miercoles 22 de octubre de 2008
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
El fracaso que se oculta
¿Está fracasando la normalización lingüística? Depende de lo que se entienda por normalizar. Si por tal cosa entendemos el uso habitual del gallego en el amplio abanico de las relaciones institucionales, el éxito es rotundo. Desde la Xunta de Galicia al más modesto de los concellos del país, la normalización es un hecho palpable en indicadores, documentación e intervenciones públicas de la clase política. Ocurre lo mismo en la enseñanza. Muy pesimista tiene que ser el normalizador para no sentirse encantado con el claro predominio del gallego en todos los centros docentes. Hace pocos años, semejante grado de galleguización hubiera sido el sueño calenturiento de unos pocos. Sin embargo es un hecho, logrado además sin demasiadas controversias sociales o políticas.
Claro que el diagnóstico cambia si le damos a la normalización un significado más profundo. El centro escolar o universitario, el complejo hospitalario, la casa consistorial o la Consellería, forman parte de la epidermis de Galicia. El patio, el aula, la sala de espera, el pasillo del Parlamento, la calle, son su interioridad y es ahí, en los ámbitos privados y desinhibidos, donde la normalización está perdiendo la partida.
En cierta forma se le ha dado la vuelta a aquella famosa diglosia que definía la situación del gallego en las épocas oscuras. Ahora el gallego se ha convertido en la lengua ritual de una parte del poder, y al castellano se le deja al margen de las grandes ceremonias políticas o culturales. Se pensaba que así la sociedad frenaría su castellanización e intentaría emular lingüísticamente hablando al político o intelectual que se dirige a ella desde los púlpitos. Pero nada. Son los propios normalizadores los que continuamente aportan encuestas y estudios que constatan el fracaso. El chaval escolarizado en gallego deja el idioma en clase al irse a casa o salir con los amigos. La transmisión generacional se frena. Fuera de las liturgias, el uso disminuye, aunque sea difícil encontrar a un gallego castellano-parlante que esté abiertamente en contra de la normalización.
Ha ido creciendo el número de los creyente no practicantes, es decir, ese sector de ciudadanos que han aprendido a mecerse en la hipocresía en lo que al idioma se refiere. Saben que lo correcto es defender con uñas y dientes la normalización, no vaya a ser que los miren mal. Lo hacen y después siguen viviendo en castellano.
Si nos conformamos con el espejismo institucional, nada hay que objetar a esta normalización que lleva décadas vigente. Llegará un momento en que todo el mundo estará habituado a recurrir a un idioma que no habla para cubrir un formulario administrativo, orientarse en el Chus o explicarles a los alumnos la lección. La profecía de Alonso Montero se hará realidad.
La otra normalización, la profunda, requiere un alto en el camino y una reflexión desapasionada, que poco tiene que ver con los debates políticos que se recrudecen estos días. De nada vale lograr la unanimidad de los tres partidos sobre un instrumento que está fracasando en el objetivo de galleguizar al país por las buenas.
Tal es el fiasco que, del clásico enemigo externo del idioma que impedía su desarrollo con todo tipo de estrategias, se ha pasado al enemigo doméstico. Ya no es el Estado Español el obstáculo, sino gallegos, miles de gallegos que, más que hostiles, son indiferentes a los ritos del sacerdocio idiomático. El informe de Alonso Montero era dramático; esta realidad es tragicómica.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=1044&idNoticiaOpinion=356197
miércoles, octubre 22, 2008
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