domingo, marzo 11, 2007

Ismael Medina, Está en juego el destino de España

lunes 12 de marzo de 2007
Está en juego el destino de España
Ismael Medina

N O participé en la manifestación de Madrid. La he vivido desde la distancia gracias a Telemadrid. Las cadenas de ámbito nacional fueron fieles a su dependencia gubernamental y mantuvieron inalterada su programación, pese a que un mínimo prurito informativo aconsejaba retransmitir en directo un acontecimiento de indudable magnitud política. Difícilmente podrá acusar la izquierda a Telemadrid de parcialidad. Dos periodistas, uno de "El Mundo" favorable a la manifestación, y otro de "El Confidencial Digital", defensor de las tesis del gobierno, comentaron desde el estudio lo que acaecía en la calle. Una constatación que sería inicuo ocultar. Dejo a un lado la habitual guerra de los números, aunque habituado a mediciones, pueda sostener que la del sábado fue la más multitudinaria que se ha registrado en Madrid durante las últimas tres décadas. No surtieron el efecto disuasorio perseguido las descalificaciones y amenazas de incidentes aventadas desde el gobierno, el P(SOE) y sus afines. La abrumadora respuesta de la sociedad a la convocatoria del PP configuró un sonado revés para Rodríguez y quienes se adhieren como lapas a su esquizofrenia política. Pero no sólo por el contenido formal del llamamiento a inundar la calle, sino por algo más trascendental que el rechazo al indigno trato de favor dispensado al contumaz asesino De Juan Chaos y a la proterva claudicación ante el chantaje de ETA-Batasuna y los separatismo vascongado y catalán. La asistencia a la manifestación excedió con mucho a la capacidad de movilización del PP entre sus afiliados y votantes. Los había de diversos estratos sociales y políticos, incluidos no pocos que se dicen de izquierdas o electoralmente abstencionistas. Lo que latía en el ánimo de todos ellos era el patriotismo, anudado a la inquietud por el desmembramiento de España hacia el que nos conduce el mesianismo destructor e iconoclasta de Rodríguez. La impresionante marea de banderas de España que iluminaron calles y plazas de rojo y gualda expresaba un sentimiento profundo de afirmación nacional frente al desvarío de un gobierno y un partido en que se trenzan la mentira, la falacia, el sectarismo, la cobardía, la ignominia, la vileza y la purulencia del rencor. La bandera e himno nacionales no son patrimonio de la derecha como aduce la estulticia gubernamental. Es patrimonio común de todos los españoles a los que asiste el derecho de usarlo para afirmar su patriotismo y su voluntad de preservar la unidad de España, la cual está por encima de banderías y de ideologías. También de la democracia, sobre todo cuando, como ahora, se prostituye desde el poder. Y esto es para mí lo más importante y sustancial de las manifestaciones del viernes en España y en el extranjero. Y de la abrumadora del sábado en la capital de España. Espero que Rajoy y los dirigentes del Partido Popular acierten a entender el mensaje y acomoden su acción política a la exigencia de la sociedad y a la extrema gravedad de la dramática coyuntura en que nos ha sumergido la esquizofrenia revisionista de Rodríguez. Los gobiernos occidentales y la prensa extranjera de mayor calado, no sólo la conservadora, se muestran perplejos y seriamente preocupados por la deriva de un gobierno que ha desenterrado el hacha del guerracivilismo. Se ha encaramado al poder del Estado una patulea de mediocres e insensatos empecinada en hacernos retornar a un pasado cuyo solo recuerdo empavorece a quienes lo vivimos. Son ellos los que han provocado una indeseable crispación que amenaza con provocar enfrentamientos cainitas que, si no rectifican, excederán en el futuro de los actuales y enconados de la dialéctica verbal. Son de mal agüero las agresiones en aumento de que, no sólo en Cataluña y Vascongadas, son víctimas miembros, actos y sedes el PP, amén de asociaciones o grupos políticos contrarios al pugnaz desviacionismo gubernamental. Y no hay que buscar fuera del gobierno y del P(SOE) las fuentes de la incitación a la violencia. Lo que está realmente en juego y han subrayan las manifestaciones masivas que han desembocado en la del sábado, la mayor y más plural de todas, es el destino de España como nación y ser histórico. Y sería inconsecuente que nos durmiéramos en los laureles de este indiscutible éxito de afirmación nacional. Hay que llevarla a los escenarios en que mayor y más agreste es la amenaza. A aquellos en que es más precaria e intolerable la libertad y la seguridad de los españoles con conciencia de serlo y se niega la existencia misma de España. Hay que tener el pundonor y la valentía de llenar sus calles y plazas con una marea parigual de banderas nacionales llegadas desde todos los confines de la nación. Lo reclaman quienes sufren las acometidas de la esquizofrenia del terror y de unos secesionismos anclados en la falsedad y en la caverna histórica. Yo, que no he ido a Madrid, me subiría a un autobús que tuviera como destino hacer frente al enemigo en su propio terreno. Y allí querría ver a Rajoy afrontando el riesgo a pecho descubierto junto a los que ayer le aclamaban en la madrileña plaza de Colón. España está en peligro y la democracia convertida en un pingajo. Ante esta dramática realidad no valen milongas.

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