martes, marzo 20, 2007

Antonio Rivera, La derecha liberal española

martes 20 de marzo de 2007
La derecha liberal española
ANTONIO RIVERA

La tradición política española es complicada. Los dos últimos siglos han tenido en nuestro país de todo, menos libertades y democracia. En el XIX sufrimos la alternancia falseada de moderados y progresistas y, luego, de conservadores y liberales, con el siempre constante recurso al 'espadón'. Luego, en el XX, fueron los regímenes de dictadura los dominantes, y la democracia la excepción. A doscientos años de historia contemporánea le tenemos que restar en España una larga dictadura de cuarenta años, otra de siete, una alternancia oligárquica de más de medio siglo y caudillos militares varios y de signo diverso (Espartero, Narváez, O'Donnell, Prim, Serrano ). A falta de periodos prolongados de normalidad política e institucional, democrática, la continuidad de las culturas políticas se ha hecho compleja, y más aún en el caso de los conservadores. Las dictaduras de la pasada centuria fueron de inequívoco signo derechista, y eso marca. Con todo, no resulta difícil acudir a Cánovas del Castillo para encontrar a un político de la derecha que, aunque no creyera en la democracia, sí que constituye icono, hito y hasta referencia fundante de una derecha liberal. Durante años, el político malagueño dio nombre a la Fundación de Estudios del partido conservador hispano. Luego, la tendencia antropofágica y su gusto por dividirse o las citadas implicaciones con dictadores y dictaduras dieron al traste con la continuidad, no ya orgánica, ni siquiera de cultura política de esa derecha. Frente a un partido socialista o alguno nacionalista centenarios o, al menos, con muchos decenios a cuestas (PSOE, PNV, Unió Democrática de Catalunya, PCE), no hay nada en la derecha que tenga o haya tenido hasta la fecha más de veinte años de historia.Insisto, la falta de continuidad orgánica no es lo que aquí se destaca, sino la inexistencia de una continuidad en el tiempo de una derecha española de signo liberal. ¿A qué nombres podría acudir esta derecha liberal española nuestra? Me vienen a la cabeza algunos pensadores que tendrían más de liberales que de derechistas, pero que en otros países hubieran podido ser una cosa y la otra a la vez. Es el caso de Aron, Hayek, Popper o Berlin. En España no. Aquí la circunstancia dictatorial ha pesado tanto -cuarenta y siete sobre cien años del siglo XX- y ha tenido una connotación tan derechista y antiliberal que ha espantado a éstos o al exilio, interior o exterior, o a la patente distancia. Ortega, Sánchez Albornoz o Marías, por ejemplo, defendieron el liberalismo, el españolismo y hasta tesis sociales moderadas y conservadoras, pero se levantarían de su tumba si les reclamáramos como hitos de la derecha nacional. La coyuntura, durísima, pesa aquí más que la esencia del pensamiento. Algunos políticos derechistas, antiliberales o no en su origen, que luego corrigieron el rumbo durante la dictadura de Franco y reclamaron la vuelta al derecho, tampoco los pretende como suyos la actual derecha: Ridruejo y su grupo de falangistas radicales, Gil Robles y Luis Luciá, el líder de la Derecha Regional Valenciana, o el democristiano Ruiz Jiménez. Como mucho reivindica a algunos reformistas del régimen franquista, los que coincidieron con los también reformistas de la oposición, pero aquí también hay problemas. Suárez y los suyos compitieron con Fraga y 'los siete magníficos', y se impusieron a estos últimos, poco dispuestos a establecer una democracia real después de la muerte del dictador. Puestos a elegir, la derecha actual ha preferido reclamar su continuidad desde Don Manuel y aquellos siete, y olvidar la tradición de los 'ucedistas' de Adolfo Suárez. En la página web del Partido Popular se establece el inicio de su historia en 1974, cuando Fraga creó el Gabinete de Orientación y Documentación, Sociedad Anónima (GODSA), y de ahí Reforma Democrática. Ningún ciudadano español, ni el más cultivado o el más proclive, reconoce en esas siglas el origen de una transición a la democracia en España. En el apartado de historia de esa página ni se cita a Suárez y su instrumental centrismo. El PP se zampó los restos que quedaron de aquel sedicente CDS -herencia pírrica de la UCD-, pero la operación se consumió en el tiempo que costó hacer la foto. La historia y la referencia de origen se reservan para Don Manuel y sus siete magníficos. Toda una afirmación; casi un pronunciamiento.Si se la compara con la derecha liberal europea, la española sale muy mal parada. No hay un Adenauer, ni un De Gaulle, ni un De Gasperi, opositores de otros tantos totalitarismos y dictaduras. Tampoco una cultura política democristiana, social popular o conservadora de tintes estatistas y nacionalistas como pueden presentar otros países. Ni dentro de nuestra dictadura ni tampoco fuera, ni en contra ni en el borde. Los pocos que tienen trienios en eso son los conservadores nacionalistas de regiones como Cataluña y el País Vasco. En la derecha española el resumen es Fraga y los siete magníficos, ministros todos de una interminable dictadura. En el otro lado, es cierto, tampoco la tradición liberal de la izquierda es para tirar cohetes. Pero sus defecciones de esa trayectoria no son muy diferentes en las coyunturas de las del resto de la izquierda europea occidental, muy marcada por revolucionarismos, antifascismos y frentes populares con los comunistas. Con todo, a un Largo Caballero, al Luis Araquistáin de los años treinta o a un Álvarez del Vayo siempre se le pueden confrontar un Prieto, un Jiménez de Asúa o un Fernando de los Ríos. E incluso la trayectoria de los comunistas en la dictadura no les hace liberales, pero si inequívocos partidarios de la democracia. En nuestra derecha patria, nada de nada, o poco.Por eso, cuando estos días contemplamos esos mares de banderas españolas -sin aguilucho, eso sí, pero es lo de menos-, ese arrebatar solo para sí la defensa nacional, ese desgarro agónico por una España que se rompe y se pierde, esa constante descalificación soez y burda del contrario político, uno recordaba esa ausencia de tradición histórica de una derecha liberal española. Se explica históricamente esa difícil continuidad, pero se hace la pregunta de si no ha aprendido nada precisamente de esa historia. ¿O no estamos escuchando y viendo en estos últimos meses expresiones de radicalidad, de descrédito de las instituciones, de cuestionamiento del sistema democrático liberal que tenemos y de extremismo reaccionario que en otro tiempo, en aquellos años de la transición, hubiéramos tildado de abiertamente involucionistas? ¿Qué está pasando aquí?Diez millones de votantes de esa derecha no pueden ser dudosamente demócratas, no pueden ser reflejo acrítico de las barbaridades de radiopredicadores o columnistas de pérfida, autoritaria y mercantil intención. La sociedad española se ha modernizado lo suficiente como para que sea impensable, por lógica y por deseo, que esos diez millones de votantes tengan más que ver con el antiliberalismo patriotero, ultraconservador, meapilas y antidemocrático que destilan esas homilías mediáticas que con una ideología intuitiva, relativista, moderada y adaptada al país progresado y de bienestar que vivimos. Posiblemente estemos ante una de esas situaciones en las que la dirección política de un partido se aleja de lo que objetivamente debiera demandar su base social. Las condiciones socioeconómicas de España 'producen' una derecha social templada, católica pero no sumisa al 'dictak' del clero, civilizada y demócrata, respetuosa del contrario político, sabedora de que gobierne uno u otro las cosas principales no saltarán por los aires, plural en sus manifestaciones privadas (morales, sexuales, estéticas, culturales ) y tan contemporánea como lo pueda ser la ciudadanía de izquierdas. La foto del mar de banderas españolas, el discurso de su melifluo líder, el aliento tras su nuca de su anterior caudillo, las resonancias históricas de su presidente fundador, los desgarros de esta «España que se rompe y hunde», la Navarra reconquistada para la España eterna, una y católica, o el maridaje de nación excluyente e integrismo religioso no pueden ser más que la expresión burda, agitada, vistosa y extremista, pero sobre todo parcial, de esa derecha. El país, la ciudadanía y la democracia se merecen y necesitan una derecha liberal de verdad. Hay conservadores liberales y demócratas, muchos, aunque ahora estén ocultados u ocultos. Hay que animarles a que ocupen su espacio. Porque si alguien en la izquierda piensa que es más fácil vencer a un contrario echado al monte o simplificar llamando fascistas a diez millones de compatriotas, sencillamente es que tampoco tiene demasiada trayectoria liberal que enseñar. Que de todo hay.

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