jueves, septiembre 06, 2007

Enrique Badia, Cuentas y cuentos de la carretera

jueves 6 de septiembre de 2007
Cuentas y cuentos de la carretera Enrique Badía

Glosar las habilidades dialécticas de Alfredo Pérez Rubalcaba, actual ministro de Interior, no es descubrir nada nuevo ni sorprende a nadie. Las conocen de sobra quienes asistieron a sus clases en sus tiempos de profesor de Química Orgánica, las acreditó en su etapa de portavoz de los últimos gobiernos de Felipe González y las luce en su presente desempeño político. Las últimas semanas, sin embargo, están teniendo que afrontar el reto de tratar de demostrar que el carné de conducir por puntos está contribuyendo a reducir la cifra de accidentes en las carreteras españolas. Y no lo tiene fácil, porque abundan las dudas de que sea verdad.
Dejando aparte el aumento de siniestralidad en agosto, es muy probable que el año 2007 acabe con una cifra de muertes inferior a la registrada en 2006, que sin duda seguirá siendo muy alta porque un solo fallecimiento debería estar de más: la carretera no tiene por qué ser una especie de enfermedad mortal. Pero el descenso de víctimas no es cosa de este año, como el ministro y su director general de Tráfico parecen empeñados en hacernos creer, es de imaginar que para glosar pretendidas excelencias de su gestión.
Que el descenso en los índices de accidentes viene de antes es una obviedad que ni siquiera retorciendo las estadísticas se puede esconder. Caen en términos relativos, dado que el parque de vehículos en circulación está aumentando por encima del medio millón cada año. Pero es que también descienden en números absolutos desde hace casi una década, según las cifras que la propia DGT incluye en su página web.
Hace no demasiado tiempo, se difundió la cifra de 467 fallecidos menos en los primeros doce meses de vigencia del carné por puntos, pero es igual de cierto que en 2004 murieron 658 personas menos que en 2003, cuando el represivo sistema no tenía ni siquiera calculada su entrada en vigor.
Aunque datos y expertos lo discutan, el actual equipo responsable de Tráfico mantiene su acreditada obsesión con la velocidad como causa fundamental de la siniestralidad sobre el asfalto. No en vano la ha convertido en el eje esencial de su desempeño, con resultados que a la vista están: pese a su dedicación digna de mejor empeño, basta circular por cualquier carretera respetando los límites establecidos para constatar que la mayoría de vehículos los rebasan. Existen además indicios de que la obsesión se ha podido trasladar al conductor: son bastantes los que confiesan conducir más fijados en descubrir rádares fijos o camuflados que atentos a las incidencias de la circulación. Y es perfectamente perceptible que los escasos efectivos policiales distribuidos por las carreteras están mayoritariamente dedicados a controlar la velocidad, posiblemente descuidando atención al resto de atrocidades en que incurren algunos conductores, origen de muchos accidentes: nada menos que el 50 por 100, según cifras de la propia DGT.
Más clara que la vigente tesis oficial es la coincidencia entre la reducción de los accidentes y la puesta en servicio de vías de alta capacidad. Es decir, ésas en las que no se circula en ambos sentidos, con un único carril por dirección de marcha, que son, por otra parte, las que están viendo aumentar los índices de accidentabilidad. Puesta en servicio que, como es sabido, cae fuera de las tareas encomendadas a la DGT. Aunque no del todo.
Hay cosas que, siendo de su competencia, parecen poco menos que abandonadas, al menos en comparación con la persecución de la velocidad. Por ejemplo, la señalización de las obras. No sólo es que jamás los agentes policiales encargados de la vigilancia se ocupen de regular la circulación en ellas, sino que su señalización parece libremente decidida por la empresa encargada de realizarlas. El resultado es que cada una adopta los sistemas que le parece oportuno —algunos lamentables—, encarga de regular el tráfico a personal sin formación ni experiencia para ello, de forma que en multitud de ocasiones resulta peligroso, cuando no temerario, circular por esos tramos en obras, sobre todo en horas nocturnas.
Tutelar estos aspectos sí que parece que debiera ser una obligación de la DGT… sólo que no se ha inventado el radar para detectarlos ni será fácilmente perceptible desde los helicópteros que el director general va a añadir a su esquema sancionador.
ebadia@hotmail.com

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