viernes, septiembre 07, 2007

Miguel Martinez, Lo peor que le puede ocurrir a un homofobo

viernes 7 de septiembre de 2007
Lo peor que le puede ocurrir a un homófobo
Miguel Martínez
L O peor que le puede ocurrir a un homófobo, al margen de que le pique un alacrán en el tobillo –que debido a la ausencia de grasa en la zona resulta especialmente doloroso-, justo después de haber sorprendido a su hijita en lésbico y lascivo acto con su profesora de piano, es, sin lugar a dudas, ser detenido por la policía acusado de “conducta lasciva” al intentar ligar con otro caballero en unos urinarios. Si encima el homófobo es senador de los Estados Unidos y ha destacado en su trayectoria como ferviente activista contra los derechos de los homosexuales resulta ya el colmo de los colmos. Era Mr. Larry Craig –observen mis queridos reincidentes ironía en el empleo del tiempo verbal- una persona admirada en su comunidad, todo un respetable caballero de 62 años, senador, casado y padre de tres hijos, profundamente religioso -esto último quizás lo siga siendo, al menos de cara a la galería- y republicano hasta las trancas. Su talante ultraconservador en general -y su beligerancia contra los homosexuales en particular- constituían la esencia de su atractivo político, tanto como para propiciar que sus electores –pobrecillos, se les debe haber quedado una cara…- le reeligieran en dos ocasiones como senador por el estado de Idaho. Dos y no más, Santo Tomás, porque las presiones de su propio partido le han forzado a renunciar a su cargo, renuncia que se hará efectiva el próximo día 30 de septiembre. La historia parece tomada de una letra de Sabina. Andaba don Larry por el aeropuerto internacional de Minneapolis y se dirigió al servicio de caballeros, situándose en el urinario contiguo al que se hallaba haciendo pis el sargento Dave Karsnia, obviamente de paisano, que se encontraba allí como gancho para erradicar ese ligoteo exprés entre hombres, que suele darse en ese tipo de lugares. Una vez allí, minga en mano, el senador se insinuó dándole toquecitos con el pie, con la mano, y dirigiéndose al agente con “gestos y expresiones inequívocas” de los que al parecer se hacen entre sí los homosexuales que buscan plan rápido en los váteres públicos. Según consta en el informe policial, cuando el sargento se identificó como tal ante Craig y le comunicó que iba a ser detenido, éste le salió con lo de “usted no sabe con quién está hablando” y le mostró su credencial de senador de los Estados Unidos. Es de imaginar que lo que al sargento Karsnia le vendría a la mente en aquel momento sería lo de “tierra, trágame”, pues ya es mala suerte que con la de gays que corren por el mundo le tuviera que tocar al pobre uno que fuese senador. En cualquier caso el sargento le echó un par y, lejos de amilanarse, le soltó un broncazo al senador tal que así: “Me ha decepcionado usted, señor. Yo me espero estas cosas de gente que sacamos de la calle, no de usted, a quien la gente vota. ¡Qué vergüenza, qué vergüenza, así no me extraña que nos vayamos a pique!” –optimista, el chaval-. Dicho lo cual le encasquetó los grilletes a la vez que le recitaba lo de “cualquier cosa que diga puede ser utilizada en su contra” y se lo llevó al cuartelillo donde, tras las fotografías de rigor, lo ficharon como delincuente sexual mientras por los altavoces de música ambiente de la comisaría sonaba lo de “desde que te pintas la boca, en vez Don Juan, te llaman Juana la loca…”. En su primera declaración el senador alegó que los toqueteos fueron accidentales y debidos a la maniobra que hubo de hacer para recoger un papel caído en el suelo, pero al recordarle el sargento que él también estaba allí y que en el suelo no había papel alguno -que así de eficientes son los servicios de limpieza del aeropuerto-, Mr. Craig, desprovisto de excusa que le ocultara el plumero (o pluma), se declaró culpable, y, tras abonar una multa de 500 dólares, fue puesto en libertad. Final del primer acto. A partir de aquí el senador cruzó los dedos esperando que el hecho no trascendiera a la prensa –cosa que probablemente hubiese sucedido si no se hubiera identificado como senador, que abueletes juguetones frecuentadores de urinarios con “animus tocandi” detienen a espuertas todos los días en la Tierra de las Libertades –ruego lean de nuevo ironía en la expresión-, pero, ya se sabe, cuando uno es senador lo es a las duras –ni que sea merced a la viagra- y a las maduras, y a los pocos días, como no podía ser de otra manera, se desató el escándalo. Presionado por el Partido Republicano, donde probablemente no hayan creído las excusas ofrecidas -que varían diametralmente de las dadas en su día en la declaración ante la policía- y cuya principal línea argumental fuera ahora la de “yo no soy gay”, don Craig no ha tenido más remedio que renunciar a su cargo y dejar la política. Probablemente se jubilará con un pedazo de pensión, con seguro médico –un auténtico lujo en EEUU- y con tiempo libre para frecuentar los urinarios que le dé la gana de lunes a sábado - los domingos es inexcusable ir a misa- preguntando, eso sí, al vecino de váter antes de iniciar los movimientos de cortejo, lo de “¿no será usted por un casual agente de policía, apuesto caballero?”. Y no es que a un servidor le sorprenda en absoluto la doble moral de Mr. Craig, por mucho que éste fuera senador del Partido Republicano, que no son pocos los casos de respetables ciudadanos, adalides de la virtud y las buenas costumbres y con un código ético intachable en su fachada que, después de darse golpes públicos de pecho, se desmadran de retrete hacia adentro, lo que me sorprende es cómo, con esa afición del senador a los urinarios masculinos, ponía el hombre tanto empeño en sus afrentas contra los derechos del mundo gay. Dime de qué presumes... Lo verdaderamente inaudito del caso es que en el siglo XXI y en la Tierra de las Libertades puedan detener a una persona adulta por insinuarle proposiciones de sexo a otra persona adulta. Que guiñarle el ojo al tipo que hace pis a su lado pueda suponerle a alguien verse con las esposas y fichado por la policía como delincuente sexual no ocurría aquí ni en los tiempos de la Ley de Vagos y Maleantes. Claro que si allí mantienen ese tipo de leyes es porque personas respetabilísimas como Mr. Craig han luchado fervientemente por extender esa ola de puritanismo fundamentalista en los Estados Unidos, que lleva, entre otros despropósitos similares, a situaciones como que la policía sea enviada a erradicar “conductas lascivas” de los servicios de caballeros. Pues ahora que con su pan se lo coma. Buen provecho, Mr. Craig.

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