lunes, septiembre 03, 2007

Ignacio Camacho, La coherencia de Zapatero

lunes 3 de septiembre de 2007
La coherencia de zapatero

IGNACIO. CAMACHO
EL presidente Zapatero ha demostrado en esta legislatura que puede ser cualquier cosa menos una persona coherente. Hasta sus colaboradores más incondicionales dan fe -en algún caso, escrita- de sus cambios de registro, de sus improvisaciones sobre la marcha, de sus criterios movedizos, de la mutabilidad de sus prioridades. Son bastantes los dirigentes políticos, de su partido o de otros -de Rajoy a Imaz, de Fernando Puras a Bono, de Rubalcaba a Fernández Aguilar, de Llamazares a Artur Mas-, que han sufrido las consecuencias de creer en su palabra, hasta el punto de que un hombre tan prudente como Jordi Pujol lo declaraba recientemente «poco fiable». Y por si todo esto fuera escasa prueba de su voluble mendacidad, consta en las actas del Congreso su compromiso solemne de no negociar políticamente con ETA hasta que los terroristas hubiesen abandonado las armas de forma definitiva y verificable. Que ahora resulta que lo incumplió, el compromiso, para no ser «un hombre sin alma».
De ahí que se vuelva inquietante el modo en que ha respondido a una de las cuestiones clave del inmediato debate electoral, que es el mantenimiento de su promesa de 2004 de no tratar de gobernar si no obtiene un voto más que su principal adversario. Preguntado al respecto en El País, su contestación contiene una violenta contradicción interna: «Sí. Soy una persona coherente». Sin duda no estaba en su intención, pero la segunda parte de la respuesta ofrece a la luz de la experiencia reciente casi una refutación de la primera.
Para quienes deseamos la mayor claridad posible en el debate electoral, un monosílabo sin matices nos habría resultado mucho más tranquilizador. Un sí o un no; el presidente tiene derecho, y la ley se lo permite, a intentar quedarse en el Gobierno a través de alianzas de minorías si otro candidato, aun victorioso, no logra formar una mayoría de investidura. Pero si el mantenimiento de su elogiable promesa depende de su coherencia política, somos los ciudadanos quienes tenemos derecho a dudar o a reclamar un pronunciamiento más explícito, a ser posible sin estrambotes susceptibles de valoraciones subjetivas. No vaya a suceder que la coherencia sea la misma que le llevó a revocar su propio programa electoral en el punto relativo al Pacto Antiterrorista, o la que mantuvo en el fastuoso enredo del Estatuto de Cataluña, por citar sólo dos ejemplos bien conocidos.
Si la vigencia de la promesa de 2004 depende de la firmeza de criterio que su autoponderada «alma» ha exhibido hasta el momento, su renovación se puede considerar meramente relativa. Y la cuestión no es baladí porque, a día de hoy, resulta objetivo pensar que el resultado electoral está en el aire y que es posible que se ventile en un margen apretado. Con generosidad y voluntarismo se puede aceptar el sí, pero en política y mediando el poder conviene ser lo más desconfiado posible. Por eso sería conveniente que se lo vuelvan a preguntar, de aquí a marzo, con la insistencia suficiente para convertir su respuesta en irreversible. Y no se me ocurre nadie más interesado que Rajoy en saberlo.

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