viernes 7 de septiembre de 2007
Qué otra cosa podía hacer Primo González
Después del cerco político y mediático al que en estas últimas semanas se ha visto sometido el máximo responsable del Banco Central Europeo (BCE), cabían pocas esperanzas de que el banquero francés hiciera algo diferente a lo que ha hecho, es decir, no tocar nada y dejarlo todo como está. Ya bastante ha hecho durante las últimas semanas caminando a duras penas por la senda contraria, es decir, inyectando liquidez en dosis masivas. No resultaría fácil entender cómo se pueden hacer dos cosas tan dispares al mismo tiempo: proporcionar dinero sin medida y subir el coste de la financiación. Todo lo que ha estado haciendo el BCE durante las últimas semanas ha sido echarle munición abundante al mercado para que de la escasez no se derivara un aumento de los costes de financiación, que perturbara el buen funcionamiento de la economía. Mantener los tipos estables era, por lo tanto, la decisión más coherente.
Pero la crisis actual, en la que el señor Trichet ha tenido que armarse de valor para salir lo más indemne posible, no tanto él como el prestigio de la institución que preside, ha puesto de relieve algunas actuaciones que no pasarán en balde.
Quizás la más llamativa de todas es el denuedo con el que el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, se ha empeñado en escribirle el guión a su compatriota con la amenaza velada de arrojarle al Infierno si no cumplía con sus previsiones. No es normal que el Banco Central Europeo (BCE), una institución alumbrada con un papel institucional muy atípico pero bastante alejado de los mecanismos de la decisión política y, por tanto, en absoluto representativo de ninguna mayoría social, se vea sometido a tanta presión pública como lo ha sido la entidad emisora a lo largo de este intenso mes de agosto. En ninguna parte está escrito que los bancos centrales deben tomar medidas simpáticas para el personal. ¿Qué sería de los déficits públicos si estuvieran en manos de los políticos? No es difícil de imaginar. El control de la liquidez, como objetivo, es una de las medicinas que tiene en sus manos todo banco central que se precie y su regulación se realiza por diversas vías, una de ellas fijando el precio del dinero.
No es más patriota, y mucho menos más europeo, Sarkozy por querer mantener o incluso bajar los tipos de interés que Trichet por querer subirlos o, a regañadientes, como ha sucedido, mantenerlos. Ambos persiguen a largo plazo los mismos objetivos, la búsqueda del bienestar de los ciudadanos. Difieren en el empleo de los instrumentos para alcanzarlos en el corto plazo. Y difieren también en el papel institucional que le toca a cada uno. Trichet tiene la función asignada por el Tratado de Maastricht de velar por la estabilidad de precios, de la que se supone se derivan todas las demás virtudes para el bien de la economía.
La economía europea se encuentra estos meses en una encrucijada compleja de diagnosticar y más aún de gestionar. Han pasado ya bastantes semanas del inicio de la crisis de las hipotecas y la gente sigue mirándose de reojo porque nadie parece libre de sospecha. Han aparecido algunas víctimas, en especial bancos alemanes y algunos fondos de inversión franceses, estos últimos con ramificaciones en varios países entre ellos España. Pero nada serio en lo que atañe a los fondos de inversión. Más serio es lo que tienen en sus balances algunos bancos alemanes y, que se sepa, ahí termina todo, por el momento.
Parece un conjunto de problemas sin la entidad suficiente como para hacer de germen de una crisis de cierta envergadura. Pero las crisis, en economía, tienen mucho que ver no sólo con los problemas reales, sino con las expectativas, que acaban convirtiéndose en problemas reales. Ha habido una reacción defensiva en materia de concesión de créditos. Hay más selección de la clientela. Se miran más las entretelas de todo aquel que se acerca a un banco a pedir dinero, a pesar de que las tasas de morosidad están bajo mínimos. La desconfianza, en suma, ha generado una pelota que ha ido engordando a medida que corría por el césped.
Sobre este entorno de desconfianza, subir los tipos de interés habría sido posiblemente una medida contraria al sentido común, aunque encajara bien en las exigencias de una política monetaria ortodoxa. Pero, como el propio BCE ha reconocido este jueves, el crecimiento económico de la zona euro se ha debilitado ligeramente. Y si el objetivo básico del BCE es luchar para mantener a raya la inflación, el hecho de que la economía se haya debilitado ya es, de por sí, un motivo para suponer que las presiones inflacionistas van a ser menores, lo que releva de la necesidad apremiante de subir los tipos de interés. Es posiblemente este argumentario el que ha ejercido una mayor influencia a la hora de no subir los tipos que las declaraciones públicas del señor Sarkozy. Lo de Trichet no ha sido, pues, una claudicación. Por fortuna.
viernes, septiembre 07, 2007
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