martes 27 de marzo de 2007
ENTRE EL RENCOR Y LA INTRANSIGENCIA
Félix Arbolí
E STOY cabreado. ¡Sí, muy cabreado!. Y perdonen la incorrecta manera de expresarme, pero hay asuntos que requieren utilizar vocablos que desmerecen de las buenas normas y la educación del que los escribe. Si digo que estoy ofendido o me siento anonadado, no reflejaría con toda exactitud mi verdadero estado de ánimo. Es necesario a veces adentrarse un poco en el “fango” de nuestro diccionario para dar a entender que se está llegando al límite de lo permitido y tolerado. Y para mayor abundamiento de despropósitos e iniquidades a los que estamos sometidos, nos damos cuenta que los problemas se agrandan y multiplican sin que nadie les ponga el oportuno freno. De Juana Chaos, elude al castigo por los veinticinco asesinatos cometidos y lo trasladan a un hospital vasco, donde es tratado como si se hospedara en un hotel de cinco estrellas. ¡Por Humanidad!. La misma que él tuvo cuando colocó las bombas sabiendo a priori la tragedia que iba a causar a una serie de personas y familias inocentes y la que demostró más tarde, brindando con cava y caviar por el éxito obtenido al contabilizar las muertes producidas con su “humanitaria” acción. A ellos no les dio la opción de poder eludir su trágico final, como él tuvo en esa pantomima de huelga de hambre que biológicamente es del todo imposible resistir sin trampas en tan largo periodo de tiempo. Inanición que no le privó de la fuerza necesaria para gozar las carantoñas y noches compartidas con su novia, sin importarles la presencia de sus vigilantes. Un privilegio que no alcanzan presos sin delitos de sangre sobre su conciencia. ¡Bendita Humanidad la de nuestra justicia capaz de tratar con tanta delicadeza a un mercenario de la muerte, mientras se muestra inflexible para el que ofuscado en un momento de locura o provocación causa lesiones al prójimo con el que discute o al que se enfrenta!. Ya dije en otro de mis artículos que si se pretende obtener inmunidad ante un delito cometido éste debe abarcar muchas cifras en el supuesto económico. Tendrá abogados de renombrados bufetes que le irán minimizando sus años de condena o le dejarán en la calle previo pago de una fianza que no alcanzará al diez por ciento de lo que tiene guardado en un seguro lugar. Aparte gozará una serie de atenciones tras las rejas que, salvo la libertad y la compañía de la familia, no echará nada de menos. Opino igual cuando se trata de contabilizar y punir las muertes causadas bajo la injustificada excusa de una motivación política, a mayor número, más suave castigo. No deben apurarle los miles de años de cárcel que le puedan condenar por el cómputo de los casos juzgados o vidas segadas. Luego vendrá “Paco con la rebaja”, como decían en mi pueblo, que irá buscando la manera de convertir esos años en meses y a los pocos de éstos, en días, para que pronto se vea en la calle dispuesto a apretar nuevamente el gatillo en aras de su “sagrada” causa, impune al dolor de una familia ajena a sus conflictos y rencores, al clamor indignado de la ciudadanía y a las bravatas de un gobierno al que todas sus protestas y amenazas se le van por la boca, sin excluir las banderías que del trágico suceso hacen otros partidos en su provecho y posible aumento de votos electorales. El insulto y la indignación hábilmente aireados no sirven para paliar la inconsolable pena de unos padres, esposa e hijos, que sienten en lo más profundo de su ser la soledad y el desaliento ante la inutilidad de ese duro y obligado sacrificio que a nadie, a excepción de ellos mismos, alterará, ni tampoco servirá de eficaz advertencia para que aprendamos de una vez a vivir como seres humanos sin la constante amenaza de un loco fanático y sangriento. La personificación de la bestia más abyecta y repugnante. Las muertes por atentados terroristas sólo tienen un lado trágico, el de la víctima y su familia. Lo demás es puro protocolo con el que intentan compensar esa barbarie. Un impresionante escenario en el que las autoridades pretenden mitigar el dolor de esa destrozada familia con la colocación de una medalla sobre el feretro y el sonido de una triste y emotiva melodía. Caras tristes, rostros crispados y ojos enrojecidos, no se sabe si por el dolor de la pérdida de ese compañero o víctima callejera, o por la vergüenza de no poner término de una puñetera vez a esta repetitiva pesadilla. No podemos omitir el caso Otegui, con sus acusaciones de apología del terrorismo, traslado precipitado en vuelo especial del escurridizo acusado y un final claudicante e inconcebible al retirarse los cargos por parte de la Fiscalía. Ignoro si le invitaron a cenar en un restaurante de cinco tenedores, con la intervención de chistularis incluido. Medio millón de euros dicen que costó el traslado desde el país vasco a Madrid. ¡Qué importancia tiene eso!. ¡Total paga el Estado con nuestros impuestos!. Un ejemplo más que añadir a este conjunto de equivocadas actitudes y extrañas reacciones a las que ya estamos acostumbrados. Suma y sigue… Antes el peligro, la velada amenaza, nos llegaba solo del norte. Ahora vemos aumentado el riesgo con la invasión soterrada y masiva de los fanáticos islamistas que intentan dominarnos una vez más a base de bombas, cayucos y pateras. Pero nadie mueve un dedo para frenar esta carrera contra reloj hacia la destrucción de nuestro concepto de patria y de nuestra propia vida. Ni azules, verdes, rojos o grises. Todos andan enzarzados en peleas más propias de escolares que de políticos serios y se olvidan de su verdadera misión en la comunidad. El objetivo por el que fueron elegidos. ¡Usted es un impresentable!. ¡Y usted un energúmeno!. Sólo falta que se amenacen con llamar a su primo el de Zumosol, parta completar esa enconada escena de cerebros faltos de riego sanguíneo. Mientras ellos cacarean en el gallinero, inflando sus cuerpecillos de enanos mentales, el pueblo soporta estoicamente exigencias e intransigencias de unos inmigrantes que vienen a reclamar en el país de acogida, lo que no han sido capaces de hacer a su rey, gobernante o tirano de turno. Más de un millón de musulmanes dominan nuestras calles, plazas y avenidas con sus chilabas, “hiyab” y hasta el fatídico “burka”. Soplan los vientos desde el Estrecho, como para toparse tranquilamente con una persona que va tapada totalmente, incluidos sus ojos tras unas estrechas rejillas, sin saber si es hombre o mujer o si es portadora de buenas o nefastas intenciones con tan absurdo camuflaje. ¿No se dan cuenta que están en un país distinto al suyo y con costumbres muy diferentes, a las que no tenemos que renunciar porque ellos egoístas e intransigentes se empeñen?. Si no les gustan nuestros hábitos y tradiciones religiosas, que se queden en sus países respectivos que nadie les ha llamado. Ellos son los que tienen que ceder y amoldarse. Se quejan de que están sometidos a una propaganda islamófoba, pero no se dan cuenta que no dan muestra alguna de querer amoldarse a nuestro sistema de vida. Todo lo contrario, siempre están protestando porque no nos plegamos a sus continuas e insólitas peticiones. Intentan que las empresas y colegios tengan en cuenta el horario del “zalá” de los viernes, sus días festivos de precepto. Tampoco los centros de trabajo tienen en consideración el horario de ayuno del Ramadán. Invocan a la ley para ejercitar su derecho al disfrute de sus festividades. Si esto fuera así, España se convertiría en una caótica estadística de absentismo laboral, ya que los judíos reclamarían su día sagrado, que es el sábado y los creyentes de otras muchas religiones que hoy han hallado cobijo en nuestras costas y hospitalidad en nuestras ciudades, harían lo propio con su día señalado para ponerse en comunicación con su divinidad. No quieren darse cuenta que los preceptos religiosos nada tienen que influir en el trabajo profesional y a ellos les compete saber utilizar las horas de ocio para mirar hacia la Meca y rezar a su Alá. Los católicos en muchos casos tenemos preceptos religiosos que coinciden con días laborales y los que desean cumplir con estas normas siempre encuentran el momento oportuno de entrar en la iglesia y oír la misa, sin tener que faltar a sus obligaciones en el trabajo. No quieren darse cuenta de que están viviendo en España y aquí nos regimos por otras normas. Nadie les obliga a quedarse si no están a gusto o no encuentran las circunstancias tan favorables a sus creencias, que no son las nuestras. Se quejan asimismo de que tienen pocas mezquitas, ya que solo cuentan con doce de nueva planta y más de trescientos lugares de culto. ¿Cuántas iglesias cristianas existen y funcionan con total libertad en sus respectivos países?. Respecto al número de imanes que desempeñan sus misiones de islamización y adoctrinamiento, su número se aproxima a los trescientos cincuenta. ¿Cuántos sacerdotes y misioneros permiten que desempeñen libremente su apostolado por tierras musulmanas?. ¡Ya está bien de exigir y alardear de unos derechos que los demás no tenemos en sus países de origen!. Hasta censuran que en algunas de nuestras banderas y escudos se exhiban motivos religiosos. ¡Es el colmo de la caradura y la intransigencia!. ¡A ver si vamos a tener que someter nuestras enseñas y estandartes al beneplácito de sus imanes!. ¿Qué muestran en las suyas las babuchas de Aladino o la alfombra voladora?. Estos datos han sido recogidos de un estudio realizado por la Unión de Comunidades Islámicas de España, presidida por Riay Tatary, imán de la mezquita madrileña del barrio de Tetuán y uno de los más destacados interlocutores de esa comunidad con el gobierno español. ¿Hasta cuando hemos de soportar tantas exigencias y despropósitos por parte de unos inmigrantes llegados ilegalmente y hospitalariamente recibidos por nuestro permanente quijotismo?. No es asunto para tomarlo sin la debida importancia ya que puede degenerar en un enfrentamiento étnico, social y religioso de imprevisibles consecuencias. Que se abran los velos de la discriminación de la mujer, que nada tiene que ver con las normas del Corán, ( según la interpretación que del libro sagrado hacen imanes más versados y doctos en la doctrina revelada por el Profeta), y se enteren de una vez que la comprensión y la tolerancia por parte de su país anfitrión sería más completa y sincera si tuvieran la humildad de su silencio.
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