jueves 6 de septiembre de 2007
El epílogo del guerrismo Lorenzo Contreras
Alfonso Guerra, que siempre tuvo mentalidad de desheredado, incluso antes de la salida de Felipe González del liderazgo del PSOE, parecía destinado a no adaptarse a la jefatura sobrevenida y sorpresiva que Zapatero llegó a asumir. Pero aquel Guerra en apariencia inadaptable, por su talante, a la reinvención del partido sin su protagonismo antiguo, y al nacimiento del otro “talante”, el de Zapatero, da la impresión de rondar ahora el territorio del inesperado mandamás. Desde la presidencia de la comisión constitucional del Congreso, su aparente conciencia vigilante inicial puede darse por desvanecida. En realidad nunca dejó de ser hombre de nómina, ni podía permitirse experimentos de otra naturaleza. Sin embargo, durante la fase de sus últimas penumbras políticas, parecía ofrecer un cierto perfil discrepante con determinadas actitudes de la dirección del partido y de la Administración del Estado. En los libros que ha escrito en los últimos tiempos ha reflejado hasta cierto punto una sutil disconformidad personal con la línea del zapaterismo. Ahora ya procura ponerse a la sombra del nuevo líder, aunque se adivina su sonrisa oculta frente a determinados disparates del poder instalado. Imposible creer que Pepiño Blanco no le inspire un profundo desprecio ni que la oratoria parlamentaria reiterativa y plagada de lugares comunes del propio ZP no le produzca un elemental rechazo. Lo cual no obsta para su acomodación a las conveniencias, aunque no falten quienes piensan que como hombre de partido impera más bien en él un sentido de la disciplina.
Una de las últimas expresiones de su ductilidad política ha sido su aceptación del Estatuto de Cataluña. El confortable sillón, bien remunerado, de la comisión constitucional del Congreso, es mucho sillón para el ex “número dos” del partido. Imposible que le agrade el disparate del “Estatut”, aunque su voto dócil transite por el sendero ortodoxo. Y aquí no hay más ortodoxia política que la dictada por el pesebre.
Zapatero sabe hasta qué punto le debe a Guerra, más que a Felipe González, su victoria en el congreso que le elevó a la secretaría general del PSOE y al cuartel general de Ferraz. De allí, por los efectos del 11M, saltó a la Moncloa. Es impresionante la sucesión de factores que han hecho presidente a ZP. Posiblemente si el zorro político que es José Bono no hubiese cometido en su día el error de transgredir su propio instinto de vulpeja a cuenta del caso de Juan Guerra, diciendo contra la estrategia defensiva de Alfonso Guerra, su hermano, que cada palo debería aguantar su vela, los votos de aquel congreso socialista no hubiesen girado, como lo hicieron, hacia Zapatero, vencedor por un ridículo margen. Pero Alfonso Guerra es, cuando puede, de los que no perdonan. Y Bono pagó las consecuencias de su anómala falta de astucia. La orden que Guerra impartió a sus incondicionales para que las papeletas favorecieran a ZP sirvió, junto con la neutralidad beligerante de Felipe González, para cambiar la historia. Votos que parecían destinados a algún otro candidato alternativo, entre ellos Matilde Fernández, conocieron, por tanto, distinto rumbo.
Después del gesto insolidario de Bono vino la deslealtad de Felipe González con su “número dos”, que perdió todo su poder. Sin embargo, uando Alfonso Guerra, desde la vicepresidencia del Gobierno, se vio en apuros por el caso de su hermano Juan, que medró en los negocios de Sevilla con su ayuda, Felipe González adoptó con su antiguo alter ego una actitud que parecía favorecerle. Lanzó entonces, mientras desde la esfera política pedían la cabeza de Alfonso, la famosa frase “dos por el precio de uno”. O sea, que Felipe se ofrecía también a ser crucificado. Pero fueron simples alardes verbales. La caída en desgracia de Alfonso Guerra estaba sentenciada también desde la Moncloa.
Cabe preguntarse ahora: ¿qué ha sido, o será, del guerrismo en el PSOE? El “sí” de Alfonso al Estatuto de Cataluña va a poner sello a una historia lamentable.
jueves, septiembre 06, 2007
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