lunes, septiembre 03, 2007

Luis Pousa, No han pasado en balde

martes 4 de septiembre de 2007
LUIS POUSA
CELTAS SIn FILTRO
No han pasado en balde
Las elecciones generales de marzo marcan el tiempo político en toda su extensión, y sus efectos están penetrando ya en ámbitos que, habitualmente, se mueven en órbitas externas a la contienda democrática por el poder. Un ejemplo, al respecto, es la programada presencia del líder del PP, Mariano Rajoy, en los encuentros amistosos -preparatorios del Eurobasket 2007- de la selección española de baloncesto o en algunas etapas de la Vuelta a España: la nutrida presencia de los medios de comunicación y, sobre todo, de las televisiones en estos eventos ofrece oportunidades de protagonismo escénico y difusión masiva que los comunicadores populares han querido aprovechar en beneficio del candidato conservador.
Sin embargo, la eficiencia electoral de estos escenarios, con el objetivo de sintonizar con el simbolismo nacionalista español, es muy dudosa: el ciudadano discierne mucho más de lo que algunos publicistas del simplismo patriotero están dispuestos a concederle. Y más aún cuando, como es el caso, nadie duda del nacionalismo español de Rajoy, probablemente el mensaje que mejor le identifica en el papel que ha venido jugando hasta ahora como jefe de la oposición.
Quizá insistir en la imagen escorada que se ha labrado el sucesor de Aznar sea una manera de preservar la fidelidad del voto ideológico de derechas; pero ese perfil, sobradamente afianzado en la retina de la calle, puede costarle el voto de centro y, en consecuencia, perder por segunda vez consecutiva las elecciones. Tal es así que los recientes guiños moderados de Rajoy, hacia ese espectro del electorado, no han calado: la asociación refleja con Zaplana y Acebes, sus dos custodios aznaristas, es inmediata.
Ante este panorama, la sugerencia lanzada por Manuel Fraga de que, en previsión de males mayores, el PP debe cubrir el vacío sucesorio, ha caído en la capilla dirigente como una tromba de las de gota fría. Esa apreciación, electoralmente inoportuna, del fundador pone en evidencia uno de los temores que más casos de insomnio provoca en el partido: la posibilidad de que la derrota obligue a una renovación del líder y su equipo en una atmósfera interna crispada y cebada de discrepancias. Ese riesgo es real, y no pocos populares comparten en sigilo lo que el veterano estadista ha dicho en público y plenamente consciente del alcance de sus palabras. Fraga no ha improvisado un titular para acaparar atenciones; ha convocado atenciones para evitar un mal previsible.
No es don Manuel el protagonista de una historia que en su dimensión fáctica escapa a la lealtad, aunque sea inoportuna, de su perspicacia. Lo demás es otra cosa. Sobre todo es juego de intereses muy interesados; desde luego no menos interesados ni más legítimos que los de Alberto Ruiz Gallardón por hacerse un hueco en la parrilla de salida.
La voces dominantes en el territorio popular se comportan como si las elecciones de 2008 sean la revancha de las de 2004. E insisten en planteamientos de un discurso que recuerda más el pasado que el futuro. Los 41 meses transcurridos desde el 14-M hasta hoy no han pasado en balde, tan no han pasado en balde que los populares perdieron la Xunta de Galicia y no gobiernan en ninguna de la grandes ciudades gallegas. Tampoco le basta con tronar contra el Gobierno bipartito de Touriño para construir la alternativa.

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