lunes, septiembre 03, 2007

Alberto Sotillo, Negros apuntes sobre Irak

lunes 3 de septiembre de 2007
Negros apuntes sobre Irak

POR ALBERTO SOTILLO
Durante estos días vamos a asistir a la creación de lo que, en términos pictóricos, podríamos denominar un punto de fuga para la guerra de Irak. La aparición, como por arte de magia, de una ilusión de perspectiva que finja que aquél es un conflicto con horizonte. El espejismo de aquella Jerusalén Celeste que Patinir pintaba en lo alto de una tortuosa montaña, difusamente perfilada en una engañosa lejanía de azules y violetas. Pero, tal vez, antes de soñar con otro punto de fuga, convendría fijarse en realidades mucho más cercanas, prosaicas y desagradables que, aunque estén en primer término del cuadro, a menudo pasan desapercibidas. A saber:
EE.UU. tiene sobre Irak una capacidad de influencia escasa. Se le ha pasado la hora. El clérigo Moqtada al Sadr, por ejemplo, por desgarramantas, mellado y desagradable que sea, tiene más resortes para influir sobre el desarrollo de los acontecimientos que George Bush.
Tal vez el principal activo que podría presentarse sea la circunstancia de que la insurgencia suní se ha unido al Ejército norteamericano para combatir a los terroristas de Al Qaida. O sea, que la guerrilla adiestrada por el antiguo Ejército de Sadam prefiere usar a las tropas de EE.UU. para sus propios objetivos.
La lucha contra las fuerzas norteamericanas ha pasado a un segundo plano. Lo que vive el país es un proceso de libanización, una desintegración del Estado en la que ningún clan, etnia o comunidad puede imponerse sobre los demás.
La guerra del Líbano acabó cuando Damasco impuso la «pax siria», convirtió el país en su protectorado y se proclamó guardián del equilibrio entre comunidades. En Irak, ese papel podría ser jugado en el futuro por Irán.
EE.UU. ha fortalecido a Irán. Y ahora que se da cuenta, no pasa día en el que no le enseñe el garrote. Hay quien sueña con salir del atolladero iraquí con un nuevo conflicto en Irán. Lo que no parece muy serio. En un Irán en bancarrota, en efecto, podría haber un cambio. El problema es que, cuanto más se enseña el garrote, más imposible se hace el cambio.

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