lunes 3 de septiembre de 2007
Sobre ingenuidades en la política agraria
JUAN VELARDE FUENTES
A partir de la aparición de la agricultura contemporánea española, ligada a la Revolución Industrial y creada fundamentalmente con la desamortización, se han hecho propuestas de política rural, que tenían en sí la semilla del fracaso.
La primera, la creencia de que Cuba debía ser abastecida con trigo castellano, mucho más caro que, por ejemplo el norteamericano, a partir de aquel momento en que el ministro progresista de Isabel II, Pío Pita Pizarro, decidió que así se podía explotar «la finca cubana» con altas rentas azucareras, percibidas gracias a sus ventas en el mercado internacional. Ahí surgió la unión de los criollos al movimiento independentista, que concluyó por triunfar en 1898.
En 1892 se creyó, con el Arancel de Guerra, que sería posible abrir los mercados franceses a nuestra vitivinicultura, castigando las importaciones galas en España a través de la segunda columna arancelaria. Nada se consiguió, salvo asentar un proteccionismo que, a través de la relación de precios industriales y agrícolas en España, perjudicaba con claridad al campo.
En 1920, el aumento de la producción de trigo llevó a la idea de que íbamos a convertirnos en exportadores de este cereal. Ello provocó desatinos arancelarios que denunció Flores de Lemus con su artículo en El Financiero: «Sobre una dirección fundamental de la producción rural española».
No se percibía que saltar de un mercado protegido a uno abierto a la exportación provocaría ,por la baja forzosa de las cotizaciones, una retirada tal de los sembrados que impediría pensar en exportar.
En 1931, Marcelino Domingo consideró que era preciso completar con trigo argentino una mala cosecha española. Provocó la ruina de nuestro campo en 1932 y, al combinarse con la Ley de Términos Municipales de Largo Caballero, al aumentar los costes laborales en multitud de fincas marginales, consolidó el desastre.
A partir de 1939 se intentó bloquear los precios e intervenir para que aumentase la oferta de bastantes artículos alimenticios. Manuel de Torres, en su obra de 1944 "El problema triguero y otras cuestiones fundamentales de la economía agraria española" demostró cómo todo aquello era un puro dislate.
Ahora, en mil ámbitos se habla de que puede resolver parte notable del problema del calentamiento y de la dependencia de los hidrocarburos el empleo de los biocarburantes. También cómo aumentar la oferta con organismos genéticamente modificados. Igualmente, cómo cumplir las normas de la PAC.
Por no entender todo esto, la FAO se encuentra en crisis. Por ejemplo, ¿cómo dejar a un lado en España lo que se señala en el artículo de Fernando Estirado Gómez y Julio Lucini Casales «Aportación del sector agrario o la obtención de biocarburantes con cultivos energéticos», aparecido en «Agricultura» julio-agosto 2007, cuando nos advierten: «Tampoco nuestra productividad media da pie a buscar nuestra esperanza en una alta producción de biocarburantes por Ha que permita competir por esa vía con las producciones destinadas al mercado alimentario»?
lunes, septiembre 03, 2007
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