viernes 7 de septiembre de 2007
El ‘tío Solbes’ Fernando González Urbaneja
Entre el presidente del Gobierno y su vicepresidente de Economía hay diferencias de edad y de sensibilidad. Puede que la sintonía diste de ser perfecta, pero eso no es un problema, puede que incluso todo lo contrario. Desde luego que no son ni amigos, ni falta que les hace. Entre ellos no hay más complicidad que la que impone el guión. De hecho Zapatero necesita más a Solbes que éste a aquél, entre otras cosas porque Solbes tiene el petate en la puerta desde el primer día, por lo cual puede que se quede mucho más de lo que parece.
No hay nada extraordinario en esa relación imperfecta, lo relevante es el porcentaje de respeto. El presidente, de vez y cuando, se la juega al guardián del Tesoro y se gasta un pico; lo hizo con la financiación sanitaria, lo ha hecho con el cheque de maternidad y lo va a hacer con la vivienda.
Y Solbes tiene que tragar, entre otras razones porque donde manda patrón no manda marinero. Otra cuestión es la cláusula de conciencia del marinero, cuándo y dónde pone el límite de lo tolerable. Ningún ministro, ni vicepresidente, puede pretender que le den siempre la razón, que el presidente se pliegue a todo lo que le proponen y asuma todas sus tesis, incluidas las razonable. Los presidentes tienen ocurrencias, a veces caprichos y siempre estrategias electorales, incluso equivocadas. Y al jefe de los cuartos le toca poner mala cara y, en muchas ocasiones, tragar.
Si repasamos hacia atrás, entre Aznar y Rato había amistad, complicidad incluso, pero luego aparecieron celos, más distancia de la que aparentaban, algunos cortocircuitos y finalmente el abismo que condujo a Rato al exilio físico y político. González respetó a Boyer un ratito, en las malas, pero no lo suficiente como para retenerle en el Gobierno; con Solchaga apenas hizo migas, le consideró un subalterno de los de obedecer y punto. Y con Solbes compartió solo la última legislatura y le dejó en paz.
Solbes es prudente, conciliador, quizá indolente ante lo inevitable; es el mayor del gabinete, el de más experiencia en los asuntos públicos y gubernamentales, y mira a los demás como un tío soltero a la ristra de sobrinos con pretensiones. Sabe que tiene que defender la caja de la voracidad de los demás colegas y poner pegas y avisos ante las ocurrencias legislativas.
Ahora le toca lidiar con la ministra de Vivienda y con el de Trabajo, ministerios de gasto, políticos, decididos a repartir. Está en la naturaleza de las cosas. La clave está en los porcentajes, quién mete o para más balones en el Presupuesto. Y al presidente le toca arbitrar y decidir.
El ‘tío Solbes’, con buenos modos, sin pretender que le hagan caso, pero sabiendo que le asiste la razón y la experiencia, dice prudentemente que las circunstancias han cambiado, que el panorama está más nublado que unas semanas atrás, que ojo con la caja. El presidente predica optimismo, siempre lo ha hecho, él es así. El desenlace, en el Presupuesto y en las promesas electorales.
Lo mejor sería prorrogar el Presupuesto, tal y como ocurrió a finales de 1995, cuando las encuestas apuntaban cambio de gobierno y la insuficiente mayoría socialista en la Cámara se quedó sola, sin aliados para aprobar las cuentas. El precio de la prórroga es menor que andar mendigando unos votos que pueden no tener precio posible.
Y pasadas las elecciones, si ganara Zapatero, bien pudiera ser que volviera a pedir al ‘tío Solbes’ que guarde la caja, con esas maneras suaves no exentas de franqueza pero carentes de acritud, como yéndose, como de paso, pero cubriendo la portería y obteniendo entre el 60 y el 70% de sus objetivos. PD.: Los del BCE han dejado las cosas como están, en espera de más información y perspectiva. Otro tanto debían hacer los profetas de esa recesión y catástrofe que no llega, que no va llegar.
fgu@apmadrid.es
viernes, septiembre 07, 2007
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