lunes 3 de septiembre de 2007
Rubalcaba posible sucesor de un desconcertado Zapatero»
POR PABLO SEBASTIÁN
Mientras ETA mueve -tras la caza de sus más emblemáticos comandos- sus peones con atentados menores en el regreso de las vacaciones, y en el PP siguen buscándole un sucesor a Mariano Rajoy -Fraga insiste en que hay que tenerlo preparado-, el ministro Alfredo Pérez Rubalcaba es el político emergente en el PSOE, el que lleva la iniciativa ante un deteriorado presidente Zapatero, que se conforma con una «mayoría suficiente» para gobernar a partir de 2008. Y que se presenta desconcertado ante el fracaso de sus grandes retos de la legislatura con los que pretendió una reforma confederal del Estado para facilitar el pacto con ETA, que pretendía adornar con una revisión histórica de la transición y de la Guerra Civil, abriendo una brecha entre españoles, y en el PSOE como se ve en Navarra, en la salida de Rosa Díez o en el desbarajuste de los socialistas catalanes, que inunda el desgobierno de la Generalitat.
Las declaraciones de Zapatero al diario «El País» prueban su desánimo, su ausencia de proyecto político -habla con vaguedad de la «modernización de España»-, y su incapacidad para explicar el fracaso de las que han sido sus grandes apuestas políticas, cuestiones que elude con mentiras y penosas excusas, al tiempo que suplica para las elecciones de 2008 un voto más de los que obtenga el Partido Popular para gobernar.Dando por bueno el presidente el empate técnico que anuncian los sondeos electorales, y el test de las elecciones municipales que inclinó la balanza a favor del PP, a pesar de los errores y escasez de liderazgo de este partido, que permanece a la espera de que despierte Rajoy y tome la iniciativa con un proyecto sólido y nuevos equipos de candidatos y comunicación ante el conjunto de la sociedad, algo difícil de imaginar visto el síndrome de Don Tancredo que lo tiene bloqueado, y que es la causa de la carrera sucesoria abierta en su organización. La que no emana de la alcaldía de Madrid ni del Fondo Monetario Internacional, sino de la guardia pretoriana de Rajoy, donde Eduardo Zaplana se perfila como el agitador del ataque al líder en connivencia con sus agentes mediáticos, de todos conocidos.
Ha dicho Zapatero, sin entender bien lo que decía, que «el PP es el primer partido en el que hay más codazos por ir de número dos que de número uno», de lo que cabe deducir que el puesto de Rajoy es indiscutible y que en el PP hay dirigentes de prestigio con capacidad de liderar este partido si fuera necesario. Aunque la reflexión que debería hacerse el presidente del Gobierno es esta otra: ¿cuántos números dos hay en el seno del PSOE para afrontar su eventual derrota en los próximos comicios generales? Sólo uno: Rubalcaba. El que está actuando como un presidente del Gobierno en la sombra desde que ETA puso su bomba mortífera en Barajas, sumiendo a Zapatero en un espantoso ridículo -acababa de anunciar el mejor futuro para el final de la violencia de ETA- y una prolongada depresión de la que no se ha recuperado, como se aprecia en la citada y ligera entrevista, donde no hay pregunta ni respuesta sobre la salida de Rosa Díez del PSOE.
Rubalcaba es el superviviente y representante del núcleo duro de barones -jubilados por Zapatero- del PSOE de la transición y, como tal, se encargó, desde el Congreso de los Diputados, de renegociar el demencial Estatuto de Cataluña que aprobó en una primera instancia el Parlamento catalán y que Zapatero había prometido apoyar en Madrid, con el mismo entusiasmo que declaró su «convicción» en el final negociado de ETA -como en las fallidas victorias electorales de Schröder, Kerry o Royal-, y que animó al PSN a negociar con Na-Bai un gobierno de coalición en Navarra, iniciativas todas ellas fracasadas, que hicieron rodar las cabezas de Puras y Maragall, como rodarán las de Eguiguren y López en el País Vasco, donde Rosa Díez acaba de abrir la crisis del PSE.
Los poderes fácticos del PSOE de la transición, asustados con Zapatero, jugaron la carta de Rubalcaba para deshacer, con la ayuda de CiU y Pujol, el entuerto del Estatuto catalán, y luego lo promocionaron al Ministerio del Interior para reconducir el previsible fracaso de la negociación con ETA, que alcanzó graves cotas de concesiones políticas a la banda en el «pacto de Loyola» que a ETA le pareció escaso, culpando de todo ello al ministro de Interior.
A un Rubalcaba que, tras reenviar a Doñana a un muy tocado Zapatero horas después del atentado de Barajas, rectificó a su presidente para convertir en ruptura definitiva la negociación que Zapatero había dejado sólo en suspenso, y que quiso reanudar, tras la ruptura de la tregua, ofreciendo Navarra a los nacionalistas hasta que en el PSOE se encendieron las alarmas electorales.
En la vida política española la pretendida crisis en el liderazgo del Partido Popular tiene importancia no como un asunto interno de este partido, sino porque de ello depende el gran problema nacional que está en la necesaria sustitución de Zapatero al frente del Gobierno y del PSOE, por los destrozos causados en la convivencia nacional y por el riesgo de que los amplíe en la próxima legislatura, lo que está por ver. De ahí el activismo de Rubalcaba que sabe que las elecciones no están ganadas y que, en caso de derrota socialista, el futuro líder del PSOE sólo puede ser él.
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