lunes, septiembre 03, 2007

Xavier Navaza, Ilustres oyentes del laberinto

martes 4 de septiembre de 2007
POR XAVIER NAVAZA
corresponsal en galicia
Ilustres oyentes del laberinto
En la política, como en la música, a menudo los silencios tienen más significado que las palabras. No hay discurso mejor elaborado que un silencio bien puesto en medio de un debate de enjundia entre figuras de la fiesta política nacional. Y en ocasiones, como sucede cuando se avecina una tormenta, la calma -es decir, el silencio- suele ser el anuncio que precede a la tronada.
Sucedió cuando se abría la década de los años ochenta: los últimos consejos de ministros del presidente Adolfo Suárez en La Moncloa se caracterizaban por los estrepitosos silencios del hombre que guió la Transición: "Adolfo se callaba, no tenía tema; y nosotros, claro, cada vez le pasábamos menos información, de modo que sus silencios eran cada vez más largos y frecuentes", confesaría un buen día de bastantes años después el varias veces ex ministro Pío Cabanillas. Mientras Suárez callaba, sus ministros se miraban entre sí.
Y volvió a suceder a mediados de aquella misma década, cuando el entonces todopoderoso vicepresidente Alfonso Guerra explicó urbi et orbi que él estaba "de oyente" en el Consejo de Ministros; vaya, que no le gustaban muchas de las cosas que allí se debatían -en su mayoría impulsadas por el instinto depredador de Felipe González- y que, por eso mismo, optaba por callarse. Fue de aquélla cuando supimos que el idilio entre Guerra y González, el dúo dinámico, había llegado a su fin y que el Partido Socialista jamás volvería a ser el mismo que aupara al prodigioso clan de los sevillanos y les había instalado en las gélidas cumbres del poder.
Pues bien, algo de todo eso debe de estar sucediendo hoy en el sanedrín de la nación galaica, a juzgar por los silencios que el vicepresidente Anxo Quintana exhibió durante la primera reunión del gabinete autonómico, el pasado jueves en Compostela. Hombre, claro, la callada pose del joven Quin -todo un discurso de la omisión- no tiene el sentimiento trágico de aquellos días de Suárez en La Moncloa... pero tampoco es lo que dice Emilio Pérez Touriño: que aquí no pasa nada y que socialistas y nacionalistas se llevan de puta madre gobernando al alimón. De aquí a la eternidad, madre.
No, no, se oye el rumor del mar de fondo y para tapar ese sonido inconfundible no existen sordinas suficientes bajo el sol. Y no se trata, como adelanta Quintana, de un problema de presencia en la parrilla de la televisión pública, que también duele lo suyo; no, es una cuestión de dinero, una vez más: el vil metal, capaz de darle esplendor a las iniciativas que impulsan los socialistas y de oscurecer las ansias y los sueños del alaricano por aparecer ante los suyos como el paladín de un nuevo y virginal Camelot. De hecho, tras las tranquilizadoras palabras de don Emilio, negando toda evidencia, se sienten los clarines de la singular justa electoral que viene. Si no, ¿a cuento de qué esa llamada a la lealtad del premier galaico a su segundo de a bordo en el gabinete? Ese tipo de demandas sólo se entiende cuando se ha perdido la confianza y la sombra de la sospecha se impone sobre la cordialidad de la fiesta inaugural del poder recién conquistado. Quintana le ha pagado con la misma moneda, exigiendo no sólo "lealtad" sino también "madurez" a sus socios del PSdeG cuando Pedro Solbes abra la bolsa y se inicie el glorioso recuento general de los Presupuestos Generales del Estado.
LA MINISTRA VALIENTE
Maleny pone en hora su reloj
Tras el fiasco general puesto en escena este año en Catalunya, la ministra Magdalena Álvarez necesita un bocado de comprensión y aire fresco. Y para lograrlo no ha tenido mejor idea que la de venir a Galicia a supervisar las obras del AVE en nuestra tierra. Sus asesores, desde luego, son unos auténticos genios de la comunicación, pero su visita no se entiende salvo que sea para poner el hora el enloquecido reloj de las infraestructuras ferroviarias en el finisterre de la Unión .
MENOSPRECIO DE ALDEA
El regreso de don Jorgito
Hablando del ferragosto, una de las sensaciones más endiabladas y chocantes que últimamente se han visto por aquí es el retorno de Abel Caballero, alcalde de la ciudad del olivo, a las viejísimas y estériles disputas de aldea que durante el siglo XIX caracterizaron a las relaciones que algunas ciudades gallegas mantenían entre sí. Ese desplante a la ciudad del Lérez, menospreciando no sólo a su alcalde, el nacionalista Miguel Anxo Fernández Lores, sino también a su compañera de partido Teresa Casal, merece ser incorporado a los relatos que George Borrow -alias don Jorgito el inglés- realizó hace casi doscientos años en nuestra tierra. Frases como la que Caballero le dedicó a Pontevedra se decían entonces, cuando había pontevedreses capaces de arruinar sus vidas con tal de amargarle la suya a un vigués (y viceversa) y el localismo llevaba el absurdo hasta la cima del paroxismo. Borrow tomó nota de todo

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