pasando por Wong Kar Wai, Michael Moore o Pedro Almodóvar) manifiestan la embarazosa tendencia a emular a Paris Hilton como estrellas mediáticas. Otros (creo que finalmente se revelarán también como los más grandes) siguen siendo insobornablemente sencillos a pesar de los éxitos, y se expresan con claridad, sin aspavientos pueriles.
Entre los "otros" se cuentan los hermanos belgas Dardenne o el norteamericano Gus Van Sant, que comparten la mirada lúcida y limpia sobre el mundo que les rodea y han creado algunos de los docudramas más verdaderos de los últimos años, por ejemplo Rosetta y Elephant, ambos galardonados con la Palma de Oro de Cannes.
En Last Days se parte de unos hechos reales para trascenderlos. En este sentido, más que con una descripción minuciosa, o una explicación psicológica, de los últimos días del ídolo pop Kurt Cobain, nos encontramos con una estilización del dolor psicológico asociado a una depresión maníaco-depresiva o a una adicción terminal a las drogas. O a ambas, como experimentó de forma cercana Van Sant en algunos de sus amigos, el actor River Phoenix y el músico Elliot Smith.
¿Cómo expresar lo inexpresable?, ¿cómo mostrar lo que es radicalmente privado?, ¿cómo poner en imágenes "la noche oscura del alma"? La cita de San Juan de la Cruz viene a cuento porque si la temática es el existencialismo, el tratamiento formal deriva hacia la poesía mística audiovisual: largos planos, hondos silencios, absurdos diálogos. Una estética de la pureza que exige al espectador una atención máxima, porque las respuestas a los enigmas planteados se cuelan a través de pequeños detalles y la combinación entre lo que se ve y lo que se encuentra más allá del plano.
En las primeras secuencias observamos al sosias de Cobain, Blake (Michael Pitt), tomando un baño en una cascada en mitad de un bosque. Blake farfulla, su forma favorita de expresión, frases sin sentido. Medio zombi, medio ángel, en cualquier caso terrible. Sin tensión vital, Blake se arrastra como si estuviera hasta arriba de litio (precisamente la canción que prefiero de un artista que no admiro es Lithium, en la que hace un homenaje a la droga más usada contra los trastornos bipolares y la depresión). Termina la ablución, ¿el bautismo?, y enciende una hoguera en la que seca la ropa.
No será hasta la mañana siguiente cuando vuelva a un caserón en el que duermen otros jóvenes. Se prepara un desayuno, coge una escopeta, con la que se pasea por la casa apuntando a las cabeza de los bellos durmientes, abre la puerta a un comercial de las páginas amarillas que lo confunde con el anterior propietario, y mantiene una conversación con él que habría hecho las delicias de Beckett. Pero Blake no espera ni a Godot ni a su siguiente visita, el detective que cuenta una historia sobre un mago del siglo XIX cuyo truco consistía en parar balas con la boca. Hasta que finalmente falló. O quiso fallar.
Más tarde se prepara una comida, toca unos acordes con la guitarra, mira pasar el río y, finalmente, se pega un tiro en la cabeza.
Bueno, finalmente no, porque todavía quedará una coda sorprendente. Aún más por la originalidad de la puesta en escena, que no se entiende si no se tiene en cuenta la profunda religiosidad del pueblo norteamericano en general y de Gus Van Sant (comenzó siendo episcopaliano y ahora profesa el budismo) y de Kurt Cobain (parte de sus cenizas fueron esparcidas en un monasterio budista de Nueva York; y casi no hay que decir que su grupo se llamaba Nirvana) en particular.
Esta religiosidad latente, manifestada en la importancia asignada a la Naturaleza como testigo del desmoronamiento de Blake, se revela decisiva en uno de los pocos fenómenos sobrenaturales literales y legítimos que registra la historia del cine. Esta especie de milagro, ¿de resurrección?, ilumina de trascendencia el hermetismo de Van Sant.
Un ejemplo paradigmático de esta puesta en escena críptica, alejada de los usos masticados del cine convencional, con la que Van Sant rompe las reglas del melodrama tradicional: vemos a Blake en una habitación de la planta baja enfocado desde el jardín. En el típico biopic musical hollywoodiense (Gran bola de fuego, Ray, En la cuerda floja, Dreamgirls), el momento de la creatividad artística por parte del genio torturado e incomprendido se muestra con un acercamiento paulatino a su rostro, acompañado de música de violines, para provocar la empatía sentimental del comedor de palomitas ocasional. Por el contrario, en un ejercicio de pudor y rigor, Van Sant inicia un movimiento de cámara que la aleja del protagonista en el momento de la creación, respetando su intimidad.
Aunque la mayor parte de la crítica ha sido muy benévola con la mística de Van Sant, también se han escuchado voces que le han tachado de banal y pedante, de ser sólo una estúpida y narcisista provocación profundamente aburrida. Por ejemplo, Jonatham Rosenbaun, en el Chicago Reader, dice no soportar su manierismo impostado, la falta de contenido y la obscuridad vagamente new-age de un estilo que, como el propio director ha reconocido, sería una traslación del método de planificación interminable usado por el húngaro Bela Tarr en su Satantango pero sin la densidad conceptual del europeo. El estilo de Tarr ha influido tanto en Van Sant como en Jarmusch, los dos directores más europeizados de los EEUU. Por cierto, aunque quizás sólo sea una casualidad, en una de las anteriores películas de Jarmusch, Dead Man (Hombre muerto), el protagonista también se llama Blake, por el poeta William Blake, y sus títulos son fácilmente intercambiables.
Sin embargo, el propio Rosenbaum admite que la película funciona porque es capaz de incorporar un tipo de humor sofisticado, como el que se desprende del encuentro entre Blake y su mujer, la traslación a la pantalla de Courtney Love (según una leyenda urbana de baja estofa, fue la asesina de su marido):
– ¿Qué le dices a tu hija?
– Que la extraño, le hago sus voces favoritas.
– ¿Le dices que lamentas ser un cliché del rock?
– (Silencio).
Llegados a este punto, creo que está claro que deben abstenerse de Last Days todos aquellos que busquen una hagiografía de su cantante favorito (por cierto, no suena ni una de las pegadizas melodías de Nirvana), o los que no consideren la contemplación y el rezo como una de las bellas artes cinematográficas. Por el contrario, es imprescindible para los que crean, con Neil Young, que es mejor quemarse que apagarse poco a poco, o para los que coincidan con William Blake en que "si las puertas de la percepción fueran abiertas, el hombre percibiría todas las cosas tal como son, infinitas".
LAST DAYS (EEUU; 97 minutos). Dirección y guión: Gus Van Sant. Intérpretes: Michael Pitt, Asia Argento, Lukas Haas, Scott Green, Nicole Vicius, Harmony Korine, Ricky Jay, Thadeus A. Thomas y Andy Friberg. Fotografía: Harris Savides. Calificación: Intimista (8/10).
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Jorge Vilches, La mala reina, Isabel II, imagenes de una reina
sabado 30 de junio de 2007
ISABEL II, IMÁGENES DE UNA REINA
La mala reina
Por Jorge Vilches
La imagen de Isabel II fue utilizada por los partidos, sin excepción alguna. Los progresistas fueron quienes, en mayor medida, crearon al comienzo del reinado el símbolo de la reina niña como "iris de paz y libertad". Y lo forjaron durante la Primera Guerra Carlista, pero lo esgrimieron como lema partidista y revolucionario.
Detrás de la imagen de la reina niña se asentaron todas las promesas de una España mejor. Vitoreaban entonces a Isabel II y a la Constitución de 1812, y tomaron su nombre para disimular pronunciamientos contra el régimen liberal. Lo hicieron en las revueltas de 1835, y en el golpe de Estado de La Granja en 1836 fue el eslogan para expulsar a Espartero de la regencia en 1843 y lo utilizaron en los programas electorales hasta bien entrado el reinado.
El problema de esta recreación de Isabel II como símbolo y bandera de la opción progresista no fue solamente su utilización partidista, sino sus consecuencias a la hora de pactar un régimen común a todos los liberales. Los progresistas unieron el nombre de la Reina a la nación y a la libertad, pero también al suyo propio. La consecuencia fue que, alejado del poder, el partido progresista no dudó en romper esa relación de Isabel II con la nación liberal, y endosar a la Reina una alianza oscura con el absolutismo teocrático.
Los moderados y la Unión Liberal, como en 1847 el partido progresista, utilizaron el desordenado apetito sexual de la Reina para intentar dominarla. Los moderados llamados "polacos" difundieron su vida amoroso, incluso desde el Gobierno. El objetivo era acusar a la oposición de las "calumnias" que ellos difundían, y así ganar el favor político de la Reina. La irresponsabilidad y la falta de escrúpulos era general, tanto de la Reina y su entorno como de los partidos. La Unión Liberal emprendió verdaderas campañas de prensa denunciando la existencia de camarillas y favoritos que dominaban el ánimo de la Reina y desvirtuaban el régimen constitucional (...) Los unionistas tampoco dudaron a la hora de utilizar a un favorito, Tirso Obregón, el amante del momento de la Reina, para satisfacer sus propios intereses políticos, incluso en una fecha del reinado tan tardía como 1865.
Los progresistas y los republicanos se sumaron a estas campañas de moderados y unionistas. Si la imagen de España no era buena en el exterior desde mediados de la década de 1840, los exiliados del partido progresista la aumentaron sufragando y escribiendo en la prensa extranjera artículos insultantes contra Isabel II, la Familia Real y el Gobierno de turno. Los republicanos dominaron la divulgación de la imagen negativa de la Reina una vez fue destronada, a partir de septiembre de 1868. Su propósito era denostar a la Dinastía y la forma monárquica de gobierno en general. No les bastaba a los republicanos con desautorizar las decisiones políticas de los reyes, sino que hacían lo mismo con su vida privada para presentarlos como indignos de reinar sobre los españoles, y como los primeros responsables de las crisis políticas, económicas o sociales. Los republicanos aludían con frecuencia a la moralidad, un concepto que utilizaron primero los unionistas, con el fin último de mostrar la superioridad moral de la forma republicana de gobierno.
La pretensión de todos los partidos al utilizar la imagen de Isabel II era desautorizar sus decisiones políticas mediante el descrédito de su vida privada. La propaganda y difusión de la imagen de una Familia Real y una corte vergonzosas fueron armas políticas utilizadas por los partidos. Ahora bien, y esto es tan triste como lo anterior: la mayor parte de los tópicos sobre Isabel II y su entorno eran ciertos. El comportamiento de la Reina fue indigno del cargo que representaba, y sólo se puede explicar que siguiera en el Trono porque los partidos la creían manejable.
La primera culpable: la Reina
Los partidos de la Era isabelina utilizaron y manipularon la imagen de Isabel II, pero no la inventaron. Fue una mala Reina, que ni siquiera puede ser calificada de inadecuada o inocente. Su personalidad permitía que su entorno fuera corrupto y enemigo de la libertad. No supo, pero sobre todo no quiso, cumplir con su papel. Ella misma labró su indignidad, una circunstancia alimentada por su entorno familiar y político. Ni la escasa educación recibida ni el sentimiento de orfandad pueden justificar su comportamiento, pues esas carencias las compartió con su hermana Luisa Fernanda, que, a la postre, tuvo una personalidad muy diferente. El lamentable matrimonio tampoco es una excusa para una vida sexual desordenada y exageradamente pública. El problema no fue solamente que cometiera adulterio, que fuera una beatuca o tuviera poco apego al sistema constitucional, sino su descaro y poca inteligencia al cometer tales errores.
La personalidad de la Reina entorpeció el desarrollo del régimen liberal, y propició el enconamiento de la vida política más allá de lo recomendable para un sistema constitucional. Sin embargo, Isabel II fue tolerada por los partidos debido a la ilusa pretensión de los líderes políticos de que la Reina era manejable. Los partidos no quisieron, en verdad, construir un Gobierno representativo, y despreciaron las ocasiones que tuvieron para dar ese paso. Además, los partidos instrumentalizaron la imagen de la Reina sin importarles el perjuicio que causaran a la Monarquía constitucional y al liberalismo en plena competencia con el carlismo y el republicanismo.
La imagen positiva de Isabel II popularizada durante la Primera Guerra Carlista fue tan poderosa que no pudieron contra ella los escándalos de 1847, ni la denuncia de las camarillas absolutistas o los vaivenes constitucionales. Los españoles toleraron perfectamente los adulterios de Isabel II, y se despreocuparon por la paternidad de los hijos de la Reina. La figura de un rey consorte homosexual impotente debió de justificar, a ojos de la opinión pública, la vida amorosa de la Reina. Es innegable la enorme popularidad de la que disfrutó Isabel II hasta 1865, a lo que contribuyeron sobremanera la labor del Gobierno O'Donnell con los viajes de propaganda y las campañas de caridad de la Reina. Y esto muestra la irresponsabilidad de los partidos: la misma Unión Liberal de O'Donnell era capaz de airear la vida sexual de la Reina cuando estaba en la oposición y hacer después campañas para mejorar su imagen una vez conseguido el poder.
El estudio de las variaciones en la opinión pública resulta impactante, pues sorprende la capacidad de los españoles para transformar en poco tiempo, entre 1865 y 1868, una tolerancia casi absoluta en un odio irrefrenable. El análisis de la evolución de la mentalidad de los españoles durante el siglo XIX es algo complicado y, quizá por ello, casi inexplorado. La mezcla de la ignorancia, los valores y creencias ancestrales y la modernidad, con todas sus realidades, progresos y manipulaciones políticas, puede explicar la reacción popular contra todo lo Borbón en 1868 y, en contraste, los recibimientos apoteósicos de 1875. En esto también cabe pensar en el fracaso colectivo, en la desilusión general que supusieron los seis años de revolución, entre 1868 y 1874, hasta el punto de transformar en deseable la Dinastía que se había despreciado e insultado poco antes.
La decepción que supuso el reinado de Isabel II afectó profundamente el optimismo y la confianza de la historiografía y el pensamiento liberal, así como el concepto mismo de nación liberal. ¿Cómo levantar un régimen constitucional, teorizar sobre él o historiarlo en tales circunstancias? En las obras de los historiadores y escritores posteriores a 1868, y sobre todo a 1875, se percibe una decepción profunda, y una necesidad de empezar de nuevo. La razón es que, durante mucho tiempo, Isabel II, nación y libertad habían sido un único concepto sobre el que se había argumentado y por el que se había luchado. El vínculo entre la nación liberal, la independencia española y la reina Isabel se hizo tan fuerte durante la guerra civil y los años inmediatamente posteriores que condicionó a la opinión pública y a los partidos durante todo el reinado.
El desarrollo de la revolución liberal española hay que revisarlo no desde la ausencia de una burguesía y su revolución, o esgrimiendo la existencia de una supuesta debilidad en la construcción de la nación. Sería conveniente examinarlo a la luz de un discurso nacional liberal que se construye y apoya en un Trono que, finalmente, falla. La ingratitud política y personal de Isabel II fue, quizá, el más eficaz agente revolucionario y disgregador. Ese trastorno en la construcción del discurso nacional liberal supuso un bache del que no consiguió sacar a España ni la revolución de 1868, pensada para asentar la regeneración única y exclusivamente en la nación soberana. La alteración fue tal que ni siquiera resultó viable un rey electivo, perteneciente a una dinastía liberal, como fue Amadeo de Saboya.
La nación liberal ligó su porvenir político a la Dinastía y a la persona que ocupaba el Trono. La guerra contra el absolutismo, cruel y que empeñó humana y económicamente el país, fue la principal razón de esa relación estrecha entre la nación liberal y la reina Isabel. Se creó entonces la ilusión de que Isabel II abriría el camino a la regeneración nacional. Aquellos liberales pusieron a la Corona, como luego haría Cánovas en 1876 siguiendo la tradición española, con la misma carta de naturaleza política, preconstituyente, que las Cortes como representación de la nación. El discurso político, literario, periodístico, historiográfico y filosófico se sostuvo en la alianza de la nación liberal con el Trono. Era el símbolo de la independencia y carácter nacionales, una creencia generalizada entre unos españoles tan fieramente patriotas como reticentes al extranjero, especialmente al francés. El imaginario popular se construyó así en torno a una libertad ligada a su Reina, una Isabel II que se mostraba, además, muy castiza y campechana.
El derrumbe de la imagen positiva de la Reina debilitó el desarrollo del proyecto colectivo. El desengaño, provocado por la misma Reina, fue un obstáculo en la construcción del régimen liberal y del discurso nacional. Era como si la nación se hubiera quedado viuda. El nuevo proyecto, el de la revolución de 1868, quiso poner a la nación liberal en primer y único plano para encontrar la fórmula de progreso y regeneración. Frustrado el proyecto nacional entre aquel año y 1874, la nación liberal se volvió de nuevo hacia los Borbones en la persona de un Alfonso XII cuya imagen era radicalmente distinta a la de Isabel II. Se pudo entonces recuperar aquella memoria colectiva que unía a la Dinastía con la nación, pero no con igual fuerza y unanimidad, porque los españoles ya no eran los mismos.
La imagen positiva de Isabel II se fue desmoronando desde 1854. La Reina tuvo entonces una última oportunidad verdadera para reconciliarse con el funcionamiento normal del régimen constitucional y desembarazarse de prácticas públicas y privadas indignas. Ella misma lo confesó al pedir perdón, en un manifiesto a los españoles, por una "serie de lamentables equivocaciones". Los sucesos de julio de 1856 y el retorno a la situación anterior a la revolución separaron ya completamente a los progresistas de Isabel II y de la dinastía de Borbón.
La campaña de imagen del Gobierno de O'Donnell entre 1858 y 1865, paseando a la Reina por toda España, y la guerra de África consiguieron mejorar algo la imagen de Isabel II. No obstante, fue desde ese último año cuando se impuso la imagen negativa. Esto se debió a que se relacionó a la Reina con tres taras insoportables para la nación liberal: la corrupción económica, la crueldad y el antiliberalismo. La cuestión de "El rasgo", el fusilamiento de los sargentos el cuartel de San Gil y el cierre de las Cortes a finales de 1866 dibujaron una Isabel II corrupta, cruel, absolutista e ingrata.
Si hasta entonces los españoles eran mayoritariamente indiferentes respecto a la vida sexual de la Reina, incluso a la paternidad del príncipe Alfonso y de las infantas, a partir de aquel instante su comportamiento se convirtió en una inmoralidad e indignidad intolerables. En un momento de fuerte lucha política y de crisis económica internacional, se extendió la percepción de una Reina sin interés real por los españoles, indiferente a las dificultades del pueblo. Apareció así la imagen de una Isabel II que se dedicaba al amor carnal, más que al amor a España. Su destronamiento y la caída de los Borbones y sus adláteres, el "Abajo lo existente", quedó como la única solución. Al aparecer la Reina separada de la práctica constitucional, partícipe en la corrupción económica y en los fusilamientos, con una vida amorosa inmoral, la misma Isabel II facilitó el camino a la revolución, que esta vez no se detuvo ante el Trono.
Inmoralidad privada y antiliberalismo eran lastres demasiado pesados como para emprender la Restauración con garantías de éxito. De aquí que Cánovas ideara su proyecto política desde 1873 contando con el apartamiento vergonzante de Isabel II, y con la creación de una nueva y positiva imagen de Alfonso de Borbón. Cánovas no puedo evitar el juicio severo de los historiadores y escritores hacia la reina Isabel, pero sí consiguió que su mala imagen no la heredara su hijo.
NOTA: Este texto es un fragmento editado del epílogo de ISABEL II, IMÁGENES DE UNA REINA, el más reciente libro de JORGE VILCHES, que acaba de publicar la editorial Síntesis.
ISABEL II, IMÁGENES DE UNA REINA
La mala reina
Por Jorge Vilches
La imagen de Isabel II fue utilizada por los partidos, sin excepción alguna. Los progresistas fueron quienes, en mayor medida, crearon al comienzo del reinado el símbolo de la reina niña como "iris de paz y libertad". Y lo forjaron durante la Primera Guerra Carlista, pero lo esgrimieron como lema partidista y revolucionario.
Detrás de la imagen de la reina niña se asentaron todas las promesas de una España mejor. Vitoreaban entonces a Isabel II y a la Constitución de 1812, y tomaron su nombre para disimular pronunciamientos contra el régimen liberal. Lo hicieron en las revueltas de 1835, y en el golpe de Estado de La Granja en 1836 fue el eslogan para expulsar a Espartero de la regencia en 1843 y lo utilizaron en los programas electorales hasta bien entrado el reinado.
El problema de esta recreación de Isabel II como símbolo y bandera de la opción progresista no fue solamente su utilización partidista, sino sus consecuencias a la hora de pactar un régimen común a todos los liberales. Los progresistas unieron el nombre de la Reina a la nación y a la libertad, pero también al suyo propio. La consecuencia fue que, alejado del poder, el partido progresista no dudó en romper esa relación de Isabel II con la nación liberal, y endosar a la Reina una alianza oscura con el absolutismo teocrático.
Los moderados y la Unión Liberal, como en 1847 el partido progresista, utilizaron el desordenado apetito sexual de la Reina para intentar dominarla. Los moderados llamados "polacos" difundieron su vida amoroso, incluso desde el Gobierno. El objetivo era acusar a la oposición de las "calumnias" que ellos difundían, y así ganar el favor político de la Reina. La irresponsabilidad y la falta de escrúpulos era general, tanto de la Reina y su entorno como de los partidos. La Unión Liberal emprendió verdaderas campañas de prensa denunciando la existencia de camarillas y favoritos que dominaban el ánimo de la Reina y desvirtuaban el régimen constitucional (...) Los unionistas tampoco dudaron a la hora de utilizar a un favorito, Tirso Obregón, el amante del momento de la Reina, para satisfacer sus propios intereses políticos, incluso en una fecha del reinado tan tardía como 1865.
Los progresistas y los republicanos se sumaron a estas campañas de moderados y unionistas. Si la imagen de España no era buena en el exterior desde mediados de la década de 1840, los exiliados del partido progresista la aumentaron sufragando y escribiendo en la prensa extranjera artículos insultantes contra Isabel II, la Familia Real y el Gobierno de turno. Los republicanos dominaron la divulgación de la imagen negativa de la Reina una vez fue destronada, a partir de septiembre de 1868. Su propósito era denostar a la Dinastía y la forma monárquica de gobierno en general. No les bastaba a los republicanos con desautorizar las decisiones políticas de los reyes, sino que hacían lo mismo con su vida privada para presentarlos como indignos de reinar sobre los españoles, y como los primeros responsables de las crisis políticas, económicas o sociales. Los republicanos aludían con frecuencia a la moralidad, un concepto que utilizaron primero los unionistas, con el fin último de mostrar la superioridad moral de la forma republicana de gobierno.
La pretensión de todos los partidos al utilizar la imagen de Isabel II era desautorizar sus decisiones políticas mediante el descrédito de su vida privada. La propaganda y difusión de la imagen de una Familia Real y una corte vergonzosas fueron armas políticas utilizadas por los partidos. Ahora bien, y esto es tan triste como lo anterior: la mayor parte de los tópicos sobre Isabel II y su entorno eran ciertos. El comportamiento de la Reina fue indigno del cargo que representaba, y sólo se puede explicar que siguiera en el Trono porque los partidos la creían manejable.
La primera culpable: la Reina
Los partidos de la Era isabelina utilizaron y manipularon la imagen de Isabel II, pero no la inventaron. Fue una mala Reina, que ni siquiera puede ser calificada de inadecuada o inocente. Su personalidad permitía que su entorno fuera corrupto y enemigo de la libertad. No supo, pero sobre todo no quiso, cumplir con su papel. Ella misma labró su indignidad, una circunstancia alimentada por su entorno familiar y político. Ni la escasa educación recibida ni el sentimiento de orfandad pueden justificar su comportamiento, pues esas carencias las compartió con su hermana Luisa Fernanda, que, a la postre, tuvo una personalidad muy diferente. El lamentable matrimonio tampoco es una excusa para una vida sexual desordenada y exageradamente pública. El problema no fue solamente que cometiera adulterio, que fuera una beatuca o tuviera poco apego al sistema constitucional, sino su descaro y poca inteligencia al cometer tales errores.
La personalidad de la Reina entorpeció el desarrollo del régimen liberal, y propició el enconamiento de la vida política más allá de lo recomendable para un sistema constitucional. Sin embargo, Isabel II fue tolerada por los partidos debido a la ilusa pretensión de los líderes políticos de que la Reina era manejable. Los partidos no quisieron, en verdad, construir un Gobierno representativo, y despreciaron las ocasiones que tuvieron para dar ese paso. Además, los partidos instrumentalizaron la imagen de la Reina sin importarles el perjuicio que causaran a la Monarquía constitucional y al liberalismo en plena competencia con el carlismo y el republicanismo.
La imagen positiva de Isabel II popularizada durante la Primera Guerra Carlista fue tan poderosa que no pudieron contra ella los escándalos de 1847, ni la denuncia de las camarillas absolutistas o los vaivenes constitucionales. Los españoles toleraron perfectamente los adulterios de Isabel II, y se despreocuparon por la paternidad de los hijos de la Reina. La figura de un rey consorte homosexual impotente debió de justificar, a ojos de la opinión pública, la vida amorosa de la Reina. Es innegable la enorme popularidad de la que disfrutó Isabel II hasta 1865, a lo que contribuyeron sobremanera la labor del Gobierno O'Donnell con los viajes de propaganda y las campañas de caridad de la Reina. Y esto muestra la irresponsabilidad de los partidos: la misma Unión Liberal de O'Donnell era capaz de airear la vida sexual de la Reina cuando estaba en la oposición y hacer después campañas para mejorar su imagen una vez conseguido el poder.
El estudio de las variaciones en la opinión pública resulta impactante, pues sorprende la capacidad de los españoles para transformar en poco tiempo, entre 1865 y 1868, una tolerancia casi absoluta en un odio irrefrenable. El análisis de la evolución de la mentalidad de los españoles durante el siglo XIX es algo complicado y, quizá por ello, casi inexplorado. La mezcla de la ignorancia, los valores y creencias ancestrales y la modernidad, con todas sus realidades, progresos y manipulaciones políticas, puede explicar la reacción popular contra todo lo Borbón en 1868 y, en contraste, los recibimientos apoteósicos de 1875. En esto también cabe pensar en el fracaso colectivo, en la desilusión general que supusieron los seis años de revolución, entre 1868 y 1874, hasta el punto de transformar en deseable la Dinastía que se había despreciado e insultado poco antes.
La decepción que supuso el reinado de Isabel II afectó profundamente el optimismo y la confianza de la historiografía y el pensamiento liberal, así como el concepto mismo de nación liberal. ¿Cómo levantar un régimen constitucional, teorizar sobre él o historiarlo en tales circunstancias? En las obras de los historiadores y escritores posteriores a 1868, y sobre todo a 1875, se percibe una decepción profunda, y una necesidad de empezar de nuevo. La razón es que, durante mucho tiempo, Isabel II, nación y libertad habían sido un único concepto sobre el que se había argumentado y por el que se había luchado. El vínculo entre la nación liberal, la independencia española y la reina Isabel se hizo tan fuerte durante la guerra civil y los años inmediatamente posteriores que condicionó a la opinión pública y a los partidos durante todo el reinado.
El desarrollo de la revolución liberal española hay que revisarlo no desde la ausencia de una burguesía y su revolución, o esgrimiendo la existencia de una supuesta debilidad en la construcción de la nación. Sería conveniente examinarlo a la luz de un discurso nacional liberal que se construye y apoya en un Trono que, finalmente, falla. La ingratitud política y personal de Isabel II fue, quizá, el más eficaz agente revolucionario y disgregador. Ese trastorno en la construcción del discurso nacional liberal supuso un bache del que no consiguió sacar a España ni la revolución de 1868, pensada para asentar la regeneración única y exclusivamente en la nación soberana. La alteración fue tal que ni siquiera resultó viable un rey electivo, perteneciente a una dinastía liberal, como fue Amadeo de Saboya.
La nación liberal ligó su porvenir político a la Dinastía y a la persona que ocupaba el Trono. La guerra contra el absolutismo, cruel y que empeñó humana y económicamente el país, fue la principal razón de esa relación estrecha entre la nación liberal y la reina Isabel. Se creó entonces la ilusión de que Isabel II abriría el camino a la regeneración nacional. Aquellos liberales pusieron a la Corona, como luego haría Cánovas en 1876 siguiendo la tradición española, con la misma carta de naturaleza política, preconstituyente, que las Cortes como representación de la nación. El discurso político, literario, periodístico, historiográfico y filosófico se sostuvo en la alianza de la nación liberal con el Trono. Era el símbolo de la independencia y carácter nacionales, una creencia generalizada entre unos españoles tan fieramente patriotas como reticentes al extranjero, especialmente al francés. El imaginario popular se construyó así en torno a una libertad ligada a su Reina, una Isabel II que se mostraba, además, muy castiza y campechana.
El derrumbe de la imagen positiva de la Reina debilitó el desarrollo del proyecto colectivo. El desengaño, provocado por la misma Reina, fue un obstáculo en la construcción del régimen liberal y del discurso nacional. Era como si la nación se hubiera quedado viuda. El nuevo proyecto, el de la revolución de 1868, quiso poner a la nación liberal en primer y único plano para encontrar la fórmula de progreso y regeneración. Frustrado el proyecto nacional entre aquel año y 1874, la nación liberal se volvió de nuevo hacia los Borbones en la persona de un Alfonso XII cuya imagen era radicalmente distinta a la de Isabel II. Se pudo entonces recuperar aquella memoria colectiva que unía a la Dinastía con la nación, pero no con igual fuerza y unanimidad, porque los españoles ya no eran los mismos.
La imagen positiva de Isabel II se fue desmoronando desde 1854. La Reina tuvo entonces una última oportunidad verdadera para reconciliarse con el funcionamiento normal del régimen constitucional y desembarazarse de prácticas públicas y privadas indignas. Ella misma lo confesó al pedir perdón, en un manifiesto a los españoles, por una "serie de lamentables equivocaciones". Los sucesos de julio de 1856 y el retorno a la situación anterior a la revolución separaron ya completamente a los progresistas de Isabel II y de la dinastía de Borbón.
La campaña de imagen del Gobierno de O'Donnell entre 1858 y 1865, paseando a la Reina por toda España, y la guerra de África consiguieron mejorar algo la imagen de Isabel II. No obstante, fue desde ese último año cuando se impuso la imagen negativa. Esto se debió a que se relacionó a la Reina con tres taras insoportables para la nación liberal: la corrupción económica, la crueldad y el antiliberalismo. La cuestión de "El rasgo", el fusilamiento de los sargentos el cuartel de San Gil y el cierre de las Cortes a finales de 1866 dibujaron una Isabel II corrupta, cruel, absolutista e ingrata.
Si hasta entonces los españoles eran mayoritariamente indiferentes respecto a la vida sexual de la Reina, incluso a la paternidad del príncipe Alfonso y de las infantas, a partir de aquel instante su comportamiento se convirtió en una inmoralidad e indignidad intolerables. En un momento de fuerte lucha política y de crisis económica internacional, se extendió la percepción de una Reina sin interés real por los españoles, indiferente a las dificultades del pueblo. Apareció así la imagen de una Isabel II que se dedicaba al amor carnal, más que al amor a España. Su destronamiento y la caída de los Borbones y sus adláteres, el "Abajo lo existente", quedó como la única solución. Al aparecer la Reina separada de la práctica constitucional, partícipe en la corrupción económica y en los fusilamientos, con una vida amorosa inmoral, la misma Isabel II facilitó el camino a la revolución, que esta vez no se detuvo ante el Trono.
Inmoralidad privada y antiliberalismo eran lastres demasiado pesados como para emprender la Restauración con garantías de éxito. De aquí que Cánovas ideara su proyecto política desde 1873 contando con el apartamiento vergonzante de Isabel II, y con la creación de una nueva y positiva imagen de Alfonso de Borbón. Cánovas no puedo evitar el juicio severo de los historiadores y escritores hacia la reina Isabel, pero sí consiguió que su mala imagen no la heredara su hijo.
NOTA: Este texto es un fragmento editado del epílogo de ISABEL II, IMÁGENES DE UNA REINA, el más reciente libro de JORGE VILCHES, que acaba de publicar la editorial Síntesis.
Luis Margol, Nuevas tribulaciones de un liberogay en Zapaterolandia
sabado 30 de junio de 2007
CHUECADILLY CIRCUS
Nuevas tribulaciones de un liberogay en Zapaterolandia
Por Luis Margol
"Me puso de los nervios. Estuve a punto de darle en la cabeza con el libro de Federico". Al habla Fanfatal, un aguerrido liberogay, terror de las webs progres, que no se anda con chiquitas a la hora de enfrentarse a esos aspirantes a Torquemada que lucen casi cualquier cosa que evoque algún dolor ajeno –una estrella roja, un pin del Che, el pañuelo palestino, you name it–. Ahí lo tienen, en la foto, en plan guerrillero de la libertad. Parece estar diciendo: "Atrévete conmigo, bonita". De todas formas, the question remains: ¿vivimos en Matrix o qué?
Asaltado por éstas y otras dudas existenciales, decidí pedir ayuda a alguien que se las sabe todas sobre la mal llamada Movida Madrileña y a quien debemos el outing más sonado de los últimos tiempos. Con ustedes… absolute Marco! Enjoy the ride!
Allá por los albores de la década de los 80, JM Marco instruía a la modernidad madrileña con perlas como ésta:
¡Cráneos privilegiados estos de la new wave! Han logrado hacer modernos en Madrid a gente que nunca lo fue en Barcelona, tipo Federico Jiménez Losantos, a quien entraban sudores con sólo pisar los broncíneos umbrales del Ópera y el Jazz Colón, y que ahora va de hacer letras a Las Chinas y chascando los dedos por la calle [vamos, que todo es salir de BCN y convertirse en lo más]. Otros, más antiguos que Villena, que al cabo no tiene empacho en declararse coetáneo de Antinoo, han pasado en Madrid mismo de los armiños al leopardo sintético, y del estilo Corte Inglés a la moda trapería, lo que demuestra las virtudes salvíficas –"on a cultural level"– de la new age.
Ahora, aparte de instruirnos sobre las cosas que pasan y pesan en el País de las Maravillas, concede entrevistas imaginarias como la que sigue:
– ¿Son las traperas de ayer las mariprogres de hoy?
– Absolutely. Muchos las vimos venir entonces.
– ¿Quién fue la primera mariprogre de la historia de España?
– Pensarás que fueron Molina Foix –¿la terrible Ruperta Porcina Boys del Mujercísimas de Terenci Moix?–, Villena o algún otro escritor de los que te perseguían cuando, a tus 17 años, correteabas por Chueca carpeta en mano...
– Sí, señor. Yo en esos tiempos me sentía muy agobiado por Felipe González, y no comprendía que unos señores tan finos estampasen su firma en manifiestos electorales de apoyo al entonces dictador.
– Querido Luis, debes saber que el progresismo en España es un problema mental. Si no, fíjate en Manuel Azaña, o en ese abogado que aparece en la tele y que se hace llamar Zerolo, en realidad González Zerolo.
– Dear me! ¿También Don Manuel tenía un apellido secreto?
– Nada de secretos. Es un trauma familiar. Padres homófobos que engendran hijos resentidos lanzados a la destrucción de España como venganza.
– Eso en Brasil se llama "bicha mal resolvida" –le interrumpiría en este punto, con mi habitual entusiasmo arrollador.
– ¿Quién te habrá enseñado esa expresión? Apuesto a que eres de los que confunden el ligoteo con el National Geographic. No te excuses, no quiero saber nada…
– No me riñas, por favor. Volvamos al tema que nos ocupa.
– A lo que iba, si lees mi último libro, sabrás de lo que hablo. Además de sacar del armario a Azaña, lo que de seguro me valdrá la hiel y el vituperio de antiguos modernos convertidos a la secta polanquista, trazo un esbozo de teoría del mariprogresismo que os será de gran utilidad a ti y a tus amigos en vuestras pesquisas.
Tras la entrevista imaginaria, todo empezó a parecerme más claro; y decidí afrontar la realidad de un modo distinto. Tras darle más vueltas a la cabeza que la niña de El Exorcista, resolví disfrazarme de cordialidad, como canta Paulina Rubio, y sustituir las balas por las flores blancas, como las de la última fragancia masculina de Jean-Paul Gautier.
Así las cosas, prometo no enojarme con Marta Sánchez ni arrepentirme de haber llorado la muerte de su padre, a pesar de que la diva se haya desmarcado con unas expresiones un tanto desafortunadas. Todavía la recuerdo de la mano de su novio postizo Juan Tarodo –Tarado para los amigos–, batería del grupo Olé-Olé, en la discoteca Archy, allá por el 89. Muchos nos preguntábamos si la cantante estaba ciega o si lo suyo era cuestión de lesbianismo. Lo cierto es que no se sabía quién era la más señora de las dos, Marta o Tarodo.
Tampoco responderé a Alfonso Ussía, que todos los años nos regala una docta cogitación sobre algo de lo que nada sabe pero mucho desbarra, para quien los gays somos un asunto virtual y literario, como de sainete de don Ramón de la Cruz. Yo, que también tengo varios amigos aristócratas de los de antes y los aprecio muchísimo, casi tanto como ellos a mí, le recomiendo Quintín el amargado, de Carlos Arniches. Todos sabemos que, pasados los cincuenta, algunas cosas dejan de ser gratis –que se lo pregunten a Miguel Bosé–, por mucho tinte multicolor que gaste uno; así que, ante tal contratiempo, sólo caben la compasión y la caridad cristiana. Con la afabilidad que caracteriza a los de sangre azul, rezo por ti, salao.
Y por último, nunca más me ofenderé cuando el islamogay de turno la emprenda contra el Papa, Polonia y el cristianismo y se olvide de la homofobia árabe e iraní. Como a este paso cualquier empresario del ideal fletará vuelos a La Meca para todos ellos, sólo me queda desearles que les vaya bonito en ese maravilloso viaje de irás pero no volverás. Les auguro quintales de morbo y placer a manos de esos simpáticos amigos y hermanos espirituales del rey de España –¿qué tienen en común algunos borbones y las mariprogres? Pues que ambos se pirran por cualquier mamarracho con faldas y bigote, aunque por razones distintas–.
En vísperas de mi cumpleaños, que como casi siempre coincide con el Orgullo Gay – vista la dificultad de organizar una fiesta gratis y privada en estas fechas, algún día me disfrazaré de azafata putón y me lanzaré a la calle con un carrito de bebidas–, y tras repasar con detalle todas y cada una de las arrugas y redondeces surgidas en los últimos 365 días –"lo que no te mata te fortalece", dicen algunos; ojalá tuvieran razón–, sólo me queda desearles lo mejor antes de que le hinque el diente a la tarta. Como dice mi amiga Cris Losada, nueva consejera do ente –yo diría doente– público Telemadrid, "a mí, ni fiesta del Orgullo ni del capullo". Y en la calle, codo a codo, / somos mucho más que dos.
Enquire within: chuecadilly@yahoo.es
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Nuevas tribulaciones de un liberogay en Zapaterolandia
Por Luis Margol
"Me puso de los nervios. Estuve a punto de darle en la cabeza con el libro de Federico". Al habla Fanfatal, un aguerrido liberogay, terror de las webs progres, que no se anda con chiquitas a la hora de enfrentarse a esos aspirantes a Torquemada que lucen casi cualquier cosa que evoque algún dolor ajeno –una estrella roja, un pin del Che, el pañuelo palestino, you name it–. Ahí lo tienen, en la foto, en plan guerrillero de la libertad. Parece estar diciendo: "Atrévete conmigo, bonita". De todas formas, the question remains: ¿vivimos en Matrix o qué?
Asaltado por éstas y otras dudas existenciales, decidí pedir ayuda a alguien que se las sabe todas sobre la mal llamada Movida Madrileña y a quien debemos el outing más sonado de los últimos tiempos. Con ustedes… absolute Marco! Enjoy the ride!
Allá por los albores de la década de los 80, JM Marco instruía a la modernidad madrileña con perlas como ésta:
¡Cráneos privilegiados estos de la new wave! Han logrado hacer modernos en Madrid a gente que nunca lo fue en Barcelona, tipo Federico Jiménez Losantos, a quien entraban sudores con sólo pisar los broncíneos umbrales del Ópera y el Jazz Colón, y que ahora va de hacer letras a Las Chinas y chascando los dedos por la calle [vamos, que todo es salir de BCN y convertirse en lo más]. Otros, más antiguos que Villena, que al cabo no tiene empacho en declararse coetáneo de Antinoo, han pasado en Madrid mismo de los armiños al leopardo sintético, y del estilo Corte Inglés a la moda trapería, lo que demuestra las virtudes salvíficas –"on a cultural level"– de la new age.
Ahora, aparte de instruirnos sobre las cosas que pasan y pesan en el País de las Maravillas, concede entrevistas imaginarias como la que sigue:
– ¿Son las traperas de ayer las mariprogres de hoy?
– Absolutely. Muchos las vimos venir entonces.
– ¿Quién fue la primera mariprogre de la historia de España?
– Pensarás que fueron Molina Foix –¿la terrible Ruperta Porcina Boys del Mujercísimas de Terenci Moix?–, Villena o algún otro escritor de los que te perseguían cuando, a tus 17 años, correteabas por Chueca carpeta en mano...
– Sí, señor. Yo en esos tiempos me sentía muy agobiado por Felipe González, y no comprendía que unos señores tan finos estampasen su firma en manifiestos electorales de apoyo al entonces dictador.
– Querido Luis, debes saber que el progresismo en España es un problema mental. Si no, fíjate en Manuel Azaña, o en ese abogado que aparece en la tele y que se hace llamar Zerolo, en realidad González Zerolo.
– Dear me! ¿También Don Manuel tenía un apellido secreto?
– Nada de secretos. Es un trauma familiar. Padres homófobos que engendran hijos resentidos lanzados a la destrucción de España como venganza.
– Eso en Brasil se llama "bicha mal resolvida" –le interrumpiría en este punto, con mi habitual entusiasmo arrollador.
– ¿Quién te habrá enseñado esa expresión? Apuesto a que eres de los que confunden el ligoteo con el National Geographic. No te excuses, no quiero saber nada…
– No me riñas, por favor. Volvamos al tema que nos ocupa.
– A lo que iba, si lees mi último libro, sabrás de lo que hablo. Además de sacar del armario a Azaña, lo que de seguro me valdrá la hiel y el vituperio de antiguos modernos convertidos a la secta polanquista, trazo un esbozo de teoría del mariprogresismo que os será de gran utilidad a ti y a tus amigos en vuestras pesquisas.
Tras la entrevista imaginaria, todo empezó a parecerme más claro; y decidí afrontar la realidad de un modo distinto. Tras darle más vueltas a la cabeza que la niña de El Exorcista, resolví disfrazarme de cordialidad, como canta Paulina Rubio, y sustituir las balas por las flores blancas, como las de la última fragancia masculina de Jean-Paul Gautier.
Así las cosas, prometo no enojarme con Marta Sánchez ni arrepentirme de haber llorado la muerte de su padre, a pesar de que la diva se haya desmarcado con unas expresiones un tanto desafortunadas. Todavía la recuerdo de la mano de su novio postizo Juan Tarodo –Tarado para los amigos–, batería del grupo Olé-Olé, en la discoteca Archy, allá por el 89. Muchos nos preguntábamos si la cantante estaba ciega o si lo suyo era cuestión de lesbianismo. Lo cierto es que no se sabía quién era la más señora de las dos, Marta o Tarodo.
Tampoco responderé a Alfonso Ussía, que todos los años nos regala una docta cogitación sobre algo de lo que nada sabe pero mucho desbarra, para quien los gays somos un asunto virtual y literario, como de sainete de don Ramón de la Cruz. Yo, que también tengo varios amigos aristócratas de los de antes y los aprecio muchísimo, casi tanto como ellos a mí, le recomiendo Quintín el amargado, de Carlos Arniches. Todos sabemos que, pasados los cincuenta, algunas cosas dejan de ser gratis –que se lo pregunten a Miguel Bosé–, por mucho tinte multicolor que gaste uno; así que, ante tal contratiempo, sólo caben la compasión y la caridad cristiana. Con la afabilidad que caracteriza a los de sangre azul, rezo por ti, salao.
Y por último, nunca más me ofenderé cuando el islamogay de turno la emprenda contra el Papa, Polonia y el cristianismo y se olvide de la homofobia árabe e iraní. Como a este paso cualquier empresario del ideal fletará vuelos a La Meca para todos ellos, sólo me queda desearles que les vaya bonito en ese maravilloso viaje de irás pero no volverás. Les auguro quintales de morbo y placer a manos de esos simpáticos amigos y hermanos espirituales del rey de España –¿qué tienen en común algunos borbones y las mariprogres? Pues que ambos se pirran por cualquier mamarracho con faldas y bigote, aunque por razones distintas–.
En vísperas de mi cumpleaños, que como casi siempre coincide con el Orgullo Gay – vista la dificultad de organizar una fiesta gratis y privada en estas fechas, algún día me disfrazaré de azafata putón y me lanzaré a la calle con un carrito de bebidas–, y tras repasar con detalle todas y cada una de las arrugas y redondeces surgidas en los últimos 365 días –"lo que no te mata te fortalece", dicen algunos; ojalá tuvieran razón–, sólo me queda desearles lo mejor antes de que le hinque el diente a la tarta. Como dice mi amiga Cris Losada, nueva consejera do ente –yo diría doente– público Telemadrid, "a mí, ni fiesta del Orgullo ni del capullo". Y en la calle, codo a codo, / somos mucho más que dos.
Enquire within: chuecadilly@yahoo.es
Thomas Sowell, El caso Nifong no ha terminado aun
sabado 30 de junio de 2007
Visiones
El caso Nifong no ha terminado aún
Este caso servía a sus propósitos. Eso se impuso a cualquier pregunta sobre si los cargos eran ciertos o no. No espere que nadie se disculpe o se retracte. Pero sea consciente de lo amplia y profunda que es su podredumbre moral.
Thomas Sowell
La expulsión del colegio de abogados del fiscal del distrito de Durham, Michael Nifong, debería ser sólo el primer paso para remediar el grotesco y cínico fraude del caso "de violación" contra los jugadores de lacrosse de la Universidad de Duke. Nifong puede convertirse ahora en el acusado tanto en las denuncias civiles que puedan presentar los tres jóvenes cuyas vidas intentó arruinar, como en una querella criminal por obstrucción a la justicia y declarar falsamente ante un juez. Pero, además, existen muchos más que han quedado desacreditados por fomentar un ambiente de linchamiento cuando el caso saltó a la opinión pública el año pasado.
El New York Times, que publicó en portada y a gran tamaño las fotografías de los estudiantes de Duke, junto con incendiarias acusaciones contra ellos, y que se subía por las paredes en sus editoriales, publicó la expulsión de Nifong de la abogacía en su página 16.
Los 88 profesores de la Universidad de Duke que publicaron un anuncio histérico, apoyando a los bocazas locales que denunciaban y amenazaban a los estudiantes de Duke, aparentemente ahora no tienen absolutamente nada que decir sobre ese asunto. Pero no fueron sólo los profesores los que se unieron al linchamiento, también lo hizo la administración de la Universidad, que se deshizo del entrenador de lacrosse y canceló los partidos que le quedaban por jugar al equipo esa temporada sin que existiera ni un atisbo de evidencia de que alguien fuera culpable de algo.
Curiosamente, parece que nos encontramos en una de esas rarísimas ocasiones en las que Jesse Jackson no dice nada, pese a que apoyó públicamente los falsos cargos "de violación" el año pasado. Una activista pro derechos civiles local incluso tuvo el cuajo de increpar a la madre de uno de los estudiantes acusados en la audiencia de inhabilitación de Nifong, diciendo aún creía que eran culpables. Lo más triste y trágico de todo esto es que el movimiento de los derechos civiles, a pesar de su pasado honorable y valiente, ha degenerado durante los años en un chanchullo demagógico que ha terminado promoviendo el racismo descerebrado contra el que luchó en sus inicios.
Aunque el comité que inhabilitó a Michael Nifong dijo muchas cosas que hacía falta que se dijeran, terminaron liando las cosas al decir que Nifong podría haberse engañado a sí mismo antes de engañar a los demás. Nada de lo que hizo el fiscal del distrito Nifong sugiere que llegase a pensar que estos jugadores eran culpables o que en algún momento tuviera intención de llevarlos a juicio. La forma en que se presentaron las fotografías a la stripper fue tan distinta del procedimiento habitual que prácticamente era una invitación a que el juez desestimara cualquier identificación proveniente de ella; sin esa identificación, no había caso.
El problema es que la intención nunca fue ganar un caso, sino ganar unas elecciones. Nifong no podía permitir que se empleara un proceso de identificación como Dios manda para que la víctima identificase a sus presuntos agresores, o de lo contrario su falta de fiabilidad habría quedado en evidencia desde el principio, privándole de un caso que pudiera utilizar para obtener el voto negro en las elecciones. No existe ni la más mínima razón para creer que Nifong fuera engañado o se equivocara honestamente. No era ningún novato recién salido de la facultad de Derecho. Tenía décadas de experiencia como fiscal. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Tampoco el New York Times era precisamente un ingenuo novato en estas lides. Antes había respaldado las acusaciones fraudulentas de violación en el caso Tawana Brawley que hiciera Al Sharpton, una denuncia que tenía los mismos elementos políticamente correctos: una mujer negra acusando a hombres blancos.
Tampoco eran ingenuos los 88 profesores de la Universidad de Duke que fomentaron un ambiente de linchamiento. La mayor parte procedían de departamentos que promueven la visión del victimismo de "raza, clase y género". Este caso servía a sus propósitos. Eso se impuso a cualquier pregunta sobre si los cargos eran ciertos o no. No espere que nadie se disculpe o se retracte. Pero sea consciente de lo amplia y profunda que es su podredumbre moral. Que tales personas estén enseñando a estudiantes en una universidad de élite provoca escalofríos. Que fomenten en el campus un ambiente en el que la corrección política se impone a la búsqueda de la verdad es doloroso.
Desgraciadamente, actitudes y ambientes similares no son exclusivos de la Universidad de Duke, sino comunes en campus universitarios de élite. Es una bomba de relojería con potencial para destruir personas concretas y, en última instancia, socavar toda la sociedad.
Thomas Sowell es doctor en Economía y escritor. Es especialista del Instituto Hoover.© Creators Syndicate, Inc.
Visiones
El caso Nifong no ha terminado aún
Este caso servía a sus propósitos. Eso se impuso a cualquier pregunta sobre si los cargos eran ciertos o no. No espere que nadie se disculpe o se retracte. Pero sea consciente de lo amplia y profunda que es su podredumbre moral.
Thomas Sowell
La expulsión del colegio de abogados del fiscal del distrito de Durham, Michael Nifong, debería ser sólo el primer paso para remediar el grotesco y cínico fraude del caso "de violación" contra los jugadores de lacrosse de la Universidad de Duke. Nifong puede convertirse ahora en el acusado tanto en las denuncias civiles que puedan presentar los tres jóvenes cuyas vidas intentó arruinar, como en una querella criminal por obstrucción a la justicia y declarar falsamente ante un juez. Pero, además, existen muchos más que han quedado desacreditados por fomentar un ambiente de linchamiento cuando el caso saltó a la opinión pública el año pasado.
El New York Times, que publicó en portada y a gran tamaño las fotografías de los estudiantes de Duke, junto con incendiarias acusaciones contra ellos, y que se subía por las paredes en sus editoriales, publicó la expulsión de Nifong de la abogacía en su página 16.
Los 88 profesores de la Universidad de Duke que publicaron un anuncio histérico, apoyando a los bocazas locales que denunciaban y amenazaban a los estudiantes de Duke, aparentemente ahora no tienen absolutamente nada que decir sobre ese asunto. Pero no fueron sólo los profesores los que se unieron al linchamiento, también lo hizo la administración de la Universidad, que se deshizo del entrenador de lacrosse y canceló los partidos que le quedaban por jugar al equipo esa temporada sin que existiera ni un atisbo de evidencia de que alguien fuera culpable de algo.
Curiosamente, parece que nos encontramos en una de esas rarísimas ocasiones en las que Jesse Jackson no dice nada, pese a que apoyó públicamente los falsos cargos "de violación" el año pasado. Una activista pro derechos civiles local incluso tuvo el cuajo de increpar a la madre de uno de los estudiantes acusados en la audiencia de inhabilitación de Nifong, diciendo aún creía que eran culpables. Lo más triste y trágico de todo esto es que el movimiento de los derechos civiles, a pesar de su pasado honorable y valiente, ha degenerado durante los años en un chanchullo demagógico que ha terminado promoviendo el racismo descerebrado contra el que luchó en sus inicios.
Aunque el comité que inhabilitó a Michael Nifong dijo muchas cosas que hacía falta que se dijeran, terminaron liando las cosas al decir que Nifong podría haberse engañado a sí mismo antes de engañar a los demás. Nada de lo que hizo el fiscal del distrito Nifong sugiere que llegase a pensar que estos jugadores eran culpables o que en algún momento tuviera intención de llevarlos a juicio. La forma en que se presentaron las fotografías a la stripper fue tan distinta del procedimiento habitual que prácticamente era una invitación a que el juez desestimara cualquier identificación proveniente de ella; sin esa identificación, no había caso.
El problema es que la intención nunca fue ganar un caso, sino ganar unas elecciones. Nifong no podía permitir que se empleara un proceso de identificación como Dios manda para que la víctima identificase a sus presuntos agresores, o de lo contrario su falta de fiabilidad habría quedado en evidencia desde el principio, privándole de un caso que pudiera utilizar para obtener el voto negro en las elecciones. No existe ni la más mínima razón para creer que Nifong fuera engañado o se equivocara honestamente. No era ningún novato recién salido de la facultad de Derecho. Tenía décadas de experiencia como fiscal. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Tampoco el New York Times era precisamente un ingenuo novato en estas lides. Antes había respaldado las acusaciones fraudulentas de violación en el caso Tawana Brawley que hiciera Al Sharpton, una denuncia que tenía los mismos elementos políticamente correctos: una mujer negra acusando a hombres blancos.
Tampoco eran ingenuos los 88 profesores de la Universidad de Duke que fomentaron un ambiente de linchamiento. La mayor parte procedían de departamentos que promueven la visión del victimismo de "raza, clase y género". Este caso servía a sus propósitos. Eso se impuso a cualquier pregunta sobre si los cargos eran ciertos o no. No espere que nadie se disculpe o se retracte. Pero sea consciente de lo amplia y profunda que es su podredumbre moral. Que tales personas estén enseñando a estudiantes en una universidad de élite provoca escalofríos. Que fomenten en el campus un ambiente en el que la corrección política se impone a la búsqueda de la verdad es doloroso.
Desgraciadamente, actitudes y ambientes similares no son exclusivos de la Universidad de Duke, sino comunes en campus universitarios de élite. Es una bomba de relojería con potencial para destruir personas concretas y, en última instancia, socavar toda la sociedad.
Thomas Sowell es doctor en Economía y escritor. Es especialista del Instituto Hoover.© Creators Syndicate, Inc.
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