jueves 27 de septiembre de 2007
La insoportable levedad presupuestaria Ramón Tamames
Catedrático de Estructura Económica (UAM)Catedrático Jean Monnet de la UEMiembro del Club de Roma
Parafraseando al Milan Kundera de uno de sus libros más célebres, entramos hoy, aunque sea también muy levemente, en el tema presupuestario, después de haberse cumplido el trámite de presentar los presupuestos por el ministro de Hacienda, “lo más tarde el 30 de septiembre”, como dice la Constitución española vigente.
Dejaremos para el final lo de la “despensa”, de si estaba o no vacía en el 2004, para abordar ahora toda una serie de cuestiones en directo, subrayando algunos rasgos del presupuesto del 2008 que me parecen fundamentales:
Seguimos en el más absoluto incrementalismo, es decir, la estructura básica de los presupuestos apenas se modifica año a año. Sólo va cambiando muy parcialmente, en función de las mayores o menores presiones de determinados ministerios. Pero sin una verdadera estrategia para generar una transformación progresiva de la economía y la sociedad españolas, en busca de la siempre añorada modernización. Aderezado todo el tema, eso sí, cada cuatrienio, y éste es el caso en el 2008, con elementos electoreros más que evidentes.
Sin presupuestos base cero, que tuvieron enorme popularidad durante la primera parte de la transición democrática, en el virginal propósito de ir retirando viejas adherencias y excrecencias, en términos de servicios públicos ya innecesarios, o necesitados de profundas transformaciones. De modo que, en principio, toda la Administración se consideraba sometida al criterio de la base cero, es decir, ante la necesidad y conveniencia de justificar anualmente los gastos a comprometer en ésta o aquella parcela de la Administración Pública. Pero no; nos movemos más bien a tenor de la novela de Margaret Mitchell Lo que el viento se llevó, es decir, prácticamente ya no se habla para nada de todo eso, y se sigue en el más acendrado incrementalismo antes comentado.
Transferencias crecientes a los entes territoriales. Lo cual es inevitable de acuerdo con el Título VIII de la Constitución, pero en proporciones crecientes. De modo que la Administración General del Estado, el ente de máximo impulso de la economía, va relegándose de manera insistente. Con lo cual se pierde la noción de globalidad en cuestiones educativas, sanidad e incluso infraestructuras. Y ante la urgencia de rectificar esa tendencia, llegará el momento en que hayan de elevarse las tarifas del IVA, que entre nosotros son de las más bajas de Europa.
Sigue faltando el gran cuadro consolidado de todo el sector público. Ciertamente, algo hay en el presupuesto sobre consolidación de relaciones entre Administración General del Estado, CCAA, diputaciones, consejos insulares y ayuntamientos. Pero lo que planteamos es un cuadro global, que incluya los demás gastos de las administraciones citadas, que ahora no aparecen sino fraccionariamente en miles de documentos, fuera de cualquier posibilidad de fácil seguimiento. Así, resulta que no tenemos una visión precisa de lo que representa el gasto público total sobre el PIB de la nación. Y uno se pregunta si la estimación del déficit o superávit, con los criterios del Plan de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Monetaria pueden efectuarse, en esos términos, con una razonable exactitud.
Carecemos de una noción del déficit o superávit real, una cuestión ligada a lo anterior. Por lo cual sería necesario presentar el nuevo presupuesto, manteniendo la buena costumbre de llevar a cabo el trabajo fundamental de la liquidación del presupuesto del año anterior. De modo y manera que cuando tanto se habla de superávit, se sepa lo que en verdad está sucediendo: si es falta de capacidad de gestión de las diferentes administraciones públicas, que dejan de aplicar determinados fondos. Con lo cual, en vez de atribuirse a la ineficiencia de esos poderes públicos las cifras residuales, éstas se convierten automáticamente en un lucido superávit. En esa línea, estamos ante una auténtica corruptela que no debería seguir por más tiempo, si realmente se quiere hacer transparente la discusión de si hay o no superávit.
Y para terminar, el tema aludido al principio, el de la despensa. Pues ha sido el Sr. Solbes el que, en una muestra de sentido del humor —como ha subrayado Mariano Rajoy—, afirmó que “cuando los del PSOE llegaron al poder en el 2004, la despensa estaba vacía”, lo cual no es una constatación, sino una afirmación volandera sin demostración alguna.
Por lo demás, el Sr. Solbes no es quién para entrar en esos entresijos, y conviene recordarle que él fue sucesor, en 1993, del Sr. Solchaga, que estuvo al frente de la Hacienda española durante ocho años, y que dejó la despensa bajo mínimos. Entre otras circunstancias porque el “enano de Tafalla”, como le llamaban sus enemigos, no creía ni en la Unión Monetaria ni en los criterios de Maastricht, y por tanto no los aplicaba. Y talmente seguíamos con un déficit creciente; emitiendo deuda en secuencia de bola de nieve, y olvidando la conjugación del verbo amortizar.
Es cierto que al llegar Solbes en 1993 quiso enmendar a su predecesor, pero ya era demasiado tarde. Y fue Rato quien realmente aplicó Maastricht, y consiguió que la despensa empezara a estar mejor guarnecida. En una política que continuó hasta el 2004, y que incluso ha resistido la prueba de las alegrías juveniles de ZP, quien a veces recuerda a “Don Enrique el de las Mercedes”.
Quede toda la anterior serie de cuestiones presupuestarias para tal vez un desarrollo ulterior, con más rigor, demostrar que en política de presupuestos seguimos en pañales, lo cual es impropio de un Estado moderno.
miércoles, septiembre 26, 2007
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