domingo, octubre 26, 2008

Tomas Cuesta, La Cataluña del aiga

La Cataluña del haiga

TOMÁS CUESTA

Lunes, 27-10-08
OTRORA, en Cataluña, los ricos de verdad, con tela que cortar y pela larga, se distinguían de la purria del tocho y la cucaña porque llevaban la fortuna con sigilo, con una discreción casi monástica. Blasonaban, igual que el viudo Rius, de presentarse los primeros en la fábrica y de ser siempre los últimos en apagar la luz, echarse la llave a la «butxaca» y desearle «bona nit» al vigilante. Circulaban en un modesto utilitario aunque tuvieran un «Rolls» en el garaje y antes preferían estirar la pata que estirar más el brazo que la manga («Estirar més el braç que la màniga» es lo que hacen aquellos personajes que viven por encima de sus posibilidades). El prototipo del «senyor» de Barcelona -ese al que jaleaba Josep Pla contraponiéndolo a los señoritingos mesetarios- se forjaba en la fragua de la «feina», del «seny» y del «estalvi». Trabajo, sensatez y duros en el banco. Una teología trinitaria.
Ahora, sin embargo, el trabajo escasea, la «bossa» apenas «sona», el sentido común es cada vez más raro. Y la famosa sociedad civil -si es que llegó a existir al margen del Liceo, sus pompas y sus fastos- segrega jugos gástricos en los pesebres oficiales. Algo les caerá, en tanto que haiga algo. Porque, de pronto, hemos pasado de la segunda transición al «dejà vu» de la posguerra y a la cultura de los haigas. El haiga (coloquialmente, automóvil ostentoso, según el diccionario de la RAE) es una de las reliquias que han dejado en el habla la autarquía y el hambre. La gente de la calle -doctorada en penurias y en gramática parda- tiene una mano insuperable para sacarle punta al lápiz del sarcasmo y para comprimir todo un tratado sociológico en sólo una palabra. En el paisaje después de la batalla convivían los sabañones y el pan negro con el descorche de los nuevos millonarios. Traficantes de bulas e indulgencias plenarias, estraperlistas con aldabas en El Pardo, profesionales de la ocasión la pintan calva. Una fauna rapaz que estaba poseída por lo que hoy se llama la «ansiedad por el status». Y, en los años cuarenta, los más rotundos marchamos del status eran ponerle piso y joyas a alguna chica alegre de Coslada y comprarse un cochazo de esos que todavía adornan el miserable exotismo de La Habana.
-Entonces, ¿qué tenía usted pensado? ¿Un Chevrolet, quizá? ¿Preferiría un Buick? ¿Un Cadillac, acaso?
-El más grande que haiga.
Así, como un engendro de la soberbia analfabeta y del dinero fácil, el verbo popular, que nunca falla, caricaturizó a los haigas y a sus propietarios. El episodio del coche de Benach es, desde el punto de vista estético, lo que un barcelonés de «casa bona» calificaría de vergonzosa «charnegada». Porque se puede ser charnego habiendo nacido en Reus a condición de que se sea un hortera irremediable. La vulgaridad afecta a los nativos igual que a los foráneos; ahí no hay «apartheid» que valga. Incluso contemplado, desde la perspectiva ética, el hecho de que un tipo tan menor haya quedado retratado con el trasero al aire es insignificante. Lo significativo es que su nalgatorio sea la santa faz de una comunidad baldía, asténica y exangüe. Cautiva y desarmada la Cataluña de la «feina», el «seny» y el «estalvi», la trinidad tripartidaria de los jerarcas actuales son el clientelismo, la sumisión y el haiga. La Cataluña del haiga es un vivero de arribistas, de sanguijuelas del poder, de ignaros «honorables» a los que no les duelen prendas por «estirar més el braç que la màniga». Incluso es al contrario: a falta de currículo, su valía se mide en centímetros de chapa.
Bienaventurado sea el «senyor» Ernest Benach, bendita sea la estampa de su Audi, por haber encarnado con inefable exactitud la verdadera dimensión del espectáculo. La Cataluña del haiga -la de Benach, por tanto- es, hoy por hoy, un circo de tres pistas en el que únicamente crecen los enanos, los payasos augustos, los ilusionistas y los saltimbanquis. La aristocracia de la industria, o ha plegado, o se ha plegado sin reservas a la inflexible disciplina del rebaño: el que no bala, no mama y el movimiento se demuestra reculando. Van de culo, pero en haiga

http://www.abc.es/20081027/opinion-firmas/cataluna-haiga-20081027.html

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