jueves 6 de septiembre de 2007
La polémica está servida: educación para la ciudadanía Ramón Tamames
Catedrático de Estructura Económica (UAM)Catedrático Jean Monnet de la UEMiembro del Club de Roma
La verdad es que no pensaba yo entrar en este asunto, porque siempre me ha parecido que lleva a discusiones más o menos bizantinas, y nos aparta del verdadero estudio de los males profundos del sistema educativo español, que son numerosos y en fase de expansión. Pero ayer, en el programa Protagonistas que dirige Luis del Olmo en “Punto Radio”, tuvimos ocasión de escuchar una larga diatriba, más que discusión, entre Lola Avelló, Presidenta de la CEAPA (Confederación Española de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos), y Luis Carbonell, Presidente de la CONCAPA (Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos), la primera a favor de la nueva materia educativa de EpC, y el segundo manifiestamente en contra.
No es cosa de entrar a dirimir quiénes tienen razón, si los tirios o los troyanos, y personalmente voy a dejarme llevar, aunque a primera vista no parezca muy científico, por mis querencias constituyentes. Recordando los tiempos de 1977-78 en que debatimos, por arriba y por abajo, por delante y por detrás, nuestra vigente Constitución de 169 artículos, disposiciones transitorias, finales, etc. Aquélla sí fue, así lo creo, una polémica parlamentaria de lo más fructífera, porque de ella nació nuestra Carta Magna; que lleva casi 30 años de vigencia, y que ha servido de marco para un desarrollo económico y social difícil de exagerar en su importancia, y que no tiene tantos parangones a escala internacional.
Recuerdo también, que cuando terminamos nuestra labor constituyente, se planteó la necesidad de que la Ley fundamental (y esta si que lo es, y no las que en plural nos regaló Franco), debe regir con sus principios y normas básicas toda la convivencia de los españoles como ciudadanos. Lo cual obliga, ciertamente, a que la Constitución no se considere como un libro sagrado, tal como sucedió siempre en España con la Biblia, que no ha sido leída casi nunca ni por los más acendrados católicos, pendientes del cura párroco del púlpito local, o del obispo ordinario del lugar, con su mitra; que no de las enseñanzas del Antiguo Testamento y de los Evangelios.
La Constitución, hasta ahora, ha sido también un libro sagrado, a pesar de que nada más publicarse, en las mismas Cortes Constituyentes, redactamos, y se promulgó una Ley, para difundir su enseñanza por todos los medios (Ley 19/79 de 3 de octubre, sobre conocimiento del ordenamiento constitucional). Texto normativo que ni los socialistas ni los populares, en sus sucesivas versiones gubernamentales, ni los propios gobiernos autonómicos —tan celosos ellos de casi todo—, han cumplido con base en lo que allí se decía.
En definitiva, intentar ahora establecer unas bases compulsivas para educar a los ciudadanos, que ignoran tantas cosas, entre otras causas, porque no se les enseñan razonablemente. Es algo así como construir la casa empezando por el tejado, una vez más; o si prefieren, va a formar parte del inacabable tejer y destejer del velo de la Penélope educativa, según estamos acostumbrados.
Los principios y valores humanos, y tantas otros conceptos valiosos, son el contenido fundamental de las enseñanzas de asignaturas como ética, filosofía general, e incluso de historia, y ¿por qué no decirlo?, de una asignatura que antes se llamaba de urbanidad y que proporcionaba sabias recomendaciones para comportarse en sociedad y respetar a los demás. Pero ahora, resulta que todas esas enseñanzas sirven para poco o nada, y que obligadamente tiene que establecerse una especie de código recapitulador. Cuando todo lo bueno que se dice pretender, ya está en la Constitución y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Así que, como tantas veces ocurre, se descubre el Mediterráneo, para crear un mundo nuevo artificial, olvidando el ya existente. Que desde Aristóteles a Habermas tiene elencos formidables de creadores de pensamiento, como pudieron ser Bacon, Hume, Kant, Hegel, o Marx; o incluso, en las postrimerías de los tiempos, nuestro Jorge Santallana, que a pesar de ser filósofo anglosajón nuca perdió su nacionalidad española.
En definitiva, y para terminar, estimo que lo fundamental es cumplir las leyes ya vigentes, antes que inventarse nuevos mundos, con o sin afanes electoreros. Por ello, insisto, en la enseñanza de la Constitución y todo su marco general, incluyendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos; un conjunto formativo sin igual, un verdadero manual de la ciudadanía, y no un repertorio de entelequias partidistas o confesionales. En ese núcleo de Constitución/Declaración tenemos los principios más consagrados, al objeto de aplicarlos, utilizarlos, ensanchando de esa manera la vigencia de nuestros derechos…, y también de nuestras obligaciones, que han de estar, cuando menos (aunque tantas veces se olvide) a la par con los primeros.
jueves, septiembre 06, 2007
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