El ombligo
23.10.2008
BLANCA ÁLVAREZ
E n el lujoso mundo occidental, y lo digo porque comemos tres veces al día y muchas de esas comidas las realizamos en buenos restaurantes, el ombligo de los ciudadanos con pasaporte de primera es algo tan luminoso, respetable y digno de esfuerzo como para poner en marcha mecanismos carísimos a su servicio con tal de evitarle un rasguño. Pongo un ejemplo: si un turista occidental, hambriento de nuevas emociones, sufriera un esguince en el hambriento, polvoriento y paupérrimo valle de Bagram, nuestro Gobierno enviaría un helicóptero con personal médico y hasta quirófano móvil para auxiliar al herido. ¡Ni les cuento la millonada! Mientras, en ese mismo valle la gente se desmaya por hambre y lleva décadas sufriendo la maldición de todas las plagas: guerras, sequías, terrorismo (del suyo y del nuestro). Con lo que costaría enviar ese helicóptero allí se mantendría un hospital durante un año.
Somos buena gente, nos decimos, lo que pasa es que ya tenemos bastante con nuestra crisis, nuestras hipo tecas, nuestros niños y nuestro personal cambio climático para pensar en el sufrimiento ajeno. Todos cuantos trabajan en alguna organización humanitaria andan temblando ante la drástica redución de ayudas, de las oficiales y de las privadas. El primer mundo se mira su preciado ombligo, lo encuentra pelín mustio y ya puede estar sarnoso el de los demás, que no cuenta.
Autopista a la entrada de Gijón, semáforo; chico de tez oscura ofreciéndose para limpiar nuestros cristales; coche que servidora mira sin atreverse a calcular su precio, o sea, varios años de mi sueldo más intereses acumulados; el conductor, cara de padecer una úlcera en el duodeno, le dice al chico que no, gesticula como un Mussolini en estrado; el chico, pobre, confundiendo coche con generosidad, le limpia el cristal, después extiende la mano; el tipo de la úlcera, con pinta de ejecutivo sin la Primaria terminada, no sólo no le da un céntimo, que tiene un pasar, es que baja del cochazo su metro cincuenta, tripa cervecera, andares de cabestro, se acerca al chico.. ¡y le suelta una bofetada! El chico ni se mueve, el tipo se ajusta los pantalones bajo la tripa cervecera, sube al coche como un torero tras rematar... En el tendido, ¡ni Dios se mueve!, las cabezas de los conductores miran en sentido contrario a la faena del analfabeto tripón y forrado, de pasta y mala nata. Finalmente, feliz, casi en orgasmo, el ejecutivo sin la Primaria arranca quemando ruedas de cochazo. Será la crisis, que saca a la luz aquello que realmente somos.
http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20081023/opinion/ombligo-20081023.html
miércoles, octubre 22, 2008
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